Después de un año viviendo en Utrecht ya iba siendo hora de cambiar mi médico de cabecera a mi barrio y dejar el de Hilversum, que me pilla un poco lejos y si algún día lo necesito no vendrá a visitarme ni de coña. Conseguí uno cerca de mi casa después de mirar la página de médicos holandesa. Fui a apuntarme con los papeles de mi seguro y su asistente no habla inglés, o al menos no lo suficiente para comunicarse, nos montamos un cambalache entre inglés y holandés en el que me informó de las horas de visita, tomó nota de mi seguro y me buscó farmacia en la zona. Lo de la farmacia es muy importante porque cuando el médico te manda las medicinas o tienes algún tratamiento crónico te las preparan directamente y cuando acudes a recoger medicinas que te han recetado, ellos se encargan de pasar la factura directamente a tu seguro y así no has de pagar.
Organicé el envío de mi expediente desde el otro doctor al nuevo y una semana más tarde le hice una visita. Fui en la hora de visita sin cita previa, a partir de las cuatro de la tarde. Siempre me ha llamado la atención que no te preguntan el nombre sino la fecha de nacimiento y aparentemente con eso saben quien eres. En la sala de espera había una mujer con un niño de unos cuatro años al que leía un cuento, un hombre musulmán con su hijo al que educaba para que sea un delincuente de provecho y le dejaba romper los libros que hay para que los niños se entretengan sin siquiera regañarlo y yo. Llamaron a los primeros, después al árabe y con este se demoraron un montón. Estaba solo en la sala de espera y se abre la puerta y entra otro hombre que se sienta a mi lado. Un minuto más tarde aparecen tres chiquillas y empiezan a gritar, saltar y entrar y salir en la consulta dejando la puerta abierta, lo cual cuando afuera hay siete grados no es muy agradable. El hombre trató de llamarles la atención pero las niñas no parecían verlo. Después de cinco minutos apareció la madre de la niña con la abuela, una mujer de color o eso que solíamos llamar negra que no llega a las navidades. Malamente podía respirar, hacía un ruido horroroso en sus pulmones y cada quince segundos echaba un esputo en un pañuelo que estaba verde de tanto lapo. La señora se movía a velocidad de tortuga tosiendo, asfixiándose y acercándose el pañuelo a la boca para seguir pintando el lienzo de su vida. Cuando enfiló hacia mi zona salí por patas y me puse de pie a esperar. Imagino que ya es demasiado tarde y que desde el momento en el que entraron estamos todos contaminados pero al menos la distancia te da cierta tranquilidad. Procuré dejar de respirar y sobrevivir del aire dentro de mis pulmones tanto como fuera posible. Tras unos minutos salió el doctor y pasé a su consulta.
El hombre tiene pinta de buena persona, con barba rubia y gafas de esas como las que usaba el profesor Dumbledore. Con los médicos holandeses uno tiene que incrementar el problema unas cuantas veces o te mandan a casa sin mover una pestaña así que le dije que creía estar cercad e mi muerte y las señales me llegaban en forma de una asfixia mortal de necesidad. Le conté que el día que fui a nadar por última vez solo pude hacer ciento cincuenta metros y por las noches en ocasiones me despierto y veo gente muerta a mi alrededor discutiendo sobre el mercado de valores. Lo dejé asombrado. En seguida me pidió que me quitara la camiseta y que respirara para escuchar mis pulmones. Le gustó lo que oyó pero como mis síntomas eran tan dramáticos me ofreció ingresarme en un hospital y que me hagan un chequeo. Negociamos y al final quedamos en que posiblemente sea asma, me recetó Ventolín y si en dos semanas no mejoro, tengo que volver y me mandará al hospital para unos Rayos X de los pulmones.
Cuando me marché vi por última vez a la moribunda que seguía escupiendo en el mismo pañuelo, el cual estaba adquiriendo una tonalidad fluorescente fascinante. Salí de allí, pasé por la farmacia en donde me dieron las medicinas y nada más llegar a mi casa me duché para intentar eliminar los malos rollos y las malas vibraciones producidas por haber estado tan cerca de la muerte.