Yo que tengo una imaginación difusa y que siempre estoy maquinando historias y pensando en universos paralelos no dejo de sorprenderme con las cosas que suceden en el mundo Real y que me cuentan los amigos. Una de esas historias llegó a mis oídos hace unos meses pero de alguna forma no cuajó en mi cabeza y la olvidé. Fue la segunda vez que escuché el relato cuando me quedé con la copla y antes que se me pasara lo apunté para alguna otra ocasión. Lo que voy a contar es real, yo añado un poquillo de fondo y de preposiciones pero la idea subyacente existe y es algo que sucede en Holanda, en un pueblo cuyo nombre no quiero mencionar aunque resulte un lugar muy interesante para vivir.
En algún lugar al norte de Holanda existe un poblacho muy especial, un villorrio de nombre difícil de pronunciar y en le que desde tiempos inmemoriales hay unos rituales que ciertamente no son aprobados por la Santa Madre Iglesia de los Católicos. Es una de esas pequeñas villas protestantes con una iglesia sobria y construida alrededor de la misma. En total no deben vivir allí más de dos mil personas. No tienen tiendas, ni supermercado o gasolinera, únicamente sus casas, la iglesia, un campo de fútbol (debe haber uno en cada pueblo holandés) y un local social que sirve para reuniones vecinales, fiestas y lo que se tercie.
Es en ese local en donde se reúnen los viernes aquellos que quieren. Llegan después de cenar, sobre las seis y media de la tarde, en parejas. A la entrada hay un recipiente grande en el que depositan las llaves de la casa y se dedican a beber con los vecinos y disfrutar de una agradable velada. Un par de horas más tarde y con algunos litros de cerveza encima las mujeres se acercan al lugar en donde se encuentran las llaves, eligen una al azar y después recorrerán el local buscando al hombre al que pertenecen. Esto puede tomar otra media horita y cuando lo encuentran siguen hablando y bebiendo hasta que deciden marcharse a la casa a follar. Es el intercambio de parejas institucionalizado y convertido en forma de entretenimiento en un pueblo Nunca sabes a qué vecina te vas a follar, puede ser la de la puerta de al lado o la madurita con las tetas en el ombligo de la que siempre te ríes. No hay marcha atrás, la que te toca, te toca.
El que me lo contó me dijo que se ha follado a media villa y que con el tiempo le coges el tranquillo y aceptas que sea la suerte quien te ponga la hembra en la cama. El hombre se ha follado a varias de las mujeres de su barrio, amigas de su mujer, hermanas de la amigas e incluso a su suegra, antes de que falleciera la señora. Aquel lugar es la versión Nórdica y folclórica de Sodoma y Mangorra. Las familias transmiten la tradición a sus niños los cuales una vez se casan entrarán en el circuito porque ahí no hay cabida para solteros o solteras, en ese club solo se puede entrar tras el matrimonio. Llevan generaciones haciéndolo y a saber cuantos de los niños que han nacido en el lugar no son del padre que deberían. Casi no hay casas a la venta en aquel lugar, es un club bastante cerrado en donde no hay cabida para extraños. Como me decía el tipo, aquí no vivirá jamás un marroquí o un turco de mierda, ese sitio es 100 x 100 territorio holandés y no hay cabida para extraños.
Según él, no habla con su mujer sobre los encuentros con las vecinas. Intentan ponerse en lados separados del local y no se fijan en quien se va con ella o con él. Tampoco habla con sus amigos del pueblo sobre las que se ha follado porque no es ético y moral el que le narres a un colega lo que le hiciste a su mujer. Su sentido de la moralidad es fascinante, les parece normal lo del intercambio pero después no hablan de ello por ser inmoral. Esta gente debería gobernar el mundo porque ellos sí que saben.