Mi vida en Holanda está regida por dos damas. Dos damas que me llevan y me traen a todos lados. La una, es fuerte, poderosa y le gusta correr. Es esbelta y le encanta lanzarse por los carriles bicicleta a la aventura. Con ella he visitado ciudades en los alrededores, he rodeado lagos, he cruzado bosques y nunca me ha dejado tirado. Es la Poderosa o de Machtige como ella prefiere ser llamada, ya que su lengua materna es el holandés. Es una Giant Terrago que compré el año pasado de segunda mano. Desde entonces ha hecho cientos de kilómetros conmigo. En los cálidos días veraniegos, que haberlos haylos por estas latitudes, recorríamos juntos hasta setenta kilómetros en cada una de nuestras aventuras. Ella disfruta mostrándose altiva y ninguneando a esas Oma fiets (bicicleta de la abuela) con las que la gente acude al centro de la ciudad. Ella es una dama de gran clase y siempre le gusta demostrarlo. Como la Poderosa no suele ir al centro de la ciudad y odia quedarse sola (tiene pánico a los ladrones de bicicleta, ese cáncer que florece sin control en Holanda), hay una compañera para estos menesteres. Su compañera era la Resoluta, una bicicleta que compré cuando llegué a Holanda en el año 2000. Era una híbrida entre bicicleta de montaña y bicicleta de ciudad. Gracias a esta flexibilidad, vestía unas alforjas en su parte trasera que le cubrían salva sean las partes y en las que yo cargaba la compra del supermercado. La Resoluta, al ser más modesta, solía quedarse sin problemas en el aparcamiento del cine, le encantaba ir al centro de la ciudad y no tenía ningún inconveniente en pasar unas horas o incluso días en el aparcamiento de bicicletas de la estación de tren. A pesar de mi empeño y dedicación, la Resoluta contrajo una enfermedad mortal. Diferentes doctores de bicicletas, altamente cualificados, dictaron el mismo veredicto: Curarla costará más de ?? 100. para una bicicleta que cuando la compré me costó ?? 60, estaba claro lo que iba a suceder. Ha ido languideciendo hasta que la enfermedad que corroe su sistema motor la ha consumido. Eso me ha creado un problema, que traté de solventar intentando comprar una «nueva bicicleta de dudosa procedencia«. Sin embargo, pese a la fama de este sistema, no he tenido éxito en esta tarea, ni en Utrecht, ni en Ámsterdam.
Hablando un día con mi amigo «El Turco» y desahogándome con él, resultó que él había comprado una bicicleta para su hermana, la cual estudia en Holanda y esta no la usa porque no le gusta dicho medio de transporte. El Turco le compró una bicicleta plegable, o vouwfiets, nueva. La pobre estaba en el balcón de su casa consumiéndose sin remedio. Llegamos a un acuerdo y por unos módicos ?? 65 pasó a engrosar mi familia. Al ser vouwfiets, puede viajar gratis en el tren, en unos vagones especiales. Esto, para alguien que se mueve en este medio de transporte tanto como me muevo yo, es una gran ventaja. La nueva señorita estaba sin usar, amargada y deprimida por el destino que le había tocado en suerte. Mientras sus compañeras de promoción corrían por las calles holandesas, ella miraba la vida pasar desde el balcón de un apartamento en el Amstel canal. El sábado la recogí y estaba muy excitada. La llevamos a una tienda de reparación de bicicletas para que le pusieran aire en sus ruedas y se vino conmigo a casa. Lo primero que noté fue que es minúscula. Por el hecho de que hay que plegarla y la llevas contigo, tiene unas dimensiones muy reducidas. Tanto el volante como el cuerpo de la bicicleta se pueden plegar, lo cual me produce un ligero pánico, ya que creo sinceramente que un día una de esas partes se cerrará y yo me daré el golpe del milenio. La nueva bicicleta está preparada para llevar las alforjas, con lo que podrá venir conmigo cuando me voy de compras y tiene pinta de ser capaz de quedarse en el centro de la ciudad sin mayores problemas. Entre sus desventajas, la principal es que no tiene diferentes velocidades, con lo que mantengo una velocidad constante y sólo con esfuerzo la puedo incrementar. La otra cosa que realmente no me gusta de ella es que el freno es a contrapedales y eso para mí es bastante raro. Para quien no haya tenido una bicicleta con ese tipo de frenado, es todo un cambio de mentalidad. Yo siempre que voy rápido y no sigo pedaleando, «contrapedaleo», básicamente por placer (por ejemplo al bajar una cuesta). Al tratar de hacerlo con la nueva dama, esta lo interpreta como que quiero frenar y me da unos sustos de muerte. Me temo que más temprano que tarde daré con mis santos huesos en el suelo.
