Me distraigo con tantas boberías y en ocasiones se me olvida que esta bitácora es también el lugar en el que quedan registradas esas pequeñas cosas que le pasan a uno. El pasado lunes me levanté dispuesto a comerme el mundo y después de un frugal desayuno salí de mi casa escopeteado para no perder el tren. Iba con algo de prisa y la Macarena y Yo nos fusionamos en un único ente que volaba por los verdes parajes holandeses hacia la estación de tren. Pese a que no tiene velocidades pasábamos a todo quisqui y a cada instante acortábamos la distancia que nos separaba de nuestra meta. Más o menos a medio camino dejamos los paisajes idílicos y entramos en calles de ciudad y en esa zona la calidad el camino se resiente ya que es una calle adoquinada. Iba volando por ella cuando noto que se me trabucan los pedales. Había saltado la cadena. Traté de devolverla a su circuito pero no hubo manera. Además de la cadena la rueda trasera se había desplazado y aquello no tiraba. Las desgracias siempre suceden en los lugares que uno menos se espera y por culpa de esto me quedé con las manos pringadas de grasa y a diez minutos de la estación, justo en la única zona de la ciudad en la que no hay talleres de reparación.
Me resigné y comencé a caminar en dirección a la estación arrastrando la bici. Mientras avanzaba sopesaba las posibilidades. Cerca de la estación hay varios talleres que me la pueden arreglar y en la misma estación hay uno. Mientras iba de camino me acordé que en la estación de Hilversum también lo puedo hacer y de esa forma no pierdo el siguiente tren. Me apuré y llegué a la estación con menos de medio minuto para pillar el tren. Salté dentro cuando el revisor soplaba su pito y se cerraban las puertas. En Hilversum fui a la tienda de la estación y le expliqué el problema al alcohólico que trabaja allí por las mañanas. No es un adjetivo gratuito, define perfectamente su condición. El hombre a mediodía apesta a vino del barato y a las tres de la tarde es que ya ni ve. Todos el mundo lo sabe pero parece que a nadie le importa. El tipo me dijo que hablara con su compañero, un turco que no habla inglés. Por suerte ambos hemos visto las películas de Tarzán y entre señas y gestos le expliqué la situación. El colega colgó mi bicicleta de un elevador neumático y en un par de minutos me la había arreglado. Encima es que no me cobró nada. Que el buen Dios de los católicos lo bendiga y le haga ver la luz, que el hombre se merece ir al cielo y no terminar en el infierno de los musulmanes con todas esas tías tapadas de negro, que parecen cuervos. Con las manos negras por la grasa me fui a la oficina para mi siguiente aventura.
Después de la reciente reorganización hay un montón de pequeñas tareas que no hace nadie porque las personas que las ejecutaban han sido despedidas. Una de ellas es la de reparar los desperfectos en los baños. En la oficina tenemos unos retretes del copón, con muchísima tecnología que a su vez requiere mantenimiento. No sé si el tipo al que echaron lo hizo adrede pero lo cierto es que después que se fue los lavamanos dejaron de funcionar. Tienen unos sensores que detectan la proximidad de las manos y activan el agua. Parece ser que funcionan con pilas pero nadie sabe o quiere cambiarlas y el resultado es que nuestros flamantes lavamanos son inútiles. También hay algún retrete al que ya no se puede entrar. La gente se mofa y han puesto un cartel en la puerta recordando a los directivos que estamos así por su culpa y en letras grandes pone que si entras allí lo haces por tu propio riesgo. A su lado alguien puso un casco de obra y cuando vas al baño te lo pones para seguir con la broma. Ya sé que suena todo como muy de coña pero es así. Un día de estos le hago una foto. Gracias al problema del lavamanos me tuve que quitar la grasa en los rollos esos de toallas para secarse las manos. Dejé el puto trasto vacío y la papelera hasta arriba. Después de una experiencia tan tercermundista aproveché para mostrar mi insatisfacción a mi jefe, que estas cosas es mejor sacarlas pronto o te crecen las úlceras.
El resto de la semana la Macarena ha funcionado sin más achaques y espero que siga así por mucho tiempo.