Omán sexta parte – Sur y de vuelta a Moscate


Arabian Tour 2005

Son ya diez días relatando mi diario del viaje y no dejo de insistir en el orden adecuado de las historias, que es el siguiente: Comienzo del viaje, Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, Moscate, Camino de Sur y Sur, primer y segundo y tercer día. Ya va quedando menos, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho, ya que te has perdido un montón de cosas.

Mi último día en el complejo ese secreto. Me levanté temprano, con la obsesión de los insectos venenosos. También quería hacer algunas fotos de las montañas de alrededor y cuando vamos a trabajar no tengo tiempo, así que a las seis menos diez de la mañana correteaba yo por el campamento haciendo fotos mientras escuchaba el canto de algún animal exótico en la lejanía. Me encontré la cama llena de hormigas, que al parecer habían dormido conmigo. Tengo unos picazones por la cabeza terribles. Las cabronas mordían. Me dio un poco de miedo matarlas, porque parecían violentas, pero un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. En el baño seguí practicando mi baile del boxeador. Gracias a Dios me afeito con maquina eléctrica, que si no hubiera acabado bonito.

Tras el desayuno me agarró uno de los amarillos para algo que ellos denominan desmovilización. Según parece, el día que llegué al complejo me movilizaron y al marcharme este día, invertían la coña esa. No sé muy bien de que se trataba, pero en veinte minutos eché diecinueve firmas. Pusieron mi nombre en un panel en el que se anuncia los que escapan del campo, firmé mi informe mega-detallado con las actividades realizadas, que lo creáis o no, trabajé como un mulo y la versión reducida para los japos era de seis páginas. La gente que trabaja por allí se quedó sudando cuando lo vio. Algunos hacen un informe de media página y yo les pormenoricé todo lo hecho con un nivel de detalle abrumador. Esto debe ser algún tipo de virus que he cogido en los Países Bajos, porque yo antes era muy gandul para esto, pero ahora, me das diez minutos y te hago un documento que arranca lágrimas de placer a todos los gerentes y directores. En fin. Lo malo de todo este trapicheo es que el japonés me decía que o me quedaba un día más, o no me pagaban el hotel en la ciudad. Le expliqué con todo lujo de detalles que yo me marchaba ese día y que por mí se podían meter su hotel por el recto pa? dentro, que mi empresa me lo paga sin problemas. Lo único que le pedí es que me reservara hotel en el centro de la ciudad. El japonés, como desconoce la palabra no siempre afirma, pero uno nunca sabe si ha comprendido. Esta gente tiene un serio problema para reconocer su ignorancia. Te preguntarán la misma cosa veinte veces y después de cada explicación les dices si has comprendido y te dirán que sí e inmediatamente después te volverán a preguntar lo mismo.

Tras acabar hasta los ganglios del asiático, me fui al edificio principal a comprobar si mi morita y el omanita habían adquirido el conocimiento con aprovechamiento. Creo que no lo he dicho, pero como he escrito esto durante varios días, que Dios me perdone si me repito. Cada vez que entré en ese complejo de edificios intenté colar la cámara para hacer fotos y en todas las ocasiones me la interceptaron los de seguridad y tuve que dejarla con ellos. En realidad lo que están haciendo en ese sitio es una ampliación, así que hay una zona en construcción, bastante amplia, que es donde está el campamento y nuestro cuartel general y una zona en explotación, que es donde está la chavala y el chaval con los que he trabajado y también todo el equipamiento que yo he instalado. En la parte en obras la seguridad es de risa, más que nada un paripé en el que los de seguridad revisan nuestras guaguas y coches sin mirar porque somos blancos mientras que con los hindúes se ensañan bastante. En la zona en explotación la cosa es bien distinta, con unos estrictos controles de seguridad que llegan hasta niveles obsesivos. Hay que pasar por torniquetes continuamente y tienen comprobaciones continuas y aleatorias del personal. Mi portátil fue registrado hasta la médula, al igual del resto de morralla tecnológica que llevo siempre conmigo.

