Recién salido de una escapada corta y casi embarcado en una de media duración y con un pie en la siguiente, no me queda mucho tiempo para todo lo que no sea logística de viajes, archivar copias de seguridad de las fotos, imprimir facturas online de este hotel o de aquella compañía aérea, reservar aquí y allá, averiguar cuál es la mejor forma de salir de un aeropuerto o de volver a otro y a todo este trajín se suman las citas sociales, los días de sol y calor en los que te apetece pasear por los canales viendo los pequeños y amorosos patitos que acaban siendo devorados por gatos y por unos peces enormes que se encuentran con estas semanas de exagerada fertilidad patuna y las aprovechan al máximo.
Con mis padres de visita en mi casa me faltan horas para todo lo que quiero y debo hacer. Mi frenético ritmo de películas se ha ralentizado y si no lo notaréis es porque tengo una bolsa llena de títulos de los que aún no he hablado.
Estos días en mi cabeza florecen nuevas historias para las que no tengo tiempo y que con suerte no olvidaré. Junto a ellas, escribo y escribo y sigo escribiendo para llenar los días en los que no tendré acceso a la red, o al menos no lo buscaré conscientemente, que uno no se va a Nueva York para dedicarse a mirar el correo y responderlo. También hago listas con las cosas que quiero comprar y elimino objetos de esas listas porque no los necesito aunque más tarde los vuelvo a poner y a quitar. Pasaré por las dos GRANDES tiendas de fotografía y allí me dejaré una pasta gansa y lo mismo sucederá en el GRAN TEMPLO DEL CONSUMO, la Tienda Apple de la Quinta Avenida. Por desgracia no llegaré a tiempo para el iPhone de segunda generación pero seguro que cae un Mac Mini que jubile al servidor que tengo en casa desde hace casi cinco años. Según el día me compro o me dejo de comprar un iPod Touch, aunque creo que finalmente iré a por el iPhone y así fusiono objetos de uso cotidiano.
En estos mismos días lleno mi agenda con los grandes hitos del verano: por una parte iré a ver el musical de Tarzán, en ¡holandés!, cantado por toda una preciosidad llamada Chantal Jansen. Eso será en Julio y el dos de septiembre, a las siete y media de la tarde, comenzaré a gritar reposeído por el espíritu de la MÁS GRANDE porque ya tengo mi entrada para el concierto de la Divina, la ?nica, la Incomparable MADONNA en el Amsterdam Arena y en esta ocasión estaré en el césped del estadio. Será mi tercera experiencia religiosa con la Reina.
Cuando tengo algún segundo libre en estos días reviso las páginas de todas las compañías de bajo costo que vuelan desde Holanda para empezar a buscar destinos otoñales e invernales. Por mi cabeza pasan nombres de ciudades como Londres, París, Milán, Marsella, Edimburgo e incluso me planteo el repetir con lugares como Roma o Barcelona. Me siguen quedando vacaciones suficientes como para hacer un gran viaje por carretera en los Estados Unidos en septiembre u octubre o para descubrir la primavera en algún país de Sudamérica. Hay que aprovechar cada instante de estos maravillosos años porque tarde o temprano se acabarán y no quiero lamentar no haber hecho todo lo que pude.
Los días de primavera son siempre los mejores porque el sol gana terreno y cada vez tenemos más y más luz y en Holanda nunca parece suficiente porque el recuerdo de los oscuros inviernos siempre permanece presente. Pronto llegará el verano y desde su comienzo será una batalla perdida porque al empezar esta estación nuestros días se irán acortando, al principio tímidamente, luego con algo de velocidad y para cuando llegue el otoño será una carrera alocada hacia un agujero negro en donde las horas de luz se paladean con tanto gusto como el mejor de los vinos.
Días, horas, minutos, segundos, es tiempo lo que necesito, más tiempo para hacer todo aquello que quiero y también para tirarme a la bartola y descubrir nuevos universos que están ahí, en algún perdido lugar de mi cabeza.