Días de prisas e historias


¡Vaya semanita! Normalmente estas tierras disfrutan de una gran planificación y una escritura anticipada de todo lo que por aquí se publica. Las historias se maceran durante al menos un par de días y en ese tiempo reciben varios repasos y correcciones. No ha sido así en este caso. Como ya he dicho ando con el culo a dos manos, atendiendo un curso que me mantiene en un aula ocho horas diarias, trabajando un par de horas después, durante y antes del curso y con encuentros constantes con los amigos de este lado del universo que se han empeñado en darme apoyo emocional en estos tiempos de incertidumbre en los que vivo, que aún no se sabe si me echan o no.

Prácticamente todo lo escrito lo tuve que hacer con prisas y corriendo aunque reconozco que algunas de las historias (visualicemos, visualicemos) las pensé mientras iba en el tren y pedaleaba con mi bicicleta por las calles de Utrecht. La semana que viene continuaré con este ritmo frenético. Además de tener otra semana de curso tengo el supuesto gran día y ya hay citas confirmadas para el lunes (cine y cena), martes (mi mejor amigo de este lado del mundo se viene a dormir a mi casa con su hija para celebrar/consolar las noticias laborales), miércoles (cena con compañeros de trabajo españoles que vienen de curso a Holanda), jueves (cena con otros amigos) y creo que tengo al menos un día del fin de semana ocupado. Será un milagro si consigo sacar cosas todos los días.

Después del esfuerzo creativo de ayer hoy no estoy por la labor de complicarme demasiado así que vamos por lo fácil y hablemos de mi vida. ayer a las cinco y media acabé el curso y en media hora tuve que escribir cierta historia. Mientras lo hacían recibía llamadas constantes del chino, el taiwanés y el holandés que querían salir inmediatamente para irnos a cenar. Con la espada de damocles tan cercana somos conscientes que quizás no logremos sobrevivir todos y queríamos tener una última cena en condiciones. Como siempre fuimos al Cartouche, un lugar que ya está muy ligado a mi vida y en donde he pasado grandes momentos. Mis colegas fueron en el coche del taiwanés y yo en bicicleta porque después de acabar quería volver a casa con la misma. El chino trató de convencerme para que fuéramos juntos en guagua pero paso que por la mañana si no tengo bici tengo que madrugar veinte minutos más para poder llegar a tiempo a las clases.

Aunque ellos dejaron la oficina antes que yo llegaron más tarde. Son las maravillas del diseño de una ciudad en la que un hijoputa ha conseguido que moverte en coche sea una pesadilla. Yo los esperaba tomándome mi primera cerveza, una Grimbergen Dubbel de seis grados y medio. Cuando se reunieron conmigo me pasé a Leffe Dubbel de grifo que tiene la misma graduación y también está muy buena. Como siempre pedimos costillas de cerdo picantes, ya que por si alguno no lo sabe en ese café ponen los costillares más deliciosos del mundo. Por suerte no pertenecemos a la morisma de mierda y podemos comer carne de cochino y beber alcohol. Las cantidades como siempre fueron excesivas y salimos de allí a las diez y media de la noche más pasados que los tampones de Marujita Díaz. Cuando nos íbamos me puse mi mochila sobre mi abrigo de invierno y tiré una maceta enorme que tienen de adorno junto a la ventana. Son los problemas del alcoholismo unidos a una mochila cargada en exceso ya que estoy sacando de la oficina todo aquello que no quiero que se queden en caso de que no cuenten conmigo para el próximo proyecto y ayer llevaba dos kilos de libro necesario para la certificación mcse.

El chino hizo algo inaudito: tomó dos cervezas dobles. Nos tenía impresionados. Jamás lo habíamos visto beber más de una cerveza de las pequeñas. En el tren no parecía ir muy centrado y hoy no he sabido nada de él en el trabajo así que no me extrañaría que se haya quedado en casa curándose la resaca. En mi caso pasé una noche agitada, despertándome a las cuatro de la mañana totalmente deshidratado, algo que solucioné ipso facto y por la mañana, en mi tradicional momento ROCA eché una jiñada de esas de órdago que se recuerdan con los años. Por largar creo que hasta me deshice de mi segundo apellido. Por lo demás no parecía tener ningún otro efecto colateral y me fui al trabajo sin más. La mañana transcurrió sin pena ni gloria, entre explicaciones y alardes de virtuosismo muy típicos en mí.

Después de un copioso almuerzo (lo bueno de estar en un curso es que te dan bonos para el comedor y nos encochinamos aprovechando que paga la empresa) continuamos con las clases. Ahí fue cuando comprendí que algo iba muy mal. Mi estómago empezó a gemir como una cerda en el matadero. Probé distintas posturas pero aquello no parecía tener remedio. Los golpes de estómago venían con un incremento substancial de la presión en la zona de evacuación y cuando tras hora y media nos dejaron salir a tomar un café corrí a la calle y rodeé el edificio con un anillo tóxico producido con gases que seguro no son muy buenos para el efecto invernadero. Batí un reto personal y me tiré un peillo que duró unos veinte segundos. Como la cosa seguía agitándose tuve que tragarme mi orgullo y convertirme por segunda vez en mi vida en un cagón de oficina. El baño no quedó en muy buen estado. Yo diría que las de la limpieza se acordarán de mí por un tiempo.

Volví a clase cantando y saltando de alegría y nada más sentarme la barriga comenzó de nuevo a agitarse en modo centrifugado. Conseguí llegar al final de la clase sin que se me escapara un sólo soplo de aire y tras eso tuve que volver a dar otra vuelta al edificio para soltar lastre. Mi amigo el holandés me ha dicho que la Leffe Dubbel es muy peorrera y creo que tiene razón. Procuraré no tomar de esa en el futuro, que no está uno como para andar como una olla exprés.

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3 respuestas a “Días de prisas e historias”

  1. Siempre he tenido tendencias caóticas y aunque lo intento lo más estable que he hecho es la página que ya es un milagro que se mantenga así que con el contenido hay que acostumbrarse a los bandazos.
    Ayer me enteré de un par de secretos en la oficina que me hacen preferir el ser invitado a abandonar el trabajo. Si lo que me han dicho es verdad, quedarse es sólo prolongar la agonía y para eso mejor salir al espacio a buscar nuevos lugares en los que jugar.