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  • Moby Dick III

    6 de octubre de 2005

    Esta es la tercera y última parte de lo que sucedió el día que fuimos a un parque de atracciones acuático. La cosa comenzó con Moby Dick en donde nos montamos en una montaña rusa y casi no lo contamos y continuó en Moby Dick II, historia en la que fuimos testigos de otro suceso extraordinario. El departamento de Grandes Historias de esta bitácora tiene el placer de ofreceros un sucedido que apareció por primera vez un cinco de noviembre del 2002.

    Dejamos la historia anterior tras arrasar con la atracción del Bobsleigh e íbamos a comer. Elegimos un restaurante de Shoarma. Siempre hemos tenido nuestras dudas sobre si el turco es realmente turco o no, porque eso de que sea rubio y turco no encaja. Los empleados del bar, eran turcos auténticos, así que jaleé al turco para que hablara con ellos en su lengua materna y nos demostrara que realmente es de ese país. Y bueno, flipé en tres dimensiones porque el cabrón habla turco.

    Tras acabar la comida, nos fuimos a los toboganes acuáticos. Anunciados por el parque como los más grandes de Europa con más de un kilómetro de toboganes, fue una tremenda decepción. No son los más grandes, al menos si incluimos a España como parte de Europa, pero bueno, estaban bien. Algo que llamaba la atención es que están totalmente cerrados lo que les permite abrir todo el año. Por desgracia para nosotros y dado que ese fue uno de los días más calurosos del año, aquello era una sauna. Entramos y lo primero es que nos obligan a descalzarnos y cambiarnos en unos probadores en los que el suelo daba asco y una surinamesa pasaba cada rato una fregona hedionda moviendo aquella agua repugnante de lado a lado en la sala y lavándote los pies con la misma, porque la muy cerda no se preocupaba de la gente.

    Tras este acto bautismal entramos en la sala principal de los toboganes y tras refrescar el cuerpo en el agua clorada subimos al primer tobogán. La británica recelaba a esas alturas bastante de nosotros y especialmente de mis ideas. Así y todo, la convencí para que se lanzara por uno de los toboganes. Yo me tiré por el paralelo, no sólo por mi seguridad, sino para llegar abajo antes y reírme con la bajada de la colega. Así que me tiro y mientras estamos esperando abajo se oye un zumbido saliendo del tubo del tobogán, un ruido que iba en aumento como si el aire fuera súbitamente expulsado del tubo, un ruido similar al de una olla cuando el pitorro comienza a girar. Yo y el turco nos pusimos a un lado protegidos por un panel. Había gente aún en la piscina cuando aquello cayó sobre ellos. Fue un golpe sordo, seco, que desplazó casi toda el agua de la piscina fuera, bañando a la gente que allí esperaba. Ella puso su cara más inocente, a lo Steve Urkell y dijo: ¿He sido Yo? Nosotros nos partíamos la polla de risa, sobre todo ahora que estaba con el bañador puesto. Era una versión folclórica de un misil balístico intercontinental con tropecientas mil cabezas nucleares.

    Voy a hacer un inciso aquí para describirla cruel y brevemente. Aquellos que sean sensibles, se pueden saltar este párrafo. Vista de arriba abajo no es muy alta, aunque se encuentra enormemente agrandada hacia los lados, con unas nalgas que son la envidia de jamones Navidul y unas prominencias pectorales que hace que parezcan trillizas o la mismísima santísima trinidad al completo. Cada teta tiene vida propia, su propio cerebro y carácter. Uno se puede tomar un par de cervezas y verla y pensar que son un grupo de tías hablando entre ellas. Recuerdo que la primera vez que la vio el turco, al que yo ya había preparado previamente para suavizar el shock, comenzó a balbucear como cuando era un bebé y a babear moviendo los labios con ese movimiento reflejo de los chiquillos cuando buscan el pecho de su madre. Si hay algo por lo que no se tienen que preocupar sus hijos, cuando los haya es por la leche. Hay para todos.

    Ahora que todos tenemos la imagen fresca, podemos continuar. Uno de los toboganes era de esos en los que te tiras con un flotador. Había flotadores individuales y para dos. El turco, que a veces compite en maldad conmigo la comenzó a animar para que nos tiráramos todos juntos. Su argumento era que como ella no quería hacerlo sola sería más divertido si nos lanzábamos juntos. Había un cartel que prohibía el uso de los flotadores para más de dos personas pero como dijo el hombre, esa regla era sólo para holandeses y nosotros éramos todos pobres ignorantes extranjeros que no entienden el holandés y si no haber puesto el mensaje en inglés.

