Yo debo ser la única persona en el universo que ha acoplado unos auriculares bluetooth a su mágico teléfono móvil iPhone para ir escuchando la música, los audiolibros y los podcasts sin el engorro y el retraso tecnológico de los ancestrales auriculares tradicionales. O eso o tengo un don increíble para no cruzarme con nadie que los use. Desde que en junio del 2009 escribí la anotación iPhone OS 3.0 en la que vimos por primera vez esta foto, he comprado cuatro auriculares bluetooth más. Dos de ellos son exactamente este mismo modelo, ya que tras un año de uso intensivo los productos Nokia se degradan en exceso y la batería te dura menos que una jiñada. Los otros dos son Philips, algo más grandes y que uso en mi casa, con mi iPad y mi mac mini. Hoy le damos a esta foto la bienvenida al Club de las 500.
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Finiquitando Yangon
El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam
Como lo de los transportes en Birmania no es muy de fiar, planeé un día extra que me sirviera de colchón por si los planes sufrían algún cambio. Al final todo salió más o menos bien y como llegué el viernes a Yangon y no salía hasta el domingo. El sábado me propuse levantarme tarde pero mi reloj interno parece que no leyó el memorando y a las siete estaba totalmente despierto, así que me puse a ver una peli por la tele para matar tiempo. Bajé a desayunar casi a las nueve y fue lo mismo de siempre, solo que en cantidades menores. El Winner Inn es un negocio de chinos y estos son siempre eficientes y con precios ajustados pero no esperes nada más allá de lo mínimo imprescindible. Tras desayunar cogí la mochila de la cámara, el agua, la guía y me eché a la calle. La Pagoda Shwedagon está relativamente cerca así que fui hasta allí, no para entrar sino para hacer fotos de los accesos y buscar un restaurante que está en mi guía y que la vez anterior no fui capaz de ubicar. Lo encontré y después decidí rodear la Pagoda y ver todos los accesos. En algún momento tomé el desvío equivocado y me perdí, algo que me sucede continuamente pero que no me detiene. Mi incapacidad para orientarme es antológica. Mi amigo el Rubio siempre flipa conmigo porque consigo indicar el camino erróneo sistemáticamente, así que cuando duda, me pregunta y si mi respuesta coincide con lo que él creía, entonces ya sabe que va mal.
Una vez volví a encontrar el camino, enfilé hacia el Museo Nacional de Myanmar, al cual no llegué porque al capullo que hizo la guía de Lonely Planets puso dos números 26 y yo fu al equivocado. Una vez acepté que no fue mi culpa, retomé el paseo y quince minutos más tarde llegaba a la dirección correcta. Esto me sirvió para pasar por delante del recinto ferial en el que se celebraba algún tipo de feria de comida y cosas de los cabezudos de Asia, también conocidos por coreanos o si queremos ser correctos, los cabezudos coreanos de mierda que es como hemos aprendido a despreciarlos todos. Al parecer buscaron figurantes para la feria pero en este país la gente tiene cabezas de tamaño normal y no los barreños de cincuenta litros de los coreanos de mierda así que le pidieron al gobierno Canario que les cediera los Papahuevos cabezudos de la Palma.
En la puerta del Museo Nacional unos cuantos ladillas que quieren hacerte de guías. Los ninguneé y me mantuve con los auriculares puestos haciendo como que no escuchaba sus «jelou«. En la entrada me obligaron a dejar la cámara, el teléfono y todo salvo el dinero y el pasaporte en una taquilla. El precio para los extranjeros son 5 dólares. El museo tiene cuatro plantas pero básicamente las dos inferiores son las interesantes. Primero te presentan los distintos alfabetos de los idiomas bárbaros locales a lo largo de la historia, algunos documentos y escritos y después viene la joya de la colección, uno de los ocho tronos que tenia el palacio real de Mandalay, de 9 metros de alto. El que sobrevivió a la destrucción es el Sihasana, el Trono León. Es como una puerta enorme forrada en oro a la que se asomaba el Rey, supongo que para trabajar si es que existe un rey en el universo que alguna vez haya trabajado (y aquí agitar manos como Karate Kid cuando limpiaba cristales no lo aceptamos como trabajar ??) hay algunos otros tesoros como las camas de las Reinas incrustadas en joyas, palanquines, sillas hechas de marfil y una manta de plata, así como parafernalia para crear hogar en oro macizo y pedrería. Toda esta exhibición, absolutamente apabullante, la vez en penumbras porque al parecer no les llega para encender la luz. Una de las plantas que sobran tiene pinturas que dan lastima y están a oscuras y en otras hay unos cuantos Budas que se trajeron de Bagan. El museo me tomó más de dos horas y cuando acabé, fui al baño exclusivo para extranjeros a echarme un pis, ya que la botella de agua si me la dejaron y me bebí un litro. Como lo indicaban tan claramente yo me lo imaginaba con unas ninfas increíblemente eróticas que te la sacuden tres veces y ni una más cuando acabas y te hacen un baile de esos típicos agitando las manos que te la pone garrula. Esa era mi imaginación. La realidad era más cruda, con una de las paredes de la que se estaban cayendo los azulejos de baño barato, uno de los urinales con problemas de fontanería y los otros dos con un hedor insoportable y sin rastro de las ninfas.
