Mi segundo día nadando con tiburones ballenas y traslado a Legazpi


El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila

Ya comenté en el capítulo anterior que según regresé de la excursión para ir a ver ballenas, lo primero que hice fue apuntarme para repetir al día siguiente y a las seis de la mañana yo ya estaba en el bar del hotel pidiendo mi desayuno y a las siete menos cuarto, era el primero en el centro de inscripción para la gente que quiere vivir la aventura. Uno de Singapur que casualmente vino conmigo a Donsol en mi micro era el segundo y nuestro barco, con seis pasajeros, se llenó con un argentino que ha estado casi cinco meses recorriendo el sureste de Asia y ese era su penúltimo día antes de regresar a su patria, un francés, una australiana y un alemán con el bañador todo roto y que cada vez que se sentaba nos enseñaba a los tres que nos sentábamos enfrente de él sus gregorios. Es el problema de los mochileros, que tienen un presupuesto tan ajustado que cuando algo como esto les sucede, apechugan y siguen adelante sin gastarse un leuro en algo tan banal e innecesario como un bañador. 

En la primera hora los oteador es no vieron ningún tiburón. Recorríamos los mares dando vueltas y más vueltas sin suerte. Cuatro ya habíamos hecho la excursión el día anterior y visto los tiburones así que culpábamos del gafe a los otros dos. Finalmente, nos topamos con uno y como en ocasiones anteriores, todos al agua con el barco en marcha. El agua estaba más llena de plancton que el día anterior y la visibilidad era menor. El tiburón ballena era de unos seis metros y se mantenía algo sumergido con lo que nos resultaba difícil seguirlo. Estuvimos nadando con él unos quince minutos y en ese tiempo, nos subíamos al barco cuando se alejaba, nos volvían a dejar caer por delante de él y así podíamos seguir con la actividad. El tiburón estaba haciendo círculos y cuando los otros botes descubrieron que teníamos uno, llegaron hasta cinco botes más con lo que en un momento determinado éramos cuarenta y pico personas en el agua y aquello no molaba mucho. Salimos escopeteados y nos acercamos a otro barco y encontramos otro tiburón ballena, mucho más grande y que subía y bajaba lentamente con lo que podíamos nadar con él tranquilamente, al menos los primeros díez minutos. Mientras estábamos con ese pasó otro pero iba muy rápido y no lo pudimos seguir, o al menos no sabemos si en los diferentes saltos que hicimos allí, estábamos siempre viendo al primero o se alternaban. 

Cambiamos de zona y seguimos con suerte y pillamos otro tiburón, enorme y muy elegante. Uno de los que iban conmigo pilló mi cámara y si todo salió bien, debo tener hasta un vídeo en el que se me ve nadando junto al tiburón. Los primeros Díez minutos estábamos solos pero después empezaron a llegar barcos y estos eran los peores, los que llevaban chinos y filipinos, que no parecen saber nadar, todos van con chalecos salvavidas y cuando los lanzan al agua los tienen que arrastrar porque no se mueven. 

Llegamos a ver otro más, aunque iba muy rápido y se sumergió con lo que lo vimos muy poco tiempo y también tuvimos otro que yo no llegué a ver, aunque uno dijo que vio un poquito. Acabamos agotados, esta vez estuvimos mucho más tiempo en el agua nadando. Como había pagado el impuesto gubernamental el día anterior y es válido por una semana, esta segunda salida me costó menos de diez leuros o a tres leuros y pico la hora. Se me ha olvidado comentar que ambos días, en ambos barcos, teníamos una persona con algún tipo de minusvalía. El primer día era un gangoso. Yo tenía que meter la cabeza debajo del agua para descojo arme porque era como ver a Arévalo contando chistes. Claro, una persona rumbera y con un alto nivel de educación sabe como comportarse en una situación como esta pero es que a mí me criaron en la Isleta y allí te partías de risa con los gangosos y ni te cuento cómo corría el Mórcoba huyendo de las viejas que le querían pasar el billete de lotería o de ciegos por la chepa para que les tocará el premio. El gangoso de vez en cuando nos decía algo pero como aún no vamos por ahí con gafas de realidad virtual que nos pongan los subtítulos, no nos enteramos de nada. El segundo día teníamos a uno al que le faltaba una pierna y la otra la tenía como flaca y doblada en una forma in natural. Lo pusieron a pilotar y visto de lejos parecía hasta normal, hasta que abría la boca y solo tenía tres dientes y con mucho espacio entre ellos. 

