Distorsiones

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  • La mano en el fuego

    6 de agosto de 2004

    La mano en el fuego
    Cuando le dijo que se iba a casa a descansar porque estaba un poco cansada su corazón perdió el ritmo. Había esperado que todo fuera distinto, que no hubiera otra vez. Pensaba que si dejaba el tiempo correr todo pasaría, que no tendría que afrontarlo. No fue así. Ahora, sólo en el despacho, con los ojos llenos de lágrimas, pudo ver el abismo insoportable que se abría a sus pies y sintió una pena infinita por lo que acababa de perder. Se limpió los ojos y se puso la chaqueta de forma mecánica.

    Sin fuerzas, arrastrando los pies por el suelo, salió del edificio y fue a buscar su bicicleta. Mientras caminaba, trataba de convencerse de que todo era un loco desvarío, un capricho tolerable, pero mientras se escuchaba a sí mismo se daba cuenta de que no podía seguir ese juego, de que si lo hacía renunciaría al cielo, y sin cielo no hay amor.

    De camino a la casa trataba de poner su cabeza en orden, buscar sentencias con las que condenarla, no quería improvisar y mucho menos arrepentirse de algo de lo que dijera. Cruzaba las calles desiertas a esa hora, mientras una fresca brisa le daba en la cara. No se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor. Sólo había un destino y un cerebro atormentado que pensaba que el mundo era ese día un lugar muerto. Cuando llegó cerca a su casa, aparcó la bicicleta con la de ella y las ató juntas con su cadena, como hacía siempre, un acto reflejo.

    Entró en el portal y pensó en dar la vuelta. Su otro yo, la vocecilla que le gritaba desde hace semanas lo obvio, lo que él se negaba a creer, le susurraba que no habría otra vez, que era hoy o nunca, que fuera un hombre e hiciera lo que tenía que hacer. Volvió a dudar al llegar a la puerta. Los ojos se le estaban volviendo a llenar de lágrimas. Se quedó allí quieto, sin tener conciencia del tiempo, con la llave en la mano.

    En un momento dado algo despertó dentro de él. Abrió la puerta sigilosamente y entró. No se molestó en cerrarla. Cruzó por el salón. Ni siquiera notó que había música puesta, que su disco favorito, el disco de Fangoria, sonaba en esos momentos. ?l sólo tenía ojos para la puerta del fondo. Ya antes de llegar los pudo oir. Eran ruidos guturales, susurros marginales que le quemaban los oídos.

    Abrió la puerta de golpe. Ellos se volvieron con la sorpresa pintada en el rostro. Por una fracción de segundo sintió una pena infinita, por él, por ella, por ambos, por lo que pudo ser y no sería, por el camino dejado atrás y la autopista que nunca se construiría en el futuro. Se dió cuenta de que se estaba quemando por ella. El instante pasó y la ira lo ocupó todo. Los miró a ambos, lentamente, con una expresión de odio infinito en su rostro. Su ira le dilató las venas del cuello, le provocó un temblor en la mano, en la que seguían las llaves.

    Ellos lo miraban sin saber como reaccionar. Ella fue la primera que comenzó a moverse. Trataba de coger la sábana y taparse. El otro seguía allí, intentando adivinar sus movimientos para poder esquivarlo. Cuando por fin salió un sonido de su garganta, fue una negación cargada de dolor. Un «No» largo y sentido que barrió su cuerpo de una punta a la otra. Ya no era suya y él no quería que fuera de nadie más. Levantó la mano para atacarlos, pero justo en ese instante vio que de hacerlo sería segurles el juego.

    Con gran dignidad, los miró a ambos y le dijo a ella: «No quiero volver a verte«. Se dio la vuelta y cuando avanzaba hacia la puerta la oyó como le gritaba que no era lo que parecía. Cerró la puerta al salir.

    Salió a la calle. El cielo tenía un azul intenso. Decidió que prefería caminar de vuelta al trabajo. Tenía que despejarse.

    … no lo hago solo por ti
    y no me voy a arrepentir …

  • Las Brujas de Mayfair – The Witching Hour

    5 de agosto de 2004

    Las Brujas de Mayfair, nombre por el que se conoce en cristiano al libroThe Witching Hour The Witching Hour de Anne Rice es el primer tomo de las historias de una saga de brujas que viven en Nueva Orleáns.

    Revisitar este libro es siempre un gusto. Es posiblemente el mejor de la serie. En esta ocasión en que encima reconozco los lugares de los que hablan por haberlos visto, el gusto es mayor. En mis vacaciones en Nueva Orleáns pude ver la casa sobre la que gira todo el libro, así como varias de las zonas que se mencionan.

