Hacia el norte


Es de injusticia que si hace unas semanas en Hacia el sur teníamos el relato del viaje pa’bajo, hoy hagamos la ruta inversa, que fue igual o más ajetreada. La subida es otra operación calibrada al milímetro y como el primer vuelo era a las dos de la tarde, por la mañana, a las ocho, me levantaba, soltaba mi último jiñote africano y salía por patas a despedirme de la basca del club de buceo y después a pelarme, que mi peluquero me esperaba afilando las tijeras para una cita que habíamos concretado el mismo día que llegué, que gracias a la pandemia podemita-truscolana, ahora funciona únicamente con cita previa y es maravilloso, sabes cuándo te toca y no esperas. Tras pelarme, hice los dos kilómetros a la keli de mi madre a velocidad ligera y al llegar, me duché y comencé a preparar la maleta y la bolsa, tarea épica porque siempre me paso comprando. Al final, en la maleta había veintiún kilos y medio de comida y en la bolsa casi diez y atrás se quedaron lentejas de lanzarote, garbanzos andaluces y una lata de pimientos del piquillo que ya es que se me iba el exceso de equipaje hasta el infinito. Puedo confirmar y confirmo que en todo mi equipaje no había ropa, que la ropa la llevaba puesta y que era comida, de todo tipo, productos que no encuentro en los Países Bajos y que subo pa’l norte. Con toda esa carga, salí para la estación de guaguas del parque Santa Catalina y desde allí pillé la guagua al aeropuerto. Comentar que el día anterior, por la tarde, cuando fui a la playa me hice el test de antígenos y me volvió a salir negativo. Para volar por Portugal también hay que dar una cantidad ingente de datos personales para conseguir un código QúeRre y por supuesto, fueron mayormente falsos, que no hay seguridad ninguna en esos sistema. Ya en el aeropuerto, algo tan sencillo como era el dejar el equipaje si ya habías hecho la facturación ondeline se convierte en una tarea titánica porque te tienen que mirar si tienes el test de antígenos o de PéCéeRre, si tienes el código ese portugués y en mi caso, el chamo me dijo que se la sudaba el código QúeRre de vacunación porque con el otro iba más que listo. Tras facturar, entré en la zona segura del aeropuerto y todavía había riesgo de que me quitaran algo de comida que técnicamente, tiene líquido en su interior, pero los profesionales del control estaban de conversación contándose algo super-hiper-mega interesante y ni miraron a la pantalla. Cuando llegó la hora del embarque, como me tocó la última fila a la izquierda, entré de los primeros. En Ancestral se alegrará de saber que hay vídeos de despegue y aterrizaje de ese vuelo, pero no del otro. El avión despegó en hora e iba petao de gente, pero hasta la bandera. A mi lado, una pareja holandesa que por supuesto, tardaron dos minutos en sacar una bolsa con bebida y comida para pasarse las dos horas comiendo y bebiendo y así no usar la mascarilla y la chama, que iba al lado mío, debía tener una minusvalía cerebral severa por chupar pollas de rubios viejos y se tiró por encima su primera lata de cerveza, con lo que hedía a cerveza que no veas. La tía hablaba neerlandés con acento rarísimo y pronto descubrí que el chamo, que debe estar ya jubilado, la compró en el libro de las zorrillas del este de Europa y ella por un pasaporte europeo, le come la mandinga al viejo cinco años y después lo deja y se trae a su marido y a toda su familia. Él le hablaba en neerlandés pero la mitad de las veces, ella no se enteraba de lo que estaba diciendo y se le movían los mofletes como comenzando la succión para acoplarse al cipote pero pronto se daba cuenta que aquello es un avión, un lugar público y detenía el movimiento. El vuelo transcurrió sin incidencias y el aterrizaje nos brindó una gloriosa vista de Lisboa.

