El renacer de la catalpa


Cada año, cuando la primavera ya está bien entrada, me entra la angustia y el desespero porque miro a mi catalpa y la veo ahí, en tronco presente, sin hojas y pienso que este fue el año en el que murió. La catalpa tiene unos siete meses de vida intensísima y en los que la todo, todo, todo y después cuatro a cinco meses en los que parece muerta y en los que se poda, a menos que quieras tener una bola gigantesca el segundo año. Yo opto por podarla en febrero dejando un único muñón en el que pongo todas mis esperanzas. Después llega marzo y no sucede nada, entramos en abril y el tronco sigue ahí, como muerto y un buen día de mayo descubres que está llena de brotes de hojas, de futuras ramas que llegarán a tener cerca de dos metros de largo y que lucirán con orgullo unas hojas que serán de más de treinta centímetros de largo. Desde el año 2005, he visto el tronco de la catalpa hacerse más y más grueso y según los grandes expertos del país, está ya llegando al punto álgido de su vida. Ahora mismito tiene un tronco soberbio y para cuando llegue el mes de noviembre, tendré un contenedor entero de hojas que se caerán de un nano-segundo al siguiente y en febrero haré otro contenedor solo con todas las ramas que podaré para volver a recrear el muñón en el que comienza todo. Como por aquí todos sabemos que la memoria a largo plazo no es una que se reparta con generosidad, vuelvo a recordar a esos que no la tienen que este árbol, en los Países Bajos, crece un montón pero no da flores ningunas y que si lo dejas sin podar de un año para otro solo consigues que el tamaño de la bola que se forma sea dantesco, que pierda su forma y se transforme en una mata feísima y que además, en lugar de un contenedor con las hojas secas, seguramente acabes con tres o con cuatro.


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