Me encanta la luz de las velas. Me fascinan los movimientos de la llama, que parece colgar impertérrita de la mecha y danza alegremente una veces retorciéndose, otras veces quedándose quieta y en muchas ocasiones jugando a parpadear durante unos instantes como si se fuera a apagar para de repente recuperar la calma. Ahora que se va la luz volvemos a acordarnos de las velas y mi casa está llena de ellas. Mientras escribo esto tengo diez velas enormes encendidas en la mesa del salón y si me decidiera a usar el cien por cien del inventario podríamos estar hablando de unas veinte velas. Las hay de diferentes colores: terracota, rojo, beige, blanco, naranja y negro, unas de setenta horas de duración, otras de cincuenta o de treinta y si hay algo para lo que siempre encuentro tiempo es para ir a las tiendas a comprar más velas.
Me habría gustado tener una chimenea en mi casa pero no pudo ser, al menos no en esta vivienda. En la próxima me aseguraré de tener una gran chimenea y un rincón en el jardín lleno de troncos de madera para alimentarla. Este fin de semana estuve en casa de mi amigo el Rubio. Me invitaron a pasar con ellos el viernes por la tarde y el sábado por la mañana porque yo tenía otra cita por la tarde ese día. El viernes nos dedicamos a cortar madera en el jardín, con la sierra mecánica y el hacha. Es una actividad totalmente alejada del mundo cibernético, algo mecánico y físico que implica una gran coordinación. Al principio es como si fueras un bebé incapaz de golpear en el sitio adecuado pero poco a poco le vas cogiendo el tranquillo y terminas por dominar este arte. Nos hicimos un montón de madera enorme y después encendimos la chimenea y nos sentamos a su alrededor a tomarnos un capuchino y contar historias.
La lluvia solo consiguió volver perfecta la noche, la cual se alargó hasta bien entrada la madrugada, regada de cervezas belgas triples que acompañamos con jamón serrano y cacahuetes. Habíamos cenado un kilo de mejillones holandeses cada uno y estuvieron sencillamente perfectos. Es la cuarta vez esta temporada que como mejillones y espero que no sea la última.
Por la mañana nos reunimos todos en la cocina a comer pannenkoeken, crepes holandeses regados de un sirope riquísimo y tras el desayuno estuvimos cortando madera un rato más antes de irnos a caminar a un bosque hasta la hora de comer, momento en el que me despedí y me dirigí hacia mi segunda cita.
Ya hay setas por todos lados. Han aparecido en las dos últimas semanas y pronto comenzaré a hacerles fotos a granel. Ya sé que siempre parecen las mismas fotos pero para mi todas son distintas y aún más divertido que ver la foto es componerla, tirarte en el suelo sobre una bolsa enorme de basura para encontrar el ángulo que quieres, jugar con una linterna con la que apuntas hacia la seta para resaltarla y limpiar sus alrededores para hacer la foto de la seta perfecta. Definitivamente estamos en otoño, la mejor estación del año, la más hermosa. Bienvenidos al mundo de las hojas caídas, las setas y la luz de las velas.