Todavía me quedan unas cuantas fotos de los trishaws que vi en Malaca y la de hoy debe ganar el premio al horterismo. Yo jamás me metería en ese universo de flores horteras de plástico y con esa sombrilla que redefine la palabra cutre. De todos los que había aparcados delante del Stadhuys, este era el más hortera sin dudarlo. Su dueño estaba en la tertulia con sus compañeros de profesión, esperando al turista dispuesto a darle la pasta por pasear montado en esa cosa.
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Masa de tulipanes amarillos en el club de las 500
A mi cámara no le gusta para nada el color amarillo. Esto no sería un problema si no fuera por el pequeño detalle que es uno de mis favoritos y las cosas que rebosan con ese color me llaman un montón la atención. Cada vez que quiero hacer una foto en la que el color predominante es el amarillo, las paso canutas y tengo que encontrar algún resquicio de otro color en la zona en la que quiero enfocar o hacerlo manualmente. En las flores, las amarillas son como imanes que me atraen sin que pueda remediarlo y gracias a esa atracción hice la foto de hoy, la cual vimos por primera vez en junio del año 2007 en la anotación Tulipán Otros Mundos y a la que hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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El Parque Marino Nacional de Ang Thong
El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam
Uno de los días de mi estancia en Koh Samui me apunté a una excursión en barco al Parque Marino Nacional de Angthong, situado a unos veintiocho kilómetros de Koh Samui en dirección hacia la península de Tailandia. Me pasaron a recoger alrededor de las siete y media y pronto llenaron la furgoneta con turistas hasta que éramos once y allí no entraba más nadie. Por alguna desconocida razón, yo me había hecho la idea que el parque está al norte y en realidad es al oeste de Samui así que tardamos una hora en llegar hasta el embarcadero y el nuestro fue el último de los coches. Entramos en el barco y arrancamos. Elegí un barco «lento» al que le toma algo más de una hora en llegar al lugar. Hay también la posibilidad de ir en falúas rápidas y más en plan corrupción en Miami pero personalmente me gusta ir en barco y lo de la velocidad y el grupo pequeño no me atraía. Me puse en la cubierta inferior y según entramos en mar abierto comenzaron a bajar los que se marean mientras el resto dormíamos. Fuimos en primer lugar a la isla de Wua Ta Lap, la más grande de las cuarenta y dos que componen este archipiélago y en la que están los vigilantes del parque. Allí hicimos kayaking rodeando uno de los islotes. Me emparejaron con un chino con el que me lo pasé muy bien. La vuelta a la isla nos tomó unos tres cuartos de hora y al llegar a la playa nos juntamos con un joven inglés y decidimos subir al mirador que hay en lo alto de la isla y que está a quinientos metros. Te dicen que te toma hora y media el ir y volver y que la dificultad es máxima y la gente no se lo cree. Nosotros también dudábamos hasta que comenzamos a subir. En los primeros cien metros que hay hasta la primera terraza mirador perdimos quince minutos. Tienen una cuerda a la que te agarras para ayudarte y te indica el camino y el resto es empinado y lleno de rocas afiladas como cuchillos por las que yo iba con las cholas Moisés abre-las-aguas y cargando la bolsa impermeable en la que metí el objetivo de 24-70, la toballa, la cartera, la crema bronceadora, el spray para los mosquitos y una botella de agua y además llevaba la cámara colgando con el objetivo 11-16mm.
Después del primer mirador decidimos subir hasta la cima de un tirón, es decir, caminar los cuatrocientos metros que nos faltaban. Suena a poco pero lo peor estaba por llegar y doscientos metros más adelante nos cagábamos en todos los muertos habidos y por haber. Yo no sudaba porque más bien chorreaba agua como si acabara de salir de la ducha y boqueaba intentando recuperar el pulso que parecía el teletipo del Carrusel deportivo cuando marcan gol. Los otros dos tenían pájaras similares a la mía. Por unos nanosegundos envidié a los perdedores dosputocerolistas que gastan sus vidas encerrados en sus casas actualizando su CaraCuloLibro y soltando polladas en su Tuiterota, pero por suerte se me pasó en seguida al mirar hacia abajo y ver lo lejos que había llegado y lo absolutamente fabuloso que era el paisaje que tenía frente a mí.
Los cincuenta últimos metros son mortales, caminando entre rocas moldeadas como cuchillos, escalando una pendiente del 50 por ciento o más y con la única ayuda de la cuerda que marca el camino para no perder el equilibrio y desollarte vivo.
La vista que hay desde la cima es INCREIBLE, dicen que una de las mejores que se pueden ver en el golfo de Tailandia. Los cuarenta y un islotes restantes parecen animales extraños que surgen del agua, todos verdes y con formas fascinantes. Es un capricho de la naturaleza. Nos hicimos fotos los tres juntos y tengo una en la que se ve lo bien que me sienta el exceso de calor y lo escurrido que me quedé y que por supuesto solo verán algunos miembros de mi familia y un reducido grupo de amigos que da la casualidad que no tienen cuenta en ninguna red a-social. La bajada fue igual de horrible o peor, sobre todo los primeros cincuenta metros, en los que reculé como un cangrejo después de ver a una chica zajarse la patota. Cuando llegué al nivel del mar ya sabia que entre el kayaking y la escalada, las agujetas de los dos días siguientes iban a ser legendarias.
Volvimos al barco para almorzar, un bufé con varios tipos de curry y sandia de postre. Después el barco se desplazó hasta Ko Mae Ko y allí fuimos a ver el lago Esmeralda, un lago salado absolutamente precioso en el medio de un islote, de unos 350 por 250 metros de largo y ancho. Está prohibido bañarse en el mismo pero en la playa a la que arribamos sí que se podía y eso hicimos, además de bucear un poco, aunque las aguas estaban revueltas y no se veía nada. Este lago apareció en la película The Beach, así que ahora, tanto Leo como yo podemos decir que estuvimos allí. Desde el almuerzo trabé conversación con una brasileña que vive en París y ya seguimos hablando hasta regresar, haciendo eso que resulta muy difícil de explicar a un dosputocerolista y que se llama mantener una conversación. Todos los viajeros tenemos una historia que contar y otra que escuchamos y como los caminos que se cruzan van y vienen en direcciones diferentes, siempre recibes algún consejo sobre algo que tienes que ver o que puedes dejar de ver.
En el viaje de regreso, además de hablar, vimos peces voladores y disfrutamos del sol. Después, cada uno a su furgoneta y comenzó el reparto hasta los hoteles. Ya en Chaweng, me fui a la playa con la cámara y el trípode para hacer fotos al atardecer y en la penumbra y después cené en un restaurante sobre la arena de la playa dándome un atracón de marisco. Ese día caí muerto en la cama o más que probablemente, mientras caía sobre la cama ya estaba en el otro lado …
El relato continúa en De Koh Samui a Bangkok y algo de turismo
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Fort Massachusetts en el club de las 500
Hace unos días veíamos una imagen panorámica del Fort Massachusetts y por casualidades de la vida (o quizás no) hoy tenemos otra del interior de dicho fuerte. Algún día tendré que sentarme a escribir la historia de la excursión que hice a ese lugar y que fue bastante curiosa y con los años la he ido enriqueciendo con detalles absurdos en mi fantasiosa memoria. Vuelvo a repetir que estuve allí en el año 2004, antes que el huracán Katrina arrasara la isla Ship y la partiera. El fuerte sigue en el lugar y espero que siga luciendo tan bonito como en esta foto que vimos por primera vez en septiembre del año 2005 en la anotación Fort Massachusetts y a la que hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.