Distorsiones

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  • Los niños del maíz

    20 de octubre de 2005

    A la hora del almuerzo en lugar del paseo habitual el colega con el que camino me dice que lo acompañe a buscar a su hija a la guardería y a llevarla a casa y así de paso me enseña las paredes de su casa porque me la van a pintar de la misma manera, algo que solo puedo describir como una especie de gotelé de un milímetro de espesor.

    Salimos de la oficina y nos vamos en coche al punto de recogida de la unidad infantil. Por el camino vamos hablando sobre como salvar el mundo, la empresa y demás y de como las alemanas son más arretrancos que las gallinas, sobre todo comparadas con las puras y castas bellezas neerlandesas y sus profundas concepciones morales. El mismo tema lo hablo con mis amigos alemanes y entonces son las holandesas las pellejas y las alemanas las castas y puras. Estoy convencido que ellos ven a las españolas como unas putas de cuidado. Es algo universal. Siempre miramos fuera de casa y lo nuestro ni tocarlo ni mentarlo.

    Llegamos al colegio y por despiste me he dejado mi chaquetón en la oficina, así que estamos con ocho grados de temperatura y Yo de puro macho canario con un polito de Springfield de esos de dos por treinta euros. Todo el mundo está abrigado desde la pipa del coño hasta la coronilla, con una profusión de abrigos, bufandas, guantes y demás y Yo de lolailo en camiseta, causando admiración entre todas las madres, porque también somos las únicas unidades masculinas que han venido a la puerta del colegio, lo cual demuestra que la igualdad de sexos es una puta mentira y que al final la madre apechuga con el trabajo de sacar adelante a los niños mientras el marido saca tripa junto a la máquina de café de su oficina.

    Las holandesas estaban fascinadas conmigo, cuchicheando entre ellas porque iba en camiseta con este frío y encima con un morenito de lujo. Yo metí tripa y picaba ojos, que uno nunca sabe si hay viciosillas a la vista y lo de madres con hijos mola mazo a estas alturas. Estamos en aquel corral, rodeados por todas esas gallinas cuando se abren las puertas del colegio y se escucha un rumor que va ganando intensidad hasta que salen en tromba unos treinta niños de cuatro años. Los chiquillos corren hacia sus madres y hacia el único padre presente. Yo me quedo mirando algo distante y de repente constato un hecho que me golpea demoledoramente: todos los niños son rubios. No hay cabezones de pelo castaño o negro, solo tez pálida y pelo rubio por doquier. Es como en cualquier pesadilla del gran maestro Stephen King, todos repugnantemente rubios, todos iguales.

    Mi amigo viene con su hija a la que me presenta como el señor que vino de África, algo que técnicamente es cierto ya que pese a los intentos de los diferentes gobiernos españoles al poner el archipiélago bajo las Baleares, seguimos ubicados físicamente a pocos kilómetros del continente africano. La niña me mira con curiosidad porque no soy rubio y porque obviamente, soy infinitamente más guapo que cualquier otra persona que haya podido conocer en toda su vida. Nos vamos al coche a paso ligero, aunque yo me niego a reconocer que estoy muerto de frío y que tengo los huevos del tamaño de maníes.

    En el coche la chiquilla me interroga y me enseña sus cachivaches. Ya en su casa nos mira a su padre y a mí mirar las paredes y admirar algo, aunque no sabe muy bien qué. Ella solo ve muros pintados y nosotros venga a tocar la textura y admirar los colores. La niña además está confundida porque no consigue comprender lo que dice su padre, al que le debe haber dado un jamacullo y no vocaliza con la fluidez habitual. Para ella es algo nuevo que su padre hable en otro idioma, así que el hombre le tiene que explicar que nosotros los africanos venimos de otro universo en el que las palabras se dicen del revés y con otra música, una forma de comunicación llamada inglés. Ella nos mira sin terminar de comprender y sigue haciendo preguntas que en ocasiones no comprendo y que su padre me traduce, momento en el que ella no comprende.

    Después de media hora de diálogo entre especies de distintos continentes aparece la madre y nos vamos. La chiquilla se terminó de rebotar cuando la madre también comenzó a hablar ese extraño idioma y decidió que algo malo estaba sucediendo en su casa y que lo mejor era escaparse a la planta alta hasta que se recuperaran sus padres.

    Nosotros volvimos a la oficina a seguir trabajando.

