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  • Choque de culturas

    16 de marzo de 2005

    En el tren uno tiene oportunidad de observar a los individuos sin que esté mal visto el mirarlos fijamente. Es uno de esos lugares en los que las reglas que rigen nuestras vidas se retuercen y de los meandros que forman surgen excepciones. Yo suelo aprovechar estas lagunas para zambullirme a fondo en el lucrativo arte de la observación, arte del que malvive esta bitácora y sin el que debería limitarme a copiar y pegar noticias de otros sitios, como hace la mayoría.

    El otro día cuando me subí al tren para ir al aeropuerto se dio una circunstancia curiosa. El tren anterior había sido cancelado y eso había acumulado una cantidad de gente superior a la habitual, sobre todo si tenemos en cuenta que era a las dos de la tarde. En el arcén había un grupo numeroso de lo que toda la vida hemos llamado negros pero que ahora con tanta norma escrita por subnormales camuflamos eufemísticamente como personas de color, lo cual siempre me ha hecho preguntarme si soy transparente, o si lo mío es únicamente tonalidad. El resto del andén eran los típicos rubios de mierda propios del país, un español que se ha ganado el cielo con creces y algunos otros de razas variadas.

    Cuando llegó el tren, todos los negros se subieron en el mismo vagón. Eran estudiantes y debían volver a casa. Como en Hilversum hay algunas escuelas muy específicas, es normal que venga gente de otras ciudades a estudiar. El vagón estaba dividido en dos secciones. Una grande y otra pequeña, heredadas de los tiempos en los que se separaba a los fumadores de los no fumadores. Ahora que los que aspiran humos son proscritos sociales, ambas zonas excluyen el tabaquismo, pero la separación queda. El grupo de chicos se sentó en la parte más amplia, en donde habían unos 40 asientos. En la otra parte, donde sólo habían dieciséis nos sentamos el resto. Yo elegí la parte más pequeña del vagón porque cargaba el equipaje, ya que era el día que viajaba e Málaga y la puerta que me pilló más cerca fue la de ese lado. Aquello se llenó al completo. Los rubios entraban, miraban el otro lado y cuando veían el negrerío salían por patas hacia nuestra zona, que acabó atestada de cabezones de pelo color paja. Me descojono yo de la gente que se da golpes en el pecho y dice en voz alta que no es racista. Lo podéis llamar como queráis, pero lo que pasó allí es racismo puro y duro. Hasta que no se bajaron la gente no se movió al otro vagón. Encima me miraban con mala cara porque yo puse mi maleta y ocupaba el sitio que podrían tener dos seres inhumanos, así que venían dispuestos a pillar el asiento y cuando la veían se marchaban con el rabo entre las piernas, porque me negué en redondo a quitarla de allí cuando había tanto espacio vacío en el lado oscuro.

    Después de que se vació mi vagón se subieron dos parejas con niño. Una la formaban dos chinos con una hija y la otra eran dos holandeses con hijo. Siempre que veo a una mujer china me descubro ante ella con respeto, porque con los cabezones que tienen todos ellos es increíble que puedan parir esos chiquillos, que su hija tenía un pedazo de testa como un balde de grande. Podéis hacer un pequeño ejercicio de visualización cerrando los ojos y pensando en ese parto, con esa mujer dilatando para que le salga ese cabezón … …. uuuuuurrrrr.

    Los chinos hablaban entre ellos y su hija hablaba sin parar. La chiquilla saltaba, gritaba, jugaba, preguntaba por todo lo que veía, se reía, lo trataba de tocar todo y parecía viva. En el otro lado del pasillo, los holandeses no se hablaban, tenían la vista perdida en el horizonte, sin mirarse directamente y su hijo estaba sentado en la silla del coche mirando a la niña china con envidia malsana y sin decir ni pio. El chiquillo tenía más o menos la misma edad que la otra. Estuvieron así hasta que todos nos bajamos en el aeropuerto. Unos pasándoselo bomba y mostrando llevar sangre en el cuerpo y los otros en plan meditativo. Cualquiera que observa esta escena por primera vez puede pensar que hay algo malo. En realidad los holandeses son así. Es su cultura. Siempre me ha fascinado como esos niños pequeños se mantienen tan quietos y tranquilos. Les enseñan a ser fríos y distantes desde pequeños. Es algo que llevan en la sangre. Ellos a nosotros nos ven como gritones y sandungueros, latinos al fin y al cabo y no se dan cuenta que su comportamiento es el anómalo, que no es normal sentarte con una persona y no tener nada que decirle durante media hora e ignorar a tu propio hijo y no hacerle siquiera una caricia. En el aeropuerto todos nos separamos. Los chinos se fueron con su escándalo hacia la terminal de llegadas y los holandeses me siguieron en silencio hacia la zona de facturación.

