Llevo años prestando atención y nadie habla de un tema que para mí es fundamental. No aparece en las noticias, ni en los programas esos de sobremesa en los que cuatro pelanduscas y tres mariquitas despellejan sin rencores al capullo de turno, ni siquiera en los documentales que dan a horas intempestivas para justificar la calidad de una programación desastrosa. Se trata de algo muy serio y que todos vemos continuamente en nuestros trabajos, esos lugares en los que derrochamos al menos un tercio de nuestro día tratando de justificar el dinero que alguien ingresa en nuestras cuentas bancarias a final de mes.
Son los Cagones de oficina. Estaréis pensando en esos cabrones que os hacen la vida imposible en el trabajo, que se aseguran de que lo paséis mal y que parecen sólo encontrar placer en vuestro sufrimiento pero desde ya os digo que estáis equivocados. Yo me refiero a los auténticos Cagones de oficina, esos que en algún momento del día van al baño a defecar, jiñar, hacer de vientre o como queráis llamarlo. ¿Cómo puede alguien abandonar la seguridad del hogar y salir a esos mundos de Dios para obrar en lugares ajenos? ¿Qué los lleva a realizar estos actos incomprensibles? ¿Cuál es su beneficio?
Son gentes aparentemente normales de las que nunca sospecharíamos, que de repente se van al baño, se encierran en la letrina y echan los restos tranquilamente. Ellos saben que están obrando erróneamente, que lo suyo no es correcto y cuando casi han terminado y alguien entra en el baño a mear, se quedan parapetados tras esas puertas, pujando y esperando a que los otros se vayan para poder salir. Se avergüenzan de sus actos y por eso tratan de permanecer en silencio en sus escondrijos después de haberse quedado tan a gusto.
A veces están tan concentrados que cuando entras en el baño no te oyen y siguen apretando y oyes sus bufidos, oyes esos peíllos que se les escapan con el esfuerzo y te los puedes imaginar allí dentro, en esos cubículos, agarrándose a ambas paredes con las manos mientras aprietan para expeler los desechos y se les achinan los ojos al presionar. Cuando tienen éxito, cuando lanzan su carga hacia los insondables abismos del retrete, siempre culminan la proeza con un bufido. Si en esos momentos carraspeas o haces algún ruido, ya que tú sigues meando allí dentro, a un metro escaso de distancia, se callan súbitamente y tratan de hacerte pensar que no están allí, a pesar de que podemos oler perfectamente el fruto de su trabajo, es mierda que están descargando.
Lo malo es que los Cagones de oficina son reincidentes, vuelven a caer día tras día en este pecado capital, necesitan su dosis diaria de emoción y abochornamiento. Controlan los alrededores del baño para lanzarse a él cuando está libre con la esperanza de que nadie los vea. Por desgracia para ellos estamos nosotros, los Guardianes de la puerta, los encargados de restaurar el orden en este universo tan mal planificado y llevamos nuestra misión sin prisas pero sin pausas. Cuando detectamos a uno de ellos y calculamos que están próximos a terminar, entramos en el baño a lavarnos las manos o a echarnos un pis en medio de su faena para cortarla de raíz y ponerlos en guardia. Ellos se mantendrán en sus oscuros escondites esperando que nos vayamos para salir, conscientes de su mala obra. Aguantamos en el baño durante un tiempo anormalmente largo para ver si así se atreven, algo que no sucederá. Si tenemos un compinche, el compinche llega tras un par de minutos y entablas una conversación casual allí dentro, conversación que durará cuanto sea necesario. El sujeto que estamos acosando se desesperará, se tendrá que subir los pantalones y seguir allí dentro. En algunos momentos de tu conversación crearás instantes en los que parezca que ya la vais a terminar y marcharos para crear al otro falsas esperanzas. Es obvio que no la acabáis y que seguís allí hasta que salga el cagón de oficina.
El espécimen, al rendirse y bajar la cisterna, abrirá la puerta con una sonrisa de circunstancias. Nosotros, los Guardianes de la puerta le lanzaremos una mirada reprobatoria y con gesto de disgusto diremos: Oh, maaaaaaaaaan! Esta sentencia de condena se puede acompañar del gesto de llevarnos los dedos a la nariz para taparla. Da igual que el cagón de oficina sea un jefillo o un lameculos, allí están en vuestro terreno y esta batalla la tienen perdida de antemano. Tenemos que conseguir que cada uno de ellos obre en su casa y se deje de realizar este tipo de actos en el ambiente laboral.
Para los reincidentes, esos que parecen no aprender existe una variante. Cuando el sujeto se encuentra en el lugar del delito, conseguís un grupo de compañeros y montáis la conversación en la puerta del baño, procurando hablar en alto para que os pueda oír. Al salir, si tiene los redaños de hacerlo, tendrá que vérselas no con uno o dos, sino con ocho o nueve personas. Si alguno hace un buen comentario mejor que mejor. El cagón de oficina correrá a su sitio sin mirar atrás, avergonzado, sabedor de que lo que ha hecho está muy mal. Tres de esos encontronazos y os garantizo que cambiarán sus hábitos.
Estáis invitados a formar parte del club de los Guardianes de la puerta y ayudarnos en esta cruzada para erradicar de una vez y por siempre jamás a los Cagones de oficina.