Distorsiones

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  • Distorsiones de verano

    27 de junio de 2009
    Distorsiones de verano

    Distorsiones de verano, originally uploaded by sulaco_rm.

    Manteniendo una de las tradiciones de esta bitácora con el cambio de estación llega el cambio de chaqueta y nos ponemos cómodos para pasar los calores veraniegos con el aspecto que hace el número veinte en la historia de Distorsiones. La imagen de la parte superior abandona el marco redondeado en sus esquinas y las sombras y el nombre de la bitácora asciende un poco.

    La imagen es un recorte de una que hice en Cameron Highlands en mayo durante el viaje a Malasia. Las dos barras laterales adquieren un ligerísimo tono celeste que parece nacer en la imagen superior y los circulitos que indicaban cada línea en dichas barras se convierten en pequeños cuadrados. Por lo demás, tonos azules y más de lo mismo así que aunque solo lo he revisado en Safari y Firefox, debería funcionar sin más problemas en cualquier otro navegador.

    Como siempre, podéis mencionar en los comentarios los fallos que veáis y ya procuraré revisarlos y arreglarlos si fuera necesario.

    Y ya que hablamos de la maquinaria que mantiene le tinglado aprovecho para comentar que el otro día renové el dominio y quien quiera hacerse con el preciado nombre de Distorsiones se tendrá que armar de paciencia ya que está pago hasta el 17 de abril del 2014. Sobre el alojamiento de la bitácora, en septiembre se vencen los dos años que compré en Dreamhost e igual que sucedió hace dos años se abrirá un periodo de donaciones con derecho a enlace en la seccción V.I.P. de la barra lateral. Recordaréis que hace dos años los generosos donantes pagaron un año y yo puse la misma cantidad y pagué otro. El nivel está muy alto así que veremos lo que sucede.

  • Dangerous World Tour

    26 de junio de 2009

    Un evento tan extraordinario y triste como la muerte de una persona es suficiente para lanzar una descarga que despierta esos recuerdos que duermen en lugares recónditos de nuestro cerebro y que creíamos perdidos. Así sucedió esta mañana cuando me enteré de la muerte de Michael Jackson, un cantante que digan lo que digan marcó una época y será recordado durante mucho tiempo.

    Los recuerdos se remontan al año 1993 en su mes de septiembre. Era el último concierto de la Dangerous World Tour en Europa y tenía lugar en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Durante semanas machacaban en la televisión y la radio con anuncios para que la gente comprara entradas y fuera al concierto. Había cuarenta y cinco mil a la venta y su precio era exorbitante para la época, cinco mil pesetas de hace dieciséis años. Como muchos de mis amigos, me compré mi entrada para ir a verlo en Tenerife. Por primera vez uno de los GRANDES venía a las islas Canarias, siempre dejadas de lado en las giras mundiales. Era el concierto del milenio, lo más espectacular que posiblemente tendríamos ocasión de ver a menos que salieras de las islas. Era una época sin teléfonos móviles y con una lentísima Internet en los laboratorios de la Universidad. Curiosamente, en ese tiempo ya tenía una de las dos direcciones de correo electrónico que uso en la actualidad y cosas como los navegadores sonaban a ciencia ficción pura y dura. La piratería era a golpe de cinta de cassette y de aquellos maravillosos radio-cassettes dobles que nos permitían duplicar los originales.

    Yo iba al concierto con el que por esa época era uno de mis mejores amigos, o quizás el mejor, una amistad que se perdió en el tiempo cuando nuestros caminos tomaron senderos distintos. Muchos otros compraron sus entradas y todos teníamos problemas para encontrar alojamiento ya que el traslado a Tenerife implicaba pasar allí al menos una noche aunque creo recordar que incluso se fletaron ferrys que llevaban a miles de espectadores desde Gran Canaria y una vez acabado el concierto los devolverían a la isla redonda. En nuestro caso mi padre nos solucionó el problema logístico a través de un amigo suyo que nos permitió quedarnos en su casa con sus dos hijos ya que él y su esposa estaban fuera.

    Viajamos a Tenerife en un ferry abarrotado de gente que mayormente iba a ver el concierto. Una vez en la ciudad todos nos distribuimos. Nosotros nos quedábamos en el barrio pijo y al entrar en la casa flipamos en colores. La familia que nos cobijaba eran obesos, los cuatro, pero de los que te dejan con la boca abierta. Los dos hijos parecían bolas enormes con grasa sobresaliendo por todos lados. Mi asombro llegó al máximo cuando fui al baño y vi que en el retrete solo estaba la cerámica, no había tapa ni asiento. Creo que ese fin de semana me lo pasé subiéndome al retrete con zapatos y todo y jiñando en cuclillas.