  • Más setas en el bosque

    16 de marzo de 2005


    Otra de las fotos que hice en el otoño de las setas que nos rodean. Me parece increíble como son capaces de surgir de cualquier lugar, por muy extraño que este sea. En este tronco talado decidieron aprovechar el punto en el que fue cortado para vivir. Las setas son el mejor ejemplo de arquitectura efímera. Surgen con la humedad y el fresco y duran unas semanas. En ese tiempo lo tienen que hacer todo: crecer, deslumbrarnos con su belleza y reproducirse. Y el año siguiente, exactamente en el mismo lugar, nos volvemos a encontrar.

  • Guía no definitiva de la cocina holandesa

    15 de marzo de 2005

    Todas las anotaciones con información turística sobre Holanda están organizadas en la Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda así que antes de hacer alguna pregunta deberías mirar las que hay publicadas y los comentarios ya que muchas de tus dudas es más que probable que ya hayan sido respondidas.

    Como lo prometido es deuda, voy a hacer un recorrido por la comida holandesa. Gran parte de lo que se come por aquí viene de otras culturas, pero los folclóricos locales lo consideran como propio. Por ejemplo el Nasi Goreng o el Bami Goreng son poco menos que patrimonio nacional, aunque vienen de Indonesia. Es raro el restaurante o el comedor de empresa que no sirva estos platos al menos una vez por semana. Lo mismo sucede con los Bapau, unos panecillos rellenos de carne o de pollo, similares al pan chino. Hasta donde yo sé, creo que provienen de indonesia y por aquí los compra la gente para comerlos como aperitivos. 90 segundos en el microondas y un poquito de salsa picante y están que te cambas. El menda sin ir más lejos se homenajea día sí y día también con uno de estos pequeños placeres al volver del trabajo.

    Ya entrando en la materia propia del país, si de lo que se trata es de desayunar es obligatorio el probar los Pannenkoeken, unos crepes que están deliciosos. También hay lugares en los que los sirven para cenar, como si fueran pizzas. Pueden ser dulces o «salados». Todos están para morirse de buenos. Y lo mejor absolutamente de la cocina holandesa son los poffertjes, unos mini crepes cubiertos de mantequilla y espolvoreados con azúcar de repostería que son la mayor de las perversiones. Yo soy capaz de vender a mi vecina por un plato de los mismos, sobre todo en los puestos callejeros. No tengo aguante y siempre que los veo los pido, aún sabiendo que son bombas energéticas de calibre nuclear.

    En los almuerzos los holandeses son rácanos como ellos solos. Se comen un par de rebanadas de pan untadas con mantequilla y con una loncha de queso o similares. Acompañan la pitanza con leche, que puede ser semi desnatada, entera o leche cruda (karnemelk). Esta última me da un asco terrible. Yo soy más de la semi desnatada, que equivale a la entera española. La calidad de la leche está a milenios luz de la que se puede encontrar en nuestro país. No se puede comparar una vaca feliz, inteligente y realizada como individuo gregario con nuestras amargadas reses, encerradas y que como mucho pueden aspirar a un trabajo como azafatas de iberia. Lo del almuerzo en este país no está muy conseguido. Para que no os impacte, la hora de la comida es entre doce y una y esta gente almuerza en media hora más o menos y se vuelven directamente a trabajar.

    Después del trabajo, por la tarde, quien venga a los Países Bajos debería probar los bitterballen, unas pequeñas croquetas rellenas de Dios sabe qué tipo de carne que se suelen mojar en mostaza. Por lo que me han dicho las hay de distintas calidades, siendo las más ínfimas las que se hacen usando sesos de vaca. Nunca he llegado a averiguar si los que me lo dijeron bromeaban o hablaban en serio, pero yo las sigo comiendo igual aplicando el dicho de que lo que no mata engorda. También en esta categoria de entrantes estarían el frikadel, una salchicha frita de aspecto siniestro y que vuelve loca a la gente y las kroketten, unas croquetas similares en composición a los bitterballen aunque grandes como cipotes erguidos. También se pueden mojar en mostaza y a la hora de comer la gente las unta entre dos rebanadas de pan de molde y se las come (y yo soy uno que lo hace de cuando en cuando). Todos estos aperitivos tienen en común el no ser muy saludables, pero que coño, lo que importa es participar y divertirse.

