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  • La madre de todas las tartas

    7 de abril de 2005

    Una vez al año un grupo de compañeros celebra el SUPER-Cumpleaños. Se juntan seis y lo celebran conjuntamente, por aquello de las sinergias y el ahorro de costes. Para tal magno evento, compran una tarta de UN METRO DE DIAMETRO, la cual podéis ver en la foto en rigurosa exclusiva universal. Es una pena que no hubiera nada que poner a su lado para que apreciéis el masivo tamaño de la misma, pero si os fijáis veréis que la tarta cubre toda la mesa sobre la que reposa.

    Suelen enviar la invitación a toda la compañía, o concretando en números a unos trescientos machos, 1 transexual y 10 hembras. No todos se dejan caer por allí pero sí los suficientes para casi acabar con la tarta. Siempre suele quedar algo que desaparecerá a lo largo del día, ya que una vez acabado el evento se queda en ese lugar para que los rezagados, los golosos y los tragones puedan repetir o probarla por primera vez.

    Lo de los cumpleaños en Holanda es un poco diferente a España. Aquí es la persona que cumple la que invita a todo el mundo a tarta, o más concretamente, a toda la gente que conoce o con la que trabaja de forma regular (compañeros y jefillos). Se suelen celebrar estos eventos en el despacho del susodicho, normalmente a las 10 de la mañana o a las tres de la tarde. Todo el mundo acude a la hora indicada, estrecha manos con el agraciado y coge un pedazo de tarta. Después se ponen en círculo alrededor del colega y se comen la tarta sin hablar nada o haciendo algún comentario tonto. A mí personalmente me ponen de los nervios estos eventos, me parece muy raro eso de juntarme con quince o veinte personas y que nadie diga nada. No lo veo muy normal. Además, como soy más popular que los tampones usados de Ana Obregón, tengo al menos dos de esos eventos por semana, lo que puede tener serias consecuencias para mi barrigón, así que acudo, estrecho manos, felicito y me disculpo por no comer tarta dándole un agarrón a mi barriga bien hinchada de aire y con la más dulce y lastimera de mis expresiones faciales, la cual he mejorado mucho después de que vi al Gato con botas en Shrek II.

    Cuando llega mi cumpleaños, allá por enero, suelo traer surtido de Navidad del carrefour comprado a un euro el kilo, turrón y pastelillos de gloria de alcampo y los invito a una degustación de productos típicos de las navidades españolas. Acuden en masa y se jartan a probarlo todo. Como yo alterno mucho con la cúspide del cotarro, los lameculos, chupapelotas y demás fauna silvestre no se pierden mi evento, al que sólo se puede acudir por rigurosa invitación personal recibida por correo electrónico y mediante el frustrante sistema de la copia oculta, lo que les impide saber quien más está invitado.

    Al cumpleaños del transexual no quiere ir nadie porque es más mujer que ninguna, según él y se empeña en estamparnos tres besos en la cara. Yo suelo coger vacaciones esa semana ya que desde que el travelo se cambió de acera me ha tenido en el ojo de mira y ya lo padezco bastante, aparte que juraría que no sólo te da el morreo, sino que te lo da con lengua en la mejilla, porque acabas con la cara babeada.

  • Omán sexta parte – Sur y de vuelta a Moscate

    6 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Son ya diez días relatando mi diario del viaje y no dejo de insistir en el orden adecuado de las historias, que es el siguiente: Comienzo del viaje, Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, Moscate, Camino de Sur y Sur, primer y segundo y tercer día. Ya va quedando menos, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho, ya que te has perdido un montón de cosas.

    Mi último día en el complejo ese secreto. Me levanté temprano, con la obsesión de los insectos venenosos. También quería hacer algunas fotos de las montañas de alrededor y cuando vamos a trabajar no tengo tiempo, así que a las seis menos diez de la mañana correteaba yo por el campamento haciendo fotos mientras escuchaba el canto de algún animal exótico en la lejanía. Me encontré la cama llena de hormigas, que al parecer habían dormido conmigo. Tengo unos picazones por la cabeza terribles. Las cabronas mordían. Me dio un poco de miedo matarlas, porque parecían violentas, pero un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. En el baño seguí practicando mi baile del boxeador. Gracias a Dios me afeito con maquina eléctrica, que si no hubiera acabado bonito.

