Bienvenido a bordo, el comienzo


Uno de los secretos peor y mejor guardados del mes pasado y el actual ha sido el que comenzaré a contar hoy y quién sabe si acabaré aquí o esto se estirará como un chicle bazooka. Todos somos de alguna manera consciente que hace dos meses y dos días comencé a laburar, con una nueva chamba. Ya han habido anotaciones al respecto. Entre la información que me suministraron los de Recursos Humanos, figuraba un evento, una especie de curso, de tres días, para dar la bienvenida a la empresa, aprender cosillas de su historia y mezclarte con otros empleados. Esos cursos se hacen en la sede europea de la empresa, que casualmente es la neerlandesa, en la oficina a la que yo debería ir por propio derecho aunque elijo la fábrica y la otra sede por conveniencia. Inicialmente me habían dicho que seguramente haría el curso el año que viene, pero parece que alguien canceló y un viernes me llegó un mensaje de una pava informándome que podía decir de-que-sín y unirme al evento de la bienvenida de la semana pasada. Mi jefe ya me había dado autorización, así que me apunté, después de tantear a todo quisque sobre el susodicho, recibiendo información ambigua, ya que unos, los que llevan aquí toda la vida, nunca lo hicieron y los otros, los que entraron en la gran expansión de la empresa tras la pandemia podemita y truscolana, lo hicieron en plan videoconferencia y decían que era un masque del copón. Por eso, decidí, pasar solo la primera noche en el hotel que suministran porque el primer día se acababa bastante tarde. Ese fue mi único error. Sabiendo lo que no sé ahora, debería haberme quedado los dos días.

Como yo vivo en los Países Bajos, para mi acudir era cuestión de transporte público solo que justo la semana pasada (y esta semana), han cortado el tráfico de trenes por las vías que van por el sur de Ámsterdam camino al aeropuerto y aquello fue un caos absoluto, así que salí de mi keli con un montón de tiempo para llegar allí antes de las diez de la mañana. Según el programa de la empresa ferroviaria, podía pillar un tren a la estación del estadio del Ajax y desde allí seguir en guagua, pero en la realidad, ese tren no existía y por eso, me metí en el único tren que iba hacia Ámsterdam y que estaba lleno como cualquier Bangalore exprés, con gente por todos lados, aunque yo conseguí sentarme. El tren iba tan lleno que cuando salió de la estación iba despacito y como que no aceleraba y el chófer finalmente dijo por megafonía que había tanto mórbido allí dentro que habíamos superado la capacidad de carga del tren y no podía acelerar más, con lo que el trayecto de media hora a la capital de los Países Bajos se convirtió en un trayecto de cuarenta y cinco minutos y cada vez que cruzábamos un puente se oía como crujía por el sobre-esfuerzo. Al llegar tan tarde a la estación, perdí todas mis conexiones al aeropuerto y como este tren seguía hacia una estación llamada Amsterdam Sloterdijk, decidí seguir hasta allí con la esperanza de llegar antes que los que perdí y que paran en una estación en el camino. Decir que la estación a la que me dirigía, en su día, era la zona cero de crímenes en la ciudad, por allí todo el mundo se movía con sus pistolas, granadas y rifles. Esa estación tiene forma de letra T, o más bien de símbolo +, con lo que al salir de mi tren subí a las vías del cruce pensando que por allí llegaría el otro en un minuto, pero como que no me cuadraban los números de andén y descubrí que hay otra parada a doscientos metros de distancia saliendo de la estación y caminando, algo imposible de hacer en el tiempo que me quedaba, así que tuve que esperar diez minutos a que llegara otro tren que sí que iba por allí al aeropuerto. Una vez en el aeropuerto, en el mismo andén, pillé un tercer tren para ir a Hoofddorp, mi estación de destino, en un viaje de cinco minutos. Después caminé los seis minutos desde la estación a la empresa y asombrosamente, fui el primero en llegar, sobre todo porque todos los demás ya habían ido al hotel y venían desde allí en una guagua, con lo que aparecieron todos juntos.

Nos dieron una bolsa con regalos y entramos al auditorio de la compañía para las dos primeras presentaciones, hablándonos de la historia de la empresa y allí nos enteramos, por ejemplo, que nuestra empresa inventó el primer semáforo automático, que por eso Virtuditas y su intimísimo me tienen tanta tirria, porque ellos son culocochistas profesionales y eso les duele. También inventaron el primer cajero automático y hasta el primer sistema de entrada al metro con billetes, las máquinas esas que te abren la puerta cuando metes el billete. Podríamos mencionar también el primer sistema automático para medir la presión de un julay, aunque para eso, Genín y Virtuditas, que con la edad que tienen ya son expertos en esas máquinas, nos podrían dar dos cursos. Hablaron de las cuatro empresas que forman la compañía, de la parte social de la misma y bla bla bla. Después de esto teníamo el primer ejercicio, consistía en preparar durante quince minutos un discurso de un minuto que le das a un pavo que te encuentras mientras usas un ascensor para convencerlo y que compre productos nuestros. Nos dividieron en seis grupos y yo estaba con todos los que vinieron de España, que eran cinco. Uno de ellos trabaja en marketing y ese maceró el concepto en plan vender aire y que tú disfrutes pagando, como hacen con los telefoninos esos que tanto le molan a Virtuditas y que ni se pueden programar para apagarse solos de lo malos que son. Los españoles, cuando se trata de hablar inglés, no es su lengua, así que cuando nos acosaban para que eligiéramos a uno que expusiera nuestra venta, yo me levanté, agarré el papelón con las ideas, me fui a la parte delantera del salón y esperé a que pusieran la cámara para grabarme. También me avisaron que habría cuenta atrás en los últimos cinco segundos y que esto no es como los discursos de los Oscars, que te cortan cuando llegas al minuto. Obviamente, clavé la coña, que eso de hablar y hablar sin decir nada, eso lo domino yo perfectamente. Yo tenía claro que de los cinco grupos restantes, le ganaba fácilmente a cuatro pero el que faltaba era el que me podía hundir, el grupo de las chochas, que como votábamos entre nosotros, todos sabemos que los machos votan en base al coño o al olor del susodicho, así que si en ese grupo elegían a una de sus chochas, yo no podía ganar, pero resultó que las guapas eran tímidas y la que expuso era protagonista en la serie del planeta de los Orcos y además con inglés fatal, con lo que cuando finalmente llegó la hora de la votación, A-RRA-SÉ.

Después de eso vino el almuerzo y como veo que ya me estoy enrollando, dejamos la segunda parte del día para otra anotación.

Esto continúa en Bienvenido a bordo, juego y crucero


4 respuestas a “Bienvenido a bordo, el comienzo”

  1. Bueno, no ha estado nada mal, te ha quedado muy chulo a modo de introducción y promete…
    Nosotros encantados con el invento del semáforo, con dejarlo permanentemente en rojo, asunto concluido 🙂
    Salud

  2. Uy si, con lo que a mí me afectan en ese coche que no conduzco desde hace más de 15 años….
    Me llama mucho la atención que se te nota SUPER ilusionado con este nuevo curro, aunque te hagas el duro, se nota. Mola.

  3. Pues yo cruzo los dedos para que encuentres una bruja podemita a la que atacar y vencer siempre, las entradas serían muy divertidas…:)
    Salud