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  • Los achaques de la Macarena

    19 de mayo de 2006

    Me distraigo con tantas boberías y en ocasiones se me olvida que esta bitácora es también el lugar en el que quedan registradas esas pequeñas cosas que le pasan a uno. El pasado lunes me levanté dispuesto a comerme el mundo y después de un frugal desayuno salí de mi casa escopeteado para no perder el tren. Iba con algo de prisa y la Macarena y Yo nos fusionamos en un único ente que volaba por los verdes parajes holandeses hacia la estación de tren. Pese a que no tiene velocidades pasábamos a todo quisqui y a cada instante acortábamos la distancia que nos separaba de nuestra meta. Más o menos a medio camino dejamos los paisajes idílicos y entramos en calles de ciudad y en esa zona la calidad el camino se resiente ya que es una calle adoquinada. Iba volando por ella cuando noto que se me trabucan los pedales. Había saltado la cadena. Traté de devolverla a su circuito pero no hubo manera. Además de la cadena la rueda trasera se había desplazado y aquello no tiraba. Las desgracias siempre suceden en los lugares que uno menos se espera y por culpa de esto me quedé con las manos pringadas de grasa y a diez minutos de la estación, justo en la única zona de la ciudad en la que no hay talleres de reparación.

    Me resigné y comencé a caminar en dirección a la estación arrastrando la bici. Mientras avanzaba sopesaba las posibilidades. Cerca de la estación hay varios talleres que me la pueden arreglar y en la misma estación hay uno. Mientras iba de camino me acordé que en la estación de Hilversum también lo puedo hacer y de esa forma no pierdo el siguiente tren. Me apuré y llegué a la estación con menos de medio minuto para pillar el tren. Salté dentro cuando el revisor soplaba su pito y se cerraban las puertas. En Hilversum fui a la tienda de la estación y le expliqué el problema al alcohólico que trabaja allí por las mañanas. No es un adjetivo gratuito, define perfectamente su condición. El hombre a mediodía apesta a vino del barato y a las tres de la tarde es que ya ni ve. Todos el mundo lo sabe pero parece que a nadie le importa. El tipo me dijo que hablara con su compañero, un turco que no habla inglés. Por suerte ambos hemos visto las películas de Tarzán y entre señas y gestos le expliqué la situación. El colega colgó mi bicicleta de un elevador neumático y en un par de minutos me la había arreglado. Encima es que no me cobró nada. Que el buen Dios de los católicos lo bendiga y le haga ver la luz, que el hombre se merece ir al cielo y no terminar en el infierno de los musulmanes con todas esas tías tapadas de negro, que parecen cuervos. Con las manos negras por la grasa me fui a la oficina para mi siguiente aventura.

    Después de la reciente reorganización hay un montón de pequeñas tareas que no hace nadie porque las personas que las ejecutaban han sido despedidas. Una de ellas es la de reparar los desperfectos en los baños. En la oficina tenemos unos retretes del copón, con muchísima tecnología que a su vez requiere mantenimiento. No sé si el tipo al que echaron lo hizo adrede pero lo cierto es que después que se fue los lavamanos dejaron de funcionar. Tienen unos sensores que detectan la proximidad de las manos y activan el agua. Parece ser que funcionan con pilas pero nadie sabe o quiere cambiarlas y el resultado es que nuestros flamantes lavamanos son inútiles. También hay algún retrete al que ya no se puede entrar. La gente se mofa y han puesto un cartel en la puerta recordando a los directivos que estamos así por su culpa y en letras grandes pone que si entras allí lo haces por tu propio riesgo. A su lado alguien puso un casco de obra y cuando vas al baño te lo pones para seguir con la broma. Ya sé que suena todo como muy de coña pero es así. Un día de estos le hago una foto. Gracias al problema del lavamanos me tuve que quitar la grasa en los rollos esos de toallas para secarse las manos. Dejé el puto trasto vacío y la papelera hasta arriba. Después de una experiencia tan tercermundista aproveché para mostrar mi insatisfacción a mi jefe, que estas cosas es mejor sacarlas pronto o te crecen las úlceras.

    El resto de la semana la Macarena ha funcionado sin más achaques y espero que siga así por mucho tiempo.

  • Pistilo y estambres

    19 de mayo de 2006
    Pistilo y estambres

    Pistilo y estambres, originally uploaded by sulaco_rm.

    Otra vista mágica en tonos amarillos

    Technorati Tags: flor, keukenhof

  • En la guagua

    18 de mayo de 2006

    A decir verdad hoy no tengo nada que decir. Esta semana está marcada por los desvaríos y no se me ocurre ninguna otra chorrada que contar por aquí. Cualquier otra persona seguro que se preocuparía y trataría de forzar la maquinaria pero en mi caso, lo que no puede ser, no puede ser y no le presto más atención.

