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  • Omán Segunda parte - Camino de Sur

    2 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Ya llevamos seis días contando la historia de este viaje. Si quieres seguir el orden de lectura apropiado, deberías retroceder a Comienzo del viaje y después continuar con Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, para alcanzar Omán, del que ya se han publicado el capítulo Moscate. Aún queda mucho por contar, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho.

    El segundo día es el día en el que me transportan finalmente al lugar en el que voy a trabajar. Alguien me tiene que recoger por la mañana para ir a ese sitio, ubicado en Sur, una localidad en la parte más al este de la península arábiga. El colega aparece con quince minutos de retraso, aunque ya empiezo a estar acostumbrado a las esperas así que ni me inmuto. Mientras permanezco en la recepción, no dejan de bajar manadas de hindúes que se van del hotel. A los hindúes les retienen el pasaporte en recepción y no se lo dan hasta que han hecho el Checkout (ya no me acuerdo de la palabra en español, así que si alguien tiene a bien iluminarme, lo agradeceré). Los tratan a patadas, arrinconándolos a un lado del mostrador y torturándolos negándoles el pasaporte. Esto que en Europa sería indignante, visto lo que he visto hasta ahora, no me extraña nada. Aunque en teoría la esclavitud no existe, me pregunto cuales son los ?derechos?? reales que tiene esta gente, si es que tienen alguno. Entre medias de todos los hindúes bajan dos mujeres, indias también. Parece ser que el tío les quiere cobrar y ellas no están dispuestas a pagar, porque quien las contrata lo debe hacer. Empieza el típico festival de gritos, todo muy correcto, sin decirse palabrotas, pero a grito pelado. Tras el forcejeo, llaman a alguien que habla con el conserje. Después esa misma persona habla con una de las mujeres por teléfono y finalmente vuelve a hablar con el conserje. De todo esto salió que las mujeres han de pagar la estancia de una de ellas, que aparentemente no era esperada y se hospedó en la habitación de la otra.

    Cuando llega mi transportista, es uno de estos con chilaba blanca hasta los dedos de los pies y con un gorrito pequeño que empiezo a asociar con los folclóricos locales. Los de Arabia Saudita y Qatar se dan más al trapo de cocina para cubrirse la cabeza. Esta gente prefiere esos pequeños gorros que les dan más pinta de turcos, pero que quedan mejor. Los gorros tienen intrincados dibujos bordados, que imagino significarán algo, pero que no creo que pregunte. El tipo que me recoge es de natural callado, sobre todo porque casi no habla inglés. Me dice que tenemos que ir al aeropuerto a recoger a alguien que viene con nosotros. Ese alguien resulta ser un japonés muy simpático que llega desde Italia. El hombre ha pasado toda la noche viajando, pero aún así está fresco como una lechuga. Cuando ya estamos todos comenzamos nuestro viaje a Sur, unos trescientos sesenta kilómetros y cinco horas de carretera, según me cuenta el japo. Resulta que el tío es un gerifalte de la compañía que está construyendo el complejo al que vamos, que por culpa de la clausula de confidencialidad de mi empresa no citaré. El hombre habla bastante (aunque yo le entiendo a medias y el chofer directamente no le entiende). Me cuenta que viene todos los meses para un par de días de reuniones y que suele ir también por otros países europeos. Un trabajo de esos es lo que me molaría a mí, corriendo por esos mundos de Dios y durmiendo en aviones. Ese tipo de trabajos siempre les tocan a otros . El japonés me regaló también un montón de cupones que según él se usan para comprar alcohol en la cantina del campamento, o algo parecido. Yo por si acaso los cogí y no le hice el feo.