    Para aquellos que nunca hayan leído nada de Anne Rice, es una escritora bastante prolífica y con frecuentes altibajos. Su saga más conocida es la de las Crónicas Vampiricas, de la que se han llevado dos de los tomos al cine.

    Hablando un poco del libro, trata de una mujer que descubre que es bruja y que desciende de una dinastía de brujas y brujos. Aunque la trataron de apartar de la familia para evitar su sino, al final el destino la alcanza. La mujer se tendrá que enfrentar a un espíritu que ha acompañado a la familia durante cientos de años y que parece ser que les otorga el poder que tienen.

    Como en la mayor parte de los libros de Anne Rice, hay un fuerte componente sensual y una velocidad narrativa bastante suave, si la comparamos con otros escritores de super-éxitos. Definitivamente recomendado si os gustan las historias de misterio en plan ligero, la brujería y similares.
    gallifantegallifantegallifante

  • Miro la vida pasar

    4 de agosto de 2004

    Miro la vida pasar
    Desde mi ventana miro la vida pasar, lentamente, poco a poco, sin esperanza ni ilusión. Todo cambió el día que te dije no. Recuerdo que era una mañana soleada de invierno, con un cielo totalmente limpio. Recuerdo que había nieve sobre el tejado, sobre los coches y sobre la acera. El humo salía de las chimeneas de las casas y el silencio sólo lo rompían los coches al pasar. No habían pájaros volando, no habían flores, sólo tonos neutros que el contraste con el cielo resaltaba aún más. A lo lejos se veía un ciclista tratando de no caerse en el hielo de la calzada. De su bicicleta colgaban varias bolsas en las que llevaba comida.

    Si hiciera un poco de esfuerzo podría recordar muchísimos más detalles de ese día. El día que se detuvo mi mundo, o el día que me bajé del tuyo. Estabas ahí, sonriéndome, haciéndome carantoñas y yo me dejaba llevar. Para ser tan temprano estabas muy activa. Eso tendría que haber disparado las alarmas, pero no lo vi venir. Me dejé llevar y te seguí la corriente. Respondí a tus insinuaciones, yo también te hice carantoñas, jugué contigo.

    Cuando llegó la pregunta me cogió totalmente desprevenido. Ni siquiera me dí cuenta de la respuesta que había dado hasta que vi la cara que se te puso. Fue como si la luna eclipsara al sol y toda la luz se fuera de golpe. Tu sonrisa se torció lentamente, tus ojos se fueron cerrando poco a poco y las aletas de tu nariz se comenzaron a convulsionar, al principio lentamente, luego ganando velocidad. Tus ojos se tornaron vidriosos y no debieron pasar más que unos segundos cuando empezaron a derramar las lágrimas. Lo siguiente fue tu mano. Salió disparada contra mi cara y me la cruzaste con dos bofetones. Yo aún estaba en el modo cariñoso y divertido y sin venir a cuento me vi en el medio de una batalla. Los gritos tuvieron que despertar a todo el vecindario. Por un instante pensé que habías perdido la cabeza mientras yo me encogía y mi corazón dejaba de latir.

    Yo traté de hablar, traté de encauzar la discusión por un camino más pausado pero no fue posible. Lo siguiente que vi fue como sacabas la maleta y empezabas a guardar tus cosas, llorando, moqueando y lanzándome esas miradas de odio que acuchillaban mi corazón. Pese a mi indiferencia natural fui capaz de darme cuenta de que habíamos llegado al final de un ciclo, que la rueda había girado, que ya nada sería lo mismo.

    Saliste dando un portazo y ese fue el punto final. Nunca más supe de ti. Nunca más respondiste a mis llamadas, nunca más permitiste que te viera. Pasados los días noté el cambio. Todos los amigos comunes pusieron tierra de por medio. Todos cerraron sus puertas. Nadie quiso seguir a mi lado. Creía que estaba curtido en mil batallas y nada me afectaría pero no fue así. Tu estrategia surtió efecto. Me borraste del mapa. No pude más que retirarme, derrotado.

    Pasado el tiempo todo sigue igual. Siempre he sido fuerte aunque a veces he dudado si la suerte no se ha reído de mí. He acabado en esta casa, mirando por esta ventana y recordando lo felices que fuimos. No soporto que te nombren y ello me ha vuelto arisco, insociable. No puedo aceptar que no volverás. Miro cada mañana en la cama y espero verte ahí, sonriéndome, pero ya no estás.