    Por la noche del primer día y antes de salir de marcha los hijos nos invitaron a comer. Sacaron de un congelador enorme tres bandejas de chuletas, una cantidad brutal. Cada uno de ellos se jincó una bandeja y la restante era para nosotros aunque un kilo de carne para dos y medio saco de papas fritas me parecía demasiada comida y ellos se terminaron comiendo parte de nuestras chuletas. Con el asombro en el cuerpo salimos y nos fuimos con los colegas a pasarlo bien. El sábado transcurrió haciendo un poco de turismo y de resaca, con sesiones masivas de comida en aquella casa.

    En esos días si encendías la tele o la radio solo oías proclamas invocando el orgullo chicharrero y exhortando a la gente a comprar entradas para demostrar al mundo que allí también se podían hacer conciertos de ese calibre. Los comerciales eran terribles, daba igual quien era el cantante que venía, se trataba de salvar a cualquier precio el orgullo y la raza.

    El domingo, el día del concierto, la ciudad amaneció hirviendo por la tensión de saber que allí sucedería el evento más grande del universo. La gente estaba en la calle desde primera hora, unos con entrada esperando a que abrieran las puertas y otros con envidia en los ojos mirando lo que sucedía. El concierto era en el recinto portuario, crearon una especie de rockodromo cerrado con contenedores levantando un muro enorme para evitar a los mirones. El problema era que para llegar hasta allí había que caminar casi un kilómetro (o quizás incluso más) por la carretera de entrada al puerto y habían vallado la zona para controlar al comienzo. Estábamos con el grupo de amigos cuando con tiempo suficiente decidimos marchar hacia allí. En las puertas aún cerradas se acumulaba una multitud histérica, muchos con camisetas y demás objetos del Rey del Pop. De boca en boca circulaban noticias no confirmadas sobre lo que hacía Michael Jackson desde que llegó a la isla, los sitios en los que había estado o lo que había comprado.

    A nuestro alrededor la muchedumbre era la más extraña que se haya visto nunca para un concierto. Por culpa del llamamiento al orgullo y a salvar el evento lo que consiguieron es que muchos de los que compraron entradas eran familias completas, con la abuela y el abuelo y que iban allí para demostrar que Santa Cruz de Tenerife sí que puede ser la capital del Universo y una ciudad de primer mundo y no el poblacho lleno de gente con complejo de inferioridad y envidiosos de la primera ciudad del archipiélago. En el momento en el que se abrieron las puertas comenzó una carrera inaudita para conseguir un buen puesto en la que los jóvenes dejábamos atrás a las familias y todos nos dábamos codazos para llegar los primeros. Aún faltaban unas tres horas para el concierto. Nuestra posición fue justo enfrente del escenario y a unos metros del lugar en el que debía actuar Michael Jackson. La espera la pasamos conversando y con la gente coreando y gritando. Con tanto patriota, aquellos que eran de la isla lo que coreaban era Tenerife, Tenerife y parecían olvidarse que allí no estábamos para celebrar el nombre de una isla sino para ver al Rey del Pop. Según se acercaba la hora crecía la excitación y los cánticos. En el momento en el que comenzó el concierto creo que nos volvimos locos.

    Aunque había estado en otros conciertos antes de ese, en realidad lo considero mi bautismo en ese tipo de eventos. Fue algo como nunca antes había visto. Era un ESPECTÁCULO total, con música y una actividad frenética en el escenario. Coreamos las canciones y si nunca has entendido como la gente se puede poner como se pone en un concierto es porque no has estado en uno de verdad. En los interludios la gente le gritaba Tenerife, Tenerife y cuando preguntó a alguien de su equipo y se lo explicaron, se rebotó un poco porque él esperaba que se coreara su nombre. Supongo que nadie le habló de las circunstancias en las que se había preparado el concierto y de lo importante que era para los locales. De la capacidad para encandilar de Michael Jackson no me queda ninguna duda. Creo que todos lo amamos por eso mismo. Su forma de bailar era única y había momentos en que os juro que buscaba los cables que lo debían estar sujetando porque era imposible que alguien pudiera hacer lo que él estaba haciendo.

    En una parte del concierto se acordaba de su familia y hacía como que lloraba. Esa parte se le chafó porque la gente le empezó a corear lo de Ay, ay, ay, ay, canta y no llores y eso lo descolocó un poco. El concierto desgranó sus éxitos, uno a uno y para cuando terminó solo recuerdo estar en un éxtasis absoluto.

    Al acabar le gritamos hasta quedarnos afónicos pero no salió para cantar ningún bis y tuvimos que marcharnos con la ración que habíamos recibido. En mi cabeza resonaron durante días Billie Jean, Smooth Criminal, Thriller, Black or White o Beat It. Fue sin lugar a dudas uno de los eventos que han quedado grabados en mi memoria con todo lujo de detalles.

