No veas como me sorprendió ver que de todas las fotos que tengo, esta específicamente alcanzó el cupo necesario para entrar en el Club de las 500. En realidad me siento algo culpable porque me recuerda que hace tiempo que no me siento a fantasear y crear alguna historieta, del tipo que sea, así que hasta que me anime, es un buen momento para volver a leer Fantasmas.
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Más compras y escalando a la cima de la ciudad de noche y de día
El relato de las aventuras de este viaje a Nueva York comenzó en Saltando un océano en seis horas y media.
El lunes era el Memorial Day en los Estados Unidos, día de fiesta nacional en el que se honra y recuerda a los caídos en todas las guerras en las que han participado los americanos. Quizás por eso Nueva York estaba tan abarrotada de gente. Ese día aún estábamos con la familia durante parte del mismo y aprovechamos para dejarnos caer por Macy’s y su mega-hiper tienda junto al Empire State. No hay palabras para describir esa tienda. Pensad en un montón de Corte Inglés apilados y os haréis una vaga idea. Son casi cien mil metros cuadrados de superficie de exposición, una burrada. Dejé allí a la familia y yo me marché a otro de los grandes templos de Nueva York: la tienda B&H Photo Video. Si nunca has oído hablar de esta tienda, está claro que no te interesa la fotografía porque son los amos, los reyes del mambo en este sector. Han duplicado el espacio y eso que antes ya se decía que allí está todo lo que existe en el mundo de la fotografía profesional. Su sistema de envío de mercancía a las cajas mediante unos trenes aéreos que transportan todo es fascinante y solo por eso merecen una visita. La tienda es propiedad de judíos y todos o casi todos sus dependientes tienen el gorrito típico. Allí mi Mastercard sufrió una de las crisis más grandes que ha tenido en mucho tiempo. Cayeron un filtro UV para mi objetivo (el anterior se me rompió en una caída tonta de la cámara), una mochila Lowepro Primus que es la bomba y de la que estoy totalmente enamorado, un x2 extender con el que duplicar el rango de alcance de mi 70-200 mm y un objetivo de ojo de pez con el que espero descubrir una forma nueva de ver las cosas. Salí de allí feliz y contento y me reuní con los míos en uno de los restaurantes del Macy’s, el cual tiene un montón de ellos repartidos por todo el complejo. Se trataba del Cuccina & Co. en el que las hamburguesas son de película. Tras almorzar nos despedimos de la familia y ya solos continuamos un rato más de compras antes de volver al apartamento con uno de los famosos taxis amarillos, los cuales ya he comentado que son baratísimos.
Después por la tarde comenzamos con el turismo de verdad y volvimos al Empire State Building para ver la ciudad de noche desde su terraza. Merece la pena subir pese a las colas y todo el tedioso y horrible proceso que conlleva. Primero hicimos cola para pasar el control de seguridad, un trámite estúpido porque hasta los más tontos saben que los terroristas prefieren entrar de otra forma. Después tuvimos que hacer la cola para comprar las entradas, la cola para que nos tomen la fotografía obligatoria que luego no compras y la cola para esperar el ascensor que te lleva al piso ochenta. Desde allí te hacen pasar por otra cola en la que tratan de alquilarte el audífono con la explicación de lo que puedes ver y finalmente la cola del ascensor que te lleva a la planta ochenta y seis. Tras todo este procedimiento, sales y te encuentras con la maravillosa vista de la ciudad iluminada a tus pies y se te olvida todo por lo que has pasado. Hice un montón de fotos y disfrutamos como enanos antes de volver a ponernos en la cola para bajar al piso ochenta, la cola para bajar al nivel de entrada, en ese ascensor que cuando desciende lo puedes notar en tus oídos y luego pasar por la tienda para ver la foto y no cogerla y sin darte cuenta ya estás en la calle y has subido al Empire State Building. Ese día ni siquiera cenamos de lo llenos que estábamos de comida y nos fuimos temprano a dormir.
Al día siguiente lo primero que hicimos fue volver al Empire State Building para ver la ciudad desde lo alto de día. La entrada sale bastante cara, así que lo que habíamos hecho es comprarnos el New York Pass en su versión de siete días, con el cual teníamos acceso a casi todo sin pagar y pudiendo repetir en días distintos. Volvimos a pasar por todas las colas y procesos, aunque esta vez, como era temprano y ya no estábamos en día de fiesta la cosa fue mucho más rápida y después de hacernos fotos arriba y ver la ciudad, aprovechamos también para ver la película de Skyride, una atracción muy curiosa y divertida en la que pareces volar sobre la ciudad viéndolo todo.
Al salir volvimos a tropezar en la piedra del consumismo y además de arrasar con un H&M, nos centramos en la ropa y productos de marca con descuentos masivos del Macy’s. Al visitante neofito le interesa saber que si vas al Visitor’s centre de Macy’s y te identificas como turista, te dan una tarjeta válida por unos días con la que consigues un 11% de descuento en casi todo. Esto se une al mega descuento gracias a la cotización del dólar y a que las cosas allí son más baratas. Los italianos arrasaban con la ropa de sus diseñadores y yo casi me caigo muerto cuando fui a comprar toballas para mi casa y me encontré que ahora las tengo de la marca Lacoste y me costaron prácticamente nada. Nos tuvieron que echar del lugar porque es muy fácil entrar pero casi imposible salir y nos volvimos en taxi ya que la multitud de bolsas que llevábamos no era muy práctica para el transporte público. Dejé a mis padres durmiendo la siesta y yo me fui a hacer fotos en los alrededores de la Grand Central Station. Por la tarde habíamos quedado con la prima de mi madre para ir a uno de los restaurantes Dallas BBQ de la ciudad. Yo ya había estado en uno de ellos la vez anterior. Sirven unas costillas casi tan buenas como las del Café Cartouche en Hilversum, lugar que como todo el mundo sabe tiene las mejores costillas del mundo. En el local de Nueva York las cantidades de comida son masivas. Si vas por la ciudad busca uno de sus restaurantes y date un atracón, son bastante económicos y su calidad es excelente. Hay uno en Times Square y otro justo al lado del edificio Dakota, el lugar en donde vivía John Lennon y en cuya puerta fue asesinado. Tras la cena fuimos a un sitio del que ya no recuerdo el nombre pero que está especializado en chocolate para tomarnos unos cócteles fríos hechos con chocolate que estaban deliciosos.