  • Ikea y el Chino

    19 de octubre de 2005

    El otro día estuve ayudando al chino a montar su nuevo dormitorio de Ikea. Cuando me dijo que lo había comprado casi me desmayo de la impresión. Es la primera vez en la historia que el chino compra muebles nuevos. Se ha comprado la cama, el aparador y un armario monstruosamente grande. El chino casi no tiene ropa pero debe tener planes para comprar millones de cosas porque el armario es de 243 centímetros de alto, un metro veinte de ancho y sesenta centímetros de fondo. El techo de su casa tiene 244 centímetros así que queda escasamente un centímetro libre. Para ensamblar semejante mamotreto nos la vimos bien jodida. Yo soy uno de los cinco campeones de montaje de los muebles de esa empresa sueca, pero si mi compañero de curro jamás ha estado expuesto a dichos muebles es casi una misión imposible. El chino agitaba el cabezón y trataba de descubrir el lado oculto del dibujo que tiene un cacho de madera y tres tornillos y hay que ponerlos juntos. No hay más ciencia, hasta mis amigas canarias podrían hacerlo, pese a sus graves carencias intelectuales de todos bien sabidas. Sin embargo el asiático estudia el dibujo durante diez minutos para al final decir: Eso es lo que yo quería decir. Algo que podríamos haber hecho en un par de horas nos tomó siete. Con la cama fue la pesadilla máxima, yo frito por acabar y mi amigo dale que te pego a mirar y remirar el puto dibujo. Terminé por pasar de él y montarla yo solo. Para cuando acabó con las instrucciones yo ya la tenía hecha y sólo por ver su cara mereció la pena. Le pregunto por el colchón y me dice que no lo ha comprado porque piensa reutilizar el colchón que recibió en 1998 de otro chino y que ha usado desde esa época, aunque por no tener cama siempre lo tuvo en el suelo. El colchón tiene unos lamparones marrones de cuidado, pero yo todo sonrisas, que ya me conozco a la parroquia y si le digo algo terminamos en una de esas discusiones surrealistas.

    El colchón encima no terminaba de encajar con la cama, pero nada que no se pueda arreglar con un poco de presión aquí y allí. El chino es también agradecido y me invitó a cenar en un restaurante chino que tenemos en nuestro barrio. Según entramos nos dio mal rollo, porque nosotros para esto de la comida del Imperio Asiático somos muy exigentes. La camarera era china pero no entendía a mi amigo, lo que atribuimos a que era de la rama pobre de la raza y hablaba chino cantonés, en lugar del elitista y privilegiado chino mandarín. La tía parecía más tonta que una modelo. Le explicamos que no queríamos cubiertos, sino palillos y se le cruzó la compresa del susto. Se marchó, conferenció con los otros, volvió, se fue nuevamente y después de arduas gestiones consiguieron unos palillos para nosotros. Le explicamos que cuando se come con palillos no se usa plato sino un cuenco pero el concepto no terminó de cuajar y nos tuvimos que joder. Por esto perdieron veinte puntos. Cuando pedimos el menú en chino y nos dijeron que solo tenían menú en holandés perdieron cincuenta puntos más.

    La observación meticulosa del menú nos terminó de acojonar. Estaba pensado para incultos e insensibles rubios cabeza de queso sin conocimiento de una cultura milenaria. Optamos por una aproximación conservadora y pedimos un par de platos que conocemos. Para las bebidas nos fuimos al té chino, como hacemos siempre y la tía no tenía ni puta idea. Otro disgusto y diez puntos menos. Ya por ahí sabíamos que no iba a haber propina. La comida llegó pronto y he de decir y jurar y perjurar que no era muy buena. De mediocre tirando a mala, como la que se puede comer en cualquier chino de Gran Canaria, con esos platos atiborrados de salsa para tapar la carne de gato y de rata que usan. Por la comida les quitamos quince puntos más, así que concluimos que de cien posibles puntos consiguieron cinco. Jamás volveremos a pisar dicho local.

    Volvimos a casa de mi colega para continuar montando los muebles porque esto sucedió entre medias. Al día siguiente me dijo que durmió fatal porque la cama es muy alta ya que está acostumbrado a dormir a nivel del suelo y porque el somier le está matando. Me lo encontré en el tren ya que yo voy en bicicleta hasta la estación y el va en guagua, al menos hasta que se compre una bicicleta que pueda dejar en la estación (o sea, una nueva bicicleta de dudosa procedencia) o una que pueda doblar y llevar con él en el tren (como La Macarena de un servidor).

  • Mismamente yo

    18 de octubre de 2005

    Voy a aprovechar un comentario dejado en esta anotación para hablar un poco de mi página y de los engranajes que la mueven.