recepcionistaDespués de camelarme a la morita durante días y de bromear con ella, conseguí que consintiera en que le hiciera una foto. Espero que sepáis apreciar este pequeño detalle para con vosotros. El problema de la cámara lo subsané a base de relaciones públicas. Me enteré de uno que tenía una cámara dentro del edificio y me la dejó. La cámara era de la prehistoria digital, de esas Sony que hacen las fotos y las graban directamente en floppies, pero mejor eso que nada. Como no quiero que esta mujer sufra represalias, he alterado un poco su cara. El vestido que lleva es el que usan el noventa y nueve por ciento de las mujeres que he visto. Cuando saqué esta foto estaba hablando por teléfono con alguien que llamaba al edificio. No hay nada falso en esta imagen. Los que se fijen bien, verán en la pantalla del ordenador la aplicación que yo le instalé y que la mujer usa divinamente. Mi tarea eran dos equipos con ese software y otro más complejo que está en la sala de servidores. En esa sala es totalmente imposible entrar cámaras, aunque lo intenté, ya que siempre nos gusta poner en la portada de nuestros informes una foto del equipo que instalamos/actualizamos para que los colegas de la empresa se hagan una idea de lo que hemos hecho. En esta ocasión mi informe irá con la foto que vosotros estáis viendo en primicia mundial.

Por la mañana le dí los últimos consejos al omanita. Mi tarea estaba completa, pero él aún tenía que realizar una serie de cosas que no estaban en el contrato con nosotros. El hombre estaba aterrorizado porque no sabía como hacerlo, así que lo ayudé durante todo el día. Fui a comer con mis colegas, el almuerzo final, en el que me arriesgué con la comida hindú. Picante como ella sola, pero muy sabrosona. Tras el almuerzo y mientras los demás hacían la siesta en sus contenedores con aire acondicionado, yo aproveché para hacer más fotos. No es nada agradable el andar a mediodía con más de treinta y cinco grados bajo el sol, pero bueno, sólo se va por aquellas latitudes una vez en la vida.

Me quedaba una hora para marcharme y no me apetecía nada ir de nuevo a la oficina, sobre todo por no tener que aguantar a los gilipollas cabezudos de cierta isla en el océano pacífico, por lo que me volví al edificio principal. Sucedió que mi omanita se marchaba de vuelta a Moscate a las tres de la tarde para pasar el fin de semana, que en estas tierras es jueves y viernes. El colega me dijo que si quería el me llevaba. Cambié mis planes inmediatamente y llamamos a los japoneses de mierda para informarles que no les iba a ensuciar su transporte. Como en toda la mañana no me había molestado en hablar con el que me arreglaba lo del hotel, lo llamamos y el muy hijo de la gran puta, a base de decir que sí, me había puesto en el mismo hotel que cuando llegué al país, uno que no está mal pero que de céntrico no tiene nada. Mira que le repetí veces que quería uno en el centro y que puesto que mi empresa lo pagaba, me daba igual el precio. Pues nada, el retardado venga a decirme que sí, que sí y a agitar ese pedazo de calabaza que llevaba sobre los hombros, que parecía que nevaba de toda la caspa que levantaba con tanta agitación y al final me colocó en el hotel cercano al aeropuerto (que está a treinta y siete kilómetros de la ciudad).

El omanita me dijo que se duchaba antes de salir, así que me ofreció un ordenador con conexión a internet para la espera. Como estaba en un área en la que yo no tenía acceso, nos tuvimos que camelar a la tía de seguridad para que activara mi pase para esa zona. Yo en estas labores soy de lo mejorcito, así que en un par de minutos la mujer reía como loca, me cuidaba la maleta y el portátil y se había pasado por la pipa del chichi todos sus protocolos y procedimientos de seguridad. Algún totorota como siempre pensará que soy un exagerado, pero estas cosas las hago yo casi a diario. Si no fuera tan inmodesto diría que es carisma, pero prefiero pensar que tengo un buen ángel de la guarda. En esos veinte minutos minutos limpié el spam que había llenado esta bitácora y activé la moderación nuevamente. Me sorprendió que aparte de los habituales casinos y demás, sólo hubiera un comentario de un acarajotado y que borré en ese mismo instante.

