Odio cuando me sucede lo que hoy. Tengo una idea macerándose a lo largo de toda la semana. Entre copa y copa ha ido madurando y evolucionando y ya está lista para salir a la superficie y sorprender al mundo. Está lista pero se ha escondido tan bien dentro de mí que no la puedo encontrar y me temo que tendré que esperar a otro día. A veces te pasa con cosas del trabajo o con los amigos. En un momento de lucidez sabes lo que quieres y como conseguirlo y más tarde, a la hora de la verdad no recuerdas el dato importante. Algún día espero comprender los procesos que rigen y cabezón y por extensión el universo que he creado pero hasta que llegue ese momento tenemos que ensuciar una pantalla con algunas palabras y hoy no me queda más remedio que improvisar.
Hablemos de mi casa. Hace tiempo que no lo hago y todos hemos sido partícipes de su evolución a lo largo de casi un año. Hace cuatro meses compré un sofá para el salón y un sillón individual (estoy seguro que hay palabra en español pero se me ha olvidado y no consigo dar con ella en el diccionario 🙁 … ¿butaca, quizás?). Hace unos años uno iba a una tienda, veía algo que le gustaba, lo compraba y te lo llevaban a casa al cabo de unos días. Ahora vas a la tienda, miras el material en exposición, te sientas con una vendedora que por la comisión te enseña el coño para asegurarse que te tiene abobancado, acabas mirando un catálogo de materiales y colores y discutiendo sobre la metafísica de un sillón, finalmente lo compras firmando un contrato con los vendedores, dejas una fianza y en ese instante se manda la orden a una fábrica que está en Dios sabe qué país para que construyan tus muebles. Cuando están fabricados se agruparán con otros y emprenderán un gran viaje a través de medio mundo. Finalmente después de un montón de tiempo recibes un correo en el que te piden que llames para concertar una cita y tras una espera interminable das la bienvenida a esos objetos que formarán parte de tu vida durante tanto tiempo. Este es el camino que ha tenido que recorrer mi nuevo salón el cual os presento en la foto:
La brutal cantidad de dinero que me gasté sirvió para comprar la mesa que se puede ver en la foto y los sillones. Seguro que la mayoría piensa que la mesa es una horterada pero yo cuanto más la miro más me gusta y he de decir que me enamoré de ella inmediatamente. Me encanta que sea una única pieza de vidrio y la onda que forma. Sobre los sillones, decir que el color es terracota, están hechos de cuero y todos se pueden ajustar a la altura del cuello, algo particularmente útil cuando ves la tele. Un último detalle que no se ve en esta foto es que tanto el individual como el tercio más próximo a la ventana del tres plazas tienen posición relax. Pulsas un interruptor y una serie de motores te reclinan y te quedas tumbado y tan a gustito. Las siestas son absolutamente increíbles en estos sillones, es lo más de lo más. Yo no veo mucha televisión pero ahora que tengo estas instalaciones es obligatorio el pasarme al menos una horita de siesta después de volver del trabajo y disfrutar con mi esplendoroso sofá. Este invierno cogeré mi mantita, me arroparé tan a gustito y a ronronear en las oscuras tardes de los fines de semana. Eso es calidad de vida. Han merecido la pena el estipendio y la espera. ¡Ah! se me olvidaba decir que están asegurados contra cualquier tipo de desgracia que pueda suceder en los próximos cinco años. Hasta hace unos meses yo ni sabía que uno puede comprar un seguro para que en caso de cualquier problema con el sillón te lo reparen inmediatamente.
Vuelvo a donde comencé. Ahora que he hecho un esfuerzo por sacar alguna otra cosa acabo de recordar lo que quería contar pero es demasiado tarde y tendrá que esperar a otra oportunidad. Por si las moscas lo he apuntado en el documento en el que guardo las cosillas pendientes.