Llegamos a la tercera cascada, Pha Nam Tok y en este caso, la tenemos cuando subí y no había nadie aunque también veremos alguna otra foto hecha más tarde. Esta es la más espectacular, en lo referente a cascada y tiene una piscina bastante grande, lo cual la hace muy popular para los visitantes que no quieren llegar a la última. El agua es bastante profunda y desde la roca que se ve delante de la cascada los chamos y las chamas se lanzaban al agua. Hay peces caníbales, pero aquí no eran muchos y no molestaban, aunque he visto una foto de un pavo que estuvo allí el año pasado y la piscina estaba petada de los mentados y por lo que el chamo puso, por culpa del virus truscolán y podemita el parque está abierto pero está prohibido bañarse, con lo que los peces tienen que estar desesperados. En la foto que vi, algunos tienen ya el medio metro de tamaño.
Después de un profundo y sistemático estudio de la previsión meteorológica de la semana en los Países Bajos, determiné, con una precisión más bien propia de un pitoniso o quizás incluso de la conexión celestial con Raticulín de Carlos Jesú, que el martes era la mejor opción para mi nueva primera vez yendo a la filmoteca en Amsterdam. Implicaba subirme en un tren, algo que no he hecho en meses, implicaba visitar la capital, que siempre está en lo más alto de las listas de infectados del virus truscolán y podemita e implicaba ir a la filmoteca, donde las salas son muchísimos más pequeñas. Al hacer mis cálculos, le di más prioridad al martes por varias razones, entre otras, que era el único día de la semana con máximas de veintiún grados, el resto de los días se iban más bien hacia los treinta, que es más bien la temperatura infernal en la que no te puedes mover, no puedes respirar y se te quitan las ganas de todo. Conseguí montar un programa con tres películas en el Pathé City, una de las dos filmotecas de la cadena de multicines a la que estoy abonado y la única que actualmente puedo visitar sin tener que pagar una cantidad adicional por ver alguna película, algo que han hecho con los Pathé Tuschinski después de que los reformaron y montaron sus salas en plan lujoso, pero las pelis son las mismas y te cobran tres leuros, con lo que ese cine está muerto para mí. Salí de mi casa sobre las nueve, aunque la primera peli comenzaba a las diez y media, fui en tren hasta Amsterdam Amstel y desde allí fui paseando los casi cuatro kilómetros que hay hasta el cine, ruta que te lleva por el bellísimo río Amstel y algunas de las partes más nobles de la ciudad.
Resulta increíble pasar por el Albert Cuypmarkt, supuestamente el mejor mercado del país y en donde antes encontrabas productos que ni soñabas y verlo arrasado, sobre todo porque en los últimos cinco años el mercado se pervirtió y se convirtió en una fulana barriobajera que se orientó hacia los turistas, a vender camisetas y recuerdos para todos esos que venían a emborracharse, fumar hierba y ver los escaparates de las putas y con la desaparición del turismo, todos aquellos que se reconvirtieron, acabaron en la ruina. Al menos un tercio del mercado es ahora historia y en la calle, cuando yo pasaba por la misma, no había prácticamente clientes ya que la creación de Amsterlandia supuso el exilio forzoso de los ciudadanos neerlandeses que vivían en la ciudad y ahora, compran en otros mercados más cercanos a sus kelis. Al llegar al cine, flipé cuando vi que por fin acabaron el aparcamiento para bicicletas debajo de Leidseplein, obra que comenzó en alguna vida anterior y llegó hasta este año. Por fin la zona está libre de andamios, vallas y demás.