Cuando volvió de su ducha, abandonamos Sur en el coche del amigo omanita. Me sorprendió porque durante todos estos días yo lo había visto vestido de forma occidental y de repente llegó con la típica camisola blanca y el gorrito de los folclóricos locales. En realidad, lo vi venir a buscarme y no lo reconocí. En señal de respeto hacia mí condujo moderadamente y sólo tardamos cinco horas en llegar a la ciudad. Me dijo que cuando conduce sólo se hace el trayecto en la mitad de tiempo. Yo lo animé a correr, pero el no quiso. Intenté hacer fotos de los camellos salvajes pero no tuve éxito. Siempre que los veía estaban o muy lejos o me ponían el culo y yo lo que quería era una foto de frente. Otra vez será. Nos pasamos el viaje hablando. El hombre, ya fuera del complejo, se soltó y fue una conversación muy interesante. Esta gente, pese a todo lo que ha cambiado su país en los últimos treinta años, son muy normales y civilizados. Tienen una mentalidad bastante abierta y no tuvo ningún reparo en soltar un taco de cuando en cuando. Yo, que llevaba desde que salí de Holanda conteniéndome y estaba a punto de reventar, aproveché para deshacerme de unos cuantos de los que tenía guardados. A pesar del tipo de ropa que usan, los omanitas no discriminan tanto a sus mujeres como los saudíes u otros de sus vecinos. Respetan, eso sí, las normas del Islam, pero tienen una interpretación bastante ligera de las mismas.

Cuando llegamos a mi hotel se ofreció a llevarme al centro de la ciudad y dar un paseo. Con los árabes el rechazar una invitación es una ofensa muy grande, o al menos eso he leído, así que acepté.Zoco de Mutrah Fuimos a Mutrah y me llevó al zoco. A pesar de ser cerca de las nueve de la noche estaba lleno de gente. He hecho algunas fotos. El zoco es una experiencia fascinante. Los vendedores te acosan para que les compres. Se lanzan poco menos que encima de uno. Comimos algo en uno de los bares de por allí, aunque me negué a entrar hasta que me juró que yo pagaba la comida, que después de las molestias que se estaba tomando el hombre era lo menos que podía hacer. A falta de alcohol, esta gente se pega unos zumos de frutas tropicales del carajo. Siempre son frescos. Me tomé un zumo de mango y manga que estaba de morirse. Por descontado que hubiera preferido una cerveza fresca, pero no se puede tener todo. El precio de la cena fue escandaloso. Ambos comimos por dos riales y seiscientos baisa, lo que equivale a poco más de cinco euros. Paseamos por la Corniche, que es el frente marítimo de la ciudad y después continuamos el paseo en coche. Me dejó en el hotel bastante tarde y he de agradecer públicamente el exquisito trato que tuvo conmigo. Como viajará a los Países Bajos para hacer un curso dentro de unos meses, le devolveré el favor y me lo llevaré de turismo. También he de decir alto y claro que mi visión de su mundo y de su cultura ha quedado fuertemente influenciada por el trato y por la actitud que tanto él como la chica con la que estuve, tuvieron hacia mí. Hablamos bastante de política y he de decir que tenemos puntos de vista más parecidos de lo que pensaba. Sobre el hotel, se me olvidó comentar que el cabrón de mierda nipón mandó el fax mal y la chica pensaba que me iba esa misma noche. Le expliqué que me iba al día siguiente y lo arreglaron. En la habitación me enganché como una perra a ZeeTV, el canal hindú. Esas películas musicales de tres horas con un doblaje patético son la hostia. Aunque no entiendo nada, me parto la polla de risa con las escenas del tipo papuchi le susurra a su hija en la cama algo antes de que se duerma, por supuesto cantando y al día siguiente la hija anda acosando al cangril de Bombai, al que por descontado el padre no puede ni ver. Me quedé dormido acordándome en la puta que parió al cabezudo amarillo y no me olvidé de mencionarla varias veces en mis oraciones para que mi Dios tome buena nota y a esa la mande pa?l coño por haber parido y educado esa mala bestia.

Esta historia continúa en Omán séptima parte – Turismo en Moscate I

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