Visitando Nápoles el día del ensayo del diluvio universal


El relato comenzó en Viaje a trompicones a Nápoles

Tras salir del Museo Cappella Sansevero callejeé por Spaccanapoli, que en realidad es una única calle en la que cada dos o tres esquinas cambia de nombre y que es la frontera entre una gran parte de los barrios de la ciudad. La calle es mayormente peatonal o peatonal al estilo napolitano en el que pasan motos y de cuando en cuando algún coche.

No es una tremenda avenida sino un callejón, como se puede ver en la foto anterior. Incluso en esa calle, la presencia de gente en las esquinas o delante de las casas observándote, mirando si la cartera o la cámara está a mano es constante y los callejones son como trampas esperando que entre el ratón. La impresión que te queda de Nápoles es que por cada ciudadano que trabaja de manera legal, hay al menos dos que viven del hampa. Los pedigüeños gitanos parecen limitarse a los trenes y no ves ninguno por allí, solo carteristas y trapicheros varios.

Chiesa del Gesù Nuovo

Chiesa del Gesù Nuovo, originally uploaded by sulaco_rm.

En un punto determinado la calle se ensancha y llegamos a la Chiesa del Gesù Nuovo. La iglesia es relativamente nueva, ya que originalmente había en el lugar un palacio y los Jesuitas no la comenzaron a construir hasta 1584, en una época en la que la ciudad estaba controlada por España, país que sometía con tiranía a truscoluña, la cagada esa que jamás fue ni será nación.

La iglesia es grandiosa y está petada de arte. Todos sabemos que yo soy un cacho de carne, un animalito de cuidado, así que nadie se sorprenda cuando digo que la fachada me recuerda a la casa de las Conchas en Salamanca o a Venecia, en donde creo que había también un edificio parecido en la Plaza de San Marcos. Es el problema de viajar, que se te mezcla todo en la cabeza y te suena conocido pero no lo terminas de ubicar.

Obelisco dell'Immacolata

Obelisco dell’Immacolata, originally uploaded by sulaco_rm.

En la plaza delante de la iglesia está también el Obelisco dell’Immacolata, el más famoso de Nápoles y construido tras una colecta en el siglo XVIII (equis-uve-palito-palito-palito). Cada año, el ocho de diciembre le ponen una corona de flores en la punta en honor de la inmaculada concepción, ese evento en el que una hembra virgen casada para tapar el julandrismo de un chamo se queda preñada en un evento mágico y maravilloso o simplemente porque se le calentó el mejillón y encontró quien se lo zambombeara. Al parecer, si miras el obelisco desde un cierto punto a una cierta hora del día, se puede ver la imagen de la muerte o algo parecido.

En la misma plaza está también la entrada para ir a ver el monastero di Santa Chiara, el cual tiene una basílica que ese día y a esa hora estaba cerrada. En el vídeo anterior, que se puede ver aquí. La visita es al claustro y a parte de las dependencias que se han convertido en museo, a una sala con un belén enorme y a la biblioteca sin libros. En la parte que es museo el monasterio se hizo sobre unas termas romanas y han aparecido restos de ese edificio público y se pueden visitar en parte por una especie de jardín lateral y andando sobre unas plataformas para evitar dañar los restos. La iglesia de Santa Clara que no veremos es de estilo gótico y bastante antigua.

Esta fue mi última parada religiosa del día y el punto de inflexión ya que desde aquí enfilé hacia la zona costera, bajando por la calle Toledo. Fue también el momento en el que comenzó a chispear, después a chispar, después a llover y finalmente a diluviar. Al final de esta larga calle está la Piazza del Plebiscito y en la misma la espectacular Basilica Reale San Francesco di Paola que por supuesto estaba cerrada y que mira hacia el Palazzo Reale el cual estaba totalmente cubierto de andamios, incluso por dentro parecía que tenía un montón así que lo evité. Por la zona del Giardini del Molosiglio vi por primera vez el Vesubio pero como estaba chispando decidí dejar para más tarde la foto y al final nunca fue ni será. Fui hasta el Castel dell’Ovo que me habían recomendado encarecidamente por las vistas de la ciudad y porque se puede subir gratuitamente pero al llegar allí, ya había comenzado el diluvio universal. Estuve tres cuartos de hora hasta que la lluvia bajó su intensidad y pude ver la ciudad desde la parte superior del castillo aunque con nubes grises, lloviendo y sin unas vistas bonitas. Después fui a ver el Castel Nuovo y vi lo que tienen en exposición en su interior, más que nada para resguardarme de la lluvia, que no cesaba. Volví al comienzo de la calle Toledo y entré en la Galleria Umberto I, muy parecida a la de Milán aunque con tiendas de pobres. En esta galería cubierta tienes a la gente fumando en interior, la policía fumando y controlando a los negros que pretenden poner sus sábanas con objetos en el suelo y venderlos con desparpajo, aunque esa misma policía que perseguía a los negros toleraba a todos los raterillos y a todos los que se te acercaban para ofrecerte cosas. También permitían a los hindúes vender paraguas con lo que esos deben estar pagando a la poli adecuadamente. Muy cerca, está la parada Augusteo del funicular y desde allí subí a la colina. Quería ver un museo y un castillo. Desde la última parada del funicular hasta el Castel Sant’Elmo me lanzaban baldes de agua sin piedad. Al llegar al castillo, la chama de la taquilla me dijo que no entrara, que aquello era todo en abierto y no valía la pena. Por suerte al lado está la Certosa di San Martino o Cartuja de San Martín, antiguo monasterio transformado en museo. El lugar tiene unas vistas increíbles que yo no vi. Vi la exposición de figuritas de portales de Belén, la fabulosa capilla o iglesia, el claustro y el pequeño museo naval que tienen dentro. En ese momento tenían tres visitantes, una pareja y yo. Al salir, visto que tenía que regresar cuesta arriba y bajaban mares de agua, opté por bajar por la Pedamentina San Martino o unas escaleras que eran en ese momento cataratas.

