Corte(in)fiel


Al hilo de la anunciada venta de dicha empresa textil, he recordado que hace tiempo que quería escribir sobre ellos unas cuantas líneas, en plan me-cago-en-todos vuestros muertos y demás.

Hace muchos, muchos años, en una galaxia muy lejana, Corte-infiel era una empresa que además de buenos diseños, tenía una calidad excelente. Eran los tiempos en los que los caballeros jedis patrullaban la galaxia y el bien imperaba por doquier. Uno sabía que podía entrar en una de sus tiendas, cerrar los ojos, escoger al azar cualquiera de los productos y el objeto resultante gozaría de una excelsa calidad y un diseño impecable.

Eso es historia. Ahora tienen mucho diseño pero no hay nada más que lo respalde. Ya he picado dos veces y no volveré a caer nunca más. Mi última mala experiencia con ellos ha sido este invierno. En septiembre tenían una rebeca con camiseta de regalo que parecía muy buena. Abrigaba y era perfecta para interiores de edificios holandeses en los que la calefacción a veces te la juega y pasas de veintitantos grados a diez en lo que se tarda en cruzar el umbral de una puerta.

La camiseta me la traía al fresco, pero como era gratis, pues la aceptamos en la familia y entró a formar parte del extenso ajuar de camisetas del que me enorgullezco tanto y que tantas disputas ha ocasionado entre amistades y conocidos. La rebequita me sentaba como un guante en la tienda. Preciosa, un diseño estiloso y tal y tal y tal. Así que me la compré y emprendió el largo camino de la emigración, con más de tres mil kilómetros hasta que alcanzó su hogar definitivo. Cuando llegó el frío salió del banquillo de las prendas de mi armario y entró en el circuito de ropa muy usada. Todas las mañanas se metía en mi mochila y con gran alegría por su parte, nos íbamos juntos al trabajo.

La cosa parecía ir bien hasta el tercer día, cuando la doble cremallera comenzó a fallar. Lo achaqué a mi poca cultura y a la incapacidad para manejar dispositivos que no están dotados de microprocesador y fuente de alimentación. Unos días más tardes parecía ir a peor y llegué al extremo de no usar la cremallera y llevar la rebeca sin abrochar. Para aquellos momentos en los que era necesario el cerrar compuertas, me agencié unos imperdibles y apañé un cutre-cierre, visualmente muy agresivo y que levantó la admiración del departamento de diseño corporativo en la mutinacional en la que trabajo. Gané varios premios por mi sencillez a la hora de innovar y encontrar soluciones sencillas para problemas infinitesimales.

Como soy pulcro y limpio, llegó el momento en el que la rebeca tenía una visita pendiente con mi lavadora. Con cuidado, miré su etiqueta y comprobé las instrucciones de lavado. Las respeté escrupulosamente e incluso no llegué a los límites previstos. En lugar de lavadora, la lavé a mano. Unos cuidados exquisitos para que la niña estuviera contenta. Cuando se secó y estaba lista para ser usada descubrí una pequeña rotura en la parte trasera. Me quedé petrificado por el horror. Decidí no darle más importancia y seguir usándola como si nada hubiera pasado. Tras su segundo lavado dicha rotura se había multiplicado por tres. Era oficial. Aquella era una MIERDA de rebeca hecha con una MIERDA de materiales, por una empresa que se JACTA del acabado y la calidad de sus productos.

La rebeca de Corte(in)fiel acabó en la basura. Otra que me compré en un establecimiento de la competencia mucho más barata, en esos centros con nombre de chica mona y dispuesta a fornicar, sigue prestando sus servicios sin acusar el estrés del que fue objeto la primera. Esta segunda prenda disfruta enormemente con sus lavados en la lavadora, en donde se lo pasa bomba con sus amigas las camisetas y con los calcetines de South Park y Looney Tunes, los cuales no dejan de hacer gansadas durante todo el programa de lavado.

Así que espero que los que van a comprar esa empresa, pongan en la puta calle a todos los directivos y comiencen por mejorar la calidad del producto que venden, que falta que les hace.

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