El lento camino a casa


A pesar de lo mucho que viajo y de intentar que estos accidentes temporales sucedan de la forma más mecánica posible, siempre hay problemas o situaciones no planificadas que incrementan mis niveles de adrenalina hasta niveles alarmantes. Desde el sábado comencé a prepararme para viajar a Gran Canaria. En cada paseo por la casa pillaba cosas y las iba dejando en el punto de ensamblaje de la maleta. Sé que siempre me dejo cosas atrás y sé que debería hacer una lista pero me niego a convertirme en uno de esos frikis que dependen de una lista para estar tranquilos. Esta vez tenía claro que no quería olvidar el cargador del móvil y fue lo primero que agarré junto con las medicinas de la alergia y las pastillas para el bronceado. El sábado por la noche ya tenía dos zonas claramente definidas en las que se apilaban las pocas cosas que llevo conmigo. El otro lugar era la nevera. Ahí puse la comida que llevo. Nadie me creerá pero en los últimos cinco años y medio he movido kilos y kilos de costillas a la barbacoa (spare-ribs). Eso, los frutos secos y el chocolate Leonidas, empresa que podría tener un detalle conmigo porque a estas alturas me lo he ganado. Por la noche me dediqué a terminar de preparar el contenido para la bitácora, este ente que funciona como una extensión semi-independiente de mí mismo y que continúa su sincopado camino con o sin mí

Me acosté pensando que todo estaba bajo control y al levantarme a las nueve de la mañana para desayunar y hacer la maleta miro mi correo y se me para el corazón. Eran las diez de la mañana. Mierda, se me olvidó el puto cambio de hora. Al carajo con todo, en hora y media tenía que salir de mi casa. Salí escopeteado a desayunar y recorrer la planta baja buscando cosas que me podía estar olvidando. Aproveché para poner el sistema de calefacción en modo vacaciones para las próximas dos semanas y subí a ducharme y afeitarme. Abrí también las ventanas para que se oree la casa un poco y me metí en la ducha. Después de un minuto asumí que no había agua caliente. Tuve que salir aterido de frío, correr escaleras abajo y anular el modo vacaciones del sistema de calefacción, todo eso en pelotas y con las persianas de la calle abierta. A esas alturas ya me daba igual todo. Carreras de vuelta a la ducha y me pude duchar y afeitar con agüita caliente. Aquellos que siguen con los sistemas prehistóricos de afeitado desconocen que hoy en día uno se afeita bajo la ducha, un auténtico placer. Después de las abluciones matutinas, carrera a la zona de empaquetado y comenzó el ritual. Elegir camisetas, gallumbos, calcetines, bañador y demás para poner en la maleta. Arrasé con los artículos de higiene personal en el baño y con todos los cargadores. El día anterior ya había recargado todo lo que lleva pilas recargables por si las moscas. Cierro la maleta, respiro hondo, me doy otro paseo por la casa y descubro horrorizado que no he cogido la comida de la nevera. Deshago la maleta y arreglo el problema. De nuevo una pausa para tomar aire y aclarar las funciones neuronales básicas. Quedan veinte minutos para coger la guagua y parece que todo está bajo control. Voy a casa de mis vecinos a avisarlos y de paso darles el dinero del limpia-ventanas y no están. Otro problema. Empiezo a buscar un sobre y papel para dejarles una nota y con tanta obra y apaño en mi casa no doy con el material. Desisto cuando faltan cinco minutos para tener que salir. Me acuerdo entonces que había anulado el modo de vacaciones de la calefacción y tengo que volver a programarla. Corro a los dispositivos de encendido automático de luces y los ajusto al puto horario de verano. Faltan dos minutos o así. Apago toda la electrónica de la casa, saco la basura y corro hacia la parada de guagua. Sólo tengo que esperar un minuto hasta que esta llega. El resto del traslado hasta el aeropuerto transcurre sin nada que reseñar. Ya en Schiphol recojo y pago mi billete. Después de tantos años y tantas veces sigue fascinándome como con una simple llamada puedo reservar un billete y pagarlo en el momento en que lo recojo un par de horas antes de volar. En esta ocasión vuelo en la ida con transavia, una compañía a la que lo único que reprocho es que no te den comida ni bebida en el avión, aunque por otra parte con un billete de ciento setenta euros incluídas las tasas no se puede pedir más. En la vuelta me transportará martinair y entonces me encochinaré con comida y bebidas gratis. Para facturar he de aligerar previamente mi mochila y todo acaba en la chaqueta de invierno, que de repente pesa como veinte kilos. Una vez he pasado el trámite volveré a ponerlo todo en la mochila. Justo enfrente de los mostradores de facturación de transavia se encuentran los de la compañía de bandera española, Mierderia, empresa con la que llevo unos añitos sin viajar y con la que espero no tener que hacerlo nunca jamás. Una de las tipas trabajando allí era clavadita a Aida pero con el pelo malteñido de rubio. Española 150%. Una cara de penca que no podía con ella. Una mala hostia de cuidado a la hora de tratar con la gente que venía a facturar, lo típico entre el personal de esa empresa. Yo siendo atendido por unas diosas nórdicas en la curva ascendente de la vida y los que eligen esa otra infame compañía reciben el tratamiento de ganado que se merecen por ser tan gilipollas como para no ejercitar su derecho como consumidores y elegir la competencia.