    ¿Cúanto tiempo le dedicas? Si asumimos que no veo la tele, que soy un borde y que por razones desconocidas las cosas más asombrosas suceden continuamente a mi alrededor, en total le estoy dedicando a esta bitácora más o menos una hora y media al día. El armazón es WordPress y lo cambio 4 veces al año, evento que me hace perder un domingo o quizás día y medio. O sea que no es mucho tiempo. Las historias tienen un 70% de realidad y un 30% de distorsión. El turco existe, igual que el chino, el holandés, er Dani y cualquier otra persona nombrada. Las cosas suceden sólo que yo las miro por el lado equivocado. Aquellos que tienen acceso completo a mi gigantesco archivo de fotos conocen la jeta del chino, del turco, de un servidor, de bleuge y de otros y otras. En el pasado, en la versión 1.0 de esta página, había una sección denominada El mito en la que tenía fotos con todos mis amigos y conocidos (siempre un servidor y …). Eliminé esa sección a comienzos del 2004, más que nada porque esto empezaba a ser visitado por gente que no sólo eran mis amigos y no quería problemas. ¿Hay fotos mías en Internet? Ciertamente. En la bitácora de Kike hay al menos una.

    ¿Vas a dejarlo? No tengo ni idea de lo que sucederá en el futuro, pero os aseguro que no hay ningún plan en mi cabeza para acabar con este entretenimiento y para aquellos que pierden el sueño por esto, decir que he pagado un año de alojamiento y dos de dominio así que hay distorsiones para rato. Igual que otros ven fútbol, escuchan reggaeton o se la cascan frente a sus ordenadores viendo fotos del padre Arpeles, yo escribo y me río con las cosas que hago. Por aquí pasan mi familia y amigos con cierta frecuencia. También se ha creado una pequeña comunidad del mambillo que comenta y crean parroquia. Con algunos hablo por el messenger de cuando en cuando. Con otros hablo por teléfono habitualmente. En esta página nunca hay descanso. Casi nunca publico en directo (hoy es una excepción), por lo general lo tengo escrito con al menos una o dos horas de antelación y en ocasiones con días. Si sé que no voy a estar el fin de semana, lo preparo unos días antes. En mi escritorio hay un fichero con frases que me recuerdan las historias que quiero contar y a veces salen después de un día y otras veces no salen o tardan, como es el caso del viaje a Nueva Orleans que me está tomando un año o como la historia der Dani, que sucedió realmente tal cual la estoy contando y de eso da fe alguno de los comentarios de mi amigo Sergio. El nombre de dicho fichero es kk.odt (extensión por defecto para documentos del OpenOffice)

    ¿Siempre acabas lo que empiezas? No. Entre las cosas que llevo macerando siglos y que no terminan de cuajar se encuentran los siguientes títulos: Frugoni es un nombre de tango, la fea del bar, las chochas de las ranas (con foto), el concurso del pub irlandés, las melopeas con el holandés, el friki con la rusa, especialista en cosmetología, el musical de LaMasmo, 4 libros que ya he leído, una película que me falta por comentar, minusválidas cerebrales, en fin, un montón de cosas que quiero contar y que no acaban de salir. Además de todo esto, cada día sucede algo especial a mi alrededor, algo que quizás otras personas no ven pero que a mí particularmente me llama la atención. Puede ser un puercoespín en el parque que hay detrás de mi casa como el que vi esta mañana, o un accidente de coche como el que presencié el otro día, o un intento de suicidio en el río Maas desde un puente de la ciudad de Maastricht como el que vi hace 3 años, siempre hay momentos que merece la pena retratar. Si consigo visualizar el lado divertido o ameno de esos momentos, entonces tengo una historia. Si no lo logro, pues acabarán como una línea de ese fichero de cosas inacabadas.

    Lo duro de escribir es comenzar. Una vez se adquiere el hábito es muy fácil seguir haciéndolo. Espero alcanzar algún día algo de calidad pero tampoco me agobio por este pequeño detalle. Mientras me divierta y sirva para que los míos sepan algo de mi no me detendré. El sábado discutía con mi amigo el turco sobre este tema. Todos los que me conocen y leen esto saben muchísimo de mi vida mientras que yo no sé casi nada de las suyas. Cuando viajo a España la gente me pregunta por el chino, por sus gárgaras, por los problemas sexuales del otomano, por mi reincidencia en películas malas, por esto o aquello que han leído y que les produjo algún tipo de sensación. Yo únicamente puedo extraer la información que ellos están dispuestos a darme y que generalmente no es mucha.

