
Otra de las setas que fotografié el pasado otoño. Esta era bastante pequeña y aunque con una forma muy extraña, yo la encuentro bien bonita.
Otra de las setas que fotografié el pasado otoño. Esta era bastante pequeña y aunque con una forma muy extraña, yo la encuentro bien bonita.
Esta historia arrancó en Comienzo del viaje. Si has llegado aquí por caminos misteriosos, te sugiero que la leas desde el principio.
El avión hacia una escala en Damman, ciudad perteneciente al reino alauita. Nada más entrar en el aparato, miro a mi alrededor y comienzo a contar posibles terroristas de acuerdo a mis estándares. No se me escapaba ni uno. Todos eran terroristas en potencia. Por Dios, aquello pintaba muy mal. Me imagino que si en vez de ser yo es uno de los tipos que trabajan en el servicio de inmigración norteamericano, al hombre le daría un jamacullo y no llegaría ni a la fila número cinco. Un cuarenta por ciento o más de la gente que estaba en el avión eran posibles terroristas. Aparte de eso, lo único reseñable del vuelo fue toda la nieve que vi sobre Austria y Turquía y decir que esquivamos Irak, aunque la línea más corta es cruzando su cielo. Arabia Saudita desde el aire es una extensión de nada. No hay ciudades, no hay carreteras, no hay nada. Solo en la costa se ven las instalaciones petrolíferas y vestigios de civilización. Antes de aterrizar nos dijeron que los saudíes no permiten que se usen teléfonos móviles durante la escala técnica y que tampoco estamos autorizados a bajarnos del avión. También les recordaron a los que descendían que el reino alauita se queda en posesión de los pasaportes de sus visitantes y que les serán devueltos cuando se marchen y que la importación de alcohol en el país de Mahoma está totalmente prohibida. Vi a más de uno bebiéndose los frascos de colonia …. je je ….
Odio los aviones grandes en el despegue y en el aterrizaje. Yo estoy muy acostumbrado al Boeing 737 y a los Airbus 319-320-321, que son aviones pequeños y manejables. El trasto en el que iba era un Boeing 767, monstruosamente grande y que cuando despega se agita como una coctelera, por no decir que siempre me da la impresión de que nos quedaremos sin pista antes de despegar. El aterrizaje en esos pajarracos tampoco es agradable. Pegan tal golpe contra el suelo que siempre se abre algún compartimiento superior y se esparce el contenido. Como es bien sabido que estas cosas siempre suceden cerca de mí para que las pueda contar, confirmar que se cayó todo y que uno de los bolsos le dio un buen coscorrón a un hombre. Se me ha olvidado comentar que entre los que me rodeaban había un tipo con el mal de San Vito facial. Hacía muecas continuamente, de todo tipo y manera. Tenía tantos tics en la cara que siempre innovaba cosas nuevas, debido a las infinitas permutaciones que se podían conseguir con sus movimientos básicos. El que iba sentado al lado de él iba flipando. Yo también. El hombre era más entretenido que la película que ponían. Hasta cuando se durmió siguió haciéndolos. Además de los tics era un mórcoba, término por el que nos referíamos en el colegio a uno de los niños que no tenía cuello y al que el cabezón le surgía directamente de los hombros. Como no quiero que nadie me diga que soy un cabrón insensible quiero afirmar públicamente que yo no fui quien le puso el mote y quiero que sepáis que ese niño era un soberano hijoputa, un chivato y un cabrón que clavaba puñales por la espalda. A mí nunca me la jugó porque no estaba en mi clase, pero os puedo poner en contacto con gente que lo odia profundamente. Dicho esto, decir que me solidarizo con todas las personas que sufren ese mal y que espero que la medicina les encuentre una solución para su problema en un futuro cercano.
Cuando empezó a descender el pasaje, vi que muchas de las mujeres que se iban no bajaban inmediatamente. Comenzaron una operación de camuflaje intensivo acoplándose todo tipo de telas a su cuerpo. Una que iba delante de mí en la cola de embarque y que tenía muy buen tipo, se puso una especie de burka, unas extensiones a la falda que le llegaba en Holanda un poco por debajo de las rodillas y un montón de accesorios más. Pasó de ejecutiva agresiva en plan Working Girls a dama invisible. Cuando finalmente se fue, parecía un fantasma de tanta tela como llevaba. El mismo milagro que sucedió con ella le pasó a otras mujeres. Además adoptaron una actitud sumisa y andaban con la cabeza agachada. Líbreme Dios de influiros y convenceros para que dejéis esa religión, pero vaya mierda de sociedad cuando las mujeres han de pasar por eso.
Ya que no se me permitía la evangelización en suelo árabe, recé por ellos y colgué mi cruz en la ventana para que bendijera el país. Justo frente al aeropuerto tienen una MACRO-mezquita, casi tan grande como la terminal.
Tras bajarse la gente, se abrió la puerta de atrás del avión y entraron como cuarenta hindúes y filipinos a limpiar el cacharro conmigo dentro. Me pareció super violento. Había uno que debía ser el jefillo que los trataba como esclavos. Os confirmo que mientras pueda no usaré un baño de avión. Lo limpiaron en un minuto y medio, después de haber sido usado al menos cien veces en las casi siete horas de viaje. Los esclavos aquellos arramblaron con toda la basura y según acabaron, cerraron puertas y continuamos viaje. No se subió nadie en esa escala. Comentar que Arabia Saudita parece un poco sucia. Hay polvo por todos lados. Debe ser la arena del desierto que lo impregna todo….
