Origen


Si yo fuera director de cine, andaría siempre buscando que me den los trabajos para grabar los orígenes de lo que sea. No se por qué pero es algo que me fascina. Cuando estoy en las Canarias me siento como en un parque temático de mis Orígenes, un lugar en el que hay lugares que me recuerdan cosas, otros que conozco aunque no se por qué y en donde me muevo siempre con la sensación de andar bordeando los orígenes de todo.

Relacionado con los orígenes aunque de pasada o tangencialmente tenemos otra de esas matraquillas con las que mato el rato y tema recurrente que visito casi siempre cuando estoy en Gran Canaria. La razón seguramente está en que durante unos días, desconecto de las cuatro o cinco cosas que hago o maquino en paralelo y súbitamente, mi cerebro se encuentra con que estoy caminando en una playa en un acto mecánico que me lleva desde un extremo de la misma al otro para regresar al origen y repetir. Una parte de mi capacidad de procesamiento está ocupada escuchando un audiolibro, captando la historia como solo se puede hacer de manera oral, ya que os digan lo que os digan muchos sub-intelectuales, leer es una manera poco óptima de adquirir conocimiento y escuchando, si lo sabes hacer, la información te llega de manera más directa. Lo dicho, que estoy andando, tomando el sol mientras lo hago y escuchando un audiolibro y a falta de otra cosa, desarrollo ideas absurdas, casi siempre orientándolas hacia cosas que quiero escribir en mi diario, bitácora, blog o como lo queráis llamar.

El domingo leía un artículo en la prensa sobre como las contraseñas son intrínsecamente inseguras y como ese sistema de protección está agotado y hay que cambiarlo y pensaba en mi particular aproximación al mismo, con unas ochenta contraseñas distintas, todas hechas con letras, números símbolos aleatorios, de tanto tamaño como permitan los lugares en los que las uso y agrupadas en un pequeño arcón digital con una única contraseña que las protege a todas. Cada año, en enero, pierdo un par de horas de mi vida yendo de lugar en lugar y cambiando las contraseñas por nuevas, si es posible más grandes y complicadas y se que si alguien consigue una de las contraseñas, su gozo se transformará en cabreo cuando averigüe que todas las demás son distintas y no tendrá acceso a nada más. Pese a todo este esfuerzo protector, estoy de acuerdo en que lo de las contraseñas es una causa perdida y que hay que cambiar, ya que no puedes confiar tu vida a palabras y números como el nombre de tu hija y el año en el que nació o similares, métodos que muchísimos adoran.

Siguiendo con esta línea de pensamiento, pensaba en aquellos que tienen perfil en el CaraCuloLibro, o feisbuc o como lo queráis llamar. Entregas una desproporcionada cantidad de información sobre tu vida y lo que es peor, les das la red de relaciones que orbita en torno a ti. Cualquier ordenador, bien programado por un ente maligno, puede adquirir toda esa información y usarla en tu contra. Por ejemplo, a la hora de averiguar tu contraseña, en tu CaraCuloLibro están los nombres de tu marido, tu mujer, tus hijos, sus fechas de nacimiento y otro montón de datos. A veces ni siquiera hace falta llegar tan lejos. Uno de los métodos favoritos de los ladrones más espabilados es seguir a sus víctimas y cuando comienzan a fardar de vacaciones y a poner sus fotos, acuden a esas casas que saben vacías a robarlas. La policía y los seguros holandeses ya advierten a lerdos y estúpidos del peligro gigantesco que tiene el proclamar a los cuatro vientos que te has ido de vacaciones, sobre todo cuando tu círculo de amigos tiene más de mil contactos y hasta los amigos de tus amigos lo pueden saber todo de ti.

Paradójicamente, yo practico una política de puertas abiertas que suministra información pero que al estar desprotegida, colocada en un lugar público y dosificada de manera caóticamente estructurada, no acaba de interesar a muchos. La mayor parte de mis amigos sabe de la existencia de mi blog pero son muy pocos los que lo leen. Pese a ello, siempre, a la hora de escribir, en el origen de cualquier texto, hay tres preguntas que tengo que responder: ¿Qué, cómo y cuándo? Las tres tienen sus respectivos niveles de seguridad para evitar daños colaterales. Qué quiero contar es el núcleo de cualquier anotación. Hay una foto, una idea, un suceso, un viaje, una película, una receta, una estupidez, algo que me enoja o cualquier otra cosa. Es el producto en su estado más puro, sin distorsionar y por eso lo siguiente que me pregunto es cómo lo quiero contar y ahí es donde los engranajes comienzan la distorsión, establezco límites, cambio detalles o los elimino, transformo el continente para que el contenido, estando ahí, no pueda producir un daño. Es la parte más difícil a la hora de tener un diario público, codificar la información, esconderla bajo capas que la protejan y si no puedes, evitar darla. Finalmente, viene el ¿cuándo? y ahí añades una nueva barrera protectora. Si narro un viaje y lo hago cuando ya he regresado, cualquiera que lo quisiese aprovechar para entrar en mi casa, llegaría tarde. A todas estas habría que asumir que ese julay ha obtenido la dirección, algo complicado ya que por defecto, todas mis fotos tienen bloqueado el mostrar el lugar en el que han sido hechas y yo me guardo mucho de acotar la ubicación de los escenarios. Me da igual que se sepa en qué hotel he dormido la semana pasada pero sí que no quiero que alguien se presente en la puerta de la casa del Rubio porque yo le he indicado el camino.

Esas tres preguntas, con la elaboración adecuada son suficientes para crear un pequeño filtro que es justo el ingrediente esencial del que carecen las redes sociales. Yo quiero comunicar algo, pero no quiero que esa transmisión de información sirva como arma en mi contra.

En fin, que igual el sol está terminando por afectarme.

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Una respuesta a “Origen”

  1. Lo que está muy claro que si nos quieren robar no hace falta que pasen por la rueda de Santa Catalina que describes, saben que sales muy fácilmente, al trabajo o donde sea y si son medio profesionales, date por robado, el único chance es que no pretendan robarte, ni alarmas ni hostias perlíferas impiden un robo, lo único es que si se es pobre como las ratas -como yo- nadie está interesado en mis mierdas de posesiones, pero lo mejor es un seguro de robo y eso si que lo tengo, para las cuatro cosas que tengo, como todo el mundo…
    Salud