    Tras el desayuno me agarró uno de los amarillos para algo que ellos denominan desmovilización. Según parece, el día que llegué al complejo me movilizaron y al marcharme este día, invertían la coña esa. No sé muy bien de que se trataba, pero en veinte minutos eché diecinueve firmas. Pusieron mi nombre en un panel en el que se anuncia los que escapan del campo, firmé mi informe mega-detallado con las actividades realizadas, que lo creáis o no, trabajé como un mulo y la versión reducida para los japos era de seis páginas. La gente que trabaja por allí se quedó sudando cuando lo vio. Algunos hacen un informe de media página y yo les pormenoricé todo lo hecho con un nivel de detalle abrumador. Esto debe ser algún tipo de virus que he cogido en los Países Bajos, porque yo antes era muy gandul para esto, pero ahora, me das diez minutos y te hago un documento que arranca lágrimas de placer a todos los gerentes y directores. En fin. Lo malo de todo este trapicheo es que el japonés me decía que o me quedaba un día más, o no me pagaban el hotel en la ciudad. Le expliqué con todo lujo de detalles que yo me marchaba ese día y que por mí se podían meter su hotel por el recto pa? dentro, que mi empresa me lo paga sin problemas. Lo único que le pedí es que me reservara hotel en el centro de la ciudad. El japonés, como desconoce la palabra no siempre afirma, pero uno nunca sabe si ha comprendido. Esta gente tiene un serio problema para reconocer su ignorancia. Te preguntarán la misma cosa veinte veces y después de cada explicación les dices si has comprendido y te dirán que sí e inmediatamente después te volverán a preguntar lo mismo.

    Tras acabar hasta los ganglios del asiático, me fui al edificio principal a comprobar si mi morita y el omanita habían adquirido el conocimiento con aprovechamiento. Creo que no lo he dicho, pero como he escrito esto durante varios días, que Dios me perdone si me repito. Cada vez que entré en ese complejo de edificios intenté colar la cámara para hacer fotos y en todas las ocasiones me la interceptaron los de seguridad y tuve que dejarla con ellos. En realidad lo que están haciendo en ese sitio es una ampliación, así que hay una zona en construcción, bastante amplia, que es donde está el campamento y nuestro cuartel general y una zona en explotación, que es donde está la chavala y el chaval con los que he trabajado y también todo el equipamiento que yo he instalado. En la parte en obras la seguridad es de risa, más que nada un paripé en el que los de seguridad revisan nuestras guaguas y coches sin mirar porque somos blancos mientras que con los hindúes se ensañan bastante. En la zona en explotación la cosa es bien distinta, con unos estrictos controles de seguridad que llegan hasta niveles obsesivos. Hay que pasar por torniquetes continuamente y tienen comprobaciones continuas y aleatorias del personal. Mi portátil fue registrado hasta la médula, al igual del resto de morralla tecnológica que llevo siempre conmigo.

    recepcionistaDespués de camelarme a la morita durante días y de bromear con ella, conseguí que consintiera en que le hiciera una foto. Espero que sepáis apreciar este pequeño detalle para con vosotros. El problema de la cámara lo subsané a base de relaciones públicas. Me enteré de uno que tenía una cámara dentro del edificio y me la dejó. La cámara era de la prehistoria digital, de esas Sony que hacen las fotos y las graban directamente en floppies, pero mejor eso que nada. Como no quiero que esta mujer sufra represalias, he alterado un poco su cara. El vestido que lleva es el que usan el noventa y nueve por ciento de las mujeres que he visto. Cuando saqué esta foto estaba hablando por teléfono con alguien que llamaba al edificio. No hay nada falso en esta imagen. Los que se fijen bien, verán en la pantalla del ordenador la aplicación que yo le instalé y que la mujer usa divinamente. Mi tarea eran dos equipos con ese software y otro más complejo que está en la sala de servidores. En esa sala es totalmente imposible entrar cámaras, aunque lo intenté, ya que siempre nos gusta poner en la portada de nuestros informes una foto del equipo que instalamos/actualizamos para que los colegas de la empresa se hagan una idea de lo que hemos hecho. En esta ocasión mi informe irá con la foto que vosotros estáis viendo en primicia mundial.

    Por la mañana le dí los últimos consejos al omanita. Mi tarea estaba completa, pero él aún tenía que realizar una serie de cosas que no estaban en el contrato con nosotros. El hombre estaba aterrorizado porque no sabía como hacerlo, así que lo ayudé durante todo el día. Fui a comer con mis colegas, el almuerzo final, en el que me arriesgué con la comida hindú. Picante como ella sola, pero muy sabrosona. Tras el almuerzo y mientras los demás hacían la siesta en sus contenedores con aire acondicionado, yo aproveché para hacer más fotos. No es nada agradable el andar a mediodía con más de treinta y cinco grados bajo el sol, pero bueno, sólo se va por aquellas latitudes una vez en la vida.

