Después de mucho pensarlo he optado por incluir la anotación de hoy dentro del Hembrario ya que aunque no se trata de mujeres, sí las afecta enormemente y al fin y al cabo, los pájaros de hoy forman parte de la fauna que las rodea. Hacía ya un tiempo que quería retomar una de las series más largas y absurdas que he comenzado en estos años pero la pereza me puede y he estado eludiendo el asunto. Por casualidades de la vida, en los últimos meses he estado expuesto a las pésimas radiaciones de una maricona vieja y me ha servido para recordar que mi misión en este mundo es la de identificar y catalogar todo aquello que me llama la atención.
En el universo fascinante que pululaba por la Isleta, ese barrio legendario en el que me crié, había una serie de hombres distribuidos por todo el lugar a los que todo el mundo conocía y de los que se hablaba en voz baja. Eran las mariconas viejas, una gente que sobrevivió a cuarenta año de dictadura y que recién llegada la democracia se despiporraban al grito de libertad. No supieron entender este concepto y pronto derivaron hacia el libertinaje. Las mariconas viejas se movían entre las mujeres, corrían al encuentro de cualquier grupo que se formara, ya fuera de Alcahuetas, Noveleras o Farfullas. Ellos sentían la llamada irresistible de estos grupos de féminas y no tardaban en llegar gesticulando, gritando y provocando la desbandada entre las risas de ellas. Las mariconas viejas buscaban la complicidad de alguna de las hembras y se les pegaban cual ladillas. Las adulaban y trataban de aconsejarlas con zafios susurros en los que siempre decían desearles todo lo mejor. Tras su careta de bondad y amiguismo se escondían seres resentidos, cargados de odio hacia ellas por ser lo que ellos no podían ser y aún más, desesperados por atraer hacia ellos toda la atención. Las mariconas viejas manipulaban y conspiraban contra todas aquellas a las que consideraban una amenaza y su estela de odio y rencor se mantenía hasta horas después de haber pasado por un lugar. Por eso y por mucho más eran odiados y evitados, particularmente por todas aquellas que sabían identificar su mezquindad y mal carácter. A las mariconas viejas se las reconoce por la devastación que el tiempo ejerce sobre sus cuerpos. Aparentan mucha más edad de la que tienen porque todo ese odio y rencor les pasa factura en la cara y en el resto del cuerpo, sumando años y años y avejentándolos hasta niveles dantescos. Ellos intentan enmascarar esta momificación mediante perfumes apestosos, ropas de marca y refinados ademanes pero no consiguen engañar a nadie. En los últimos años, con los avances en cirugía estética, se han lanzado de cabeza a los retoques y muchos de ellos se han terminado por volver caricaturas de seres humanos, alimañas que nos recuerdan a las brujas de los cuentos y lo curioso es que en su interior comparten el mismo corazón que esas mujeres que solo obtenían placer causando daño al prójimo.
Al contrario que otros grupos que están en peligro de extinción, el de las mariconas viejas anda en plena edad de oro, son más que nunca, más agresivas, más horrorosas y pasean sus pellejos, sus arrugas y esos hocicos de zorrones asquerosos que no merecen más que nuestro desprecio. Los puedes encontrar en cualquier lugar del mundo, adulando y tratando de ganarse la confianza de alguna mujer incauta antes de clavarle el puñal y tratar de enterrarlas porque odian a aquellas a las que deberían adorar, son escoria humana que no se detiene ante nada para ejercer su mal. Ahora hacen uso de la tecnología y te los puedes encontrar en cualquier lugar de la red, camuflados como intelectuales de cortas miras o como chicas modositas. Son una plaga que no hay forma de atajar.
Si te encuentras con alguna maricona vieja, te aconsejo que pongas tierra de por medio, que te alejes de ella y nunca vuelvas a mirar atrás. Avisa a tus amigas, a tus conocidas, a todo el mundo y ponlos en guardia para que no caigan en las redes de esos seres viles. Déjalas que se ahoguen en su propia bilis.
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