Al dejar el museo bajé por la carretera Pyay hasta llegar a la calle Strand, la cual va paralela a la ribera del río. No creo que quede un solo taxista en Yangon que no me haya pitado tratando de llamar mi atención y que use su vehículo y muchos hasta se han detenido. Espero que hayan aprendido a disfrutar de su desengaño con mi negativa.
Por la calle Strand llegué hasta el templo chino Kheng Hock Keong, el más grande de Yangon (de los chinos). El templo tiene más de cien años y lo que más me gusta es que en los templos chinos no hay que quitarse los zapatos. Dentro el incienso a porrillo, las velas y los pájaros que la gente compra afuera, libera con sus oraciones o peticiones ya que DIOS NO EXISTE y como el vendedor les ha recortado las plumas de las alas, los pájaros no irán muy lejos y cuando los niños los atrapan, los vuelven a vender. Desde allí navegué sin rumbo fijo por Chinatown dejando que todos mis sentidos disfruten de la experiencia. Pasé por el mercado Theingyi Zei y quizás sea por todo lo que he visto hasta este momento en Birmania pero no me llamó demasiado la atención.
Pasé por delante de un restaurante hindú en el que quería almorzar algo pero después de ver sonarse al cocinero sobre uno de los calderos con curry, desistí. Opté por ir a la zona del mercado Bogyoke Aung San y se me antojó algo más occidental ya que dos semanas de comidas birmanas, chinas y tailandesas comenzaban a pasar factura. Entré en el legendario clon Tokyo Fried Chicken y me comí un menú por menos de dos euros. Después visité el mercado, compré un par de recuerdos y conseguí esquivar a todos los que te ofrecen cambiar dólares y a los que te quieren vender pinturas para colgar en las paredes de tu casa. Repito por enésima vez que en mi casa solo hay una cosa colgada en una pared y es la tele y a menos que me posean los de raticulín, seguirá siendo así durante mucho tiempo.
Después tomé un taxi para volver al hotel y recogerme hasta el atardecer, cuando tenia planes para ir por segunda vez a la Pagoda Shwedagon con el trípode y el filtro ND y hacer algunas fotos más.
A las cinco comenzó a diluviar y me temí lo peor, ya que el día anterior no paró hasta las nueve. Sin embargo, en esta ocasión mi Ángel de la guarda parece que estaba al loro y dejó de llover a las seis menos cuarto y a las seis, bajaba por la calle saltando sobre ríos de agua en dirección a la Pagoda Shwedagon. Conseguí llegar sin resbalarme y eso que tenia las cholas Moisés y entré por la puerta Norte (o eso creo), una con una gran escalera llena de tiendas y sin ascensor. O mi Ángel de la guarda decidió sorprenderme o fue mi día de suerte pero los de control de extranjeros no estaban en su sitio y me ahorré los 5 dólares. Las sanguijuelas que pretenden que les dejes los zapatos para cuidártelo me gritaron pero les hice la señal del pajarito, saqué la bolsa Xenos que llevo enganchada a mi bolsa de la cámara, eché en su interior las Moisés y seguí adelante. Las siguientes dos horas hice algunas fotos con el trípode, el filtro y sin el filtro. Intenté conseguir tiempos de exposición de 30 segundos para borrar a la gente y por lo que he visto, hay alguna chula. Cerca de las ocho recogí los bártulos y me fui a cenar al Tailandés que ojeé por la mañana. Me pedí una sopa y unos langostinos casi tan grandes como seres humanos pero como los asiáticos no entienden el concepto de servir primero la sopa y después lo otro, me lo trajeron todo a la vez. Después de cenar caminé de vuelta al hotel, un paseo de cinco minutos que el único problema que tiene es que no hay alumbrado publico pero bueno, llegué bien y así acabó mi último día en Yangon ya que al día siguiente salía para Tailandia.
