Mareas


Siempre que vengo a Gran Canaria vivo casi un ciclo completo de cambio de marea. El primer día, al ir a la playa y buscar mi posición habitual, la mar quizás está vacía, lejana, nos permite ver un amplio campo de arena húmeda en el que juegan los niños y los gandules de los adolescentes dan balonazos pese a estar prohibido. Entre ellos serpentean los que caminan de un lado al otro de la playa tratando de perder peso, intentando deshacerse de esos michelines que se te agarran como ladillas y se niegan a irse.

Un rato más tarde, miras de nuevo hacia el agua y descubres que se ha comido un poco de ese terreno, que las olas juguetonas que revuelcan viejas y liberan de sus ataduras algunas tetas se han movido y están algo más cerca. Los niños siguen jugando casi sin notarlo, hacen sus castillos de arena y levantan muros para tratar de defenderlos porque cada vez hay más y más agua, las andanadas son más agresivas y ellos siguen sin comprender que la guerra la tienen perdida puesto que el mar ganará la batalla siempre.

Yo sigo durmiendo y despertándome, poniéndome más loción bronceadora y escuchando algún audiolibro desde ese punto estratégico en el que coloco mi toballa, exactamente en la línea que separa la arena virgen de la violada por el mar. A veces llegan unos abuelos con su nieto y se ponen a mi lado, juegan un rato y se vuelven a ir. Quizás sean dos madres con cuatro chiquillos, de esas que se pueden permitir el no trabajar porque sus maridos han escapado a la media y tienen buenos sueldos. Hay días que lo que tengo a mi lado es una banda de jóvenes adolescentes, todos menores de edad y todos llenos de tatuajes, sus cuerpos taladrados con aros que aparecen en los lugares más exóticos, con cortes de pelo absurdos y que al parecer son incapaces de emplear su propio idioma de una forma correcta. Los veo llegar, tirarse en la arena, comenzar con sus juegos sexuales, picándose unos a otros, estableciendo jerarquías, alzando muros en torno a las chicas que les gustan para que los demás las respeten y tras un rato arrastran al más débil al agua, se ríen un rato y después del baño se vuelven a ir.

Son también mareas, de gente que viene y va, que se repiten día tras día, que se vuelven previsibles porque da la sensación que todo está ya visto e inventado, que no hay espacio para la novedad. Las mareas del mar y las de la gente siguen ciclos muy específicos, dependiendo del día y de la época del año. Las veraniegas son más dadas a las multitudes, en las otoñales predominan las bandas de surferos que se pasan las horas subidos a su tabla esperando esa ola que no termina de llegar y que cuando finalmente lo hace, les permite lucirse durante diez segundos como mucho. En invierno no hay nadie en la playa, en muchas ocasiones estoy solo. El mar está muy frío, no hay olas y la gente ha desaparecido. En esa playa, si prestas atención, podrás escuchar al mar hablándote, contándote sus secretos y desvelando misterios que conoce desde tiempos inmemoriales. En primavera la playa la toman gentes pálidas que buscan recuperar el color que quieren lucir durante el verano, gente solitaria que llega y se pasa las horas enganchados a un teléfono móvil desde el que anuncian continuamente que están en la playa, tratando de encontrar la aprobación de los miembros de su clan.

Después de cinco días, la marea está a punto de completar su ciclo, ahora la mar ya no está vacía al llegar, más bien está casi llena, arrinconando a todos aquellos que quieren pasar un día en la playa y empujándolos hacia la zona en donde la arena bate continuamente récords de temperatura, ese lugar en el que no puedes caminar sin zapatos, has de correr perdiendo toda tu gracia y compostura y tratar de llegar lo antes posible a la orilla.

Nuestras vidas también se mueven al ritmo que marcan las mareas interiores, subimos y bajamos, estamos alegres o tristes, relajados o tensos siguiendo unas mareas que se van alternando dependiendo de un montón de factores. Hay que aprender a disfrutar tanto las mareas vacías como las llenas, en todas siempre hay algo bueno ??

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3 respuestas a “Mareas”

  1. Este es uno más en una reflexión recurrente que asoma siempre que vengo a las Canarias. Debo hablar de este tema unas cuatro veces al año. Lo escribí para el miércoles y ha ido deslizándose día tras día porque escribía otras cosas y las lanzaba antes.