Saltando entre islas cerca de Siargao


El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila

Mi tercera aventura en Siargao era una excursión en barco para visitar tres islas. El mismo día, las danesas lo hacían por un lado y una familia filipina por otro. Elegí ir con estos últimos porque ya me conozco el perfil de las otras. Ellas se fueron primero, justo cuando llovía, un pequeño gran chaparrón mañanero. La de la recepción me dio la hora de partida mal y cuando vino a buscarme estaba confirmando mis reservas, contratando seguro de viaje para mí último vuelo con Cebu Pacific y haciendo mis ejercicios de Duolingo. Me dijo que los filipinos estaban en la playa esperando por mi, voy a salir pitando y al momento viene y me dice que tengo cinco o diez minutos porque el barquero aún no ha llegado. Aproveché para afeitarme y le di gracias a Dios porque el jiñote lo eché por la mañana a las seis y éste ha sido el que más cerca se ha quedado de tupir el retrete. El grupo de los filipinos lo componía una vieja o eso que ahora llaman chama ya mayor, que era la madre de dos pavas que viven en el valle del Silicio, cerca de San Francisco y también la vieja era la madre de un chamo, que vive en Manila y al que acompañaba su hijo, que dada mi incapacidad para determinar las edades por aquí, es probable que ronde los dieciocho años. A la vieja la tenían en silla de ruedas y yo me preguntaba cómo coño la iban a subir al barco. También me preguntaba cómo coño iban a subir una bolsa de esas de las azules de Iquea llena de calderos, platos y comida y bebida. Cuando llegó el barco, pusieron una silla de plástico junto al mismo, empujaron a la vieja para arriba y la sentaron por allí. Era como doña Rogelia, pero en delgada. Nos subimos todos y arrancamos. En menos de diez minutos llegamos a la isla de Guyam, pequeñita, totalmente rodeada por plata de arena blanca y con palmeras en el centro. Sencillamente, bellísima. Un lugar encantador. Allí paramos para bañarnos y vimos a las danesas, retozando como cachalotes en la arena y en el caso de una que tenía doscientos volcanes graníticos en la cara, estaba a punto de que estallaran cinco o seis de ellos y contaminar el islote. Decidimos no parar mucho por allí para poder llegar antes de la marea baja a la isla desnuda, aunque yo la llamaría la isla pelá, que se ajusta mejor al Naked Island que usan los locales porque es solo una franja de arena de unos cien metros o menos en el mar. El sitio es precioso y coincidió que éramos los únicos visitantes con lo que teníamos el islote para nosotros solos. Lo pateé, hice fotos, vídeo y nos bañamos. Estuvimos allí alrededor de una hora. Después seguimos a la isla de Daco, la más grande de las tres y la única habitada, ya que en ella viven unos ochenta julays, pescadores y sus familias. Han hecho unas cuantas Cabañas por si alguien quiere quedarse a dormir allí y vivir sin electricidad ni ningún otro tipo de lujos. La playa es fabulosa. En ese sitio también han hecho unos pequeños reservados que la gente alquila para montar tu jaima y comer. Por supuesto los filipinos pillaron uno, aunque primero vino la ceremonia del desembarco de la vieja ancestral. Se la pasaban unos a otros hasta que al final la pusieron en el agua, la enchufaron a un Powerbank de esos como los que la gente usa para darles algo más de vida a sus móviles y consiguieron que andará hasta el reservado. Allí, abrieron la bolsa de Iquea y comenzaron a sacar, que si arroz con ajo filipino, que si arroz dulce, que si pinchitos de pollo, con la peculiaridad que el pollo vivió hasta el alba, momentos antes de que lo mataran para hacer los pinchitos. También había fideos con verduras, cervezas, refrescos, agua y demás. Tenían comida como para diez personas pero decidieron que no era suficiente y hablaron con los pescadores y estos prepararon tres platos locales, un salpicón de pulpo con gengibre que picaba que no veas pero que estaba delicioso, un pulpo cocinado con verduras y papas y una especie de ensalada o salpicón pero no picante de algo que o eran ostras o almejas dopadas como  los ciclistas que corren el tour de Francia. Fuera como fuera, estaban del quince y me encochiné a conciencia. Me contaron su vida y milagros y nos reímos todo lo que quisimos y más. Esta gente son de aquí, del mismísimo General Luna, que es el poblacho en el que me estoy quedando y salieron de la isla primero para trabajar en Manila y después engancharon maridos gringos y siquieron para los Estados Unidos de América. La viejilla ha vivido en Hawai, en California y hasta ha estado en Europa pero ahora se queda en Manila con su hijo y su familia. En el pueblo en el que está el complejo todo el mundo las conoce y me dijeron que la mitad son primos de ellas, por eso les preparan la comida  para llevársela de excursión, tuvieron dos desayunos entre las seis y las nueve de la mañana y por la tarde tenían dos almuerzos, una cena y una sesión de karaoke. Como me era el noventa cumpleaños de la vieja ancestral, tenían el día ido. Estábamos reposando la comida en el agua cuando a la viejilla se le puso cuerpo de chapuzón, o quizás necesitaba mear, que es más bien mi teoría. El hijo la ayudó a bajar hasta la orilla y se metió en el agua, aunque como no sabe nadar, daba unos grítitos como los de Chiquito de la Calzada o algo así, que ya se me ha olvidado el nombre de aquel humorista. Estuvimos en la isla más de tres horas y debo ser noticia de portada en el CaraCuloLibro al que están tan enganchados Virtuditas y Genín porque no dejaban de hacer fotos y publicarlas.  La excursión era de medio día y cuando se pasó el tiempo, maniobras espectaculares para subir a la pleistocénica al barco y después salimos de vuelta a General Luna. Se me ha olvidado comentar que entre la primera y la segunda isla, pasamos junto a una construcción de madera en el medio del mar. Al parecer es un templo budista, ya que los cristianos o más bien católicos, les han dicho a los budistas que como intenten poner su mierda de templo en tierra firme, se lo queman con ellos dentro. 