    Cuando llega la cena los españoles aún están en la merienda. La hora de cenar es entre cinco y siete de la tarde. Hay muchos restaurantes cuya cocina cierra a las ocho y media, así que tener cuidado. Si queréis comida típica que Dios os coja confesados, aunque tras unos años le cogéis el puntillo y mola mazo. Empezad con una sopa. Las sopas de tomate son deliciosas, al igual que las sopas de mostaza. La más típica de las sopas es la llamada Erwtensoep, una sopa de guisantes ultra espesa que es perfecta para esos días fríos y húmedos que tenemos tan a menudo. Dicen que cuanto más espesa mejor y la prueba definitiva es poner la cuchara en posición vertical. Si está bien hecha, se debería mantener sin caerse. Yo no soy muy santo de este plato, pero algunos amigos míos que lo han probado se han vuelto fans. En cuestión de plato principal, si lo que os va es el marisco y estamos en temporada, los mejillones son fantásticos. Son mucho más pequeños que los gallegos y los traen en un caldero enorme, hervidos con cebolla, zanahoria y cilantro. Se sirven acompañados de papas fritas y de unas cuantas salsas. La cantidad suele ser entre 750 gramos y un kilo por persona. Puede parecer mucho, pero una vez eliminadas las conchas es suficiente. Uno que escribe por estos lares se suele bajar un plato de estos animalitos cada dos semanas como máximo cuando estamos en la época buena y dicen los que los han probado en mi casa que soy todo un experto en su elaboración. Si no os va el marisco, entonces probad los diferentes tipos de stamppot que hay. El stamppot es una especie de puré de papas con sustancia. El más famoso es el Stamppot Boerenkool, hecho con una verdura local y que se acompaña con una salchicha y pedazos de tocino. Es una bomba energética y aunque muy básico y poco apetecible de aspecto, está delicioso. Otras variantes son el stamppot hutspot y el stamppot zuurkool. En cuestión de carnes y pescados los holandeses son muy pobres y no tienen una cocina que merezca la pena destacar. Probando cualquiera de las cosas anteriores se debería tener una idea de la cocina holandesa.

    Si venís en primavera/verano veréis por la calle puestos en los que ofrecen haring, unos arenques crudos que limpian y la gente se come así mismo, tal cual salen de las manos del que los pela. Los suelen cubrir con cebolla picada. No es algo que me atraiga en absoluto, pero nuevamente, para gustos hay colores.

    Si alguien cree que me he dejado algo, que me lo diga que edito esta anotación e incorporo las sugerencias. Si estás pensando en ir a Amsterdam igual te interesa leer Turismo en Amsterdam en donde también dejo algunas sugerencias de sitios que visitar en la ciudad y por supuesto puedes ver el Álbum de fotos de Amsterdam

  • Constantine

    15 de marzo de 2005

    Uno se pasa meses esperando una película y cuando sale del cine le come la rabia por dentro. Esto es lo que me ha pasado con Constantine, que venía precedida de unos trailers fantásticos que contienen lo mejor de la cinta. Con temática medio religiosa, ángeles y demonios, buenos y malos, tenía todas las cosas que me suelen gustar y debería haberse convertido en una de mis cintas favoritas del año.

    La realidad es que está pésimamente rodada, el guión hace más agua que el Titanic después de que se hundió y las actuaciones brillan por su ausencia. Dirige el fiasco este un tal Francis Lawrence que parece ser primerizo en esto del cine y al que espero se le prohíba la entrada en cines por mucho tiempo. El tío no tiene ni idea de lo que es el tempo en una película, de como entretener a lo largo de todo el metraje. Se ha montado una peli de dos horas, aunque con unas buenas tijeras se podría haber sacado una película muy decente de menos de noventa minutos. El resto sobraba. Al frente del reparto y haciendo el papel de siempre, o sea, el de Neo en Matrix, está Keanu Reeves, que definitivamente está empantanado en su famoso Neo y no es capaz de superarlo. Y por Dios, que alguien le contrate un estilista para que le cambien la ropa, que parece que anda obsesionado con el aspecto de los curas católicos, a los que quiere imitar. El chico está envejeciendo muy mal y ya está pidiendo a gritos unos estiramientos faciales y quizás una buena lobotomía que le aligere el cerebro.

    Lo acompañaba una tal Rachel Weisz que ejercía del arretranco al que le quiere poner la pierna encima. La pobre no da para mucho, o quizás simplemente es que no puede. A veces intenta poner algo dramático de su parte, pero no le sale. Es lo que tienen los vasos vacíos, que por más que nos empeñemos no tienen líquido. Esta mujer es igual. Ya daba muestras de sus carencias en la momia, en donde hacía de la tonta del bote a la que todo el cine se quería follar. Ahora, con unos años más sobre sus hombros, hace el mismo papel.

    Y no pienso seguir porque no merece la pena. Absolutamente recomendada para quien le sobre el dinero y para las fans del Keanu Reeves, que lashay, y que únicamente van al cine por las calenturas y para aprovechar la oscuridad de la sala y tocarse unas pajillas. El resto, a esperar el pase en la tele dentro de cinco años que no os perdéis nada.

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