    El hombre me pone un poco al día de la cultura del país. Resulta que el sitio al que vamos es en donde supuestamente Gulliver comenzó alguno de sus famosos viajes. Es un lugar que ha sido puerto durante más de mil años y que recientemente se ha enganchado a la ola del progreso, tratando incluso de promocionarse como destino turístico. Como supongo que os imagináis, el viaje por carretera es espectacular y tedioso. En realidad fueron seis horas, en las que me cansé de ver montañas totalmente desoladas y páramos en los que raramente crece algún arbusto. Ya comienzo a acostumbrarme a la forma de conducir de esta gente, una conducción sin reglas que provoca más de un susto. También comienzo a captar algunas de las normas locales. Cuando el coche que viene de frente te pica las luces te está avisando que hay camellos, burros o cabras cruzando la carretera o muy próximos a ella. Cuando eres tú el que los ves frente a ti, pones las luces de emergencia para que los coches de atrás lo sepan. Según parece, lo del atropello de camellos es de lo peorcito que te puede pasar. Los coches no suelen tomárselo muy bien y no es agradable quedarte tirado en el medio de la nada con estos calores, si es que sobrevives al accidente. Hoy si que ha hecho calor. Ya en el aeropuerto había más de treinta grados y la cosa ha ido a peor. Por la carretera que hemos seguido, la única que hay asfaltada y que discurre tierra adentro, debemos haber estado rondando los cuarenta. El aire acondicionado del todoterreno no daba para más. El conductor cerró la entrada de aire de fuera y refrigeraba el aire del interior, pero así y todo aquello era un horno. Después de poco más de dos horas paramos para que el chofer se fumara un pitillo. Nos dejó solos en el coche, con el aire acondicionado a todo meter. Paró en una especie de pueblo que surgió a mitad de camino, un lugar que debe vivir única y exclusivamente de los coches y autobuses que se detienen allí. De la nada apareció un viejo feo como el solo. Tenía los pocos dientes que le quedaban negros y dislocados. Su piel estaba más arrugada que una pasa y su sonrisa, más que amigable, era siniestra. Es el primero que veo que tiene la chilaba un poco sucia. Llevaba un trapo mugriento que agitaba continuamente. El viejo renqueó hasta el coche y se puso a quitar el polvo, pero solo en las partes que estaban más limpias. Nos miraba sonriendo y agitaba la mano. El japonés me dijo que esta era la primera vez que veía algo semejante y que lo mejor era poner los seguros e ignorarlo. Unos hombres que estaban más adelante le gritaron algo, pero él ni caso. Siguió quitando el polvo de las ventanas. Para ayudar la faena, se secaba el sudor con el trapo y después aprovechaba esa humedad para limpiar, con lo que conseguía transferir toda la mierda a su frente y todo el sudor a nuestros cristales. Era algo tan obsceno y horroroso que no podía dejar de mirarlo. El conductor apareció cuando el viejo estaba en medio de la faena y lo espantó a hostias. El tío se quedó quieto delante del coche y nuestro conductor le hizo un gesto para que se hiciera a un lado o nos lo llevábamos en el radiador como un mosquito. El hombre a regañadientes se quitó. Después de eso siguieron más de tres horas entre dunas, montañas, cabras, burros y camellos. Este año es que llevo el agua conmigo a todas partes y parece que un par de días antes de que llegara se abrieron los cielos y cayó toda el agua que esta gente espera para todo el año. El resultado son barranqueras corriendo que cruzan alegremente la carretera. También se ve algo de verde en las laderas, ya que las plantas aprovechan esta tregua para completar su ciclo en un par de semanas. Las cabras, burros y camellos hacen su agosto comiendo todo lo que pueden. Esto es lo que en Europa se llama el tiempo de las ?vacas gordas??.

    Cuando llegamos a Sur ya era muy tarde para que poder hacer el curso de seguridad que tengo que seguir antes de empezar a trabajar, así que el japo me dijo que mejor comíamos algo y sugirió un Pizza Hut. He cruzado miles de kilómetros, he corrido por las dunas, por las barranqueras, por la morería, para acabar en un Pizza Hut regentado por hindúes. En fin, que le vamos a hacer. El tío me dijo que ha tenido muy malas experiencias con la comida local y que no quería arriesgarse a pasarse tres días a base de diarreas. Ya tendré tiempo de arriesgarme por mi cuenta. Como soy la élite, yo pagué la comida, con unos precios de puta risa. El japonés agitaba la cabeza que se volvía loco y me decía que cogiera su dinero, pero le expliqué que si mancilla mi honor tendría que matarle y eso lo aplacó un poco. Total, al final mi compañía me devuelve la pasta y todos contentos.

    Después de eso, para ir a nuestro destino, el japo le dijo al conductor que me diera un paseo por la zona para enseñarme el pueblo, así que me he hecho un recorrido turístico por Sur. Tampoco es que haya mucho que ver. Hay una playa, totalmente vacía salvo por dos turistas, hay unos cuantos bares y Coffee Shops y hay muchos negocios con nombres exóticos que no se sabe muy bien qué servicios proporcionan. Y también hay mucho hindú y moros por doquier. Cuando íbamos por la carretera pasamos junto a un chiquillo que andaba sin zapatos por la calzada. Por Dios, fuera deben haber cerca de los cuarenta grados y posiblemente el suelo está a cincuenta grados y el chiquillo caminaba por allí como si nada.