El relato del viaje continúa en Qatar primera parte
Parece que últimamente me muevo entre viajes.Tendré que poner un contador con los kilómetros que estoy haciendo por vía aérea, porque creo que en lo que va de año ya he superado holgadamente los veinte mil … y por eso ando siempre hablando de los aeropuertos. La categoría de Viajes viene por tanto bien cargada, con Otra vez en un aeropuerto en donde hablo de los aeropuertos de Schiphol y de Málaga, Choque de culturas con algo que vi cuando iba hacia el aeropuerto, La angustia de la incertidumbre con el preaviso de que me podían mandar a Omán a trabajar, Misión: Oriente Medio que fue la confirmación oficial de mi viaje, Misión cumplida, en donde avisaba de mi retorno e Introducción al Arabian Tour cuyo título lo dice todo. También hubo algo de tiempo para hablar de Cine en Constantine y White Noise – Más allá dos cintas que pasarán sin pena ni gloria por las carteleras. Debido a una petición, hice una pequeña Guía no definitiva de la cocina holandesa en la sección Cocinillas y puse otra foto de setas en Más setas en el bosque. Finalmente he puesto una foto del contenido de la bolsa de mi portátil en What’s in your bag? dentro de la categoría de Tecnología.
Así que prepararos para un aluvión de anotaciones sobre el viaje a Omán y podéis seguir contribuyendo con vuestros generosos regalos. Os recuerdo que la lista de cosas que ansío la podéis encontrar en:
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Como ya avisé, comencé mi viaje de evangelización por tierras herejes. El comienzo fue tan problemático como era de esperar. A las nueve y media de la mañana me subo al tren para ir al aeropuerto. Quince minutos más tarde tengo que conmutar a otro tren en una estación llamada Weesp. Cuando llegamos, el otro tren era pequeñito y estaba hasta la bandera. ¿Nos detuvo eso a los pasajeros que queríamos subir? PozNo. Empujando y presionando logramos entrar. Mencionar que el revisor tuvo que cerrar la puerta del vagón en el que me encontraba a base de comprimirnos estilo japonés. Entre los más de veinte que llenábamos aquel pequeño recinto a uno le olían los pinreles. Nunca supimos quien fue, pero ahí queda para la posteridad. Era un olor a queso curado que daba fatiga y más con aquel aire tan viciado. En cada una de las estaciones que siguieron continuó subiendo gente. Lo mejor fue cuando en la última estación antes del aeropuerto se subió una banda de adolescentes judíos, todos con su gorrito en la cabeza. En esos momentos ya éramos más de cuarenta y muchos con equipaje. Llegamos a Schiphol sudados y sobados. En la estación del aeropuerto se produjo la desbandada máxima. Dejamos el tren vacío.
Por motivos desconocidos nos obligan a facturar tres horas antes para los vuelos a países herejes y terroristas. Ya me tocaban los huevos las más de dos horas que hay que pasarse en el aeropuerto para ir a los Estados Unidos, pero esto es lo más. Como KLM ha optado por la auto-facturación, me tuve que pelear con una de esas máquinas. Conseguí ventana, aunque al final del avión y cuando casi he terminado y estoy a un paso de sujetar la tarjeta de embarque en mis manos, la máquina me pregunta si tengo visado para entrar en Qatar. Por supuesto que no, pero como no quiero cagarla, llamo a la tía que anda por allí ayudando a los pasajeros. Ella tiene menos idea que yo, pero me dice que tengo que ir a un mostrador determinado y empieza a pulsar botones aleatoriamente en la pantalla. Resultado: obtuve mi tarjeta de embarque y otro pequeño detalle que ya mencionaré.
Me acerco a donde me indicó y les tengo que explicar la historia completa, culpando a su compañera y señalándola continuamente para que viera que hablamos de ella y no del tiempo. Las dos nuevas consultan el ordenador, consultan compañeras, llaman por teléfono y llegan a la conclusión de que podré comprar un visado en el aeropuerto al llegar. Como los de la agencia de viajes me habían dicho que en facturación de KLM me darían un visado de un día, les doy la nueva información. Nueva batida de gestiones telefónicas e informáticas aunque sin éxito.
Paso el control de seguridad y me dirijo a la puerta de embarque, aunque faltan más de dos horas para que despeguemos. Me siento a leer y de repente anuncian un cambio de puerta. Como todos estábamos ya allí, nos vamos en manada a la nueva puerta. Esto en un aeropuerto de provincias es simplemente correr el culo cien metros, pero en ese universo que es Schiphol nos supuso andar veinte minutos, porque nos enviaron al extremo opuesto. Nos instalamos en la nueva sala y cuando queda poco más de una hora vuelven a anunciar un cambio de puerta, que casualmente vuelve a ser la original. Otros veinte minutos de paseo. La gente ya empieza a estar un poco cansada de tanto meneo. Me imagino que lo harán para que compremos algo en las cien mil tiendas libres-de-impuestos que tienen allí y que venden un veinte por ciento más caro que las tiendas en las que se pagan impuestos.
Pasamos el control de pasaporte y pa? dentro. Me fijé que viajaban conmigo otros españoles: una mujer con pasaporte diplomático que iba leyendo el Quijote y un par de adolescentes que supongo iban a pasar la semana santa con papuchi. Es lo bueno lo que tienen los núcleos familiares disgregados, que los niños conocen mundo. Así sin más comenzó la aventura.
El relato de este viaje continúa en Arabia Saudita