    Alguien me dijo que todo podría ir a peor pero yo lo dudo. Ya estoy en el fondo así que desde aquí sólo se puede subir, aunque cuando estás aquí abajo todo se ve tan negro que cansa y te sientes sin fuerzas para empezar a nadar hacia arriba y salir a la superficie. Espero tener el valor suficiente para hacerlo algún día.

    Mientras tanto miro la vida pasar
    y no sabes cuánto cuesta creer que no volverás …

  • Análisis científico

    3 de agosto de 2004

    Esta historia es la continuación de Comenzó como una brisa . Sería conveniente que te la leyeras antes de continuar.

    Hembra del género Horrorosus
    Algo está podrido en este lugar. Algo desentona, no está bien colocado. Cuando caminamos allí notamos una sensación extraña, un deja vù, la misma sensación que tenemos al mirar dos fotos tratando de buscar las diferencias que sabemos que existen sin poder encontrarlas. Nos movemos entre la gente tratando de encontrar la pieza perdida, la llave que abra la puerta.

    Miramos atentamente a las mujeres. Decidimos diseccionar científicamente una de ellas para ver si encontramos eso que perturba nuestro cerebro. Comenzamos por el nivel de aplicación, el séptimo nivel en el modelo OSI. Comprobamos la funcionalidad de la hembra. Tiene dos brazos, dos piernas, tronco, un cabezón, dos tetas como dos carretas, un hocico de arretranco, nada que nos pueda alarmar o que pueda ser considerado extraño. Puesto que sólo miramos el interfaz con el que nos comunicamos sin realizar una abstracción profunda, no podemos valorar más nada. La mujer parece normal desde cualquier punto de vista. Tendremos que seguir profundizando más para ver si existe alguna diferencia.

    Descendemos hasta el sexto nivel, el nivel de presentación. Nos fijamos meticulosamente en la hembra. Tiene unas grandes uñas pintadas con un elaborado dibujo. Su pelo, teñido de rubio pajoso, ese color tan falso que sólo se encuentra de forma natural en los países nórdicos y que da el canto en cualquier otro lugar. Lo lleva recortado de una forma caprichosa, como si hubieran dejado caer aquí y allí la tijera esperando que las leyes aleatorias obraran un milagro. Su ceja negra, tupida y enorme la delata, separando su cara en dos. Su cutis, grasiento y cubierto desigualmente por capaz de cremas que prometen mejorar su aspecto y dotarla de esa aura de virgen ninfómana que vemos en todos los anuncios. Su sombra de ojos oscura le confiere un toque de muerta en vida. Sus ojos, delineados hasta el infinito con un lápiz negro la ponen a medio camino entre yonqui y santa. Sus pómulos cubiertos por unos polvos azules que realizan un gracioso degradado hacia las patillas muestran varios claros en donde el maquillaje se ha caído por acción del sudor. Sus labios, ostentóreamente rosados, clamando al cielo, podrían servir de faro en cualquier isla desierta. Su bigote ofende al que la mira. Medio cargado de polvos que tratan de camuflarlo con la piel, se presenta intratable salvo para la magia de una máquina de afeitar. Definitivamente, esta hembra o está en celo o es una zurriaga pero aún no podemos sacar conclusiones. No hay nada en ella que no podamos encontrar en cualquier otro lugar.

    Abandonamos el nivel de presentación y optamos por analizar el nivel de sesión, la quinta capa de la cebolla que estamos pelando. En esta área nos fijamos en la vestimenta, la forma en la que seleccionando la ropa se comunica con nosotros. La chica ha optado por tonos brillantes y variados. En su top se alternan los rosados, los amarillos, los púrpuras, compitiendo entre ellos por llamar la atención. Esta prenda también nos muestra una cierta afinidad por las tallas más pequeñas que lo debido, puesto que la susodicha se esfuerza por mantener la carne firme en el asador. El top, hecho con menos tela de la que debiera, permite apreciar el glorioso piercing del ombligo, una sutil combinación de abalorios que cuelga cual araña del techo de cualquier gran palacio. En la zona media, una minifalda en tonos azules, y verdes limón, deja ver la braguita tanto por la parte superior como por la inferior. Si acusábamos falta de tela en la prenda anterior, en esta mejor no hacer comentarios. Cubre sus piernas con algo que otrora fue una media y que ahora no es más que una enredadera de la que surgen los nudos y desgarros que pueblan su orografía. El conjunto se remata con un bolso de metacrilato que en momentos de calor puede ser usado como abanico, unos zapatos de tacón de aguja con los tacones doblados por la presión y que tienen un simulacro de geranio de plástico en su parte superior y unas muestras variadas de anillos y esclavas en las manos. Aunque globalmente llama la atención, no queremos precipitarnos en nuestro razonamiento y tendremos que seguir el estudio.

