De 23 a -1 en el regreso


Hace ya once días que comencé una nueva emigración desde África hasta Utrecht y como siempre, es algo que siempre parece tener nuevos y fascinantes problemas. Al ser el regreso post-navideño, volvía con veinticinco kilos de equipaje facturado, que eran literalmente veinticinco kilos y medio en la maleta, que la pesé y la repesé y la volví a pesar y todo, todo, todo y todo era comida. Además, llevaba el bolso de mano con otros doce kilos  y la bolsita de debajo del asiento con un par de kilos más, con lo que arrastraba cerca de cuarenta kilos en mi vuelta a mi keli, que comenzó con un taxi hasta la estación de Guaguas porque mover todo eso un kilómetro es casi misión imposible.

Allí pillé la guagua al aeropuerto, puse la maleta en el compartimiento de equipaje y así llegué al aeropuerto, exactamente tres horas antes del despegue de mi avión, un vuelo de Tuiflai que me movería desde Gran Canaria al aeropuerto de Róterdam. Tenía asiento con ventana y desde la guagua fui directamente al mostrador de facturación, rezando para llegar antes que la miasma que viene en las guaguas de turistas, algo que conseguí. Tenían cinco mostradores abiertos y me pude poner directamente en uno. Subí la maleta como buenamente pude para que la pesen y le pongan la pegatina, la señora se lo comenzó a currar, tecleando y tecleando y le pregunta a la compañera a su lado y esta le confirma que parece haber un problema y el sistema está bloqueado. Los otros tres confirman también sus sospechas y llaman a los de los equipos informáticos, los pitonisos y brujos esos, para que lo reparen y me dice que espere unos minutos. Estoy super-hiper-mega relajado porque tenemos tres horas y además, soy el primero en la cola.

A partir de ahí todo comenzó a ir mal, pasaban los minutos y no conseguían arreglar el problema y llegaba gente y más gente y más gente y ninguno de los cinco empleados podía hacer su trabajo. Yo ya estaba de tertulia con la mujer, que daba por supuesto que se arreglaría en unos minutos, cuando le dije que ya solo faltaban dos horas para el despegue y aún no habían comenzado con la facturación. En las colas, la gente ya se movía inquieta.

Vino uno de los informáticos y dijo que iban a mover todos los datos desde una plataforma a otra más chachi y molona y que así se podría hacer el embarque, con el pequeño detalle, casi minúsculo, que la migración esa de datos seguramente tomaría una hora, que fue más. Para cuando comenzaron la facturación, el avión ya había aterrizado y quedaban cuarenta minutos para el despegue. Todo el mundo estaba ya con pánico. Avisaron a los que recogen las maletas en los sótanos del aeropuerto para que fueran inconscientes del problema y que fueran llevando las maletas al avión según aparecían. Como uno de los primeros en facturar, me fui a hacer el control de Inseguridad y tras esto, me compré una botella de agua, eché una meada y ya era la hora de embarcar y allí éramos cuatro gatos.

Entré al avión y la tripulación ya sabía que existía un problema. La gente iba llegando con cuentagotas y por la ventana podía ver que las maletas llegaban igual, en pequeños grupos. Fueron pasando los minutos y diez minutos después de la hora del despegue, avisaron que el embarque estaba completo, cerraron la puerta, el chófer quitó el freno de mano y pisó el acelerador. Me dijeron que abrieron en total diez mostradores de facturación en paralelo y que así, procesando diez a la vez, consiguieron hacer en un rato lo que normalmente toma unas dos horas. Muchos se subieron al avión convencidos que sus maletas no llegarían con ellos porque literalmente caminaron desde la facturación al avión sin tiempo a pararse.