    Me quedaba una hora para marcharme y no me apetecía nada ir de nuevo a la oficina, sobre todo por no tener que aguantar a los gilipollas cabezudos de cierta isla en el océano pacífico, por lo que me volví al edificio principal. Sucedió que mi omanita se marchaba de vuelta a Moscate a las tres de la tarde para pasar el fin de semana, que en estas tierras es jueves y viernes. El colega me dijo que si quería el me llevaba. Cambié mis planes inmediatamente y llamamos a los japoneses de mierda para informarles que no les iba a ensuciar su transporte. Como en toda la mañana no me había molestado en hablar con el que me arreglaba lo del hotel, lo llamamos y el muy hijo de la gran puta, a base de decir que sí, me había puesto en el mismo hotel que cuando llegué al país, uno que no está mal pero que de céntrico no tiene nada. Mira que le repetí veces que quería uno en el centro y que puesto que mi empresa lo pagaba, me daba igual el precio. Pues nada, el retardado venga a decirme que sí, que sí y a agitar ese pedazo de calabaza que llevaba sobre los hombros, que parecía que nevaba de toda la caspa que levantaba con tanta agitación y al final me colocó en el hotel cercano al aeropuerto (que está a treinta y siete kilómetros de la ciudad).

    El omanita me dijo que se duchaba antes de salir, así que me ofreció un ordenador con conexión a internet para la espera. Como estaba en un área en la que yo no tenía acceso, nos tuvimos que camelar a la tía de seguridad para que activara mi pase para esa zona. Yo en estas labores soy de lo mejorcito, así que en un par de minutos la mujer reía como loca, me cuidaba la maleta y el portátil y se había pasado por la pipa del chichi todos sus protocolos y procedimientos de seguridad. Algún totorota como siempre pensará que soy un exagerado, pero estas cosas las hago yo casi a diario. Si no fuera tan inmodesto diría que es carisma, pero prefiero pensar que tengo un buen ángel de la guarda. En esos veinte minutos minutos limpié el spam que había llenado esta bitácora y activé la moderación nuevamente. Me sorprendió que aparte de los habituales casinos y demás, sólo hubiera un comentario de un acarajotado y que borré en ese mismo instante.

    Cuando volvió de su ducha, abandonamos Sur en el coche del amigo omanita. Me sorprendió porque durante todos estos días yo lo había visto vestido de forma occidental y de repente llegó con la típica camisola blanca y el gorrito de los folclóricos locales. En realidad, lo vi venir a buscarme y no lo reconocí. En señal de respeto hacia mí condujo moderadamente y sólo tardamos cinco horas en llegar a la ciudad. Me dijo que cuando conduce sólo se hace el trayecto en la mitad de tiempo. Yo lo animé a correr, pero el no quiso. Intenté hacer fotos de los camellos salvajes pero no tuve éxito. Siempre que los veía estaban o muy lejos o me ponían el culo y yo lo que quería era una foto de frente. Otra vez será. Nos pasamos el viaje hablando. El hombre, ya fuera del complejo, se soltó y fue una conversación muy interesante. Esta gente, pese a todo lo que ha cambiado su país en los últimos treinta años, son muy normales y civilizados. Tienen una mentalidad bastante abierta y no tuvo ningún reparo en soltar un taco de cuando en cuando. Yo, que llevaba desde que salí de Holanda conteniéndome y estaba a punto de reventar, aproveché para deshacerme de unos cuantos de los que tenía guardados. A pesar del tipo de ropa que usan, los omanitas no discriminan tanto a sus mujeres como los saudíes u otros de sus vecinos. Respetan, eso sí, las normas del Islam, pero tienen una interpretación bastante ligera de las mismas.

