Seguimos con esta revisión de los diferentes comportamientos humanos desde mi particular punto de vista y hoy le toca el turno a las calientapollas, esas que todos conocemos y que tienen una conducta particularmente puñetera y frustrante para el macho masculino. Lo mejor es ilustrarlo con un ejemplo.
El otro día volvía a mi casa desde el trabajo en el tren. Por algún retraso anterior el tren venía bastante lleno. Yo siempre me quedo en los vagones especiales para bicicletas haciendo mis sudokus y escuchando audiolibros. En la siguiente parada se subieron al tren una pareja. ?l era el típico cabeza de queso de más de metro noventa, delgado como un compás y con el desgarbamiento habitual. Ella era la típica chica asiática modosita de tamaño compacto, carita de no haber roto un plato en su vida aunque sí de haber comido más miembros de los que seguramente sepa contar y con esa belleza extraña que tienen las mujeres de ese lado del mundo cuando no son cabezudas como la hermana del Chino. Yo lo vi claro desde el principio y como yo seguramente toda la gente que estaba en aquel compartimiento pero el chico parecía ciego. ?l flirteaba con aquella hembra y le mandaba señales claras y fuertes sobre sus intenciones. ?l lo que quería era mojar el churro, embragar, darle de comer a su pajarito y eso que se dice. Ni siquiera se lo estaba insinuando, se lo estaba escribiendo en el aire en letras del tamaño de farolas mientras que ella se reía, le seguía el juego, le ponía una mano encima, lo acariciaba, le daba esperanzas y cuando el chico trataba de acercarse lo bloqueaba y lo empujaba para atrás. El juego siguió durante todo el camino y lo que sabemos con seguridad es que aquel pobre de hacer algo ese día, fue con la ayuda de su mano o de la Chochona que se compró en un sex shop. En la estación la vi despedirse de él y mandarlo a freír espárragos. Si el chico no hubiera estado ciego se habría dado cuenta desde el principio y no hubiera perdido su precioso tiempo con esta calientapollas.
Están ahí, a nuestro alrededor. Llevan aquí desde el comienzo de los tiempos, son como una plaga que ha asolado la humanidad desde que tenemos memoria. Las calientapollas son esas hembras que juegan a engatusar al macho humano, le hacen albergar esperanzas y cuando ven que lo tienen más caliente que los fogones del infierno les dan la espalda y los dejan yertos, frustrados y de una mala leche legendaria. Todos las conocemos y aquellos que han sufrido con sus provocaciones han desarrollado una particular sensibilidad hacia las mismas y son capaces de verlas venir de lejos. En cada grupo de amigos siempre hay una que ostenta el título de calientapollas, una que ya se ha trabajado los machos de la manada y ha dejado su sello de frustración escrito en varios de ellos. Por suerte hoy en día todos tenemos correo electrónico y programas de mensajería instantánea y pronto se sabe que tenemos entre manos una de esas en la banda. Lo único que se puede hacer es sonreírle e ignorarla, para que así se infle a decir que eres mariquita mientras te pules a todas sus amigas para que se lo nieguen. Lo malo es que estas calientapollas tienden a ser hembras hermosas y de buen ver que además son plenamente conscientes de su poder y abusan del mismo. Nuestro idioma es bastante rico en vocabulario y pese a los intentos de los chichones por simplificarlo y convertirlo en una sombra de sí mismo, no debemos olvidar la belleza de palabras como esta que tan sabiamente describen algo.
Una de esas maldades que practicamos a menudo es la de sugerir al nuevo lobezno que llega a nuestro grupo que ella está como loca por él y que seguro que lo tiene fácil. El chaval se cegará y se lanzará como un kamikaze hacia ella completamente convencido de su éxito. No escuchará a nadie que le intente poner sobre aviso y se estampará contra la muralla de la calientapollas sin remedio. Los demás observaremos entretenidos el experimento riéndonos y comprobando como el chaval pasa por todo tipo de etapas que resultan en el incremento de su frustración una y otra vez hasta que finalmente desiste. Inicialmente tendremos alguien resentido y que no se fía de nuestra bondad y camaradería pero pasado un tiempo verá que todos han de pasar por esa experiencia y las cosas volverán a ser normales.
No hay nada malo en conocer alguna calientapollas en tanto en cuanto mantengáis las distancias y no le permitáis nada. Tarde o temprano acaban enamorándose de algún gilipollas que las humillará, ninguneará y puteará todo lo que pueda y de esa forma se restablecerá el equilibrio y ellas recibirán el premio por todo el mal que hicieron en sus años mozos. Si conoces alguna, dale un gran abrazo la próxima vez que la veas y dile que yo y todos los hombres del mundo le mandamos muchos recuerdos y que esperamos que algún día encuentren eso que se merecen.
Seguramente hay el equivalente masculino de este tipo de gente pero yo lo desconozco por razones obvias y tampoco conozco el nombre por el que son conocidos si es que hay alguno.
Y qué forma mejor de acabar que poniendo la definición del RAE para esta palabreja:
Calientapollas: Persona que excita sexualmente a un hombre sin intención de satisfacerlo
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