    Así llegué al lugar en el que tengo que trabajar los próximos días.

    El relato continúa en Omán tercera parte – Sur

  • El arte de decir que no

    2 de abril de 2005
    El arte de decir que no

    Al cruzar el pórtico retrocedí mil años. El aroma del incienso me cubrió completamente, despertando recuerdos dormidos desde siempre. La multitud se movía bulliciosamente y yo me dejaba llevar por ellos. Imaginaba como debía ser cuando Aladino andaba por ese mismo callejón, portando su lámpara. Aladino y el genio, maravillándose con los exóticos productos que los vendedores voceaban continuamente. Todos me miraban con una amplia sonrisa y gesticulaban para que entrara en su tienda. Todos me veían como una fuente de ingresos, fuente apetitosa y fácil de engañar.

    Presentía que por esas mismas calles paseó Gulliver en alguno de sus viajes alrededor del mundo. Junto a mí podía sentir los fantasmas de todos los que en los últimos dos mil años habían estado allí. En aquel lugar el pasado se unía al presente y al futuro, formando una entidad única.

    La marea humana me llevó hacia un recoveco en el que un viejo vendía sus frutas. Sentado en el suelo, su cara ilustraba la historia del lugar. Un pellejo curtido por el sol y el calor, unas manos nudosas acostumbradas al trabajo duro, unos músculos sin grasa, preparados para tan duro ambiente. El hombre vestía una chilaba blanca, inmaculadamente blanca. A pesar de estar sentado en el suelo no se veía ni una sola mancha en su ropa, ni un atisbo de suciedad. Desplegó una enorme sonrisa al verme, una sonrisa que enseñaba sin complejos los vacíos entre sus dientes. Me enganchó con su sonrisa. A veces es tan fácil claudicar.

    Comenzó a ofrecerme todo tipo de frutas. Naranjas, mangos, aguacates, papayas. Yo gesticulaba diciendo que no, pero el no se rendía. Hablaba rápidamente, en árabe, seguramente alabando las bondades de sus productos. Yo no entendía nada y movía frenéticamente la cabeza, tratando de hacerle entender que no quería comprar fruta. El seguía repitiendo su letanía de forma infatigable. A mí no me gusta perder los papeles ni el sitio y el me estaba llevando a su campo de batalla. Me sentí impotente.

    En un descuido me agarró la mano. Ahora era oficialmente su prisionero. De vez en cuando chapurreaba alguna palabra en algo que parecía inglés, pero yo seguía sin entenderlo. Mientras me incitaba a comprar sus productos, mi mente flotaba hacia otros mundos, tratando de imaginar la cantidad de mentiras, traiciones y promesas vacías que se habían forjado en aquellas calles a lo largo de la historia. Yo solo era el penúltimo eslabón de una cadena que no tenía fin. El hombre debía ser uno de los fantasmas que moraban en aquel lugar y todos sabemos que es muy difícil tratar con fantasmas de oficio.

    Sentí que me sacudía la mano y volví a prestarle atención. Se estaba enfadando porque yo no reaccionaba. Es la forma en la que me defiendo. Un mecanismo de supervivencia como otro cualquiera. Cuando la batalla está perdida, me quedo quieto y espero a que acabe todo. Siempre me ha funcionado. No podía comunicarme con él, aunque eso no parecía detenerlo. Me gustaría poder decirle que no sin sentirme mal, pero eso es algo que no puedo hacer.

    Nadie nos prestaba atención. El mundo continuaba su cansina marcha y nosotros no éramos más que una pequeña grieta en el engranaje, un suspiro en un océano de vientos. Miré a los ojos al viejo y vi en ellos vida, pasión, historia, sufrimiento, rabia, odio. Vi tantas cosas que me asusté un poco. Decidí rendirme. Señalé al montón de aguacates que tenía y le indiqué tres con los dedos. La sonrisa del viejo se ensanchó hasta el infinito. Había vencido y lo sabía. Ya podía añadir una nueva muesca en su bandolera. Otro iluso que caía en sus garras. El hombre me los puso en la mano y los tuve que poner en una de las bolsas que llevaba. Me decía algo, repitiéndolo lentamente pero yo no lo entendía. Supongo que era el precio que tenía que pagar, pero yo no conseguía comprenderlo. Hacía grandes gestos. Supongo que quería que negociáramos el precio, pero yo no valgo para eso. Saqué un billete de mi cartera y se lo dí. En su cara vi que no estaba contento con mi actitud. ?l esperaba que yo participara en el juego del regateo, que alargara nuestro contacto y que gritara e hiciera como que me marchaba. Yo no hice nada de eso. Me quedé esperando a que me devolviera el cambio, si es que había algo que devolver. Negociar puede ser al final un maldito ejercicio, sobre todo cuando lo has de hacer con gente como yo, gente que no sabe como hacerlo.