    ¿Hay una parte que no cuentas? Pues sí. Cuento lo que me parece y me cayo lo que creo conveniente. Regulo la cantidad de información que suministro al igual que hace todo el mundo. Protejo a las personas que no quieren que se hable de ellas y no cuento esas historias (y creerme, hay algunas fantásticas).

    ¿Siempre publicas a las mismas horas? Al menos lo intento, son las ventajas del diferido. En muchas ocasiones las cosas salen cuando estoy en el trabajo (por las mañanas) o por ahí de copas o en el cine.

    Y para aquellos que sienten algún tipo de curiosidad malsana, este ha sido mi día: me levanté a las siete, perdí la guagua y tuve que esperar diez minutos por la siguiente en la calle a ocho maravillosos grados de temperatura, a medio camino cortaron la calle para que salieran los coches de bomberos de su cuartelillo y por culpa de esto perdí el tren, lo cual me obligó a pasar otros quince minutos al fresco. El tren llegó tarde, la guagua para ir al trabajo salió antes de tiempo y tuve que coger otra que me dejó a cinco minutos andando. Tenía previsto dedicarme a verificar una aplicación de la que soy responsable de producto pero no pude porque aparecieron problemas en España, Dinamarca, Alemania y Austria en otro programa y tuve que ayudar a esa gente. A mediodía me fui a caminar con uno de mis colegas que no quiere que hable de él y después del paseo lidié con otra crisis internacional. Tuve un par de reuniones por la tarde, fui a mi médico a ponerme la vacuna contra la gripe y a las cinco me fui andando a la estación de tren y compré un billete para ir al aeropuerto a recoger a mis padres que llegaron esta tarde. Se les perdió una maleta así que tuve que esperarlos hasta que rellenaron todos los impresos. Después nos vinimos en tren a Utrecht y mi amigo el holandés nos recogió en la estación y nos trajo a casa. Estuvimos hablando y tomando cerveza hasta las nueve, que fue cuando cenamos y un poco más tarde mis padres se fueron a dormir, agotados. Ahora escribo esto y pronto yo también estaré entre sábanas.

  • Las dos semanas pasadas en Distorsiones

    18 de octubre de 2005

    Habemus casa. Ya han pasado diez días desde que me mudé a er Chumino, ese pedazo de vivienda ubicado en la histórica ciudad de Utrecht. He andado algo liado y por eso no he podido mandar el correo habitual. Aunque a un ritmo más pausado, Distorsiones, ese lugar en el que el universo gira descompasado ha seguido retorciendo sus líneas y avanzando hacia un cierto desastre. Sobre el tema de la casa se ha hablado bastante en Ya era hora, ahora me toca a mí, La firma y La mudanza, historias que han sido agrupadas en una nueva categoría denominada Mi casa. También hay un montón de Fotos sobre el tema: Salón vacío, Segundo dormitorio, Dormitorio principal, Puerta de la calle, Cagadas invertidas, Trastero bajo la escalera y Antes de la mudanza. La despedida de la vieja casa y de todos los recuerdos que encierra sucedió en Mi vida en Hilversum, un melancólico repaso a las fotos de la ciudad que han aparecido por aquí. Sobre mi nueva ciudad, Utrecht, podéis ver una Foto en El Dom desde la biblioteca.

    Pese a este empacho sobre la mudanza, algo que se veía venir, hubo tiempo para otras cosillas. El American Tour 2004 se acerca al final de la primera parte en el Capítulo noveno: Los isleños en el camino a Biloxi y hubo también alguna foto de este viaje, como Casas de esclavos y Cipreses en los pantanos.

    A comienzos del mes hice el repaso de las visitas del mes anterior en Los más populares de Septiembre , una forma de saber qué es lo que llama más la atención de esta página y aunque poco, hubo algo de Cine en New Police Story – San ging chaat goo si y Crash. De todos es sabido que un par de veces al año me sale una buena crónica de película. La correspondiente a este semestre es New Police Story – San ging chaat goo si, escrita con rabia y con saña, así que os sugiero que la leáis.

    Terminé de republicar la saga de Moby Dick, con los capítulos restantes: Moby Dick II y Moby Dick III. Ambos entran por méritos propios en la categoría de Grandes Historias.

    Además de todo esto, al fin conocimos El plan maestro del chino, que me descubrió en una visita a su nueva casa y también hubo un desvarío llamado El fondo de armario sobre los problemas de las hembras en estos tiempos modernos. El fin de semana pasado estuve por Ámsterdam y conté algo de ello en Sábado de otoño.

    Esto ha sido todo. En la banca rota más absoluta, os pongo los enlaces habituales a mis listas de deseos: 
    – Wishlist en Amazon UK
    – Wishlist en Amazon USA

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