    Subimos y pusimos el flotador en el tobogán. Elegimos uno que se llamaba ?noche?? porque supusimos que sería bastante oscuro y le daría más emoción a la cosa. El que se encontraba a su lado se llamaba ?día?? y efectivamente parecía tener más luz.

    Nuestro primer problema fue logístico. ¿Como subirnos todos en esa cosa?, porque no es que seamos pequeños infantes sino que somos entidades completamente desarrolladas (bueno, quizás mi cerebro aún no lo esté ;-)) y allí no cabíamos. El turco, que es más listo que el hambre, se aplicó la parte delantera. Decir que el flotador tiene forma de ocho, ?8?? con sus dos agujeritos y todo. Mi amigo se montó en el agujero pequeño y lo pusimos por delante, la inglesa se apropió del trasero (otro trasero más que añadir al suyo propio) y para mí no quedaba más que el medio, la unión de ambos círculos. Ese flotador era digno de verse. Parecía a punto de reventar aunque no por mi culpa, que yo estaba en el entorno de los 69 ese día y en ese entorno sigo, para que conste por escrito.

    Me encajo como puedo entre el chichi, las trillizas británicas y la espalda turca, sin espacio casi para respirar. Cuando ya estamos colocados descubrimos que aquello no avanza. Estamos totalmente anclados al tobogán por el peso así que nos tenemos que levantar y acercarlo al borde del tobogán y proceder a colocarnos de nuevo. Tras ello y ejerciendo una enorme presión sobre los laterales del tobogán conseguimos arrancar y empezar a movernos. Tras avanzar unos metros aquello se dispara y de repente, quedamos totalmente a oscuras moviéndonos a una velocidad de vértigo y por el contrapeso que llevábamos atrás se nos levanta el flotador y comienza a hacer el caballito. Yo me notaba en el aire, cuasi estampado contra la parte superior del tobogán y veía que el musulmán trataba desesperadamente de bajar el flotador. Girábamos continuamente a oscuras, aumentando y aumentando nuestra velocidad, arrastrando todo el aire a nuestro paso. Me agarré al turco como pude porque a estas alturas aquello era como un toro loco girando arriba y abajo y escuchando las risas de la británica por detrás de nosotros y sus ¡oh dear!

    Saltaban chispas entre el flotador y las paredes del tobogán debido a la fricción producida por nuestra velocidad. Seguíamos en caída libre sin posibilidad alguna de controlar aquel artilugio. Tras lo que me parecieron años se comenzó a vislumbrar algo de luz al final del túnel. Alcanzamos la luz en un pis-pas y salimos despedidos a la piscina, la cruzamos completamente y nos estampamos contra la pared del fondo de la misma arrastrando a una niña que allí se encontraba. Nosotros caímos al agua y comenzamos a reírnos compulsivamente sin poder parar, mientras el encargado de ese tobogán nos echaba un rollo en holandés, posiblemente sobre el número de personas autorizadas a subirse por flotador, pero lo ignoramos olímpicamente y continuamos con nuestro cachondeo.

    Tras esta caída, la inglesa juró y perjuró que no se subía más con nosotros a nada y se marchó a una piscina ubicada en el exterior a relajarse mientras nosotros continuamos disfrutando de las atracciones el resto de la tarde.

    Cuando nos cansamos, terminamos con ella en la piscina exterior, al solito, tumbados en el césped y criticando a todo el mundo.

    Y aquí concluye la trilogía de Moby Dick.

  • Cipreses en los pantanos

    6 de octubre de 2005
    Cipreses en grupo

    Cipreses en grupo, originally uploaded by sulaco_rm.

    En uno de los dos tours en los que paseamos por los pantanos que rodean Nueva Orleáns (swamp) hice esta foto de una isla de jóvenes cipreses en un claro en el que sobresalen del agua los troncos de otros cipreses talados. En esta zona el hombre demostró su ansia más depredadota arrasando un paraje natural de valor incalculable para vender la madera de estos árboles.

  • Mi vida en Hilversum

    5 de octubre de 2005

    Ya estoy a menos de cuarenta y ocho horas para ser el propietario de una vivienda en los Países Bajos. Miro a mi alrededor, en mi apartamento de treinta y cinco metros cuadrados y solo veo cajas, espacios vacíos y cosas desmontadas. Ahora sé que odio las mudanzas porque son deprimentes y revuelven cosas que uno no quiere agitar.