En lugar de tomar el metro, volvimos en autobús subiendo por la Tercera Avenida y de esta forma viendo un poco el bullicio de las calles y observando el gran Empire State Building, el cual está siempre ahí, esperando para asomarse. Mientras pasas por la ciudad te suenan familiares un montón de rincones, ves a esa gente que espera el taxi con la mano levantada, a chicas con traje de fiesta y zapatillas deportivas, gente haciendo footing por las calles y todas esas droguerías que permanecen abiertas las veinticuatro horas y que uno no sabe muy bien como pueden ser rentables cuando hay una en cada esquina, junto al Starsucks de turno. Para el día siguiente estaba previsto lluvia y mal tiempo así que había planeado una jornada alternativa.
El siguiente capítulo se llama Naciones Unidas y una vuelta alrededor de Manhattan con saludo a la Gran Dama
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La Rambla de Barcelona en el Club de las 500
Estuve en Barcelona en febrero del 2007 y guardo un gran recuerdo de la ciudad y particularmente de la obra de Gaudí. De entre todas las fotos de la ciudad que han aparecido en la bitácora, la primera en entrar en el Club de las 500 es esta de la La Rambla de Barcelona que vimos hace poco más de un año. Tendré que volver a la ciudad en otra época del año para hacer la misma foto con el verde de las hojas de los árboles.
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Dos primeros días para disfrutar con la familia
El relato de las aventuras de este viaje a Nueva York comenzó en Saltando un océano en seis horas y media.
A la hora de contar el viaje a Nueva York, creo que voy a agrupar las cosas para hacerlo algo más corto y concentrado. Como íbamos bastante sobrados de tiempo nos lo tomamos con bastante calma. Al llegar fuimos a nuestro apartamento en Murray Hill East Suites, en la calle 39, prácticamente al lado de la Grand Central Station. Yo lo había buscado en páginas de apartamentos pero aquello es más bien un hotel en el que las habitaciones son pequeños estudios o apartamentos de uno o dos dormitorios. El nuestro estaba en la undécima planta y era sencillamente perfecto. Mi tío y una prima de mi madre vinieron a recibirnos y juntos nos fuimos andando a la Grand Central Station y desde allí bajamos a Greenwhich Village para cenar en el restaurante El Paso, en donde nos juraban que se pueden comer unas langostas increíbles. Todos pedimos lo mismo y la verdad es que la comida estuvo deliciosa. Terminamos la velada en el Café Reggio, muy cerca del Washington Square Park y en donde afirman que se sirvieron los primeros capuchinos en Estados Unidos. Ese día estábamos agotados y nos fuimos a dormir pronto.
El domingo nos lo tomamos con calma y optamos por ir de paseo. Subimos andando por la Quinta Avenida, boquiabiertos como gente de campo ante la grandeza de los rascacielos y lo apabullante de las tiendas. Entramos en la Catedral de San Patricio en donde el precio de encender una vela en esta época es de dos dólares, mucho menor que cuando estuve allí en Navidad. Al llegar a Central Park entré a la verdadera catedral de la ciudad, la tienda Apple de la Quinta Avenida y si pusieran una imagen de Steve, le besaba las uñas negras de los pies sin dudarlo un solo instante. La gente compraba iPods y ordenadores como loca. Cruzamos hacia el otro lado de Manhattan adentrándonos un poco en Central Park y parándonos para descansar un rato. A la hora de almorzar nos fuimos al Whole Foods que está en el edificio Time Warner de Columbus Circle. Es una buena opción para el turista que quiere comer algo de calidad o quiere comprar la comida y llevársela al parque y disfrutar almorzando en ese legendario lugar.
Tras la comida volvimos a saltar con el metro y fuimos al Soho, donde buscábamos una tienda de una marca de ropa. La encontramos después de andar un rato, soltamos un montón de dinero allí y nos equivocamos de estación de metro lo cual nos obligó a hacer dos transbordos. Nuestro destino final era Brighton Beach, al sur de Brooklyn, justo al lado de Coney Island. Ya he hablado de esa zona porque allí fue donde me quedé en mi anterior visita. Es el barrio de los ucranianos y por allí si hay algo que no se habla es inglés. Aprovechando que el día se prestaba estuvimos paseando por la playa y para cenar nos dimos un atracón de langostinos. Después volvimos a Manhattan, lo cual toma cerca de una hora porque el metro para en todas las esquinas que te puedas imaginar y en fines de semana no hay metros express. De esa forma terminó nuestro segundo día en Nueva York (y el primero completo), otro día que pasamos con la familia y tratando de adaptarnos al cambio horario.
El siguiente capítulo se llama Más compras y escalando a la cima de la ciudad de noche y de día