Una historia de verano – 8 –


Comenzó en Una historia de verano – 1

Yola estaba frente a un ratón muerto por escobazos y un coro de mujeres de la familia gritando desde la ventana del comedor. Ella miró a su madre y a su abuela para ver si la dejaban salir de aquel lugar infernal pero no, la abuela no mostró absolutamente ninguna pena y volvió a gritarle y darle órdenes.

– Yola, busca los otros, tú sigue buscando que seguro que hay más. Muévete que seguro que ya están buscando otro sitio para esconderse – dijo la abuela

Yola no podía ocultar en su cara la decepción tan grande que tenía tanto con su madre, como con su tía y su abuela. Resignada, volvió a la zona en la que descubrió el ratón y por si acaso, movió de nuevo la maceta de la que salió y para su sorpresa, otro ratón salió corriendo de allí y ella brincó y comenzó a gritar y eso provocó que la abuela, en primer lugar y la tía y la madre, también gritaran, un coro de mujeres aterrorizadas por un roedor que tiene un tamaño que podemos considerar infinitesimal si lo comparamos con aquellas mujeres bien llenas de gofio canario.

Yola decidió hacer lo que le funcionó la vez anterior y siguió el rastro del ratón y empezó a mirar, desde lejos, en los platos de las macetas para ver si lo localizaba. Esta vez no lo tenía tan fácil, no podía verlo, así que tuvo que ir una a una, dando toques a las macetas para ver si lo asustaba y corría, que ella también estaba que se cagaba por las patas pa’bajo. Pensó de nuevo en la mala suerte suya de querer ir a casa de la abuela tan pronto, que se podía haber quedado jugando en las Casas Baratas con las niñas de la calle y ahora estaría allí tan feliz.

Con uno de los golpes, notó un ligero movimiento bajo la maceta y cuando la empujó, el ratón salió corriendo y ella reaccionó instantáneamente y empezó a darle cepillazos al suelo en su dirección hasta que de nuevo, por puro azar, golpeó al ratón y lo noqueó. El ratón soltaba unos pequeños gritos, aunque con los aullidos de la abuela, la madre y la tía, casi que no se oía. Era como un coro de gente en el Coliseo pidiendo la pena de muerte a grito pelado.

Ahora Yola tenía dos ratones muertos, en el suelo del patio de las flores y según ella, ya le deberían dar el relevo y hasta las gracias, que una niña no se levanta una mañana de sábado pensando que acabará encerrada en un patio con un cepillo de barrer asesinando ratones. Su abuela fue implacable:

– Sigue buscando, que a lo mejor hay más y tú no sales hasta que hayas mirado todas y cada una de las macetas y hasta en la jaula de los canarios – dijo la abuela

Yola regresó a la esquina en la que estaba trabajando y siguió metódicamente mirando en todas y cada una de las macetas, hasta que hizo la ronda por todo el patio de las flores. Después se acercó a la jaula de los pájaros, que estaban asustados de ver a aquella chiquilla neurótica dando cepillazos al suelo y se habían agrupado en la parte superior de la jaula, todos juntos para darse apoyo emocional unos a otros. En la bandeja debajo de la jaula no había nada. Allí no había más ratones.

– Mamá, aquí no hay más ratones, este fue el último – le dijo a su madre

Yola, vuelve a la maceta de la que salieron los dos ratones y ponla de lado, recostada en el suelo, que igual ahí hay un nido – le gritó la abuela

Yola pensaba que la puta vieja se estaba pasando y que ya podía hacerle castañas asadas y tortillas de carnavales para los restos, que si no esto no se lo perdonaría en la vida. Como sabía que no valía la pena protestar, se acercó a la maceta y cuidadosamente, la puso recostada en el suelo, procurando no romper el cactus que vivía en esa maceta. Para su horror, al ponerla así, quedó claro que en la parte de abajo había un hueco por el que podían entrar y salir los ratones.

– Rompe la maceta y busca en la tierra – el grito de la abuela seguramente se escuchó hasta en el espacio sideral, que la mujer bramó la orden usando todo el aire disponible en aquella parte del planeta.

Yola comenzó a dar golpes con el cepillo a la maceta, que era de barro, pero no conseguía romperla y cada vez estaba más frustrada, hasta que su madre, por la ventana, le pasó un martillo. Lo cogió le dio un golpe a la maceta y se deshizo en trozos de cerámica, con la tierra desparramándose por las baldosas del patio y ahí fue cuando aparecieron un montón de ratoncitos pequeños, como recién nacidos, sin pelo y con unos bultos en el sitio en el que debían estar lo ojos.

Eran un montón y fue verlos y comenzar los aullidos de la abuela, de la madre, de la tía y hasta de la vecina, que regresó para poder informar al resto del barrio del luctuoso suceso. Yola se echó a llorar, que una cosa era defenderse de un ratón que corría y posiblemente la podía atacar y comerle una mano, pero esto es asesinato, estos bichos son inocentes. A su abuela estaba claro que se la sudaba ….

– Mátalos, mátalos ya, Yola – gritaba la abuela

La chiquilla dio un par de cepillazos y allí salían chorretones de sangre y el cactus definitivamente no se iba a recuperar de esta debacle. La abuela salió corriendo y volvió a la ventana del comedor con la pala y el cubo de la basura y se los dio a la madre para que se los pasara a la niña, que llorando desconsoladamente tuvo que recoger el fruto de su asesinato y hasta la tierra que estaba en el suelo y solo después de haber acabado, la abuela la hizo cerrar la bolsa con doble nudo, meterla dentro de otra bolsa que cerró también con doble nudo, meterla dentro de una tercera bolsa con más nudos y después de todo eso, fue a la puerta del patio de las flores y la abrió.

Yola salió despavorida y se fue corriendo a su casa, jurándose a sí misma que pasarían años antes de volver a ver a la abuela …


2 respuestas a “Una historia de verano – 8 –”

  1. Yo pensé que se desharían de los cuerpos del delito al mas puro estilo mafioso, osea, una piedra dentro de las bolsas y asumiendo que eran de plástico reciclable, al mar con eso… 🙂
    Salud