Desde allí volví al hotel, dejé fuera de la habitación el bañador para que el albor lo secara y me duché y empecé a hacer la maleta. Después pillé un triciclo al pueblo y en la furgoneta ya había cuatro Filipinas. Puso mi micro-bolsa atrás y me senté en la quinta fila. El espacio para las piernas es mínimo. Después llegó el de Singapur, dos más con mochilas gigantescas y el tío les dijo que si las querían llevar, las mochilas tenían que pagar por un puesto. El billete nos valía un leuro y medio. El resto fueron filipinos. Salimos con diecisiete personas incluyendo al conductor (y podrían haber sido dieciocho si no es por las mochilas). La siguiente hora y media recorrimos los cincuenta kilómetros que separan Donsol de Manila. Yo me bajé en el aeropuerto porque mi hotel estaba allí. Era el Legazpi AirPort Hotel & Restaurante y es bastante cutre aunque barato. El calor en la ciudad era horrendo y de hecho, opté por quedarme en la habitación hasta que el sol empezó a bajar. Quería sacar dinero de un cajero y sabía que había uno a unos setecienttos metros y fui andando hasta allí y estaba fuera de servicio. Lo que vino a continuación fue increíble. Recorrí los dos kilómetros y medio que había entre el aeropuerto y el centro comercial de la ciudad parando en todos los bancos y supermercados con cajeros y TODOS estaban fuera de servicio. En algún punto del paseo mi teléfono dejó de funcionar y mostraba un mensaje diciendo que solo llamadas de emergencias. Llegué al centro comercial, con unos diez cajeros automáticos de seis bancos y todos estaban fuera de servicio. Cené en el First Colonial Grill, más que nada para probar su famosísimo helado Sili, el original helado picante, eso con fresa y chili. Tiene tres niveles siendo primero para ñangas, el segundo para hombres de verdad y el tercero para chiflados. Ví a gente pedir el de nivel tres y dejarlo en la mesa porque no aguantaban el picante. Yo me conformé con el nivel 1 para ñangas. Estaba riquísimo pero me tuve que beber tres vasos de agua. 

Después elegí una ruta alternativa con otro montón de cajeros y regresé andando al hotel y de nuevo, todos, todos, todos, estaban fuera de servicio. Un policía me dijo que esas máquinas dependen de la red de Internet de Global, casualmente mi operador de teléfonía filipino y esta red se había caído. 

Y así acabó el día de mi segunda aventura con tiburones ballena en este viaje a las islas Filipinas. 

El relato continúa en Transición de Legazpi a Camiguin pasando por Manila y Cebu

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6 respuestas a “Mi segundo día nadando con tiburones ballenas y traslado a Legazpi”

  1. El dia que los tiburones se enteren que esos bichos rojos que flotan son comestibles, entonces si que iria yo para descojonarme con el espectáculo…jajaja 🙂
    Salud

  2. Por bichos rojos te refieres a los abalorios del tío ese del bañador roto? sulaco, con los precios que hay por esas tierras no creo que se os fuera de presupuesto poner un euro cada uno para un bañador nuevo…

  3. ¿Y si el chamo es marquista y lo que quiere son los de ochenta leuros? Que se los pague él. O que se ponga unos calzoncillos debajo.

  4. sulaco, un tío marquista sería pijillo, no creo que anduviese por ahí con los huevos bailongos sueltos, digo yo…
    Y respecto al correo que llegó hoy, tengo que comentar que yo también pensé en lo suertudo que eras por andar por ahí con cinco danesas, pero hoy ya me has hecho cambiar de opinión.

  5. Hay al memos dos daneses más, que son una pareja y esos ni hablan con las de su tierra ni con nadie más. Solo entre ellos. Esa gente es rara.