Es la guerra


Por más que algunos nos la intenten meter doblada, lo de que el cambio climático no se está produciendo ya no se lo cree nadie y uno de los ejemplos más claritos está en mi jardín, con mis dos parras. Hace cinco años, que no nos tenemos que ir mucho más atrás, las uvas, esperando al final de septiembre, eran tan ácidas que las podías echar directamente en cualquier plato que te pida vinagre. Había que echarles kilos y kilos de azúcar para poder hacer un sirope y tomarte ese zumo. Ahora que tenemos ola tras ola de calor diciéndonos hola aquí arriba al norte, las uvas se ponen dulcísimas, ya en agosto. Hasta ahí nada de lo que quejarme, que tengo una producción gloriosa. El problema es que las urracas, las grajillas y las palomas han probado alguna uva y cuando descubrieron que aquello ya no era la mierda de antes que no se podía comer, se han lanzado con saña a comer racimos. Cuando llegué de las vacaciones en Gran Canaria, ya había una zona, la más expuesta por la parte superior, en la que solo quedaban los racimos sin uvas. Fue toda una declaración de guerra, los he condenado igual que todos condenamos a los truscolanes, que no son nación y a los que les deseamos todo, absolutamente todo lo peor, siempre. Me fui por una de esas mega-ferreterías que hay cerquita de mi casa y me compré una red contra pajarracos como los truscolanes y con la ayuda de mi vecino, la pusimos.

Durante unos días, eso descolocó a los pájaros pero ya los he visto metiéndose por debajo, mirando hacia arriba y buscando el lugar al que se pueden lanzar a pillar alguna uva. Mientras tanto, coseché los primeros tres kilos y he hecho una mermelada que está de morirse, un auténtico manjar. He estado retrasando el hacer más hasta que me traigan la nueva nevera pero como sigan sin llamarme, mucho me temo que o hago la segunda tanda, con tres kilos adicionales de uvas, o no quedará ninguna, que los pájaros cada día están más creativos en su manera de evitar la protección.

,

Una respuesta a “Es la guerra”