Llegué a la parada de Corso V. Emanuele en donde para otro funicular que va en dirección a la zona en la que está la pensión en la que me quedé y allí tomé el funicular que se puede ver en el vídeo anterior y que si no te sale, puedes probar aquí. Volví a la pensión y tenía el pantalón vaquero desde las rodillas hasta abajo básicamente mojado, los calcetines mojados y hasta la mochila había visto superada su protección contra la lluvia. Situaciones de emergencia requieren acciones de emergencia así que usé el secador de pelo del baño para secar un poco la ropa. Fui a cenar de nuevo al barrio español, en la Trattoria Antica Capri, la cual abrió tres minutos después de que llegué a las siete y estaba llena diez minutos más tarde. El dueño o camarero mandaba a la gente que trataba de entrar a tomar por truscoluña y de hecho, cerró la puerta con el fechillo para que no viniera más nadie. Tras salir de cenar, volví a la pensión. Seguía lloviendo. Puse la calefacción a todo meter en la habitación y lo colgué todo para que se secara, ya que más bien parecía que me había metido en el agua hasta las rodillas y mi mochila estaba como si hubiese tratado de transportar agua en ella.

Mi memoria es muy mala pero creo que jamás he tenido un día turístico fuera de Holanda tan pasado por agua. Gracias a los dioses yo madrugo, porque si hubiese salido de la pensión a la hora Virtuditas, no creo que hubiese tenido más de una hora sin lluvia.

El relato finaliza en Pompeya y Ercolano antes de regresar a casa

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6 respuestas a “Visitando Nápoles el día del ensayo del diluvio universal”

  1. Esa calle daba pánico, con lo bonita que podía ser Nápoles y la cantidad de edificios imponentes que tiene, pero está muy abandonada y los caretos de la gente dan miedo. Yo también noté muchas iglesias cerradas o carísimas para entrar, es que no me gusta pagar para ver una iglesia. Odio la lluvia cuando voy de viaje, desluce mucho todo y no dan ganas de patear.

  2. Efectivamente, esta es una de las ciudades más caras de Europa en lo referente a pagar por ver lugares. Todo el mundo pretende cobrar al menos siete leuros o más. Se paga por iglesias, por museos y por castillos. También me sorprendió que muchas iglesias estuviesen cerradas o solo se abrían cuando le pagabas a un chamo en la puerta que las controla.

  3. Yo creo que ha sido de las pocas ciudades en las que no me apetecía pagar por visitar, porque había que pagar por todo. Entrar en Roma en las iglesias divinas que tiene gratis y aquí tener que pagar en cualquier iglesia la verdad es que no me ponía nada. Además si no quieren borrarnos de sus listas, por lo menos como somos socios, que nos dejen entrar en todas las iglesias, aunque sea para pretender que rezas.

  4. En Roma estuvimos cuatro días de diluvio, dos de las que iban conmigo tuvieron que comprar calzado, y nos agenciamos unos plásticos poco favorecedores pero muy prácticos para poder seguir pateando. A grandes males, grandes remedios. Lo que más me llamó la atención es que cuando empezaba el diluvio, de aún no sé donde, empezaban a salir pakistaníes con paraguas al grito de «ambrelaaaaaaaaaaaa», y si paraba dos segundos, desaparecían!! Una de las basílicas estaba cerrada cuando llegamos, decidimos tomar un café esperando que abrieran, no había ni el tato por las calles, empezó a llover y de repente «ambrelaaaaaaaaaaaaa».. su puñetera madre ¡que susto!

  5. En un bolsillo de la bolsa de la cámara llevo siempre dos ponchos de plástico por si llueve y me pilla descolocado. Son de usar y tirar. Se compran en paquetes de tres por 1 leuro y te pueden salvar en alguna ocasión. Como es plástico, sudas como cerdo en matadero así que para mí es la ultimísima opción. Si puedo prefiero el paraguas tradicional. El que llevé a Nápoles aguantó perfectamente y eso que me costó 1,69 leuros en Holanda.