Komodo día 2 – Mawan, primera parte


Ya lo dije ayer que a partir de ahora y por Dios sabe cuánto tiempo, el mejor blog sin premios en castellano se va a convertir en la nueva MANTAPEDIA y todo por culpa de una única inmersión que duró setenta minutos, ya que yo me negué a subir a la superficie después de una hora porque íbamos sobradísimos de aire y estábamos a tres metros de profundidad y en el lugar en el que me encontraba se había dado una conjunción mágica y las mantas no paraban de llegar y jugar delante de nosotros. Ya llegaremos a ese punto pero como son veinticinco minutos, aún faltan algunos vídeos y hoy tenemos más o menos los primeros cinco minutos grabados (que no de inmersión), acompañados por la canción Revolution del grupo Unsecret y en la que colabora la divina Ruelle. En la primera parte del vídeo aparece a lo lejos, entre tinieblas marinas, una manta y hace una batida cerca, algo precioso. Es una manta normal, de las que tienen la parte inferior blanca y que componen el noventa por ciento de la población del parque Nacional de Komodo. La vemos de cerca en el segundo segmento, volando bajo el agua y dando vueltas en una estación de limpieza, que es en donde estamos y a donde viene para que los pececillos se coman sus parásitos. Nosotros estamos agarrados al fondo como buenamente podemos. El vídeo es flipante y la manta en algunos momentos está prácticamente a mi lado. Pasados los tres minutos y medio está tan cerca que si se tira un peo me asfixia y vemos los pececillos limpiándola por todos lados. Esto fue épico y legendario.

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2 respuestas a “Komodo día 2 – Mawan, primera parte”

  1. Que maravilla, en mi vida había visto un bicho de esos tan cerca, y eso que vengo de otro chute de mantas del otro lado… 🙂
    Salud

  2. Esto es para que recuerdes la esencia de tu idioma 🙂

    Recaló más atrás un medio toleteaguanajado que decía vivir arribita’l risco. Ende que lo capisquiamos, ya la chiquillada sabía que era un echadillo pa’lante. Que si el padre tenía un fotingo, que si la madre unos abanadores traídos de Filipinas, que si el abuelo unas angarillas de los camellos. Pa’ no cansarlos, era un rebenque muy curro, pero de pocas luces.

    A veces alguien le decía: “El que mucho abraca, poco atraca” y se quedaba mirando pa’ los celajes, sin entender. Debía ser de sitio alejado porque si nos oía frases como: “’¡Tengo un jilorio!”, “No seas alegador”, “Mira que eres malageitado”, “Ahí viene la alpispilla esa” o cosas por el estilo, quedábase parado un intre, en el intento de traducirnos.

    Un día vino algo esbáido, como apalastrado, aboyado por una comilona en un ventorrillo de las fiestas, según nos dijo. Pa’ nosotros tendría andancio, porque en un par de días apareció como nuevo, con el terno de los domingos y presumiendo de novianca, alongado a los callejones de tanto en tanto por verla aparecer.
    Por fortuna, no duró mucho, arrancó la caña y a estas alturas no sabemos qué vuelta cogió, ¡menudo palanquín el mequetrefe!

    Texto y foto, Virginia