La serie de imágenes más extensa que hay en la bitácora corresponde a las Bicicletas. Hemos visto ciento y pico y todavía, prácticamente cada semana tenemos alguna nueva. En junio del año 2009 le tocaba el turno a una Winther Kangaroo que creo que me crucé en Bussum, una ciudad (o poblacho) cercano a Hilversum a donde había ido durante la hora de paseo del mediodía a hacer unas diligencias con mi amigo el Moreno. Hoy volvemos a recordar esa imagen y le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Esto es la guerra – This Means War
Aquí se ha dicho y se ha repetido hasta la extenuación que soy todo un experto cuando se habla de las comedias románticas. Frente a toda esa gente que las ve como algo negativo, yo me lo paso muy bien en las que están bien hechas y sabiendo que es cine para consumo inmediato y sin efectos secundarios, no me preocupa en absoluto. La última de estas comedias que he ido a ver es This Means War y tampoco me avergüenza reconocer que la he visto dos veces ya que me divertí y el otro día quería ir al cine y no había nada más que mereciera la pena. En España parece que se estrena este fin de semana con el título de Esto es la guerra.
Una julay con el piporro en fase efervescente se encoña de dos chamos que resultan ser más mejores amigos y que poco menos que se clavan puñales en la espalda por ser el que le meta el churro a la otra en su agujerito y le solucione el problema de donut tan grande que tiene
Dos amigos, espías de la CIA y como que pertenecientes a la élite del gremio conocen a la misma mujer por separado y ambos se enamoran de ella. En ese momento arranca una competición entre ambos por ser el que gane el corazón de la chica solo que se trata de dos hombres con un montón de recursos y que no dudarán ni un solo microsegundo en usarlos en su beneficio. Ella, pillada en medio de este fregado, lo único que quiere es que alguien le ponga la pierna encima para no levantar cabeza y para cuando lo consigue, se pone que parece una folclórica en la feria de Abril.
Recordemos que una comedia romántica debe tener risas, algún momento dramático y un final feliz. Esta tiene todo eso y más. Yo de siempre he sentido algún tipo de atracción animal por Reese Witherspoon y gracias a que nadie lee esto no se sabrá que en su momento fui al cine a ver Legally Blonde y me gustó un montón. Se le empiezan a notar los añillos pero vamos, sigue igual de divertida y cachonda y tiene una voz divertidísima, algo que por descontado desaparecerá de la versión doblada al castellano. La rodearon de dos chamos de estos que tienen músculos por todos lados y quedan bonitos en pantalla. Lo cierto es que si ella es buena, las escenas de tensión entre Chris Pine y Tom Hardy son la monda. Al primero lo conocemos por ser el nuevo y mejorado capitán Kirk en Star Trek y al segundo por sus movida en Inception el año pasado. Por algún misterio que no se puede ni explicar, hay un montón de química entre ambos y la protagonista y si hay suerte y alguien más lo nota, igual hasta los vuelven a juntar para otras películas. El tema nos pilla a todos de refilón ya que hay mucha movida de amistad y tal y tal y de traiciones entre amigos, algo en lo que quien más y quien menos tiene alguna experiencia.
Me divertí y de eso es de lo que se trata. Totalmente recomendada para salidas de grupo con todo el Clan de los Orcos, incluyendo las hembras.
