Estoy agotado. Más tarde me siento y escribo algo, que me he dado un palizón. Lo tengo todo escrito y muchas de las cosas con evidencia fotográfica.
Totalmente confirmado que jamás me dejarán volver a los Estados Unidos. Junto al sello de entrada americano tengo los de Qatar y Omán.
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Misión cumplida
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Misión: Oriente Medio
Los grandes equipos siempre tienen grandes recursos. Nuestra iglesia, la Católica es un equipo de más de mil millones de personas. Son muchos recursos. Al frente de todo está el Juanito, ese polaco simpaticón y perenne que lleva agarrado al trono desde que Yo era un niño. Como todos sabéis Juanito no anda muy fino ultimamente y sobre todo parece tener problemas con la voz. Que la cabeza de nuestra iglesia no pueda hacer oir su voz es un palo terrible.
Dado lo grave de la situación, han habido reuniones a muy alto nivel para analizar el problema. En todos los grandes equipos siempre hay estrellones y estrellados. Los jerifaltes de nuestro equipo han decidido echar mano del banquillo y me han seleccionado a mí para una misión muy importante. Dado que Juanito no está afinado, tendré que difundir la palabra del señor por tierras herejes.
Mi misión: Visitar Arabia Saudita, Qatar, Omán y Dubai para evangelizar esas tierras.
Mis armas: salchichas de cerdo holandesas y ron miel canario.
Mi arma secreta: el perdón de los pecados que ofrece nuestra iglesia y que nos permite cometer todo tipo de barbaridades y recibir el preciado perdón.Así que sin más dilación, agarro mi maleta que tenía aún sin deshacer en el suelo de la entrada de mi casa y ya estoy en ruta nuevamente. Cuando leáis estas líneas estaré volando hacia Qatar, parando primero en Arabia Saudita. Después de una noche de descanso continuaré camino hacia Omán, en donde repostaré fuerzas en su capital. Tras esa noche, cinco horas de viaje por carretera hacia mi destino final, un lugar llamado Sur en el que trabajaré 2 días. Después, retorno a la capital, dos días de vacaciones para conocer el entorno y retorno a través de Dubai. Siete días, cuatro países y miles de kilómetros. Esperemos que todo salga como está previsto.
Parece ser que tendré acceso a Internet en gran parte de los puntos de parada, así que improvisaré y emitiré en directo desde esos lugares. Vuestra misión es rezar por el éxito de mi cruzada.
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La angustia de la incertidumbre
Parece que el señor me tiene reservado grandes planes y que mañana puede que comience mi misión evangelizadora en Omán. Aún no hay nada claro pero la intención es que durante una semana inculque el cristianismo por aquellos lares.
Os mantendré informados según se vaya sabiendo.
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Choque de culturas
En el tren uno tiene oportunidad de observar a los individuos sin que esté mal visto el mirarlos fijamente. Es uno de esos lugares en los que las reglas que rigen nuestras vidas se retuercen y de los meandros que forman surgen excepciones. Yo suelo aprovechar estas lagunas para zambullirme a fondo en el lucrativo arte de la observación, arte del que malvive esta bitácora y sin el que debería limitarme a copiar y pegar noticias de otros sitios, como hace la mayoría.
El otro día cuando me subí al tren para ir al aeropuerto se dio una circunstancia curiosa. El tren anterior había sido cancelado y eso había acumulado una cantidad de gente superior a la habitual, sobre todo si tenemos en cuenta que era a las dos de la tarde. En el arcén había un grupo numeroso de lo que toda la vida hemos llamado negros pero que ahora con tanta norma escrita por subnormales camuflamos eufemísticamente como personas de color, lo cual siempre me ha hecho preguntarme si soy transparente, o si lo mío es únicamente tonalidad. El resto del andén eran los típicos rubios de mierda propios del país, un español que se ha ganado el cielo con creces y algunos otros de razas variadas.
Cuando llegó el tren, todos los negros se subieron en el mismo vagón. Eran estudiantes y debían volver a casa. Como en Hilversum hay algunas escuelas muy específicas, es normal que venga gente de otras ciudades a estudiar. El vagón estaba dividido en dos secciones. Una grande y otra pequeña, heredadas de los tiempos en los que se separaba a los fumadores de los no fumadores. Ahora que los que aspiran humos son proscritos sociales, ambas zonas excluyen el tabaquismo, pero la separación queda. El grupo de chicos se sentó en la parte más amplia, en donde habían unos 40 asientos. En la otra parte, donde sólo habían dieciséis nos sentamos el resto. Yo elegí la parte más pequeña del vagón porque cargaba el equipaje, ya que era el día que viajaba e Málaga y la puerta que me pilló más cerca fue la de ese lado. Aquello se llenó al completo. Los rubios entraban, miraban el otro lado y cuando veían el negrerío salían por patas hacia nuestra zona, que acabó atestada de cabezones de pelo color paja. Me descojono yo de la gente que se da golpes en el pecho y dice en voz alta que no es racista. Lo podéis llamar como queráis, pero lo que pasó allí es racismo puro y duro. Hasta que no se bajaron la gente no se movió al otro vagón. Encima me miraban con mala cara porque yo puse mi maleta y ocupaba el sitio que podrían tener dos seres inhumanos, así que venían dispuestos a pillar el asiento y cuando la veían se marchaban con el rabo entre las piernas, porque me negué en redondo a quitarla de allí cuando había tanto espacio vacío en el lado oscuro.
Después de que se vació mi vagón se subieron dos parejas con niño. Una la formaban dos chinos con una hija y la otra eran dos holandeses con hijo. Siempre que veo a una mujer china me descubro ante ella con respeto, porque con los cabezones que tienen todos ellos es increíble que puedan parir esos chiquillos, que su hija tenía un pedazo de testa como un balde de grande. Podéis hacer un pequeño ejercicio de visualización cerrando los ojos y pensando en ese parto, con esa mujer dilatando para que le salga ese cabezón … …. uuuuuurrrrr.
Los chinos hablaban entre ellos y su hija hablaba sin parar. La chiquilla saltaba, gritaba, jugaba, preguntaba por todo lo que veía, se reía, lo trataba de tocar todo y parecía viva. En el otro lado del pasillo, los holandeses no se hablaban, tenían la vista perdida en el horizonte, sin mirarse directamente y su hijo estaba sentado en la silla del coche mirando a la niña china con envidia malsana y sin decir ni pio. El chiquillo tenía más o menos la misma edad que la otra. Estuvieron así hasta que todos nos bajamos en el aeropuerto. Unos pasándoselo bomba y mostrando llevar sangre en el cuerpo y los otros en plan meditativo. Cualquiera que observa esta escena por primera vez puede pensar que hay algo malo. En realidad los holandeses son así. Es su cultura. Siempre me ha fascinado como esos niños pequeños se mantienen tan quietos y tranquilos. Les enseñan a ser fríos y distantes desde pequeños. Es algo que llevan en la sangre. Ellos a nosotros nos ven como gritones y sandungueros, latinos al fin y al cabo y no se dan cuenta que su comportamiento es el anómalo, que no es normal sentarte con una persona y no tener nada que decirle durante media hora e ignorar a tu propio hijo y no hacerle siquiera una caricia. En el aeropuerto todos nos separamos. Los chinos se fueron con su escándalo hacia la terminal de llegadas y los holandeses me siguieron en silencio hacia la zona de facturación.