No voy a comentar nada de la triple sesión, aparte de decir que en la primera película estaba solo, en la segunda nos dividimos la sala entre una pava y yo y en la tercera también éramos dos, yo y un pavo. La planificación fue tan perfecta que el tiempo entre sesiones fue de treinta y veinte minutos, con lo que no tuve que esperar mucho afuera. Al acabar, el día seguía siendo fantástico y decidí caminar hasta la estación de metro de Weesperplein, a casi dos kilómetros de allí. Toda la ruta es por la misma calle en la que hay un tráfico fabuloso de bicicletas a esa hora y confiaba en poder hacer alguna foto de bicicletas chulas para cierta colección que se puede ver en mi Álbum de fotos de bicicletas, el cual es modesto y sencillo y solo tiene, hasta el día de hoy, doscientas sesenta y nueve fotos de bicicletas. Entre la segunda y la tercera película, esperando en la calle, vi pasar una bakfiets con un julay conduciéndola y SEIS, repito, SEIS, niños de cinco o seis años de pie en la cesta mientras iban a algún lado. Por desgracia en ese instante no tenía el telefonino en la mano y nos perdimos una foto épica y legendaria del que puede ser el padre del milenio, que si el subnormal ese frena en seco, o intenta esquivar a alguien bruscamente, esos niños no tenían donde agarrarse, se caen y las heridas serían como una lotería, con todos los chiquillos recibiendo pedreas y premios. También vi una bici que comentaré pronto y que finalmente ubiqué en la calle.
Ya estaba llegando a mi estación de metro, me faltaba cruzar el último puente, de Hogesluis, sobre el río Amstel y junto al Amstel Hotel, uno de los puentes más bonitos de la ciudad, y antes de llegar al puente venía un coche y varias bicis por la calle Amstel, con lo que me detuve para dejarlos pasar. En ese lugar, la calle Amstel sube un escalón considerable, como un guardia muerto o una plataforma, que sirve para evitar que los motoristas (coches, motos, motocicletas, cualquiera de ellos) vallan como locos porque si entras en ese desnivel a velocidad, al coche le raspas los bajos y los daños serán considerable y si es con una moto, seguramente te hostiarás malamente. Pasaron todos salvo por una bicicleta, una omafiets, sin motor eléctrico, sin velocidades y hasta con freno contrapedal, hecha del hierro del bueno, pesada y lenta. Sobre ella venía una pava y detrás de ella tenía una caja con un perro dentro. Delante de ella, tenía un asiento para niño pequeño con parabrisas pero no había niño alguno, solo su bolso. La pava venía por la calle como si aquello fuera una montaña en la vuelta a España, pujando y yo la esperaba en la plataforma. Como me vio y asumió que yo no me movía, comenzó a estresarse y tratar de llegar más pronto. Cuando alcanzó el punto en el que llega a la plataforma, la bicicleta sube en un cortísimo espacio unos treinta centímetros de desnivel (más o menos). Tenía una camiseta gris, que todos sabemos que el gris está muy de moda y una falda corta negra como con nubes o algún tipo de figuras blancas o de color, que se había arremangado entre las piernas. La cosa es que la falda la protegía perfectamente hasta inclinarla hacia arriba. En ese instante, en el que ella hacía un esfuerzo titánico para poder salvar el desnivel, perdió la concentración de su protección y allí y en aquel momento, quedó al aire la flor de su secreto, su potorro, el chumino, que esta era de ese diez por ciento de hembras que no se ponen bragas porque es algo viejuno y así y sin quererlo, tuvimos el SEGUNDO avistamiento, no tan terrorífico como el primero y en este caso, con el terreno sobre el que se ubica el chocho, adecuadamente trabajado, que se veía en perfectas condiciones. Ella fue plenamente consciente que yo no soy de los que miran a la gente a los ojos, yo si vas con una falda corta y en bicicleta, solo miro en una dirección y no está en la zona de tu cabeza. Ella supo que se lo había visto y por el esfuerzo, que debía similar a eses cuando tienes un jiñote de esos duros y pujas y pujas por soltar lastre, no pudo hacer nada y cubrirse hasta llegar a la cima, al nivel en el que yo me encontraba. Al parecer iba en la misma dirección que yo, pero tenía que cruzar al otro lado del puente y eso me dio el tiempo suficiente para sacar el telefonino de la cartuchera, encender la cámara y obtener, por primera vez, una imagen que ilustre una de estas anotaciones y en la que no se puede ver el chichi, pero sí que podemos juzgar si mi descripción del resto le hace justicia a la chocha.