    Llegué a Hilversum en Julio del año 2000, concretamente el 1 de Julio. Hacia mediados de ese mes alquilé el apartamento en el que vivo, sin muebles y tras una redada en Ikea, compré de lo malo lo peor y de lo peor lo más barato. Siempre pensé que en un par de años volvería a casa y que no merecía la pena el cargarme de cosas que después no me podría llevar. Esos dos años se extendieron a tres, luego a cuatro y finalmente asumí que me quedaría en este país por bastante tiempo, básicamente porque aquí si se valora mi trabajo, se me paga lo que me merezco y estoy en un ambiente laboral impensable en mi tierra, lugar que parece condenado a ser las playas de Europa y en donde todo lo que no sea sol y playa no se valora o directamente no tiene cabida.

    En estos momentos soy un ingeniero altamente especializado en software de gestión. Analizo problemas, los aislo y en colaboración con los equipos de desarrollo encontramos soluciones. En otras ocasiones descubro errores de configuración y los reparo en el instante. Hablo cada día con gente de más de veinticinco países. Tras dos años me convertí en el responsable de producto de varias líneas de software, cargo que habitualmente estaba reservado para tipos con años en la empresa y con un profundo conocimiento de la arquitectura de nuestro software. Hoy por hoy no solo soy responsable de un producto, sino que estoy a cargo de ocho de ellos. Hay cuatro responsables más y todos ellos llevan un único producto. He roto todas las barreras que me han puesto y he salido siempre airoso. Como responsable de estos productos estoy involucrado en el proceso de gestación de nuevas versiones desde el comienzo del ciclo del software hasta que llega al cliente. Asesoro a los canales de venta y todos saben que la palabra del único español que queda en los cuarteles generales de nuestra división va a misa. Esta es mi vida laboral, que al menos por ahora no muestra señales de que vaya a cambiar.

    En estos cinco años largos Hilversum se me ha metido en la sangre. Una pequeña ciudad de ochenta mil habitantes situada a veinticinco minutos en tren del centro de Ámsterdam, a quince minutos del centro de Utrecht, a cuarenta minutos del aeropuerto más laureado de Europa. Conozco casi todos los rincones de esta mi ciudad. Me paran por la calle y me preguntan por sitios y no dudo ni un instante al dar indicaciones. Conozco un montón de gente en el mercado, en las tiendas, en el cine (en donde soy el cliente número uno). Gran parte de mi universo es esta ciudad preciosa. Voy todos los días a trabajar en bicicleta, paseo por los bosques que nos rodean, hago fotos continuamente en esas impresionantes reservas naturales, me pierdo por sus veredas y siempre vuelvo a casa sudoroso y feliz, a mi casa.

    Voy a dejar atrás un montón de años increíbles, un montón de gente encantadora que se han cruzado en mi camino y han entrado a formar parte de mis historias. En Hilversum conocí a mi amigo holandés, al chino, al turco, a la peruana y a un montón de españoles que ya se han ido. Los sábados cuando recorro las calles peatonales del centro haciendo la compra no es raro verme en alguna calle hablando con conocidos, saludando a gente. Formo parte de la parroquia de varios bares en donde me ven llegar y ya saben lo que voy a pedir. Todo esto quedará atrás el sábado cuando me mude.

    Sé perfectamente que tendré una estupenda casa en un buen barrio y que de alguna manera volveré a reconstruir mi red de conocidos, que dentro de unos años en Utrecht tendré los mismos vínculos que tengo aquí y ahora. Pero eso no me consuela. El sábado cerraré un capítulo de mi vida y comenzaré otro en una página en blanco. El lunes volveré a la ciudad, pero lo haré como trabajador que sólo viene a pasar ocho horas en la oficina. Ni es lo mismo ni es igual. El lunes tras el trabajo me quedaré para ir al cine aquí, con mis amigos, a la sesión de preestrenos que solemos acudir. Cuando acabe la película y mientras los demás se van a casa andando yo tendré que coger el tren y volver a mi nueva casa, mirando por las ventanas mientras mi antigua ciudad queda atrás. La vida es un lento río que fluye sin pausa y una vez has pasado por un sitio no vuelves a visitarlo. El río de mi vida está apunto de salir de esta etapa y sólo Dios sabe lo que encontraré en la próxima.

    Arbol nevadoNieve en HilversumNieve en HavenstraatAtardecer en HilversumIglesia de San Victor
    Bicicletas en HilversumToleranciaAnna's HoeveOude HavenHilversum bajo mis ojos
  • Casas de esclavos

    5 de octubre de 2005
    Casas de esclavos

    Casas de esclavos, originally uploaded by sulaco_rm.

    Los esclavos vivían en estos barracones situados tras la casa de los amos. En las películas siempre me dio la impresión de que sus casas estaban escondidas y lejos de las mansiones, pero la realidad es que estaban a unos pocos metros de aquellos a los que servían. Escuchando la historia que nos contaban en la visita guiada por la plantación de Laura, te puedes hacer una idea de lo dura que tuvo que ser la vida para esta gente.

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