Tenía dos horas de escala así que aproveché para cenar, para empetarme tres pasteles de nata y para comprarme tres cajas para tener una buena provisión para desayunos futuros, que se congelan de r-escándalo. En mi segundo vuelo tenía asiento de pasillo, con lo que el Ancestral ya se puede imaginar lo que no sucedió. El embarque era por zonas pero la gente está acarajotada y los de las zonas anteriores a la mía ni se enteraron así que fui de los primeros en acceder. Me tocaba en la zona central del avión. Este avión iba bastante lleno y aunque pude correr y pillar una ventana, algo me decía en las entrañas que no lo hiciera y no lo hice. De haberlo hecho, solo habría podido grabar el vídeo del despegue por circunstancias de la vida que contaré a continuación y todos sabemos que un vídeo de despegue sin el de aterrizaje es como una coja sin maracas, que ni es lo mismo ni es igual.

Salimos pa’l norte en hora e íbamos bien y ya estábamos por aterrizar cuando el piloto nos dice que en diez minutos comenzará el aterrizaje, que hay una niebla chunguísima en Amsterdam y que por eso y siguiendo normas que excluyen a truscoluña, que no es nación, que tenemos que aterrizar usando solo el piloto automático, sin intervención humana y que por consiguiente, la normativa aérea exige que se apaguen por completo todos y cada uno de los dispositivos electrónicos y nos pidió que por la virgen de la Chapa que lo hiciéramos para no morir. Las azafatas comenzaron una campaña masiva, hablando con casi todo el mundo y haciendo que todos apagaran telefoninos, computadores, tabletas y hasta auriculares bluetú, todo, todo, todo y la campaña fue tal que consiguieron acojonar al personal, que cuando suponemos que el piloto automático ese estaba al control, cada vez que el avión daba un meneo, allí la gente aullaba y veía la luz al final del túnel, aunque tengo que decir y digo que el aterrizaje fue épico y el computador lo hizo muchísimo mejor que un piloto de carne y lefa, que ni nos enteramos, fue muy suave y confirma lo que todos sabemos, que los pilotos van en el avión para coger enfermedades venéreas y contribuir a la distribución universal de las ladillas porque no son en absoluto necesarios. El aterrizaje fue en la roñosa Polderbaan con lo que estuvimos veinte minutos desde el aterrizaje hasta que llegamos al aeropuerto, aunque en ese tiempo sí que nos dejaron usar los dispositivos electrónicos, salvo vibradores, que dijeron que esos mejor no los activaban hasta estar en sus casitas. Salimos del avión, fuimos a recoger el equipaje y yo mirando la hora, sabiendo que había un tren a las cuarenta y ocho y otro a las dieciocho para Utrecht. Por supuesto, mi maleta salió a las cuarenta y ocho, en el grupo final y cuando ya en la pantalla sobre la cinta de recogida de equipaje anunciaban que todo el equipaje estaba en la susodicha y por culpa de esto, estuve casi media hora esperando por el tren. Sabes que estás en casa cuando vas en un tren en el que todos los julays llevan la mascarilla protegiendo la garganta, que es el lugar por el que se contagia la pandemia podemita y truscolana. Yo tenía una efe-efe-pé-dos de esas.

Al llegar a Utrecht, como me tocaba esperar quince minutos por la guagua, opté por pillar un tren de cercanías hasta mi barrio y hacer el kilómetro final arrastrando los treinta kilos, algo que hice también desde la keli de mi madre hasta la estación de guaguas. Entré en mi keli diez minutos después de la medianoche. La temperatura en el interior era de quince grados, así que metí la calefacción a piñon y me puse a ubicar los treinta kilos de comida en el congelador, en la nevera o en la despensa, según el producto. Cuando me acosté, dormí como un bellaco.

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2 respuestas a “Hacia el norte”

  1. Bueno, que se le va a hacer, menos da una piedra, lo importante es que ya estás en tu casita sin incidentes 🙂
    Salud