    Cuando llegamos a mi hotel se ofreció a llevarme al centro de la ciudad y dar un paseo. Con los árabes el rechazar una invitación es una ofensa muy grande, o al menos eso he leído, así que acepté.Zoco de Mutrah Fuimos a Mutrah y me llevó al zoco. A pesar de ser cerca de las nueve de la noche estaba lleno de gente. He hecho algunas fotos. El zoco es una experiencia fascinante. Los vendedores te acosan para que les compres. Se lanzan poco menos que encima de uno. Comimos algo en uno de los bares de por allí, aunque me negué a entrar hasta que me juró que yo pagaba la comida, que después de las molestias que se estaba tomando el hombre era lo menos que podía hacer. A falta de alcohol, esta gente se pega unos zumos de frutas tropicales del carajo. Siempre son frescos. Me tomé un zumo de mango y manga que estaba de morirse. Por descontado que hubiera preferido una cerveza fresca, pero no se puede tener todo. El precio de la cena fue escandaloso. Ambos comimos por dos riales y seiscientos baisa, lo que equivale a poco más de cinco euros. Paseamos por la Corniche, que es el frente marítimo de la ciudad y después continuamos el paseo en coche. Me dejó en el hotel bastante tarde y he de agradecer públicamente el exquisito trato que tuvo conmigo. Como viajará a los Países Bajos para hacer un curso dentro de unos meses, le devolveré el favor y me lo llevaré de turismo. También he de decir alto y claro que mi visión de su mundo y de su cultura ha quedado fuertemente influenciada por el trato y por la actitud que tanto él como la chica con la que estuve, tuvieron hacia mí. Hablamos bastante de política y he de decir que tenemos puntos de vista más parecidos de lo que pensaba. Sobre el hotel, se me olvidó comentar que el cabrón de mierda nipón mandó el fax mal y la chica pensaba que me iba esa misma noche. Le expliqué que me iba al día siguiente y lo arreglaron. En la habitación me enganché como una perra a ZeeTV, el canal hindú. Esas películas musicales de tres horas con un doblaje patético son la hostia. Aunque no entiendo nada, me parto la polla de risa con las escenas del tipo papuchi le susurra a su hija en la cama algo antes de que se duerma, por supuesto cantando y al día siguiente la hija anda acosando al cangril de Bombai, al que por descontado el padre no puede ni ver. Me quedé dormido acordándome en la puta que parió al cabezudo amarillo y no me olvidé de mencionarla varias veces en mis oraciones para que mi Dios tome buena nota y a esa la mande pa?l coño por haber parido y educado esa mala bestia.

    Esta historia continúa en Omán séptima parte – Turismo en Moscate I

  • Barca

    6 de abril de 2005
    Barca

    Cuando estuve en Galicia, hace unos meses, hice bastantes fotos. Ayer las estaba revisando y me topé con esta. Una barca en el puerto de Ribeira, en la provincia de la Coruña. De todas las fotos que he hecho durante esas vacaciones, es mi favorita. Me da la impresión de que desprende un aura de paz y tranquilidad.

  • Omán quinta parte - Sur

    5 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Tras más de una semana relatando mi diario del viaje, sigo insistiendo en el orden adecuado de las historias, que es el siguiente: Comienzo del viaje, Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, Moscate, Camino de Sur y Sur, primer y segundo día. Aún queda mucho por contar, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho.

    Mi tercer día en Sur comenzó como el anterior, yendo a la oficina en la guagua de los elegidos. Cuando llegamos a nuestra oficina, antes de volver al edificio en el que trabajaba, me pongo a mirar los paneles de avisos y me veo una foto de una araña como la mía. Era un aviso para que la gente ande con ojo que se han visto arañas tigre. Según parece son muy agresivas y pueden causar bastante pupita con su veneno. De hecho avisaban de que ya habían atendido el primer paciente por picadura de la susodicha. Y yo tan feliz. En el poster contaban que a esos bichos les encanta meterse en las botas y para evitar que entren en los contenedores-vivienda, nos sugieren dormir con la luz encendida, no poner los zapatos en la calle y comprobar las sábanas antes de dormir. Os imaginaréis como se me ha puesto el cuerpo. Me pica todo. He revisado esto de arriba abajo dos veces para ver si la hijaputa sigue aquí dentro. Esta noche no duermo, haré guardia.

