Este relato comenzó en Un nuevo viaje a Gran Canaria
Desde que mi amigo el Niño vio por primera vez el barco arrastrando el paracaídas con dos turistas en Puerto Rico no dejó de darme la tabarra para que lo hiciéramos. Nunca me ha llamado la atención el Parascending y menos hacerlo en Gran Canaria. Lo veía como algo para los turistas y pese a que yo ya vengo a las islas como turista, no me veo como uno de ellos.
Uno de los días nos acercamos al mostrador de la empresa que realiza el servicio y allí nos dieron los precios solo que hubo algo más. Por un poco más de dinero, en lugar de hacer parascending únicamente también tienes veinticinco minutos con una moto acuática. Estoy convencido que el Niño se corrió de gusto allí mismo y quedó fijado que uno de los días haríamos el combo este. Aunque estamos de vacaciones, hemos ido haciendo un montón de cosas y dejamos esas cosillas para el penúltimo día en Puerto Rico. Nos levantamos de gandules, a las diez y media, bajamos a desayunar a uno de los bares del centro comercial, sacamos dinero en los cajeros para pagar los sesenta euros que nos valía y cogimos los aperos para ir a la playa, que en mi caso constan de toballa y poco más pero mi amigo va con sombrilla, cremas, dos toballas (una para debajo de la sombrilla y otra para fuera de la sombrilla y que nadie me pregunte la razón porque ni yo la conozco), las botellas de agua y bajamos a la playa. Fuimos directamente al muelle y allí contratamos el servicio.
Había bastante gente y nos dividieron en dos grupos. Unos se irían primero a las motos acuáticas porque eso era lo único que iban a hacer y nosotros junto con una pareja británica nos íbamos con el barco del parascending. Nos pusieron los chalecos salvavidas y sobre estos el arnés que te sujeta al paracaídas. Después nos explicaron un poco la cosa y nos subimos al barco. Los cuatro íbamos muy excitados. Cuando lo ves de lejos, parece algo de mucha adrenalina y que te pone al límite.
Salimos a la entrada del puerto, abrieron el paracaídas y acordamos que los otros serían los primeros. Engancharon a los ingleses, metieron caña y en un instante estaban en el aire y en menos de un minuto iban a ciento y pico metros de altura bastante por detrás de nosotros. Visto desde cerca no da la impresión de ser algo peligroso sino muy suave. Arrastramos a los ingleses desde Puerto Rico pasando por la playa de Amadores hasta llegar a la playa de Tauro, la misma en la que me bañé todos los fines de semana de una década de mi vida cuando iba al camping con mis padres y mi hermana y un lugar en el que tengo recuerdos y aventuras suficientes como para escribir una cuarta bitácora.
Cuando estábamos por allí dejaron caer a los ingleses hasta que tocaron el agua con sus culos, momento en el que los remontaron y comenzaron a recoger el cable y el aterrizaje fue aparentemente muy suave. Después se soltaron y nos tocó el turno a nosotros. Los ingleses nos dijeron que era fantástico algo que se te olvida con el momento de pánico cerval cuando sabes que en cualquier momento alguien soltará el cable y te van a lanzar desde una lancha motora que se mueve rápidamente hacia lo desconocido. Asombrosamente, el despegue es maravillosamente lento y agradable. De repente estás en el aire, sentado sobre el arnés y miras hacia abajo mientras el agua y el barco se alejan y nosotros vamos subiendo al cielo. Fue bárbaro. Una vez arriba teníamos una vista bestial de la costa y ni notas frío, ni se mueve un montón ni tienes sensaciones chungas. Era como si no estuvieras suspendido en un paracaídas. La percepción de la velocidad cambia completamente y pareces avanzar muy despacio de vuelta hacia Puerto Rico. Al llegar al muelle, por el viento íbamos sobre el mismo, viendo a la gente pequeñita por debajo haciéndonos fotos. A la entrada del mismo nos dieron el chapuzón, nos alzaron de nuevo y recogieron el cable, bajando con suavidad sobre la plataforma que tiene el barco. Creo que hasta repetiré algún día en alguna otra playa del universo.
Con los cuatro flipando en colores y hablando sin parar nos dejaron en el muelle y allí otro barco nos recogió para llevarnos a la plataforma en la que tienen las motos acuáticas. Nos explicaron que no tienen frenos, que la dirección funciona con la turbina y que si te caes se paran además de fijar que no podemos hacer burradas y que hay que girar en torno a un circuito. La pareja iban juntos en una y yo y el Niño teníamos una para cada uno. Primero salieron los ingleses, después el Niño y yo fui el último. Desde que aceleré por primera vez supe que esto es lo más divertido que hay en el universo.
Me lo pasé bomba. En la primera vuelta seguía la traza de las dos motos por delante de mi pero después ya me lancé a todo gas y pasé a los ingleses y luego al Niño que me miraba asombrado porque yo rebotaba en el agua y saltaba y pasaba más tiempo dándome trabucazos con la moto que ellos pero lo hacía riéndome sin parar. La sensación de velocidad es brutal y no hay nada mejor que pillar una ola que te pone en el aire y al caer rebotas con un golpe duro sobre el agua. Rebasé a los ingleses en tres ocasiones y en dos al Niño y si alguna vez reduje la velocidad, fue porque con los golpes se me subía el bañador y me apretaba las joyas hasta exprimirlas como para sacar juguito de la vida de las mismas.
Cuando regresamos el Niño me dijo que el tenía el mismo problema, que con los golpes se dañaba ciertas partes y por eso no corría tanto. Al parecer los güevos le deben llegar a las rodillas porque los míos tamaño almendrita dolían pero se mantenían a salvo y él sin embargo me dijo que creía que los tenía como para hacer una tortilla allí mismo. Desde la plataforma vimos una tortuga de mar enorme que pasaba cerca y una vez todas las motos acuáticas estuvieron a bordo volvimos al muelle.
Miramos las fotos que nos hicieron y compramos el CD con las mismas para tener un recuerdo. Tengo clarísimo que como vuelva a pasar por Puerto Rico me monto de nuevo en las motos. Después nos fuimos a la playa doloridos pero contentos y pasamos el resto de la tarde tomando el sol y achicharrándonos ya que se nos estaba acabando el tiempo para freírnos adecuadamente.
El relato acaba en Un regreso con problemas
8 respuestas a “El día de la aventura”
A mi los culazos son lo que mas me fastidia, pero es curioso, nunca sentí nada en los güevos, será por el mínimo tamaño o porque llevaba un bañador adecuado…jajaja
Salud
Pues el pobre a tu lado en esa foto se ve tan blanco que alumbra. Un beso.
Waiting, en ese momento yo estaba con el moreno más intenso de los últimos diez años. Un mes en Asia y ocho días en Gran Canaria hicieron milagros. Además, dopadísimo de betacaroteno
Pues no le vino bien al otro estar a tu lado jejeje. Te ves muy bien en la segunda foto, very sexy. Un beso
Por supuesto que se me ve Regio después de perder un montón de peso y alcanzar mi peso soñado de 64 en Camboya y encima con buen color. Si pasaras más tiempo en tu patria y menos haciendo las Américas lo habrías comprobado por ti misma.
Jajaja. Pues habra que esperar para eso 🙂 Un besho!
Y para entonces, igual te veo por la calle y ni te reconozco, que mi memoria es como la de los peces y después de tres minutos ya no me acuerdo de las caras de la gente.
You dream.