El relato continúa en De Yangon a Bangkok
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Azotea de la Pedrera – Casa Milà en el club de las 500
La próxima vez que vuelva a visitar Barcelona me hago de nuevo el recorrido de los tesoros de Gaudí con mi gran Angular para hacerles justicia e incluso estudiaré la posición del sol para que todas y cada una de las fotos sean perfectas. Este hombre era un genio absoluto. Esta foto la vimos por primera vez en abril del año 2007 en la anotación Azotea de la Pedrera ? Casa Milà y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Monzón otoñal
Este fin de semana pasado ha sido el primero del otoño. Hasta para lo habitual en Holanda, tener temperaturas máximas de 15 o 16 grados por el día y de diez grados por la noche en julio es demasiado. Si a eso le unimos que el sábado al mediodía comenzó a llover y no paró hasta esta madrugada, fue uno de esos fines de semanas en los que todo lo que planeas ha de ser a cubierto. Después de unos meses de mayo y junio increíbles, julio se ha torcido totalmente y muchos de los que decidieron quedarse en los Países Bajos durante las vacaciones han vuelto a trabajar porque con este tiempo no merece la pena perder los días y confían en que la cosa mejorará algo en agosto o en el peor de los casos tendrán que planear una escapada a España en el otoño.
El domingo por la mañana, en pleno monzón helado, me puse el chubasquero, el pantalón chubasquero para la lluvia y salía de mi casa en bici para ir a la estación de Utrecht. Por el camino caía la manta continua de agua y para cuando llegué a la estación parecía una fuente. Compré mi billete y entré en el tren chorreando agua. Allí procedí a quitarme la capa que me protegió de la lluvia y a dejar que escurriera un poco toda el agua que llevaba antes de guardarlos en mi mochila. En Amsterdam la cosa no solo no mejoró sino que a la lluvia se unió un viento persistente que convertía los paraguas en objetos inútiles. Por las calles los turistas no se podían creer la que estaba cayendo. Imagino que toda esa gente se irá a casa con unas fotos terribles. Por el Blauwbrug, el puente en el que siempre hay hordas haciendo fotos del canal Amstel no se veía un alma y lo mismo sucedía por Rembrandtplein.
En el cine me encontré con el Niño, el cual se estaba cagando en todos los muertos de los meteorólogos que habían acertado con la previsión meteorológica. En su caso, se supone que el sábado iba a ir a navegar con unos amigos en un velero pero la actividad la movieron al domingo inicialmente y más tarde optaron por cancelarla. Entre las dos películas de la sesión doble que planeamos nos fuimos a tomar un café al Replay y seguían cayendo chuzos y tras la segunda película la cosa no mejoraba. Cenamos en el Café Luxembourg, en Spui, uno de esos lugares a los que llevo más de diez años acudiendo y de los que no me canso. Nos pusimos junto a la ventana y desvariábamos como siempre mientras en las dos mesas que rodeaban la nuestra, dos grupos de mujeres nos escuchaban y alucinaban. Nuestra conversación era super-mega-hiper-intelectual y trataba sobre el famoso Tower Bridge. Imagino que todos estamos al mismo nivel de cultura pornográfica así que no lo explicaré ?? o sí ?? mejor va a ser que no, que esto lo lee hasta mi madre. A las chochas se les salían los ojos de las órbitas escuchándonos hablar y nosotros hacíamos como si no nos dábamos cuenta que veinte orejas estaban sintonizando aquello que desvariábamos. Alguna hasta hizo ademán de querer intervenir pero se mordía la lengua y tenían que seguir con su paripé ya que no hay nada más ordinario y vulgar que inmiscuirte en conversaciones ajenas. El Niño fantasea con hacer un Tower Bridge con su mejor amigo (Dios mediante, yo soy su segundo mejor amigo así que por ahora estoy a salvo) y yo por más que me intenta convencer le digo que me parece que eso es un poquito mariquita. Como ambos somos de imaginación más bien detallista, la descripción de la escena removía las entrañas de todas aquellas pavas que seguro que cuando llegaron a sus chabolos se tuvieron que poner un paquete de hielo en cierta parte para calmarse la picazón. La camarera que nos atendía pillaba retazos de la conversación y nos miraba como cualquier cura al que le prestan una niña fea y a la que le da asco tocar. Para los postres comíamos fresas con nata y eso ya fue demasiado para el chocherío y huyeron en desbandada.
La segunda parte de la conversación giró en torno al tema de la película El castor ? The Beaver. Ambos estamos de acuerdo en que no hay excepción a la regla de la chepa de mierda. Básicamente, todos y cada uno de los seres humanos caminan por el mundo con una chepa de mierda a sus espaldas. Unos somos más conscientes que otros de su existencia y de lo que se trata es de negarla y procurar que no te amargue la vida. Si lo consigues serás feliz y no dejarás que esa joroba en la que cargas aquello que no te gusta de ti mismo y que muchas veces los demás no ven te arruine la existencia. En la película el protagonista no era capaz y pese a tenerlo todo para ser feliz, era un puto desgraciado. Mezclamos eso con la cantante esa que la diñó durante el fin de semana y el psicópata que decidió matar a un montón de inocentes y está claro que esos dos últimos tienen (ella tenía) unas chepas de mierda de tamaño gigantesco.
Acabamos yendo a la estación central de Amsterdam mientras seguía lloviendo y allí nuestros caminos se separaron, cada uno con su respectiva chepa de mierda a sus espaldas ??