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Nieve en Hilversum en el club de las 500
Hoy tenemos una foto prehistórica, una de las que más tiempo lleva en la bitácora. Apareció por primera vez en marzo del año 2005 en la anotación Nieve en Hilversum y retrataba una escena de bicicletas frente a la estación. Ha llovido tanto desde entonces que las bicis ya no se aparcan en ese lugar, la estación recibió dos nuevos andenes y el billete de entrada al Club de los Intercity y en el lugar que ocupaban estas bicis hay ahora una preciosa explanada con hierba. En fin, que el tiempo pasa y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Veredicto
El otro día salía temprano del trabajo para pasar por mi médico a escuchar los resultados del análisis que me hicieron. Como no cuela el ir en la hora libre ya que fui haciéndome el enfermo moribundo, pedí hora y me la dieron para las tres y media. Mirando el lado positivo, salí del trabajo a las dos y media, todo un lujo. Ese día hacía calor pero se supone que estoy enfermo así que cerré la chaqueta de invierno y me di un carrerón de cuidado hacia la consulta del médico. Llegué sin aliento y más sudado que el coño de una azafata de aerolínea de costo bajo. Cuando voy sin pedir hora siempre me atiende en cinco o diez minutos pero cuando tengo cita acabo esperando veinte minutos, lo cual ratifica que lo aleatorio funciona siempre mucho mejor que lo programado.
En la consulta, esperando turno, una chica con algo raro. Me senté a la mayor distancia posible de ella porque sí, todos somos bellísimas personas y deseamos todo lo mejor, siempre, pero a la hora de la verdad, la cara de asco y repulsión no la puedo esconder y cada vez que aquella se aproximaba en mi dirección diez centímetros, yo metía veinticinco adicionales. Cuando entró me fijé que se sentó en el asiento de la izquierda y tomé nota mental para yo usar el de la derecha. Seguí esperando, jugando al Jetpack, mi nuevo juego favorito y que por supuesto aún no está para los teléfonos de los pobres con el Androitotorota. Cuando la chama salió de la consulta, dejé pasar los segundos para que el médico fumigara el despacho y hasta puede que hiciera un exorcismo y una vez estuve seguro de que no pillaba nada, entré. Me senté en el asiento derecho y el médico empezó a leerme los resultados de los análisis.
Azúcar, perfecta; colesterol, perfecto; recuento de la bonoloto, perfecto; primitiva, perfecto; sincronismo, perfecto; asincronismo, aún más perfecto y así hasta el infinito. Según el médico no había nada anormal en mi estado y aún menos se podía explicar esta primera Edad de Oro que estoy viviendo en la que mi peso ronda los sesenta y tres kilos, cuando no hace mucho yo era un ser obeso de sesenta y cinco. El médico me pesó, me midió, calculó mi porcentaje del no-se-qué, el cual estaba por el lado bajo pero dentro de lo normal y después de charlar un poco me dice que seguramente el problema es que no como bien. Saco mi dispositivo mágico y maravilloso o eso que los guanabí llaman iPhone y le empiezo a mostrar una pequeña selección de las cientos de fotos de comida. Me centré en lo que comí desde mi anterior visita. El hombre escribió en el informe: el capullo este come mejor que yo, así que la comida no puede ser. Al final, lo ha acotado a dos posibles causas. La primera es la tensión por la ronda de despidos, la cual según él me hace perder peso. No debe leer mi bitácora porque yo desde que era chiquitito siempre quise que me despidieran de una empresa. Además, si eso fuera así, en alguna de las siete u ocho rondas anteriores habría perdido peso y lo normal es que engordara porque la ansiedad me daba por encochinarme. La segunda causa puede ser algo que habría que seguir investigando, unas lombrices o similares. Digo yo que si son lombrices las tienen que pasar putas porque yo jiño unos troncos que parecen de hormigón y si no que se lo diga a la desgraciada que tuvo que limpiar el retrete que atoré en Bangkok hace diez meses (y ese no fue el único retrete que tupí en el 2011).
Como yo no estoy por la labor de que me hagan pruebas a porrillo y visto que todo sale bien, hemos acordado que a menos que baje de sesenta y dos kilos, lo dejamos estar. Me ha dicho que tenga mucho cuidado, sobre todo con mis amigas las OBESAS porque con esos cuerpos mastodónticos, me pueden aplastar o arrear un porrazo de cuidado. Para celebrar que no engordo, me compré un bote de 150 ml de nata para montar, la preparé con un poco de azúcar y me encochiné que no veas para los postres. Bueno, eso fue después de regresar al centro de la ciudad y ya que era temprano meterme en el cine para ver una películ por segunda vez.