Burden


Hoy tenemos una película que tuvo la suerte de que sucediera una pandemia y de que hubiera movidas de negros en gringolandia para llegar a su estreno, ya que se hizo hace dos años, se llevó a algunos festivales en donde fue ninguneada y quedó almacenada en algún cuarto oscuro hasta que llegó el 2020 y alguien aprovechó para sacarla y hacer unos dinerillos con ella, ya que el tema es el de siempre con los gringos y sus negros, que es que les tienen una tirria que no veas. La película se titula Burden y en España no tiene fecha de estreno y es más probable que acabe emplataformada con el título de truscoluña no es nación.

Un julay post-jinameño se junta con un conguito o algo así.

Resulta que en un poblacho de esos del sur, unos blancos abren un museo del club ese de los fantasmillas y un curilla negro se pone de los nervios y les monta manifestaciones en la puerta. Entre los blancos hay un joven que se encoña de una pelleja que conoce (o reconoce porque fue con ella al cole) y va detrás de ella como perrito faldero lamiéndole el potorro o algo así. La tipa, que tiene amigos negros, le planta un ultimátum y le dice que tiene que elegir entre comerle el potorro o sus amigos del Kákáká y claro, a él le gusta el saborcillo y elige chocho. Los echan de la casa, no encuentran trabajo y al final, el pastor negro los tendrá que meter a vivir en su keli, que hasta su mujer y sus hijos piensan que está chiflado pa’l coño. Por circunstancias de la vida que no vienen al caso, al final las cosas se le pusieron de su lado o algo así.

La historia en sí es entretenida, pero esta película pide a gritos una tijera para cortar fácilmente veinte minutos, porque se hace muy larga. El acento sureño es fabuloso y muy atractivo, algo que se perderá en cualquier versión doblada pero en todo momento tienes la sensación de estar viendo un telefilm, no parece haber sido pensada para el cine, es como si sabían que no tenían el material para hacer un peliculón. Forest Whitaker hace del pastor negro y se copia y se calca a sí mismo en multitud de papeles anteriores y exagera tanto su acento y sus tics que en algunos momentos resulta deleznable. El chamo blanco parecía sacado de algún reformatorio de julays hiperactivos o el director le dio demasiadas instrucciones y el chamo no sabía qué hacer así que lo hacía todo. Aunque no me aburrí y la historia es interesante, tampoco es algo como para flipar en tres o quizás hasta cuatro dimensiones.

Esto puede provocar daños cerebrales irreparables a cualquier miembro del Clan de los Orcos que se vea expuesto a la película. No creo que tenga la salsilla que gusta a los sub-intelectuales con GafaPasta. Para ver por la tele.


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