Tras facturar pasé el control de seguridad, algo que da igual el aeropuerto en el que lo hagas, siempre toma un montón de tiempo porque la gente se olvida la mitad de las cosas metálicas encima y siempre hay parones y retrasos. Mientras todo esto sucedía había contactado con mi muy mejor amigo holandés y lo había movilizado para que localizara en la guía telefónica el teléfono de mis vecinos, los llamara y les avisara. Sólo me tomó unas diez llamadas de teléfono y cinco o seis SMSs, así que no estuvo nada mal. Ya con todo arreglado y la suerte echada, me senté en un rincón de la cafetería a comerme mi hamburguesa y de paso escribir un rato, que los aeropuertos siempre han despertado mis afilados dedos y corren que se las pelan por el teclado lanzando proclamas y reescribiendo la historia del microuniverso.

El vuelo salió en hora y como siempre fue excelente. De haber un pero es contra el viento que se empeñó en extender la duración del viaje en casi una hora adicional. Maté el tiempo haciendo Sudokus, escuchando música y audiolibros y viendo una película.

más tarde ….
Para que luego digan que no tengo un angelote del copón cuidando de mí. Antes de contar esto quiero sentenciar de una vez por todas algo. Además del turco y del chino en Holanda tengo tres buenos amigos holandeses a los que me suelo referir de una forma genérica y que aparecen por aquí habitualmente. A partir de ahora a mi muy-mejor amigo holandés lo denominaré el rubio, a mi amigo holandés de la oficina con el que suelo caminar y hacer fotos lo llamaré el moreno y al otro holandés que se va a convertir en mi jefe y con el que suelo quedar para ir al cine y de copas lo denominaré el Boss. Así no nos liamos y se sabe de quién va la cosa. Terminaré por crear una coña en la barra lateral con los personajes algún año de estos pero por ahora nos apañamos que somos pocos los que comentamos y nos conocemos todos. A los que han llegado recientemente les aconsejo que tiren de archivo que hay tres años de sucedidos en esta pequeña y anodina bitácora.

Bueno, volviendo al sucedido. Mi amigo el Moreno ha venido esta semana a Gran Canaria con su esposa e hija y otros colegas. Después la gente me critica pero yo estoy trayendo turistas holandeses y alemanes a mansalva a mi tierra. La cosa está en que inicialmente íbamos a venir todos en el mismo avión pero la última semana les cambiaron el vuelo y los pusieron con Martinair. Yo como todo el mundo sabe me compro el billete tres días antes y conseguí el vuelo en el que ellos iban originalmente. Mi avión salió sin problemas pero el de ellos, por culpa de una avería técnica los dejó tirados y llegaron a Gran Canaria el día siguiente. ¡Es que tengo una suerte increíble!

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Una respuesta a “El lento camino a casa”

  1. Transavia como dices, solo tiene la pega de no dar ni pipas, pero las azafatas estan buenas y son super simpaticas, te tratan bein, son puntuales, y no me han dado ni una pega en los mas de 20 viajes que he hecho con ellos. Sin embargo en Ibera 2 veces con ellos, las 2 veces retrasos que me hicieron perder el enlace y trasnochar en una ciudad que no era mi destino, y sobre todo, tener que aguantar el puto ingles de mierda de las azafatas viejas, putas y rastreras de Iberia, que provoca la risa y el descojone de todos los holandeses en el avion…