Cuando regresábamos, íbamos con la tertulia en el barco y me despisté y se cayó al agua mi cutre mochila plegable de dos leuros del Dekatlon. Cuando la compré, leí que era a prueba de agua pero vamos, por dos leuros supuse que sería a prueba de dos gotas o quizás tres. Se cayó y el barco tiene muy poca capacidad de girar así que nos tomó como un minuto o un poco más volver a ella. En su interior solo tenía las gafas y el tubo, la camiseta, el dinero en una bolsa con doble cierre y las llaves de la habitación y del candado de la mochila. Esto último era lo único que me jodería perder porque para abrir el candado seguramente hay que destrozar la cremallera. La bolsa se quedó flotando en el agua mientras dábamos la vuelta enorme y cuando la recogí, en su interior no había entrado una sola gota de agua. Ha resultado cierto que era a prueba de agua. Desde allí seguimos hacia el complejo.  La marea ya estaba bastante baja y el barco no podía llegar hasta la playa delante del complejo, así que nos dejó a unos veinte metros y tuvieron que ponerle las pilas alcalinas a la vieja para que fuera andando desde el mar a tierra, aparte que para descolgarla se implicaron los cinco filipinos y el hombre que llevaba el barco. Ellos se fueron a prepararse para el primer almuerzo que tenían y yo me piré a la piscina. Después salían de uno en uno y venían a hablar conmigo y las danesas con los ojos como güevos fritos del impacto tan grande de ver a seres humanos siendo sociables. Cuando una de las gringas se hizo selfis de esos conmigo para ponerlos en su CaraCuloLibro, pensé que a la granosa se le explotaban todos aquellos granos dantescos allí mismo y nos mataba del asco y el veneno que debe acumular en la cara. Me quedé en la piscina hasta las cinco de la tare y cuando los filipinos se fueron, otro festival de gritos en la piscina. Después de ducharme, fui a cenar al restaurante que según tripadvisor es el mejor de la isla y no me pareció gran cosa, está claro que cuando los que votan son surferos, sus niveles de calidad no son similares a los del resto de los seres humanos. Y así acabé el día  

El relato continúa en Mi día en la isla desierta de Guyam


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