Lo único que le faltaba a este nuevo miembro de mi familia era un nombre. Después de mucho pensar y de evaluar los pros y los contras, he encontrado el nombre perfecto para ella. Un nombre con fuerte sabor español, un nombre que apela a las divinidades para que se apiaden de mí y me protejan. Se va a llamar «la Macarena«. Señoras y señores, es para mí un honor presentarles a «la Poderosa» y «la Macarena«.
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Las damas de mi vida
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Seed of Chucky – La semilla de Chucky
La verdad, la verdad, que diría uno con el que trabajé hace años, la verdad, la verdad, no sé como acabo yendo a ver todo el cine de terror que llega a las pantallas, incluso cuando estoy convencido de que me voy a llevar un palo del quince. A pesar de intuirlo, o más bien de tener la certeza absoluta de lo que iba a suceder, allí estaba yo con un colega para ver
Seed of Chucky, o La semilla de Chucky si preferís el título en español.
Hay muy poco que decir sobre este desafortunado tropezón. Dirigida por Don Mancini, que tiene el mérito de haber sido uno de los guionistas de esta famosa serie desde su comienzo, el pobre más que dirigirla la cagó hasta el fondo. Digamos que se olvidaron de escribir el guión, que al ir de compras no encontraron buenos actores y actrices y que allí todo el mundo estaba por el dinero. Y así les fue. Junto con Chucky, teníamos a otra conocida de las películas anteriores de esta saga, Jennifer Tilly, que hay que ver lo bajo que ha caído esta pobre.
Sólo se puede decir una cosa positiva y es que este desastre dura ochenta y siete minutos. No me voy a ensañar más con esta mierda de película porque no merece la pena. Absolutamente recomendada para todos mis enemigos y sus familiares en primer y segundo grado.
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Un poquito de color
La falta de luz en el invierno me termina afectando. Ahora que padezco el oscuro invierno Nórdico, que voy a trabajar de noche y vuelvo de noche, he decidido poner un poco de color en la bitácora para alegrarme la vista.
Si alguien encuentra algo que no esté funcionando bien (y que no sean los colores, que están preciosos), que me lo haga saber.
He cambiado un detallito en los comentarios que debería frenar el Spam, al menos por un tiempo. No sé que coño pasa, pero desde el uno de Enero llevamos casi 800 comentarios de Spam, recomendando casinos de mierda, productos para impotentes de mierda e hipotecas para retardados de mierda. Ya me tienen hasta los genitales con tanta mierda.
También he cerrado todas las entradas hasta finales de noviembre. Ahora sólo se puede comentar en las últimas. Espero que eso ayude algo. 🙄
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Pulse y espere
Estas navidades, cuando fui tras la cena de Navidad a recoger al amigo con el que suelo salir todos los años de marcha en esa noche, me encontré con algo inesperado. El mensaje que había en el portero, como se ve en la foto, era claro y contundente: Pulse y espere.
A la gente que tiene que ir a esa casa por alguna razón, este mensaje nos despeja las dudas que nos invadieron durante décadas. Una escena típica era llegar, tocar el timbre, oír que hay alguien cerca de la puerta y que no abren. Una mente unicelular no le dará más vueltas, pero yo siempre pensé que me tenían manía y que se parapetaban allí sin querer abrir. En mi casa era todo lo contrario. Suena el timbre y es el pistoletazo de salida en una competición entre personas y perro por alcanzar la puerta el primero. Vale todo: rodillazos, codazos, tirones de pelo, empujones. Lo importante es llegar el primero a la puerta y hacerlo en el menor tiempo posible. Así que siempre que iba a la casa de mi amigo y me veía en la puerta esperando durante minutos, trataba de pensar en lo que había provocado el odio de toda una familia hacia mí y también trataba de encontrar la cámara o el dispositivo que usaban para saber que era yo. Eran tiempos anteriores a la tecnología actual, así que lo que quiera que usasen, no podía pasar desapercibido.
Estas navidades, cuando encontré el cartel en la puerta, supe que no era algo personal, que se lo hacían a todo el que llegaba a la puerta y comprendí que las infinitas quejas de todos los que vivimos esas interminables esperas en la puerta, habían surtido efecto. En la tradicional salida de marcha por los alrededores de la catedral de Las Palmas de Gran Canaria la noche de Nochebuena, pude haber hecho un montón de fotos con los arretrancos que vimos, con los reggaetones de los que nos reímos, con los porteros de locales de moda usando guantes y gorros de invierno pese a que la temperatura era de 19 grados y que sus mastodónticos cuerpos creados a partir de dopaje y horas de gimnasio deberían soportar el frío perfectamente, pero en lugar de todo eso, la foto de la noche, la foto que recordaré siempre, fue la foto de un timbre en un portal de una casa. Esa foto justifica y da sentido a todo el tiempo que esperé en aquella puerta.