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  • Sounds of the South

    23 de abril de 2022

    A principios de abril, durante un fin de semana, pusieron seis documentales en el cine, todos relacionados con la naturaleza como parte del Nature on Tour. Por supuesto, un evento así yo no me lo pierdo ni jarto de colonia Nenuco y por la forma en la que los programaron, fui a ver tres el sábado y tres el domingo, así que este fin de semana cubrirá todos los que vi el sábado y el primero del domingo. Comenzamos con Sounds of the South, el cual es poco probable que lo podáis ver en cines pero igual algún día lo ponen en La2 o en donde sea que ponen los documentales en España. De traducir el título, sería truscoluña no es nación.

    Un julay se pira a las antípodas a ver pajarracos y pajarones y hasta en algunas ocasiones, chimpún pajaril.

    Un músico neerlandés conocido en su barriada periférica y llamado Ruben Hein, se va en febrero del 2020 a las antípodas argentinas y desde allí se embarca en un crucero de tres semanas por las islas Malvinas, Islas Georgias del Sur y la península antártica para jartarse a ver pájaros y pajarracos y al mismo tiempo, encontrar inspiración para su siguiente álbum o algo así.

    A través de las polladas del músico, que por suerte no nos tortura y nos obliga a escuchar su música, vamos desde Ámsterdam a Ushuaia y desde allí en un barco, vamos recorriendo la zona más al sur del planeta, viendo pingüinos, albatros, ballenas, focas y toda la fauna local en un viaje alucinante y fascinante que te pone los dientes como colmillos de la envidia, que ese es uno de los viajes que a mí me gustaría hacer, las tres semanas en la zona viendo un mundo que no tiene nada de similar con el mío. El documental prácticamente no tiene un instante que no sea fabuloso y está muy bien narrado, incluyendo las polladas del músico y su filosofía de paquete de rollos de papel higiénico. Por las fechas y porque no cuentan nada, esto fue justo antes del encierro mundial y al parecer el chamo llegó a los Países Bajos un día antes de que se cerrara el espacio aéreo europeo y del mundo mundial, con lo que es poco probable que gane la lotería porque ya debe haber gastado toda su suerte para esta vida. Al parecer, al chamo le inculcó el pajarerismo su madre, que se lo llevaba los fines de semana a las explanadas neerlandesas para ver aves.

    Esto se lo pones a un miembro del Clan de los Orcos y le da un jamacullo en el primer minuto. Tampoco creo que mole a los sub-intelectuales con GafaPasta que no son de documentales.

  • Sin ellas

    22 de abril de 2022

    En los Países Bajos, lo de las mascarillas nunca fue tan radical como en España, se limitó al transporte público, en interiores y salvo por un par de pruebas en calles comerciales en Ámsterdam, poco más e incluso en interiores hubo muchas restricciones inexistentes en España, como el poder quitártela al estar en tu sitio en el cine si se guardaba la distancia de metro y medio entre grupos, con lo que en los cines veías a la gente llegar con mascarilla, sentarse y quitárselas. Hace ya cosa de un mes que en los Países Bajos se quitaron las restricciones de interior y hasta las del transporte público y salvo por el aeropuerto en su zona segura y algunas aerolíneas, básicamente no las usa casi nadie, salvo un servidor que no entro ni jarto de aceite de colza a un supermercado sin mascarilla, que la gente te pone el aliento a milímetros de tu cara y aquí hay mucho bicho alto que lanza el virus desde arriba. También me la pongo en los trenes, que no me cuesta nada y nunca se sabe en donde te encontrarás el virus, que aunque ya no mueren tantos por la variante julandrona del virus truscolán y podemita que predomina actualmente, conozco gente que ya va por su tercera tanda del virus.

    Esta semana, esa libertad, llegó a España, salvo por el transporte público y bla bla bla y en el primer día, una mayoría seguía usando las mascarillas. Como aquí la obligación de usarlas fue tan radical, incluso en exteriores, el concepto se ha grabado a fuego y cuesta más, pero vamos, que en dos semanas, solo los que quieran protegerse de verdad la llevarán y los que se la ponían porque era obligatorio o porque replicaban el comportamiento de los demás, lo dejarán de hacer. Lo curioso es que en estos primeros días se ve a muchos de esos, los que se protegen la barbilla, que hoy siguen protegiéndosela, lo cual demuestra que sus cerebros no rigen como deberían, ya que se han pegado un año haciendo el paripé sin usar la mascarilla correctamente y ahora que la pueden guardar, la siguen usando incorrectamente. Al menos los neerlandeses, con el cuento de que cuando comías no la puedes llevar puesta, se movían dentro de tiendas y supermercados comiendo algo que nunca terminan de comer para así no usarla.

    Entramos en una nueva fase de pandemia, que cambiará bruscamente cuando se produzca una nueva variante más agresiva, algo que dicen que puede suceder, que los cambios del virus no parecen tener lógica alguna.