Una vez despegamos, la rutina habitual de venta de comida y bebida, más ventas y más ventas y la gente, que no tuvo tiempo de comprar nada en el aeropuerto, arrasando, salvo los precavidos, que yo me vine con mi bocadillo de pata de cerdo asada con queso tierno y mojo canario envuelto en platina y mis gominolas. El piloto dijo que llegaríamos cinco minutos antes de la hora oficial de llegada y cumplió con su promesa. Al ser el aeropuerto de Róterdam uno pequeño y muy cerca de la ciudad, el aterrizaje fue espectacular, además con el cielo despejado, de noche y con todas las luces de la ciudad. Fue increíble y algún día muy lejano veremos el (o los) vídeos. Al aterrizar el piloto nos dijo que la temperatura afuera era de un grado bajo cero y que no podíamos salir del avión hasta que mandaran la guagua porque no se arriesgan a que se caiga gente en el hielo. La guagua era una pequeña, con capacidad para unos treinta y hacía un recorrido de cien metros hasta la terminal, dejaba a la gente y regresaba para coger otra tanda. La distancia era ridícula, pero bueno.

Mientras sacaban a la gente, las maletas también salían y pronto comenzó a aparecer el equipaje, que la ventaja de ese aeropuerto minúsculo es que estas cosas suceden rápido. Cuando vi mi maleta, le di la bienvenida, puse sobre ella el bolso y salí arrastrando aquella cantidad monstruosa de comida.

Fuera del aeropuerto, a menos de cien metros, está la parada de la guagua y para llegar a la susodicha sí que había que tener cuidado con el hielo, aunque vamos, con el peso de mi maleta, no creo que quedara mucho hielo por donde pasaron sus ruedas. El frío era traumático. Después vino la operación para subir todo aquello a la guagua, que es prácticamente izar mi propio peso, que yo no soy mórbido como algunos comentaristas. La guagua me llevó a la estación central de Róterdam y allí pillé un tren para Utrecht, que al no ser hora punta, solo hay uno cada media hora y tuve que esperar unos quince minutos. Una vez en Utrecht, usé los ascensores para moverme verticalmente y desplazarme desde el andén del tren, al andén de las guaguas, en donde pillé la que me llevaba a mi keli. Salí de la keli en las Palmas a las once de la mañana, hora Canaria y llegué a mi keli a las diez de la noche, hora neerlandesa, con lo que fue un ejercicio de diez horas. Por suerte avisé a mi vecino por la mañana y encendió mi calefacción y la casa ya estaba calentita cuando entré.

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4 respuestas a “De 23 a -1 en el regreso”

  1. Diez horas de viaje es bastante, pero claro hay que contarlas como tu lo haces para que sean reales…
    Salud

  2. Tienes suerte de tener vecinos tan serviciales, claro que tu te portas genial con ellos. Mi hija tiene una aplicación en el teléfono con la que enciende y apaga la calefacción—
    Salud

  3. El Turco también se compró el termómetro de GooglEVIL y un día, el aparato se rompió sin decirle nada, encendió la calefacción durante una semana las veinticuatro horas al día, que él no estaba por aquí y la broma le salió por mil leuros en gas y después leyó en los foros que ese cacharro petaba después de acabarse la garantía con frecuencia y hacía eso. Yo sigo prefiriendo el sistema tradicional.

    Tengo luces que se pueden controlar por el teléfono y dejé una programada en el salón y a las tres semanas dejó de funcionar, se quedó encendida y al día siguiente avisé a mi vecino, la desenchufó, la volvió a enchufar y la puta mielda esa empezó de nuevo a funcionar, con lo que lo mejor es desconfiar de todas estas tecnologías.

  4. solo dos apreciaciones: 1. si prácticamente tu propio peso es de 25.5kg estás MUY enfermo, y 2. tienes instalada la tecnología del culo barata, porque mi cacharro me manda una notificación cuando salta, y la puedes dejar en modo suspensión el tiempo que no vayas a estar en casa, o simplemente conectarla cuando estés de viaje de vuelta, yo lo hago, tal día a tal hora quiero la casa a X grados, y listo, nunca un problema. Rata agarrada!

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