    Hoy no fui en bicicleta al trabajo porque amaneció lloviendo y al volver a casa me encontré una chica en la parada. No era excesivamente guapa pero tampoco eso que se define como callo malayo. Esperamos juntos a que llegara la guagua y cuando lo hizo le cedí el paso para entrar en el vehículo. Desde donde nosotros nos subimos hasta la estación hay tres paradas más y el conductor, un tío con el que ya he ido en otras ocasiones y que se ajusta al modelo denominado viejo verde vio a la chica, la miró con ojos vidriosos por el ansia y entonó el himno de las chochas. A grito pelado comenzó el salmo: «Mucho chocho, … mucho chocho» y todos los tíos que iban en la guagua respondieron a una: «Es, … Es«. La chica sonrió y buscó un asiento libre en el que sentarse. Nada más entrar en la guagua te encontrabas con dos barbies comatosas, esas viejillas que están más cerca de allá que de acá y que siempre visten igual, con esas faldas plisadas, esas playeras modelo cordero de Cristo igualitas a las que llevaba el difunto Papa, esos calcetines cortos azules justo por encima de unos tobillos de tamaño extragrande y con esas patotas como columnas griegas, aunque no sabemos si dóricas, jónicas o corintias porque la falda nos impide ver el capitel que las corona. Las viejillas tenían el peinado estándar de la tercera edad holandesa, esos cortes de pelo que se anuncian en las peluquerías con descuento para la tercera edad y que se hacen poniéndoles una escupidera en la cabeza y recortando todo lo que asoma de las mismas. Los cabezones rubios cuando llegan a los setenta o más se vuelven blancos y siempre he sentido curiosidad por saber si allí en donde la luz del sol ya no llega también se les pone un bigotillo blanco o directamente se les cae el pelo. Imagino que si sigo por el país dentro de treinta años lo podré averiguar de primera mano.

    Las viejillas no estaban muy satisfechas con la entrada gratuita otorgada únicamente por estar follable y comenzaron a cotorrear pero el chófer las acalló de un plumazo diciendo: se callan coño o les quito las dentaduras postizas. Las tías rezongaron pero no dijeron más nada. En la siguiente parada entró una chica con tarjeta de transporte como la mía, que te permite un uso y abuso ilimitado de los recursos públicos y junto a ella subió una asiática. Dicho así todos nos imaginamos una chocha de esas con ojos rasgados, cutis terso y sedoso, tetas pequeñas y manejables, una tía que parece estar pidiendo a gritos que la penetres una y otra vez. Pues no, no sucedió eso así que enfriad vuestras mentes calenturientas. La asiática era pequeña y demás, pero debía tener más de cuarenta años. Todos sabemos lo que sucede a las mujeres de esa parte del universo con la edad. Se arrugan como pasas, se les oscurece la piel y se les pone un hocico a medio camino entre perro pekinés, india arapajoe y careto de ministra de la derechona (como las Palacio’s sister). El chófer miró a la tía, agarró el bono guagua (aquí conocido como strippenkart) y rumió un mira que eres fea hijaputa mientras se lo sellaba dos veces, para joderla y que pague más. La china/tailandesa/indonesia o lo que quiera que fuera entró y cuando iba a buscar asiento el conductor arrancó a todo meter y la lanzó directamente contra las dos viejas cotorras, que se vieron de repente aplastadas por aquella tipa. Todos nos reíamos a mandíbula batiente mientras las dos ancianas cacareaban sus quejas y el guagüero se reía socarronamente. Finalmente la del lejano oriente acabó sentada cerca de donde estaba yo y pude ver lo mal que lleva esa gente lo del envejecer, como ya he dicho. Aquella es que daba hasta asco. Incluso los colegas que dicen que ellos si hay agujero la meten se lo pensarían tres o cuatro veces. Aquella mujer necesitaba un planchado completo para alisarle un poco la piel y ya puestos, una dentadura nueva menos negra que la que llevaba, que no tenía sarro, tenía dientes negros. La tía encima te sonreía con aquellos tizones y daba yu-yu. Saqué mi cruz de debajo y la puse bien visible, que estas cosas es mejor repelerlas con la ayuda de Dios. La tía tenía una manos con uñas como garras de pajarraco, similares a las que se me ponen a mí después de seis meses sin cortarme las uñas de los pies, que una vez me hice una foto y los de la National Geographic la usaron para un reportaje de aguilucho. Con aquellas armas en las manos esa tipa debe ser bien peligrosa.

    Sin más incidencias llegamos a la estación de tren y tras una corta espera nos subimos al tren y continuamos viaje.

  • Pistilo

    18 de mayo de 2006
    Pistilo

    Pistilo, originally uploaded by sulaco_rm.

    Otro espectacular pistilo visto desde arriba con los estambres a los lados formando un hexágono. Me quedo sin más palabras.

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