Piensa el ladrón que todos son de su condición y piensa mal mi querido Sancho. El mundo es un crisol de culturas y razas y lo que en este lugar es normal y ordinario en otros puede ser un suceso digno de aparecer en portada de los medios de comunicación, lo cuales, da igual el lugar en el que te encuentres, están manipulados por esos que mueven los hilos y menean la saca con las monedas para enriquecerse. Párate a meditar unos momentos en todas esas cosas que das por supuesto y que crees son igual en todo el mundo. El MacDonalds que te tropiezas cada dos esquinas en tu país no existe en otros lugares, el plato de chicharrones con el que te homenajeas los domingos acompañado por tu familia en algún lugar en las afueras de la ciudad se considera una blasfemia y digno del tratamiento V.I.P. por nuestros hermanos musulmanes, esos que prefieren vernos muertos y enterrados porque su Dios no les enseñó a convivir. En unos lugares todo el mundo tiene lavadora en su casa, en otros el uso manda ir a la lavandería y compartir momentos con tus vecinos y un poco más allá directamente no se lava la ropa porque sólo tienes una muda y la llevas siempre puesta hasta que se cae a cachos y han de agenciarse otra nueva, lo cual se puede lograr por múltiples medios y no todos ellos legales.
Alguien me tendrá que explicar algún día por qué me empeño en hacer párrafos de presentación que rozan el asunto pero que no aportan nada a la historia. No sé si es deformación por todo el cine que he visto (el famoso gancho con el que las películas intentan abobancarnos) o algún pozo de aquello que mi adorada profesora de Lengua y Literatura intentó inculcarme en el bachillerato, una cubana de acento dulce que nos metió a todos en el bolsillo desde la primera clase y con la que descubrimos todo un universo de letras y palabras. A lo hecho, pecho que se dice. Hay muchas cosas que suceden de una manera distinta en España a como lo hacen en los Países Bajos. Cinco siglos atrás conquistamos el país, violamos a sus mujeres llenando sus calles de Bisbales rubios, creamos su nación (quien hubiera dicho que el país que se desintegra por momentos es el que dio vida a tantos otros) y sin embargo divergimos en un montón de cosas básicas. Los holandeses son callados por naturaleza y les desagrada la gente exuberante y ruidosa como nosotros. Esto quizás no sea del todo cierto porque cuando me escuchan en medio de una de mis frecuentes galas prestan todos atención y sonríen intentando pillar palabras sueltas y saber qué es lo que me excita tanto y me hace mover las manos cual molino de viento.
De nuevo he de agarrar el timón y enderezar el rumbo porque la idea inicial se me escapa entre letras consentidas. Hay muchas cosas que me sorprendieron y me costó entender cuando besé por primera vez el suelo de esta tierra tan baja pero la que más fue el valor de la palabra. En España estamos acostumbrados a decir cualquier cosa con tal de quitarnos a alguien de encima y únicamente un contrato firmado y por duplicado nos vincula de alguna manera y aún así existen recovecos y atajos que nos permiten evitar el cumplir con aquello pactado. En Holanda la palabra es vinculante, es un contrato entre dos partes que en caso que una de ellas lo rompa te puede hacer acabar en un tribunal y tendrás que defender tú palabra frente a la del otro. Recuerdo que mi abuelo me contaba como iba por los distintos pueblos de Gran Canaria vendiendo sus mercancías y la cosa funcionaba de la misma manera en aquel tiempo. Yo no viví esa época. Llegué cuando el engaño y la mentira se habían metido en nuestro país y lo habían cubierto todo con su manto. Por eso me sorprende tanto que por ejemplo, cuando estás visitando casas para alquilar, no puedes decirle al dueño que te la quedas a menos que realmente te la quieras quedar. En caso de dar el sí y luego desdecirte tendrás que pagar una mensualidad por el abuso que has hecho de tu palabra. Igual sucede cuando compras casa o coche o cualquier otra cosa. Diariamente se crean millones de contratos orales en estas tierras y se cumplen y a nadie se le pasa por la cabeza el saltarse aquello que se dijo a la torera porque no fueron educados de esa forma. Al llegar a Holanda me avisaron y cuando visitaba las casas que quería alquilar me resultaba difícil el dar respuestas ambiguas y no decir un sí quiero claro y conciso. Cuando el año pasado compré mi casa, abusé de esa prerrogativa y según entré en mi hogar y me enamoré del mismo hice una oferta al agente inmobiliario que sellamos con un apretón de manos. Las normas holandesas marcan que a partir de ese momento cualquier otra persona que quiera comprar la casa tendrá que esperar a que acabemos de negociar ya que yo estaba primero. Por eso la conseguí comprar. Aquel día la visitaban unas veinte personas y yo fui el segundo en entrar. Hubo al menos otros tres que intentaron algo pero el vendedor ya había dado su palabra.
Ayer llamé a un servicio de radio taxi, hablé con alguien al otro lado del teléfono y pedí un taxi para esta mañana a una hora muy determinada frente a mi puerta. No me pidieron nombre, ni un teléfono de contacto, ni nada parecido. A la hora precisa el taxi estaba en la puerta porque nuestro contrato se firmó en el momento en el que hablamos. Siempre pienso en lo que sucedería en España, en la inseguridad, el no saber si vendrá, en la desconfianza mutua con la que nos abordamos. De la misma manera, quedas con amigos para dentro de cuatro meses, a las diez de la mañana en la puerta de un edificio y no hay que confirmar nada, llega el día y la hora, vas al lugar y te los encuentras sonriendo. Nadie se plantea romper este tipo de pequeños acuerdos porque están en el corazón de esta sociedad, la hacen funcionar y a mí me parecen pequeños milagros que suceden cada día porque en mi cabeza sigo pensando que hay algo mal y que las cosas no deberían ser así.
Los acuerdos verbales, la certeza de saber que lo que se dijo va a misa crean un ambiente de seguridad y tranquilidad a tu alrededor y una vez te acostumbras a ellos, resulta muy difícil volver a vivir en un país en el que las cosas suceden de otra forma.