  • Las cascadas de Na Muang

    22 de abril de 2022

    El año que estuve en Koh Samui fue uno en el que me llevé el trípode, algo que ahora no hago ni aunque me ofrezcan un buen puñado de leuros, que al final terminas arrastrando esa cosa que pesa para usarla un par de veces. En lo que queda de esta serie disfrutaremos con fotos hechas con el trípode y en las que aumenté la exposición para conseguir ese efecto lefoso en el agua de las cascadas. Al no estar en temporada de lluvia, las cascadas de Na Muang venían parcas de agua, algo que por otra parte permitía a los visitantes disfrutar las piscinas naturales, que cuando aquello cae a piñón seguramente es muy peligroso. Había otra cascada por arriba, pero vamos, esta es la bonita y veremos alguna foto más.

  • Gaseado

    21 de abril de 2022

    Otro viaje a Gran Canaria y este me recordó a otros que hacía unos años. Ya ni me acuerdo de la última vez que fui a Gran Canaria en un vuelo a las siete de la mañana, sobre todo porque cuando vuelo con Transavia tienen varias alternativas y prefiero pagar diez leuros más y coger un vuelo más tarde, de la misma manera que pago otros diez leuros más para regresar en uno que llega a los Países Bajos y ahorrarme esos vuelos que aterrizan de madrugada. En este caso, no había opciones y el vuelo con buelin salía del aeropuerto de Amsterdam a las siete de la mañana y como solo tenía equipaje de mano, opté por ir en uno de los trenes nocturnos, cuatro trenes que salen cada hora, uno desde la ciudad de Rotterdam con destino Utrecht pasando por el aeropuerto, Amsterdam Centraal hasta mi ciudad y el otro sale de Utrecht, con destino a Rotterdam y haciendo las mismas paradas. Opté por ir en bicicleta hasta la estación y dejar allí mi bici, que el primer día el aparcamiento es gratis y después me cobrarán un leuro y treinta céntimos por día. Me levanté a las tres y media de la mañana y un rato más tarde estaba en camino a la estación con la bici, en un recorrido en el que solo me crucé con otro ciclista, ni coches ni gente andando por las calles desiertas de Utrecht. Llegué a la estación sobre las cuatro y cinco y el tren salía diez minutos más tarde.

    El tren nocturno sale de un andén distinto al habitual para los trenes que van hacia Ámsterdam y tiene todas las puertas de acceso cerradas, salvo por una, en la que hay un montón de revisores y securatas, para manejar a los que puedan querer colarse, algo imposible en ese tren. Como la puerta que abren está en un extremo, acabamos todos sentados en ese lado del tren y el resto vacío. El tren salió en hora y como hace una ruta más larga, tarda unos cuarenta y cinco minutos en llegar al aeropuerto frente a los treinta habituales. Esa ruta también es extraña porque en ocasiones, solo usan una de las cuatro vías disponibles hasta Ámsterdam y por el camino, el tren reduce su velocidad para cambiarse de vía cuando viene uno de los otros en dirección contraria, lo cual nos pasó cerca de Ámsterdam. Al llegar a la capital, ya eran las cinco menos cuarto de la mañana y allí se llenó el tren con gente que iba a trabajar al aeropuerto, al cual llegamos a las cinco y un minuto.

    Pasé el control de inseguridad, que en los aeropuertos neerlandeses es un proceso maravilloso desde que pusieron los escáneres que permiten evitar el sacar los líquidos y los aparatos electrónicos. Después del control, me fui a la puerta de embarque a esperar. Entramos en hora y el avión iba medio lleno, aunque todos estábamos sentados en la parte de atrás porque buelin, si no pagas, llena el trasto de atrás a adelante y sin dejar un puto asiento vacío entre los pasajeros. En realidad nos separamos del aeropuerto diez minutos antes de tiempo pero había otro avión un poco más adelante saliendo y básicamente esperamos ese tiempo por bloqueo de la carretera. Por suerte la pista de despegue es una de las cercanas y estuvimos en el aire muy pronto, con un despegue muy bonito en el que no se vio ni un solo campo con tulipanes, que a estas alturas ya deberían estar en flor pero igual ya los han cortado.

    Según estamos subiendo, yo y los julays que iban sentados a mi lado, fuimos obsequiados con un ataque químico que nunca supimos si nos vino de la fila por delante o de la que teníamos por detrás. Alguién estaba bien podrido por dentro y ese fue el primero de muchísimos, que en cuatro horas y media el susodicho no dejó de gasear, se tiró una cantidad increíble de peos, todos sin sonido pero letales, que gracias a Dios que teníamos mascarillas y eso si te protege del virus pandémico truscolán y podemita, también mitiga el hedor putrefacto, que hasta los tripulantes de cabina, cuando pasaban con su mercadeo, por allí no se paraban porque el ataque químico era continuo. El piloto lo supo o se lo imaginó y llegamos a Gran Canaria quince minutos antes de tiempo y nunca llegamos a saber quién fue el Jovita que nos sometió a tremendo castigo, pero como no tenemos que ser negativos, solo le deseo un cáncer mortal de estómago y que se lo detecten cuando ya se le haya distribuido por todo el cuerpo.

    Al salir del avión, el control de códigos QúeRre es ahora más simple y solo miran que estés vacunado, de lo contrario tienes que llegar con un PéCéeRre. Tras esto, fui directo a la parada de la guagua y seguí para la ciudad de las Palmas de Gran Canaria y curiosamente, el tiempo en los Países Bajos se veía mucho más agradable que el que me encontré en África.

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