    Esta mañana al leer sobre su muerte recordaba lo bien que me lo pasé ese fin de semana y los muchísimos momentos que he disfrutado con su música a lo largo de mi vida. Me quedaré con ellos y desecharé todo el culebrón que ha acompañado a este juguete roto hasta el día de ayer en el que dejó de funcionar. Michael Jackson, descansa en paz.

  • Roque Nublo, la rana y el monje en el club de las 500

    26 de junio de 2009
    Roque Nublo, la rana y el monje

    Roque Nublo, la rana y el monje, originally uploaded by sulaco_rm.

    Hace cuatro años mi amigo el Rubio, su esposa y su hija estuvieron en Gran Canaria conmigo durante una semana y además de disfrutar de la playa, recorrimos la isla para que conocieran el lugar en el que se crió el Mito. Al subir a la Cumbre de Gran Canaria hice esta preciosa foto del Roque Nublo, la rana y el monje que vimos por primera vez en junio del 2005 y a la que hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.

  • La batalla de los gallumbos

    25 de junio de 2009

    Desde hace dos semanas estoy en plena guerra contra uno de los productos que he usado durante años. Cuando llegué a los Países Bajos allá por el año 2000 lo hice cargado de boxers, esos calzoncillos que son como pantalones y que técnicamente te dejan bien suelto y ligero. Creo que alrededor del año 2004 comenzó la transición y empecé a comprar otros que pueden ser más o menos largos pero la tela es elástica y se ajustan al cuerpo con la precisión de un guante bien puesto. Ambas series han convivido más o menos en paz hasta la semana pasada en la que un evento condenó a los antiguos boxers a desaparecer de mi vida.

    Estaba en casa de mi amigo el Rubio jugando en el jardín con sus hijos. Los tres nos revolcábamos por la hierba y nos perseguíamos sin tregua. De cuando en cuando hacíamos alguna locura y en una de estas el Rubio salió al jardín para ver lo que estábamos tramando y al ponerse en cuclillas algo estaba fuera de lugar.

    Por un lado de los pantalones cortos se salían ciertas partes que normalmente mantenemos a la sombra y el efecto era terrorífico. Le dije que un poquito de por favor ya que como visitante a la casa y por más que me cuenten como uno más de la familia, prefiero vivir sin tener que ver ciertas intimidades de mis amigos. Lo peor fue cuando me dijo que él no estaba haciendo nada que yo no hiciera y cuando me miro mi horror fue absoluto al ver que los míos también estaban al sol y se negaban a regresar a su caverna.

    Aún los recuerdo cuando recién cumplí los veinte años, pequeñitos y bien ajustados, allá arriba, en su posición ideal y no como ahora que cuelgan a medio camino de las rodillas y parece que al ritmo que van, antes de retirarme habrán llegado a las mismas. Me pasé el resto de la tarde sentado, sin moverme para evitar otro desafortunado incidente como aquel y al volver a mi casa comenzó la segregación en el armario para expulsar a todos esos boxers que ya no son capaces de ejercer la tarea que tenían asignada. Debido al complejo sistema de almacenamiento y ordenado que uso creo que no acabaré la tarea hasta dentro de unas cuatro o cinco semanas y esto también me ha servido para darme cuenta de la ingente cantidad de ropa interior que tengo. Calculo que entre unos y otros deben haber alrededor de setenta y para cuando acabe la limpiada seguirán quedando unos cuarenta. Con las camisetas ya he renunciado, soy adicto y lo reconozco. Hace años que superé el primer centenar y por suerte el armario es lo suficiente grande para albergar toda mi colección, la cual se sigue incrementando ya que en todos los lugares a los que voy de vacaciones me compro algunas. De Estambul me traje dos y de Malasia creo que fueron ocho en total, aunque allí se quedó una muy chula que me compré en Zaragoza con una rana y que ha batido el récord a la peor calidad en una camiseta. Ni siquiera las diecisiete que compré en Nueva York por diez dólares han salido tan malas como esa camiseta zaragozana que no ha conseguido superar su tercer lavado, deshilándose completamente una de las mangas.

    La batalla de los gallumbos me ha recordado lo importante que es en el proceso de adquisición el deshacernos de las cosas viejas, el vencer esa fuerza invisible que nos susurra en los oídos para que no tiremos nada y guardemos en algún lugar esa ropa que ya no usamos.

    Cuando acabe con la ropa haré una visita al ático de mi casa y seguro que me topo con un montón de trastos inútiles que se han ido escondiendo allí silenciosamente y puesto que no creo que los vuelva a usar en mi vida, mejor que salgan de la misma completamente y se vayan a otro lugar.

    Una cosa es segura, la próxima vez que esté en cuclillas no tendré las campanas al sol.

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