    El hombre asumió que no iba a haber ningún regateo y entre murmullos y maldiciones metió la mano en el bolsillo y sacó un fajo de billetes. Escogió unos cuantos y me los dio. Yo dejé de existir para él en ese instante. Comenzó a buscar una nueva víctima.

    … el arte de decir que no de forma natural
    la ciencia del perfecto adiós, tajante y sin dudar …

    Para leer más historias de esta serie, haced clic en este enlace.

  • Omán primera parte - llegada a Moscate

    1 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Esta historia ha ido creciendo lentamente. Comenzó en Comienzo del viaje y después siguió en Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte. Los caprichos de Google te pueden haber traído directamente hasta aquí, así que te sugiero que lo leas todo desde el comienzo.

    El vuelo fue bastante rápido, poco más de una hora, más otra de diferencia horaria. Así que ahora ando con +4 de uso horario, o sea, tres más que la hora Europa continental. Cuando llegué rellené el impreso de inmigración e hice la cola para pagar el impuesto de entrada. Al llegar mi turno la mujer me informó que era muy afortunado porque tienen un tratado con los otros países del golfo y si tienes visado para uno de ellos no hay que volver a pagar el impuesto. Así que he podido entrar gratis al país. Eso sí, tengo otro sello junto al de los americanos. Ahora además de Qatar se puede leer Sultanato de Omán. Ya me veo en Guantánamo cuando vaya a los Estados Unidos este año. Espero que no me hagan la depilación eléctrica esa que tanto les gusta, que yo soy de natural peludillo y me va a doler un huevo, o quizás los dos. Aunque tengo visado gratuito tuve que rellenar el impreso y espero que nunca le presten mucha atención, porque había una sección en la que tenía que poner Primer Nombre, Segundo Nombre, Tercer Nombre y Nombre Familiar. Para el primero y el segundo elegí mis dos primeros y únicos nombres, en el tercero encasqueté mi primer apellido y en el nombre familiar el segundo.

    El equipaje, al igual que en Qatar estaba en el suelo, al lado de la cinta. Localicé mi maleta y salí. Me esperaba un Mohammed de estos, que hasta ahora todos los árabes que me han dicho su nombre se llaman Mohammed. Empiezo a creer que es más bien una forma de referirse a ellos porque no puede ser que todos tengan el mismo nombre. El Mohammed llevaba un papel con mi nombre y apellidos. O casi, porque no acertaron en nada. Más o menos por la disposición de las iniciales supe que era el mío, pero así y todo, aún tengo mis dudas. Me trajo al hotel desde el que he escrito esta anotación y desde aquí partiré mañana por la mañana rumbo a Sur. La temperatura en la calle es de alrededor de treinta grados, al parecer estamos en los meses fríos. El aire es extremadamente seco y el paisaje desolador. Han hecho un intento de tener un poco de césped en la carretera principal que sale del aeropuerto, pero cinco metros más allá de la carretera todo está árido y seco. Se ven montañas unos kilómetros tierra adentro. El aspecto es muy similar al que se puede ver al mirar desde las dunas de Maspalomas hacia el interior de la isla, sólo que allí la temperatura no es tan alta ni el aire tan seco.

    Por lo que he leído en la guía Lonely Planet que me he comprado, Omán es el país del golfo Pérsico que más ha hecho para reducir su dependencia de los inmigrantes y siguen reemplazando a toda esa gente por mano de obra local. También es uno de los pocos países de la zona que considera que la educación de la mujer es tan importante como la del hombre y de hecho, hay más mujeres que hombres en la universidad. Por supuesto todo tiene un lado negativo. El sultán se empeña en conservar las costumbres y tradiciones y obliga a todos los ciudadanos del país que trabajan para la administración (o sea, a una gran mayoría) a vestir el traje nacional. Imaginad si en Holanda todos los funcionarios fueran vestidos con el traje nacional y los suecos de madera, o en España la gente que trabaja en la administración llevara la ropa regional. No me imagino a las tías en el Cabildo vestidas con miriñaque y los tíos con el chaleco, el zurrón del gofio y demás artilugios folclóricos.

