No veas como desbarro


En las clases de italiano, cada semana uno de los alumnos elige un texto y lo discutimos, siempre en italiano. Hace dos semanas se trataba de un artículo sobre el espectacular éxito de Roberto Begnini con dos especiales navideños en la televisión pública italiana en los que explicaba los diez mandamientos y como han sido retocados, manipulados o ninguneados. Relacionado con el tema, la semana siguiente yo era el que elegía y opté por la crítica de la película Exodus: Dioses y Reyes – Exodus: Gods and Kings publicada en un diario italiano. Aunque de refilón, en esa película se veía como Moisés se inventaba los diez mandamientos y yo quería un texto relacionado con el cine. Tanto meneo con temas religiosos debía pasar factura, sobre todo a los que son creyentes, que a mí la fe nunca me terminó de llegar y me sirvió para acordarme de momentos pasados en mi vida y aquello que presencié.

Recuerdo que en el colegio público al que fui durante siete años había una monja que daba las clases de religión en los tres últimos años. No tengo un solo recuerdo positivo de aquella mujer. Por más que se vistiera con su uniforme laboral, yo de lo que me acuerdo es del odio infinito con el que miraba a dos hermanos que eran testigos de Jehova y como los hacía escribir textos interminables ya que no podían abandonar la clase durante la hora de religión. Su odio viajó más allá del infinito cuando el penúltimo año llegó al colegio un chaval marroquí. En la cara de aquella iluminada y que dicen que ha recibido la llamada de la fe y que al parecer está mucho más cerca de su dios que el resto aparecieron nuevas marcas de odio y era mirar en la dirección del terrorista musulmán y ver como le temblaba el labio y parecía a punto de saltar y degollarlo allí mismo para mayor gloria de su dios, que casualmente creo que es el mismo que el del terrorista, solo que pertenecen a empresas distribuidoras distintas. De la monja aquella y de varios curas aprendí que lo del Reino ese del que hablaban es una gran mentira.

La monja nos machacaba sin piedad con el dogma de la virginidad de la madre del hijo de su dios y que al mismo tiempo era el mismo dios porque tenía varios oficios y eligió ser padre e hijo por aquello de hacer las cosas simples y directas. Cuando le entraba el fervor mariano-virginal, se acercaba a una chica en la clase que ya en aquellos días podía hacer sonrojar a la gallina Turuleta y definitivamente era más puta que la susodicha y que consiguió ser la primera de la clase preñada y no llegar a la graduación. Para la monja, se trataba de machacar a aquella chica que se despatarraba por un par de pitillos y ella estaba convencida de que su inquina era justificada, no era pecado y por supuesto le serviría para ganar más puntos a la hora de entrar en el famoso reino de su dios. Yo, que siempre fui de pensamiento retorcido tiraba por otro monte.

Para mi, lo inexplicable y lo que hacía tambalearse el edificio es que el mierda de dios ese que nos vendían cogió a un pollaboba, lo hizo subir a una montaña y escribir diez reglas, varias de ellas relacionadas con el puterío ajeno. Después, ese mismo dios, que se divide en tres para robar dos puestos de trabajo, baja del cielo en el que se esconde, puede elegir entre todas las mujeres del universo y se le antoja coger a una casada, básicamente pasándose por los pelos del culo el mandamiento que impuso al resto creando en lo relacionado con codiciar la mujer del prójimo primero y cometiendo adulterio después. Igual lo hacía para denunciar el otro escándalo, el del mariquitismo que había en esa casa, porque ya me dirás como es posible que una pava se case precisamente pa’follá porque la religión dice que es la única manera de no cometer actos impuros y resulta que el marido la ningunea que no veas y no se acerca a tres metros de ella alegando alergia al marisco. De todas estas movidas chungas surge la secta en la que me incluyeron al nacer y que jamás podré abandonar ya que se niegan a borrarme de sus registros y se limitan a sugerir que pueden poner una marca junto a mi nombre en sus libros. Es decir, el juez que te juzgará en el futuro es el mismo que se pasó por aquí por la Tierra, buscó a una hembra casada, se la folló, la preñó y tuvo un hijo con ella que posteriormente mató. Ese mismo dios consintió que se crearan varias religiones en su nombre que se aplicaron a conciencia a robar, matar, cometer actos impuros, codiciar los bienes ajenos, codiciar la mujer del prójimo, practicar el falso testimonio y todo eso y mucho más en su nombre y casualmente, en el pasado, cuando no teníamos teléfonos con cámaras buenas para grabarlo todo bajaba a la tierra para hacer sus gamberradas cada cuatro días y ahora ha hecho mutis por el foro y no asoma el hocico porque sabe que lo lincharíamos.

En fin, que como siempre, de algo inocente y a priori banal como ir a clase de italiano termino desvariando y acabo desbarrando por otros caminos. Siendo positivos, esta semana en clase hablaremos del festival de música de Sanremo.

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4 respuestas a “No veas como desbarro”

  1. Yo atea perdida después de 14 años en un colegio de monjas. Sor Agustina, menuda cabrona, me dijo que un bultito que me habían quitado en el pecho con 14 años se reproduciría. Tuvo razón, pero ojalá se le haya reproducido a ella todo lo que yo le deseé y le deseo a la hija puta.

  2. Ya veo que lo de las monjas es en todos lados. Pensé que la única mala era la de mi colegio, que tenía un exceso de mala baba.

  3. Son bichos. Como no me gusta generalizar alguna había que se le podía mirar a la cara, pero no he visto una pléyade más grande de gente grosera, soberbia, altiva y con mala leche en mi vida.