8. Richards Bay – Martes negro


memorias de sudáfrica 2005

No querido, este no es el comienzo. Prepárate porque tendrás que embarcarte en un viaje muy largo antes de llegar a este punto. Al principio estaba Memorias de Sudáfrica. Camino al fin del mundo y después siguió Por fin en uMhlathuze, Mi vida en uMhlathuze, Es un mundo lleno de zulúes , Hluhluwe Imfolozi Park, Greater St. Lucia Wetland Park y Richards Bay y una cena para recordar.

Después del tremendo susto de la noche anterior tendría que haberme imaginado que aquel día no iba a transcurrir por un buen camino. Nos desayunamos con la noticia de que una conocida del hombre que trabajaba conmigo había sufrido un accidente en una carretera y casi no lo cuenta. Además de dejar su coche inservible los que se pararon no sólo no la ayudaron sino que robaron todo lo que pudieron. El sentimiento de rabia y frustración entre los blancos era palpable y también el odio de los mismos hacia los otros, esos que controlan de facto el país y que lo están conduciendo lentamente hacia el caos y la destrucción. Volví a escuchar las típicas retahílas y los deseos de que el Sida acabe con esos que jamás deberían haber salido del bosque. Cada cuerda tiene dos lados y seguro que las historias del otro lado serán por el estilo pero yo no las he podido oír así que he de juzgar parcialmente y condenar desde el lado que conozco.

Ese día llovía con rabia y saña desde por la mañana. Era una lluvia pesada y consistente, como si alguien se hubiera dejado un grifo abierto en el cielo y no hubiera forma de cerrarlo. El calor le daba un sabor dulzón al aire y lo pegaba a tu cuerpo con una humedad cansina que parecía disfrutar arrancando toda la energía de uno. Salté del coche y corrí a refugiarme en las oficinas de nuestro cliente. Me debí levantar con el pie izquierdo porque esa mañana nuestra aplicación reventó tantas veces que hubo momentos en los que se activó el modo nocturno y los clientes recibían un mensaje de que aquello estaba cerrado por haber llamado fuera del horario de oficina. Se desencadenó el infierno allí dentro. La tensión subía por segundos. mi billete para volver al día siguiente se canceló y oí por primera vez que quizás tendría que quedarme una semana más. Las operadoras estaban con los nervios a flor de piel y su jefe andaba como un gato en un tejado, caminando sigilosamente y dispuesto a saltarnos a la yugular. Hacia medio día hablé con uno de los jefes de desarrollo en Holanda y le expliqué lo que quería de ellos: todo el equipo de desarrollo software trabajando por turnos si era preciso así como los equipos japonés y norteamericano. Le expliqué que me importaba una puta mierda la diferencia horaria y que hiciera lo que quisiera pero que quería todo funcionando como la seda para el día siguiente o yo empezaría a señalar gente con el dedo. También le conté un par de detalles extraños que vi en la sala de servidores y de los que nadie nos había hablado anteriormente.

Una hora más tarde habían sacado de la cama a dos japoneses, el americano iba camino de la oficina y en Holanda tocaban las campanas a rebato. Mis colegas comenzaron a llamarme preocupados. Los cuchillos volaban por el edificio a diestro y siniestro y los gritos y desplantes eran la tónica. Investigué el problema de la sala de servidores y descubrí una tabla a la que agarrarme en caso de hundimiento. Comuniqué la noticia a los Holandeses y comenzaron a volar los correos sobre África, el Atlántico y el Pacífico. Esa noche varios colegas del trabajo no durmieron y al día siguiente a las ocho de la mañana hora sudafricana, las siete en horario central europeo, teníamos un nuevo parche en nuestro poder, denominado parche siete.

Me dediqué a estudiar más cuidadosamente los hábitos de trabajo de la gente allí y descubrí la lógica que explicaba las reventadas de nuestra aplicación y pude provocar esos accidentes sin problemas. Es la primera vez que eso sucedía en más de un mes y el hecho de que alguien pudiera hacerlo despertó la esperanza ya que saber como se produce es el primer paso para repararlo. Sobre el funcionamiento incorrecto se podía trabajar de una forma técnica pero sobre el mal uso de los equipos solo hay una solución y es humana. No les gustó escuchar mi informe y tuvieron que reconocerlo a regañadientes. El tipo que estaba conmigo estaba asombrado porque él tampoco se esperaba que ellos estuvieran haciendo aquello. De hecho, se agarró tal rebote que nos marchamos de allí para visitar al otro cliente no sin antes expresar nuestra decepción con ellos y particularmente con el cabrón que un par de horas antes quería nuestras cabezas.