    La cena de este primer día en Omán fue comida hindú, que parece ser la más popular, también debido a que los hindúes son el grupo étnico más numeroso entre los extranjeros. No tengo ni idea de qué era pero picaba como el coño de su puta madre, como se dice en Gran Canaria. Necesité litros de agua para bajar aquello y recuperar la sensibilidad de la lengua.

    El relato continúa en Omán segunda parte – camino de Sur

  • Qatar segunda parte

    31 de marzo de 2005
    Arabian Tour 2005

    Esta historia arranca en Comienzo del viaje y continúa en Arabia Saudita y Qatar primera parte. Los caprichos de Google te pueden haber traído directamente hasta aquí, así que te sugiero que lo leas todo desde el comienzo.

    A la mañana siguiente, desayuno y continuación del viaje hacia Omán, ya que técnicamente estoy en tránsito. El desayuno fue muy copioso, aunque después de un rato buscando el bacon me acordé que estaba en un país musulmán y que esta gente considera a los cochinos como animales impuros. Me tuve que conformar con unas salchichas de Dios sabe que carne. Había un queso tierno (denominación que le damos en las Canarias, creo que en la península lo llaman queso fresco). Como soy fans de ese tipo de queso, cogí bastante para darme un atracón. Que desilusión más grande. Estaba hecho de leche de algún tipo de animal que sólo producía mala leche, con un sabor agrio y fortísimo. Era intragable. Debía ser leche de burra o de azafata acabada.

    El viaje al aeropuerto fue tan terrorífico como el de ida, sólo que en esta ocasión había luz y podía ver bien todo lo malo que podía sucederme. El conductor trató de mantener una conversación conmigo, pero he perdido mucha práctica con el inglés hindú y no le entendía la mitad de las cosas que me decía. Entre la musiquilla que le ponen los hindúes al hablar inglés y su pronunciación, siempre me ha costado un huevo entenderles. Al principio creía que eran deficiencias mías, dado lo limitado de mi cultura, pero tratando con gentes de otros mundos y universos he descubierto que es un problema global. Cuando el hombre aquel me dejó en el aeropuerto, pasé los controles de seguridad antes de facturar (lo nunca visto para mí) y me dirigí a facturación. La chica que me atendió le costaba comprender que mi maleta estaba facturada directamente así que se desapareció y se fue a buscarla. Aparentemente la encontró, porque cuando volvió me dijo que todo estaba en orden y que mi maleta volaría conmigo. Mientras esperaba que volviera de su cacería de mi equipaje, comenzaron a gritar como locos en el otro mostrador. Era una familia de tres miembros y pretendían meter en un avión algo así como doscientos kilos de equipaje. El carrito en el que lo habían llevado todo estaba tan cargado que se volcó allí mismo. Jamás pensé que se hiciesen maletas del tamaño de ataúdes, pero hoy os lo puedo confirmar. Los hindúes gritaban en inglés a la encargada, que les gritaba diciendo que sobre su chocho muerto facturaban aquello. Los gritos continuaron por un rato y de buenas a primeras, cesaron y facturaron sin problemas. Según acabó la crisis en aquel mostrador comenzó otra en otro, exactamente por los mismos motivos. Aquellos maletones eran tan grandes que tenían que pasarlos por una cinta especial, cinta en la que se puede dejar un coche y también entraría. Visto que estaba tan amena la zona, me quedé un rato para gozarme los pleitos.

    Pasé otro control de seguridad, control de pasaportes y un nuevo control de seguridad, momento en el que llegué a la terminal de salidas. Otra tienda gigante de productos libres de impuestos que a mí me siguen pareciendo caros. Vamos a ver almas mías. Yo compro en el supermercado una bolsa de 250 gramos de M&Ms por un euro cuarenta y nueve céntimos. Si vosotros me la intentáis vender libre de impuestos por tres euros, creo que prefiero seguir pagándolos y ahorrarme la mitad. Vosotros sabréis cual es vuestro modelo de negocio, pero esta claro que no me incluye a mí como cliente.

