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  • Nieve en Hilversum II en el club de las 500

    29 de agosto de 2007

    Arbol nevado

    Hubo una época en la que me dio por aplicar millones de filtros sobre las fotos y jugar con ellas, cambiándolas a mi antojo. Por suerte parece que lo he superado. Una de las fotos que sufrió este castigo apareció en la anotación Nieve en Hilversum II y hoy le damos la bienvenida al club de las 500.

    Technorati Tags: Hilversum, viajes

  • Después de todo somos de carne

    28 de agosto de 2007

    Ayer veía una película en el cine y en un momento determinado hay una escena tan hermosa que se me saltaron las lágrimas. No había diálogos, no moría nadie, no era el típico momento de llorar provocado a postas. Era únicamente una imagen bellísima, una forma de expresión que fue capaz de revolver algo en mi interior y tocar en el punto preciso. Al hilo de esto me quedé pensando en lo relativo que es todo, en como somos seis mil millones de máquinas independientes que aunque están programadas con las mismas instrucciones son capaces de funcionar en modos totalmente distintos. Hay gente que no llora nunca, que parecen incapaces de expresar emociones de esa forma y ni siquiera sabemos si tienen otro mecanismo interior que les ayuda a liberar la presión, porque al final el llorar no es más que una válvula. Yo no creo ser del tipo llorón pero sí que no tengo problemas en soltarme cuando en alguna historia hay un momento dramático, o en un buen libro en el momento trágico en que se nos muere alguno de los protagonistas y ya los sientes como parte de ti. También he llorado en lugares tan hermosos que saturan todos mis sentidos. Recuerdo una puesta de sol en Ameland, una de las pequeñas islas del norte de Holanda, un sol rojo y enorme que se escondía y en el agua veíamos focas nadando y jugando entre ellas. Fue algo que no se puede expresar con palabras, algo increíble. También me sucedió en Omán, estando en Sur, un sitio inhóspito en el que la naturaleza manda y en el que el sol sale a una velocidad de vértigo. Pasamos de la oscuridad completa a plena luz del día en menos de cinco minutos, con una gama de colores fascinante. De nuevo fue algo muy hermoso. En Sudáfrica lloré tras ver los leones, leopardos, elefantes, búfalos, rinocerontes, cocodrilos, jirafas. Nunca pensé que llegaría a ver esos animales en libertad y estar allí aquel día fue mágico.

    Se puede llorar por rabia pero yo no soy muy de esos. Prefiero el ataque y la destrucción total. Doy vueltas buscando el punto débil del enemigo y cuando lo encuentro golpeo sin parar hasta destruirlo. No suelo detenerme cuando he vencido. Prefiero no dar oportunidades para la venganza. Solo hay una oportunidad para enseñar a tus enemigos la lección y ha de ser claramente comprendida. En España esto parece ser algo que tenemos que hacer continuamente, sobre todo en el terreno laboral. Mi experiencia de trabajo pre-holandesa es que siempre estábamos metidos en alguna guerra contra alguien, ya fuera dentro del departamento, o de la empresa o contra otros. Nunca perdí una de esas guerras y los que recibieron el palo aún se deben acordar. Puedo entender a los tipos que están en medio de refriegas en Países inestables y toman cada día las decisiones de las que penden las vidas de unos y otros. Yo podría hacerlo. No me temblaría el pulso. Evaluaría a mi enemigo, buscaría sus puntos débiles y golpearía a fondo. Por supuesto me sobrarían las convenciones que se han firmado para hacer de las guerras un ejercicio civilizado, yo prefiero más el juego sucio, las artimañas y el despliegue de una maldad sin límites. Por suerte no estoy en una de esas situaciones y en Holanda no hay guerras en la empresa. Funcionamos como un equipo, avanzamos lentamente sin dejar a nadie atrás. Es algo que antes me sacaba de quicio pero a lo que he terminado por acostumbrarme. No hay celos contra otros, no hay juego sucio para ponerte la zancadilla, no hay marrones volando esperando golpear al despistado, cada uno hace su trabajo y punto.

    Volvamos al asunto del comienzo. El llorar. Pese a lo que se pueda creer no es nada malo, no hay nada de lo que avergonzarse. Llorar es una de las maneras que tiene la máquina sobre la que funcionamos para liberar energía que le sobra, para reajustarse y recuperar el equilibrio. Muchas veces sucede en situaciones extremas, de tristeza o alegría máxima, de dolor, de desesperación y aquello que dispara el mecanismo puede ser algo muy simple y sencillo. No dudes en llorar si te lo pide el cuerpo.

  • Canal en Amsterdam en el club de las 500

    28 de agosto de 2007

    Canal en Amsterdam en 1024x768

    He revisado la bitácora y aún no he conseguido encontrar el día que apareció esta foto por primera vez, pero lo cierto es que está en uno de los álbumes y estoy convencido que ya la hemos visto. Hoy entra en el club de las 500 y es una calle en la parte nueva de la ciudad, la zona que están restaurando por detrás de la estación central.

    Technorati Tags: Amsterdam, viajes

  • Otro tranquilo viaje a Gran Canaria

    27 de agosto de 2007

    Lo malo de viajar en esta época del siglo veintiuno es que la cantidad de tiempo adicional que necesitas antes y después de comenzar el viaje es por lo general mucho mayor que la duración del mismo. Si es un vuelo charter suele ser peor. Mi viaje a Gran Canaria comenzó a las doce y veinte del medio día aunque mi avión salía a las cinco menos diez. Necesitaba una hora y media para ir al aeropuerto y dos horas y media en el mismo esperando para subirme en el cilindro. Gracias a Dios la tecnología va con nosotros a todas partes y puedo matar las horas muertas con Internet a través del teléfono o del portatil, escuchar audiobooks, reírme con los Podcast de la BBC radio y cuando todo lo demás falla, jugar al Pac-Man o a Doom en mi teléfono móvil.