En el otro cliente las cosas iban de puta madre pero ellos no estaban infringiendo las reglas del juego. Las zulúes de la recepción estaban encantadas de verme por allí. Creo que ya he contado que en aquel lugar la seguridad es máxima y los controles son frecuentes y exhaustivos. No recuerdo haber dicho que la chica de seguridad estaba media mala, al igual que una operadora y yo les regalé una bolsa de caramelos Fisherman’s Friends. La de seguridad a partir de entonces cuando me veía llegar me abría la puerta para que pasara sin comprobar mi permiso, sin mirar mi equipo y sin hacerme pasar el control obligatorio de alcoholemia que debía pasar el resto de la gente. Todo el mundo me miraba asombrado porque ella simplemente me sonreía, abría la puerta y yo tiraba para dentro. Algunos dirán que es potra o una trola pero lo cierto es que cuando quiero puedo ser encantador, aunque el encanto me dura lo que un caramelo en la puerta de un colegio de estudiantes japonesas en edad de menstruar. Al día siguiente íbamos a realizar la actualización del software de esta gente, tarea que nos tomaría varias horas y para la que se requerían varias personas porque eran cuatro ubicaciones diferentes y más de dieciocho nodos. Yo coordinaría desde allí y me encargaría de recuperar los sitios con problemas en caso de que hubiera alguno. Dos equipos saldrían en Jeeps a través de las dunas hacia los sitios remotos y con suerte en unas cuatro horas tendríamos todo acabado. Nos dedicamos esa tarde a comprobar los servidores, preparar las cosillas y verificar por enésima vez que todo el mundo sabía lo que había que hacer y como hacerlo.

Después de la tensión de la mañana tuve una nueva conferencia con los americanos, los japoneses y los holandeses cerca de las cinco de la tarde. Sabiendo que todo el mundo estaba trabajando y la cosa volvía a estar bajo control nos fuimos a cenar. Esa noche optamos por uno de los bares en el muelle, un lugar famoso por sus cócteles y por los postres. No teníamos reserva y nos pusieron en la terraza. Normalmente esto no es ningún problema, pero cuando ten encuentras en medio del diluvio universal y la lluvia parece no tener fin, no mola mucho el tener que comer fuera bajo unas sombrillas de madera que amenazaban con venirse abajo en poco tiempo. Nos escoramos todo lo que pudimos y cruzamos los dedos. Sin viento no había problemas pero como soplara algo de brisilla estábamos bien jodidos. Al menos con esto hubo suerte y pudimos cenar sin más problemas. Mientras cenábamos la mujer de mi compañero lo llamó para contarle que una de las madres de sus alumnos (ella es la dueña de un colegio) se había cargado la puerta de seguridad de la escuela al salir con el coche, la puerta se había cerrado y ahora no la podían abrir estando todos los chiquillos dentro del colegio y los padres en la calle con sus coches esperando. Aquello tenía pinta de desastre máximo y el hombre se amargó del todo y puesto que no conseguimos animarlo, lo emborrachamos.

Llegamos a nuestro hospedaje tarde y más pasados que las bragas de Marujita Díaz. Allí nos dedicamos a beber chupitos de Amarula, que es lo más delicioso que he tomado en mi vida en lo referente a licores. No recuerdo cuantos fueron pero sí os puedo decir que esa noche me importaba un carajo si alguien quería entrar en mi habitación y limpiarla de cualquier traza de aparato electrónico, dinero o cualquier otra cosa.

Y así transcurrió el día que todo se torció y mi feliz horizonte se llenó de oscuras nubes.

Prepárate para dar un nuevo salto si quieres continuar con la lectura de este relato. En esta ocasión irás hacia Richards Bay – miércoles de calvario

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