Aunque hice una foto al subir a la séptima cascada en la que no hay nadie en el lugar, me quedo con esta tomada al bajar en la que vemos varias cosas interesantes. Esta es la cuarta cascada del parque nacional de Erawan, llamada Oke Nang Phee Sue o truscoluña no es nación, si lo traducimos al español. En las rocas, las cascadas, que más bien son toboganes, permiten subir y lanzarte por los susodichos, que con toda ese agua resbalan bastante. Se puede ver a un pavo en el tobogán de la derecha a punto de bajar. La piscina está junto a las cascadas y podemos ver los peces esos tan adorables y que de un bocado te arrancan un cacho y algunos aquí parecen tener más de cuarenta centímetros. Obesity está a la izquierda en el agua intentando proteger las lorzas de los peces y un chamo hace la bomba y está a punto de golpear el agua. Esta es la última cascada de la zona con acceso fácil. Está a medio kilómetro de la entrada y desde este punto el camino se torna complicado o difícil, sobre todo para los obesos mórbidos y aquellos incapaces de tolerar treinta y pico grados, humedad del trescientos noventa por ciento y subidas por montañas. Muchísimos de los que hicieron la excursión conmigo solo vieron los cuatro primeros niveles de las cascadas por este motivo. Creo que no me llegué a tirar de ninguno de los toboganes porque al parecer, raspaban un montón y todos salían del agua con dolor en el trasero. Si no recuerdo mal, aproveché que las pirañas estaban cebándose con obesity para darme un bañito rápido.
Aún no se han cumplido los tres años de La traición de flickr y yo sigo deseándoles todo lo peor, siempre y que ajolá y el Marico hechicero de Ginebra les eche el peor de los conjuros y que los de esa empresa malvada acaben exiliados en truscoluñas y obligados a fornicar con hembras rumanas como otros que yo me sé. Por culpa de esos, ya no tenemos la imagen de la anotación de Sarah ni la Otra Sarah más pachanguera, anotaciones ambas del año 2014 porque así de longevo es el mejor blog sin premios en castellano, que ya tiene sus DIECISIETE años y por ser menor, aún no lo dejo ir a su bola y lo sigo controlando y manipulando tanto como quiero. Esta tarde tuve una pequeña crisis, totalmente culpa mía, porque al mirar el folleto digital y tal y tal de cierto supermercado germano, había apuntado en mi lista de la compra que tenían un producto que quería pero lo puse para que me lo recordara el jueves, que era el día que comenzaban a venderlo. Hablando con mis vecinos y comentándolos, les enseño la página del folleto en mi telefonino, que pese a no tener ninguna manzana mordida por detrás ni costar miles de euros y pese a tener dos años y medio, hace de todo lo que te puedas imaginar, pues mirando veo que en realidad, HOY comenzaron a vender el producto, así que antes de que los viejos parpadearan, me tiré tres peos que me pusieron en una órbita baja y salí planeando con mi bicicleta eléctrica hacia el super, con tanta suerte que compré uno de los cinco últimos. Después, volvía a mi casa sin forzarme demasiado por culpa del aire a veintiocho grados y más mojado que la compresa de la Sirenita cuando veo una vieja gigante de que te caga y clavé los frenos de la bici, me detuve presto-súbito, cogí el telefonino de la funda del cinto, que yo no me pongo esa cosa en el bolsillo ni jarto de aspirinas, que soy plenamente consciente de como se hacen las medidas de las emisiones electromagnéticas y no quiero eso tan cerca de mi carne. Una vez lo saqué, hice la foto de la SARAH que podemos ver al inicio de la anotación, esa gigantesca figura para indicar, de manera casual y por supuesto no ostentosa, que la hembra que vive en esa keli ha cumplido hoy los CINCUENTA AÑOS y ahora que todos sabemos a ciencia cierta su edad, cuando nos la cruzamos por la calle, es absolutamente cívico y educado hacer comentarios del tipo: ¡Joé, que pestazo a jarea! ¡Vieja tira la bolsa de los pejines que apesta que no veas! y cualquier otro tipo de manera sutil para recordarle su edad.
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