    Descendemos otro peldaño en la escala OSI y llegamos al nivel de transporte. Aquí nos abstraemos de lo que puebla la superficie del sujeto y miramos por primera vez el contenido, expresado en este caso por el vocabulario que muestra al hablar así como la forma en la que maneja el idioma. Nos sentamos a escuchar y comprobamos con horror como la interfecta carece de las capacidades necesarias para completar las palabras o juntarlas de una forma coherente. Eleva el tono de voz gritando a sus compañeras mientras trata de enviarles la información que quiere transmitir. Sus carencias idiomáticas son claras. Su vocabulario, mínimo. Parece mostrar cierta afinidad por las palabrotas y por la repetición de ciertas interjecciones para expresar estados de humor. Su tono de voz es alto aunque no claro. Podríamos concluir que posee un nivel de educación medio tirando a bajo o que sus capacidades intelectuales están seriamente mermadas. Quizás no sea así y simplemente estemos comprobando el resultado de la lasitud del sistema educativo en estos momentos.

    Llegados aquí lo mejor es continuar y acabar con el análisis. Lo siguiente a comprobar es el nivel de red, aquí se definen las capacidades comunicativas del sujeto. Hemos visto anteriormente que carece de una interfaz clara de comunicación, así que en este nivel se deben subsanar las deficiencias. Prestando atención vemos que en este ejemplo se tratan de compensar las carencias mediante la agresividad y la ordinariez. Se busca el conflicto constantemente tanto con los miembros del grupo en el que está incluida como con los elementos a su alrededor. Comentarios soeces, insultos, golpes a las amigas, todo vale para enviar la información. Hay algo podrido en esta mujer, algo que la manda miles de años atrás en la escala evolutiva. Posee una agresividad propia de un animal en cautividad e impropia de los humanos. Se contradice al vestir y maquillarse como una puta, tratando de llamar la atención y después insultando a quien osa posar los ojos sobre ella. Es en este nivel en donde las pequeñas contradicciones que hemos encontrado hasta el momento empiezan a agruparse y tomar forma.

    Ya próximos al final, estudiamos el segundo nivel, el nivel de enlace, aquel en el que la feminidad hace acto de presencia. La pertenencia al genero femenino se muestra en este nivel. Es aquí donde la ropa, el maquillaje, la forma de comunicarse y todo lo que hemos visto hasta ahora se agrupan en tramas que tratan de mostrar lo que puede dar de sí esta mujer. Sus características femeninas son controladas a muy bajo nivel. Pese a sus carencias, trata de llamar la atención de los machos próximos y al no conseguirlo descarga su ira y su decepción sobre ellos. Esa falta de autocontrol es lo que la vuelve tan peligrosa. En la distancia que separa dos pasos puedes pasar del adjetivo ?guapo?? al ?gilipollas??. Es aquí, a muy bajo nivel, donde la inestabilidad de los niveles anteriores nos aterra y entristece.

    Sólo queda una capa, la más básica, el primer nivel, el nivel físico. Desprovista de todo lo demás sólo queda la carne, el sustrato sobre el que alzar el edificio que es la persona. Carne abundante, excesivamente abundante. Carne que cubre y recubre los huesos, los ahoga, los hace desaparecer. Carne que anula la forma humana. Materia que adopta formas extrañas y que no se ven habitualmente en la naturaleza. Al fijarnos en ella y en sus amigas, vemos que todas están cortadas por el mismo patrón: el patrón Michelín. Masas de carne en forma de cilindros se agolpan para dotarla de forma semi-humana. Su barriga, monstruosa y de la que cuelga el piercing, es superior en tamaño a sus tetas, lo cual es digno de admirar porque las mismas son bien grandes y mantienen su forma caídas sobre el lecho grasiento que es el vientre. Sus brazos poseen unas bolsas de energía auxiliar en forma de colgajos. Sus dedos tratan de semejar los dedos humanos, sólo que el exceso de carne los deforma y los convierte en garras. Sus muslos son tan grandes y amorfos que podemos comprender que las medias no sean capaces de cumplir su cometido y se colapsen. Sus tobillos, anormalment anchos, sostienen el peso de toda la estructura, a costa de romper los tacones de los zapatos, que nunca fueron diseñados para soportar el peso de un paquidermo.

    Así que analizada la población femenina, hemos encontrado anomalías que no pueden ser explicadas mediante las teorías del azar. Hay demasiadas de estas mujeres, hay algo que está rotundamente mal en Vecindario. No sabemos como llamarlo, así que lo definiremos inicialmente como el síndrome de las Mujeres Michelín.

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