    El autobús llegó exactamente a la hora y como yo me había entretenido despidiéndome de mis vecinos casi lo pierdo. Estamos aún con los horarios de verano y eso se nota en la frecuencia del servicio, limitada a cuatro autobuses por hora. Como normalmente pasan seis y la espera es como máximo de diez minutos, lo de los quince minutos actuales parece un suplicio. Yo vivo en un barrio periférico de la ciudad y tener seis autobuses por hora es lo normal. Si vives más al centro la frecuencia se dispara porque cada línea que pase por delante de tu casa es más que probable que tenga un número similar de autobuses. Si eres universitario en la ciudad de Utrecht, entonces usas unos autobuses triples que tienen una frecuencia de minuto y medio. De lo que se trata es que la gente use el transporte público y no vaya en coche y lo consiguen.

    Volviendo al tema, llegué a la estación, compré el billete para el tren y tenía diez minutos para tomar el siguiente Intercity a Rotterdam, una línea que tiene una frecuencia de quince minutos. Llegó puntual como un reloj, elegí un vagón cerca del final y me dediqué a la exploración de la red de redes durante los cuarenta minutos del viaje. La estación central de Rotterdam no ha cambiado en el año que ha transcurrido desde la última vez que pasé por allí. Sigue en obras y la entrada principal es zona de guerra. En su interior, miles de personas se mueven sincronizadamente hacia o desde los diferentes trenes que llegan y salen a cada instante. El autobús para ir al aeropuerto es el número 33 y está saliendo de la estación a mano derecha. Son muy frecuentes y no pasaron ni cinco minutos cuando llegó uno. Lo esperábamos varias personas con maletas. El viaje transcurre entre barriadas de la ciudad que nunca visitan los turistas. En un punto deerminado aparecieron tres tipos corriendo y bloquearon todas las salidas de la guagua. La gente echó mano a su cartera y comenzó a sacar los billetes. Era una revisión sorpresa. En Utrecht nunca las he visto pero en Rotterdam ya me he gozado dos y eso que no voy a menudo. Uno de los pasajeros no tenía billete, un rubito con cara de niño y no hubo piedad. Multa implacable y una lección que quizás aprenda. Todo esto pasó en dos o tres minutos. Volvimos a ponernos en marcha y sin más incidencias llegamos al aeropuerto, una bombonera preciosa y pequeña del que despegan unos diez vuelos diarios.

    Me acerqué al mostrador de Neckermann con el gusanillo en el estómago. Siempre pienso que no van a tener mi billete. Todavía no me creo que yo llamo a alguien, hablo con la persona por teléfono, le doy tres datos y cinco días más tarde voy al aeropuerto y mi billete está esperando que lo pague y lo recoja. Nunca me han fallado. En España nunca vi nada así.

    Facturé y pedí un asiento cerca del final del avión en ventana. Ya os lo he dicho. Este es el truco más viejo del mundo para conseguir asiento sin nadie a tu lado porque llenan el avión de adelante a atrás. Almorcé en la terraza del aeropuerto mirando un avión de Transavia que acababa de llegar y que se marcharía en dirección a Turquía. Después pasé el control de seguridad de cachondeo. Delante de mi cuatro chicas sin bolsas para guardar los cosméticos y cargadas con los mismos. El guardia les dice que metan los neceseres tal cual en una bolsa de plástico y así cuela. Lo hicieron y pasaron. En el aeropuerto de Schiphol no lo habrían permitido, o en el de Barcelona, Madrid, Roma o Gran Canaria. Se ve que esta gente no se cree la paranoia que se ha impuesto en los otros aeropuertos. Es una pena que no pueda ver a las chicas al volver a Holanda, porque seguro que donde les toque las dejarán sin cosméticos y ellas no se podrán explicar como puede ser que a la ida las dejaron pasar con sus peligrosos productos explosivos y a la vuelta no. También vi que si llevabas agua o algún refresco no había ningún problema, que lo entrabas sin más. En fin, ojalá hubiera más aeropuertos como este.

    El charter en el que vamos a Gran Canaria es un vuelo compartido con Maastricht. Medio avión se llenó en dicho aeropuerto y la otra tanda en este. Desde Rotterdam enfilamos hacia el sur, hacia las islas Canarias. Estaba el día despejado y tuvimos unas vistas preciosas del mastodóntico puerto de la ciudad, de los sistemas de contención del mar y de Zeeland, la región holandesa más bonita. Después me concentré en mi portátil y casi sin darme cuenta transcurrieron las cuatro horas de vuelo.

    Aterrizamos y nada más detenernos todo el mundo en pie, cargando sus cosas y dispuesto a salir. Todos salvo yo que sé perfectamente que pasarán más de cinco minutos hasta que lo logres, así que para qué nos agobiamos. Es como si pensaran que el avión se vuelve a marchar con ellos dentro, se ponen nerviosos y no dejan de mirar a un lado y al otro del pasillo para ver si algo se mueve.

    Mi viejo y castigado trolley llegó sin problemas y mis padres ya me estaban esperando en la entrada del aeropuerto. Tengo que cambiar ese trolley y comprarme uno nuevo. Está cayéndose a cachos. Me da pena porque tiene un historial IMPECABLE. Siete años de continuos viajes, cuatro continentes, cerca de veinte aviones por año y jamás se ha extraviado, siempre ha llegado conmigo. Seguro que el próximo que me compre no tiene la suerte de este ??

    Technorati Tags: viajes

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