La vida sigue y da igual lo que nos suceda, debemos mirar adelante y seguir haciendo camino. El jueves me preguntaba ¿Por quién tañen las campanas? y el viernes, aún con la empresa en estado de shock tenía medio día libre porque llegaban unos amigos a visitarme a Holanda. He esperado nueve años para poder recibirlos y abrazarlos en el aeropuerto y por fin ha sucedido. Durante los tres días que han pasado conmigo no hemos parado, he tratado de maximizar su visita y que no solo vean tanto como sea posible sino que además descubran las cosas que me han enamorado de este país.
Comencé a preparar su visita el jueves, cocinando. Hice una Tarta de quesos Ricotta y Mascarpone y avituallé mi nevera para los días siguientes. El viernes, a las doce, salía de mi trabajo y cogía el tren para volver a Utrecht, ciudad en la que debía recoger el coche que había alquilado. En la penúltima parada el tren se quedó quieto. Pasaban los minutos y no se movía. Finalmente vemos al revisor y alguien le pregunta por la razón de la detención. Nos dijo que un totorota se había trillado los dedos al intentar detener las puertas que se cerraban y el tren lo había arrastrado unos metros. Al poco anunciaron por la megafonía del tren que debíamos cambiar a otro que entraba en la estación. Llegué con algo de retraso y recogí el coche sin problemas. Para cuando aparqué en el aeropuerto mis amigos ya me esperaban. Fue un momento de gran felicidad, FINALMENTE estaban en mi tierra. Salimos desde allí en dirección a Lage Vuursche en donde íbamos a almorzar. Llovía a cantaros y por eso no paseamos por el bosque pero al menos pudimos comer Pannenkoeken en uno de los restaurantes típicos de ese lugar. Después dejamos las cosas en mi casa y nos fuimos al centro de Utrecht en donde paseamos y cenamos, ya sabéis, el Oudaen, uno de mis restaurantes favoritos.
El sábado les preparé un desayuno de campeones que incluía entre otras cosas mis archiconocidas Magdalenas y Huevos revueltos Masala. Con las barrigas a punto de reventar salimos para Amsterdam, lugar en el que hicimos las paradas habituales. Después de unos años sin entrar, volví al museo de Van Gogh porque mis amigos querían verlo. A mí su pintura no me impresiona (por no decir que me deja indiferente) pero bueno, me sirvió para volver a hacerme la tarjeta de museos y este año estaré visitando tantos como pueda. Cenamos en el Kantjil & de Tijger y después fuimos paseando hasta el barrio Rojo para verlo por la noche.
El domingo un nuevo desayuno mastodóntico con Pannenkoeken caseros y fuimos a Zaanse Schans y tras alucinar con los molinos de viento continuamos hacia Volendam y Marken Para cuando terminamos estábamos todos muertos y volvimos a mi casa en donde yo iba a preparar una cena holandesa con Erwtensoep y Stamppot Boerenkool, un plato típico que por dejadez nunca he añadido a mi pequeño libro de Recetas de cocina, una falta que subsanaré próximamente. Al día siguiente nos levantamos tempranísimo para llevarlos al aeropuerto y desde allí me acerqué a dejar el coche en el concesionario y recobrar el ritmo normal de vida. Espero que ellos hayan disfrutado tanto como yo y confío en que no tarden otros nueve años en volver a visitarme.
El lunes al llegar al trabajo la gente seguía sin creerse lo que había sucedido el jueves. Parece mentira que vivamos lo de las rondas de despido prácticamente dos veces al año y todavía haya alguno que no sepa como asimilarlo.