Voy en el tren de vuelta a casa escuchando música y bastante relajado. Ha sido un día de dicha absoluta, mi primer día de playa en esta temporada nórdica. Un día perfecto, sin viento, con más de veinticinco grados y la playa no muy llena de gente gracias al mundial. Es en momentos como este cuando adoro este país.
Vuelvo al tren. He pasado todo el día en la calle y en el tren pienso sobre lo que quiero escribir hoy, si es que voy a escribir algo que aún no lo tenía claro. Encajo los diferentes pedazos de la historia, la voy puliendo en mi cabeza y cuando casi está completada el tren ya está a punto de llegar a Utrecht. Cruzamos sobre el Amsterdam rijnkanaal, el enlace náutico entre las ciudades de Ámsterdam y Utrecht y en ese momento una pena infinita se apodera de mí. ¿Nunca os ha pasado algo así? Yo creo que igual que en ocasiones se nos pone el vello de punta y se dice que un ángel ha pasado junto a nosotros en otros momentos pasamos junto a algo malo que absorbe toda nuestra energía y nos arroja en un pozo insondable. Supongo que en el agua moraba el espíritu de algún ahogado o que n demonio pasaba por allí buscando el lugar en el que realizar su próxima fechoría. Fueron solo unos instantes pero quedé agotado y con ganas de llorar.
Estos devoradores de energía deben estar aquí por alguna razón. No es que los presienta a menudo pero ya me he cruzado con unos cuantos. Me extraña que su número sea menor al de los ángeles, algo que va contra las reglas del equilibrio así que confío en no ir a parar nunca al lugar en donde se agrupa la mayoría porque no creo que sea un lugar agradable.