    Por la mañana he acabado mi trabajo bastante pronto y a las once le he dado un curso de una hora a la omanita que trabaja en la recepción. La chica es muy simpática y zalamera, pese a estar toda tapada. Se le ve que si hubiera nacido en otra cultura hubiera sido una chica super viva, pero aquí ha tenido que sobrevivir a base de agachar la cabeza y aguantar. [Nota del autor: vosotros no lo podéis ver porque esto es escrito, pero quiero que sepáis que estoy subido a la silla, en cuclillas, escribiendo este episodio en mi portátil, porque me da miedo poner los pies en el suelo, que la guarra esa de la araña puede que siga aquí dentro. Rezad por mí, por favor]

    La chica a la que educo es bastante inteligente y en una hora lo ha aprendido todo. Después me he ido a comer al mismo comedor del día anterior, solo que esta vez he ido con el omanita que ha trabajado con nosotros. He optado por comida hindú y me he sentado en la mesa de los musulmanes, todos con sus camisolas blancas y yo con mi polito Springfield. Una escena total. Mi jefe se tendría que sentir orgulloso si me viera socializando con la morisma esta. Ya por la tarde, he pasado más rato con mi morilla para resolver sus dudas. Yo a esta la metía debajo del mostrador de la recepción y de dos viajes la bautizo (Cristo bendito, este país empieza a afectarme …)

    Fijándome un poco y andando por el edificio he descubierto la pauta. Al contrario de lo que sucede en Europa, aquí los baños de las mujeres y los de los hombres no están juntos. De hecho, están en lados opuestos del complejo. Las mujeres hacen sus agüillas menores y mayores en el lado derecho y los hombres mean y jiñan en el ala izquierda del edificio. De esta forma uno no se cruza con una hembra medio desnuda al pasar delante de una puerta. Para hacerlo más simple, la puerta del baño es la última del pasillo, así que no hay razón ninguna para que un hombre pueda estar por allí. Aparentemente hay uno al que se conoce como el hermano cuya misión es velar por la integridad moral. Si el tío ve a una chica hablando mucho con hombres, la reprenderá y si persiste, se encargará de que la trasladen o la echen. He tenido suerte y parece ser que está malo estos días, aunque ahora que lo pienso, quizás no sea suerte sino mi milagrosidad latente. Supongo que eso explicará la efusividad de las chochas. Por la tarde cuando estaba allí con mi alumna, apareció un grupo de cuervos de estos, por lo menos cinco tapadas del coño pa? arriba y del coño pa? abajo y me vieron allí sentado con ella y se privaron todas. Cotorreaban continuamente y le preguntaban a la otra, que super-orgullosa les explicó lo que yo hacía por allí. Me recordó a la escena de el Retorno del Guanijuay cuando C3P0 está hablando con los Ewoks y estos están excitadísimos. Pues esto era igual, sólo que en vez de Ewoks teníamos fantasmas negros. Creo que han pasado a lo largo de la tarde todas las mujeres del edificio a echarme un vistacillo. Se ponían como locas cuando me alongaba para coger algo y mi polillo de Springfield se subía y me veían el ombligo. Esta noche hay más de una por estas tierras que va a dejar el cepillo de dientes sin cerdas a base de restregárselo por cierta parte. Probablemente es la primera vez que ven un poco de carne fresca y de la buena. Es que estas son las cosas por las que Dios me envió aquí a desarrollar mi proyecto evangelizador. Estas mujeres han visto la luz y ya no querrán seguir entre sombras. Donde esté un ombliguillo peludo español que se quiten las chilabas de los demás …

    Después del trabajo, opté por una mezcla entre comida hindú, europea y japonesa. Me sorprendió encontrar en la parte hindú unas albóndigas que yo juraría que eran de carne de vaca, o al menos yo siempre he entendido que beef es carne de vaca. A ver si va a resultar que los hindúes comen vaquitas sagradas. Eso sí que sería un milagro de cojones. Tras la comida, saqué a pasear a mi araña, que hay que cuidarla y tratarla bien. Después, al bar como siempre, que todo el mundo me invita a birrillas y esto de la cerveza gratis es muy adictivo. No tengo ni idea de cual es el precio de la cerveza porque siempre me las han regalado o he pagado con los cupones que me dio mi admirador nipón, el rompetechos. Ahora que me acuerdo, todos los amarillos estos me llaman sulaco-SAN. Yo les he explicado que es SAN-sulaco, pero ellos siguen trocando el orden. Al menos es gratificante saber que un oriental presiente inmediatamente mi poderío. Esa última noche no pasó nada que deba ser reseñado en esta mi bitácora. Por la noche me levantaba a mear dando saltos continuamente, por si la arácnida estaba de guardia. Es un poco difícil mantener la puntería, pero con voluntad y sacrificio se consigue. La escena me recordó a estas películas de boxeo en donde el entrenador está todo el tiempo machacando al púgil para que baile. Yo ahora lo hago de motu propio. No dejo un pie en el suelo más de un segundo por si acaso.

    Esta historia continúa en Omán sexta parte – Sur y de vuelta a Moscate

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