Ya conocéis la mecánica. El relato de este viaje comienza en Otra vez metido en un avión y al final de cada anotación tendréis un enlace a la siguiente.
El sábado teníamos pensado pasarlo en Florencia y para aprovechar al máximo el día madrugamos para salir hacia la ciudad antes de las nueve de la mañana. Paramos a desayunar en una dulcería junto al restaurante en el que habíamos cenado la noche anterior. Lo que más me llamó la atención fue un folclórico que estaba tomando un café con leche y atiborrándose a dulces vestido en plan terrorista musulmán y quizás por las legañas o por mi creciente desprecio hacia la organización no me di cuenta que era un monje de algún tipo y practicaba sin pudor alguno el pecado de la gula. En la dulcería también había muchas de esas adorables ancianas con barba y bigote que parecen formar parte del paisaje rural tanto en España como en Italia. Espero que en generaciones futuras cale el mensaje de Gillette y uno no tenga que comer mirando esas barbas mal cuidadas.
El GPS estaba de buenas y nos llevó sin problemas hasta la ciudad, en donde teníamos un aparcamiento reservado cerca del centro. Desde allí caminamos hasta la Piazzale Michelangelo o Plaza de Miguel Ángel, situada en lo alto de una colina con una vista espléndida de la ciudad y de las murallas que la rodeaban. El río Arno quedaba a nuestros pies y en Septiembre está casi seco. Después de las fotos de rigor desde allá arriba continuamos el paseo y fuimos hasta el palacio Pitti. Unos turistas nos preguntaron si sabíamos donde estaba uno de los lugares a visitar y la colega que venía con nosotros los mandó en dirección opuesta. Seguro que se lo siguen agradeciendo.
Retrocedimos sobre nuestros pasos y cruzamos el Ponte Vecchio o Puente Viejo y seguro que lo habéis visto alguna vez en fotos. Es un puente lleno de edificios que cruza el río Arno. En la actualidad hay joyeros pero cuando se creó en realidad estaba lleno de carniceros que mataban y procesaban a los animales allí tirando los restos al río. El puente es todo un espectáculo, siempre lleno de gente y altamente fotogénico. Una vez lo has cruzado estás en el centro histórico de la ciudad, mayormente peatonal y en el que todo está bastante cerca. Con tanta iglesia y palacio mi limitado cerebro no recuerda todos los nombres pero entre otros sé que estuvimos en la Basilica di S. Lorenzo y finalmente llegamos a la plaza del Palazzo Vecchio donde está la réplica del David de Miguel Ángel, exactamente en el mismo sitio en el que se encontraba el original. Una de las cosas que me gustan de Italia es que el arte está en la calle para que la gente lo vea, hay unas esculturas fantásticas por todos lados, las fuentes son de ensueño e incluso los edificios se hacían con gran mimo. el Palazzo Vecchio te deja sin palabras, es sencillamente brutal. Estuvimos tentados de montarnos en una calesa (o tartana que nunca las he logrado distinguir) pero cincuenta euros por media hora se nos antojó un precio abusivo. Cuando te topas con estos precios siempre te preguntas como es posible que la gente espera que tú les arregles el ordenador gratis y pierdas horas solventando sus problemas sin recibir nada a cambio y después hay un tipo que no sabe ni leer ni escribir y te la mete sin doblar por darte una vuelta por una ciudad. Definitivamente creo que perdí el tiempo en la Universidad.
Nuestro paseo continuó hacia el Duomo di Firenze o Santa Maria del Fiore, la catedral de la ciudad y una maravilla con una cúpula que parece sostenerse en el aire por puro milagro. Junto a la nave de la catedral está el Baptisterio y el Campanario (campanile) y queríamos entrar en todos. Fuimos hacia el Campanario y nos encontramos la puerta cerrada y un cartel anunciando que cierran un par de veces al año y el 8 de Septiembre es una de ellas por culpa de algún tipo de celebración. Cundió el desánimo porque estar en Florencia y no subir allí es una lástima pero puesto que a cambio nos indicaban que se podía subir a la terraza de la Catedral, la cual está abierta únicamente ese día cada año, pues cruzamos los dedos y nos pusimos en la cola. Tras cerca de cuarenta minutos logramos subir y la terraza es la forma en la que definen una barandilla minúscula que está en lo alto de la Catedral y por la que la puedes recorrer de lado a lado pasando junto al reloj de la fachada. Si tienes vértigo es un paseo terrorífico pero si no realmente fuimos afortunados por poder subir allí y ver las cosas desde ese mirador tan especial. Cuando bajamos aprovechamos para ver la Catedral por dentro y desde allí nos fuimos a comer a un restaurante cercano que fue un poco desastroso. El camarero era de Albania y el tipo encajaba perfectamente en la definición de terrorista. Se emputó porque en una mesa la gente se fue después de esperar media hora a que les trajeran el plato principal tras haber comido los entrantes y él mismo nos dijo que si tiene una granada, los mata allí mismo como se hace en su país. La comida fue bastante floja y desde allí fuimos a la Accademia en donde por diez euros puedes admirar una de las obras más hermosas hechas por el hombre a lo largo de su historia. Se trata del David de Miguel Ángel, del original y no hay prácticamente más nada en ese museo pero no les hace falta porque el David reluce como un sol tras la restauración de hace unos años. Estuvimos un rato haciéndole compañía y después seguimos paseando por la ciudad, por el mercado, las distintas iglesias y dejándonos llevar por la belleza del lugar.
Al atardecer estuvimos haciendo fotos en la zona del Ponte Vecchio y para cenar fuimos al il Latini, una elección de Waiting acertadísima. En el restaurante nos atiborraron hasta tal extremo que sin que sirva de precendente tuve que visitar los baños y plantar unas semillitas. La comida fue de esas que recuerdas toda tu vida, con un montón de entrantes, un primero de pasta que estaba delicioso, un plato principal de carne con el que me reventé y un postre que casi me hace llorar. Todo esto acompañado de múltiples chupitos y con el dueño del lugar viniendo mesa a mesa para preguntar si todo va bien y encargándose él mismo de la cuenta. Si vas a Florencia y quieres probar la Cucina Toscana no te puedes perder este lugar. Calcula unos cuarenta euros por cabeza, lo cual es una ganga en base a la cantidad y calidad de la comida que sirven.
Después de cenar salimos del lugar a cuatro patas, pesados como elefantes y nos arrastramos por las calles de la ciudad de vuelta hacia el coche, cruzando de nuevo el Ponte Vecchio que estaba lleno de artistas callejeros y turistas. De alguna forma volvimos a la casa que teníamos alquilada cerca de la medianoche, totalmente rendidos y con la perspectiva de tener que madrugar de nuevo al día siguiente para poder aprovecharlo.
Si quieres continuar leyendo el relato de este viaje, sigue el enlace a Tercer día – Campanile di Giotto y San Gimignano
3 respuestas a “Segundo día – Florencia es una ciudad muy especial”
Me quito el sombrero, increíble la capacidad para fotocopiar lo que hicimos y plasmarlo aquí. Por cierto, no me recordaba que mandé a nadie en dirección opuesta, pobres turistas 🙁
Besos.
No me acuerdo ni de la mitad de los sitios que vimos. Si hubiera tenido el libro habría hecho la ruta completa con todo lujo de detalles. Para hoy tengo el tercer día.
La próxima vez te llevas el libro (es más útil en tu casa ) 🙂