    Mientras esperaba por el avión me fijé en un grupo de beduinos que estaban cerca de mí rezando como cosacos. Yo que llegaba traumatizado porque no me había puesto desodorante, por carecer de él y aquellos despedían un olor a humanidad que aromatizaba toda la terminal. Uno de ellos iba totalmente tapado con una manta raída. El pobre se agitaba convulsivamente mientras rezaba. Otro llevaba una chilaba color verde pistacho y sobre esta un chaleco de traje de ejecutivo europeo. El efecto era desternillante. Completaba el conjunto con un trapo de cocina viejo y deshilado que se había puesto en el cabezón de cualquier manera. Si mi madre lo ve, le quita el trapo y se lo tira a la basura, ocasionando un incidente internacional de dantescas proporciones. El mejor del grupo era un viejo sin dientes, con algo de barba, calvo, vestido siguiendo la moda zarrapastrosa que sus compañeros también secundaban y que además de llevar una sábana con todos sus enseres de mano, sábana que hacía un ato que se echaba a la espalda, el colega cargaba dos garrafas de gasolina. No subieron a mi avión, pero espero que alguien comprobara que lo que llevaba allí era agua y no combustible inflamable. En conjunto, era lo más parecido a un grupo de terroristas de Al-Qaeda que tendré el gusto de ver en mi vida, o al menos eso espero. Vamos, es que yo no dejaba de mirarlos y pensar: «Si no son terroristas, que baje Dios y lo vea«. Por afinidad cultural y supongo que por instinto de supervivencia todos los europeos y norteamericanos terminamos arrinconados en una esquina de la terminal. Da ánimos saber que hay otros que sufren como uno.

    Al final resultó que todos íbamos en el mismo avión. Como hora y media antes de que saliera el vuelo la gente empezó a entrar en la sala de espera. No lo habían anunciado, pero allí se acercaban y entraban. Cuando faltaba una hora o así, un italiano fue a preguntar y le dijeron que era posible. Fue la desbandada de los europeos. Nos metimos todos allí, rodeados de hindúes y otros asiáticos. Había mucho moro con chilaba totalmente blanca hasta los tobillos y un par de mujeres-burka, a las que traté de no mirar para no empezar como el día anterior.

    Cuando llegó la hora, nos metieron en una jardinera, nos llevaron a pie de aeroplano y embarcamos. En esta ocasión era un Airbus 320 de Qatar Airlines, así que no me quejo en cuanto a tamaño del avión. Como curiosidad decir que sólo se embarca por la puerta de atrás. Justo delante de mí iba una mora con una niña. La mora sentó a su hija en el asiento de al lado, hasta que llegó su legítimo propietario. La mora dijo algo en árabe, supongo que algo como «de aquí no me mueve ni tu puta madre cabrón» y se enzarzaron a pelear. Vino la azafata y el hombre tenía razón. La mora viajaba con un bebe, o sea, pagando medio billete y sin tener derecho a asiento. Creo que eso se puede hacer hasta que el niño cumple los tres años. Pues nada, que la niña aquella estaba más bien cerca de los nueve y ni de coña la podía llevar en brazos. La azafata gritó, uniendo sus gritos a los de los otros, después vinieron los de personal de tierra y aquello era el festival de los gritos. Todos hacen gestos medio amenazadores, pero no les he visto llegar a las manos. En mi instituto por menos repartían hostias, pero aquí da la impresión que es más teatro que otra cosa. Como mezclaban el inglés con el árabe me enteré que la mujer había mentido en cuanto a la edad de su hija para ahorrarse medio billete. También que el avión iba lleno. Según pasaban los minutos parece que el avión ya no iba tan lleno y finalmente acomodaron al tipo aquel en otro sitio y aquí paz y en el cielo católicos.

    Ya en vuelo la azafata, que había quedado algo tocada con la discusión, se negó en redondo a darle comida a la niña puesto que no tenía billete. Pensé que la madre empezaría la segunda parte de las guerras Chof, pero uno que no quería comer le pasó su opíparo menú y listo. Al lado mío iba uno con chilaba blanca. Super moro. Super total. Le eché dos bendiciones para que Dios le perdone por rezar con el rito equivocado. El moro no quiso comer, sólo tomó té. Lo mismo sucedió con otros moros que llevaban la chilaba blanca. Como soy rápido en sacar conclusiones, empiezo a creer que el propietario de ese tipo de color de chilaba tiene ciertas restricciones que no tiene el resto. Me seguiré fijando.

    El relato continúa en Omán primera parte – Llegada a Moscate

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